Era doña Julia una mujer con una gran sensibilidad para las cuestiones sociales más mundanas y comunes, que conectaban con la cultura popular. Había pasado una rigurosa guerra civil en el frente de su tierra natal y comprobado en persona el sufrimiento humano. También contaba cómo uno de los jerifaltes del frente popular se instaló en el palacete más representativo de un aristócrata de la localidad. Lo recordaba con dolor, como si revelara una traición, aunque siempre sugería al interlocutor que sacase las conclusiones pertientes. Dominaba como nadie el significado de los refranes. Podía haber escrito una obra concatenando la cantidad de refranes, proverbios y dichos que guardaba en su memoria que podía repetir sin vacilar.Lástima que Fernando Arrabal se le adelantara en esa opera magna. Pero dice mucho en favor de doña Julia, equiparable en todo eso a tan egregio representante del movimiento pánico.
Para Dacio Gil el mejor de los refranes utilizados por doña Julia era el que aplicaba a cantantes, artistas y miembros de la farándula cuando era preguntada al efecto. Muchas veces te respondía: "ese tiene más hambre que el perro de un volatinero". No sólo acertaba en la caracterización del artista novél o de medio pelo, sino que al viejo Dacio Gil le hacía recapacitar sobre la famélica legión a la que aludía el himno la Internacional. Doña Julia nunca se vanaglorió -antes al contrario- de la educación inculcada a sus hijas, ambas con un brillante expediente universitario y profesional. A éstas, por el contrario, muy a menudo les decía que estudiar tan brillantemente no aseguraba la felicidad. Y como era una mujer muy lógica les ponía un ejemplo incontestable: "Yo creo que los únicos verdaderamente felices son los albañiles, que a las ocho de la mañana cantan subidos a lo alto de un andamio. Ellos no se plantean esa cosas de la política y las cuestiones supuestamente profundas. Tratan de vivir con lo que tienen, no se detienen a analizar los porqués y los cómos, bastante tienen con vivir y sacar asu familia."
Coincidía en esta reflexión con la fomulada por el poeta reusense Joaquín Bartrina que dejó inmortalizada su eminente aforismo poético Si quieres ser feliz como me dices, muchacho, no analices que da título a este "post".
Viene cuento este largo exordio porque estos días pasa Dacio Gil una corta estadía impuesta por su familia en una costa del Mediterráneo, en un hotel atestado de turistas nacionales de extracción que podría decirse por el golpe de vista de los signos externos, que trabajadora. Entre las jóvenes familias, ellos con sus tatuajes kilométricos sobre la piel, ellas con su teñido pelo rubio. Entre los más tardíos ellas llevando la voz cantante de la pareja (a la postre están de vacaciones) y ellos haciendo servicialmente todos los mandados vacacionales que, aunque escasos, les cualifican como solidarios con la parienta contingentemente ociosa. Dacio Gil utiliza estos no lugares playeros para intentar tomar el pulso a la situación social y ha comprobado no sin sorpresa que en el kiosko de prensa se agotan cada día los diarios deportivos y las revistas del corazón y que no existe problema alguno para adquirir los periódicos de mayor tirada nacional. Sobran éstos en los anaqueles del puesto de venta.
Además de otras características festivas, se aprecia en estas familias un comportamiento como si no existiera congoja por la crisis, como si con ellos no fueran las estrecheces y la angustia (Zygmunt Bauman dice que la política no es sino la modulación de la angustia) de los acontecimientos económicos más recientes. Actúan todos con una aparente felicidad, que acaso sea sólo transitoria, cual un paréntesis playero. Observándolos en el bufet libre se aprecia que desafían las inclemencias económicas y sociales impuestas o ganadas a pulso, que eso nunca se sabrá en el corto plazo. Aparentan una completa felicidad exenta de complicaciones hermenéuticas y corsés civilizatorios trasnochados. Hasta podría entenderse que rebajan la vigilia de urbanidad impuesta por la obligada reciprocidad social.
Doña Julia, como buena costurera, era muy, pero que muy observadora y pasaba por el tamiz de su enciclopedia de refranes cualquier actividad humana. Dacio Gil escribe estas líneas a vuela pluma para no defraudarse a sí mismo y a sus eventuales parroquianos, pero tiene extraída ya una conclusión sólida: Esta gente o es feliz o se lo hace. No quieren complicarse con el ruido mediático. Algunos tal vez volverán al andamio y continuarán siendo felices, como cada día. Su único catecismo parece ser el as, el marca y la prensa rosa. Son un vivo reflejo de la sabiduría de doña Julia, de Fernando Arrabal, de Joaquín Bartrina; en definitiva de la sabiduría popular (aunque estos tres refraneros excelsos puedan reputarse como superdotados): Si quieres ser feliz como me dices, no analices.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario