Definitivamente, el tema de los espías es rabiosamente actual. Lo que significa que el ciudadano es más que nunca considerado como sospechoso. O que el Poder es consciente de que nada es como parece. Que conoce y reconoce que el engaño, la hipocresía y el cinismo son los valores superiores de la convivencia. No en vano es el Poder quien fomenta la hipocresía y el cinismo, pues es el primer interesado. Primero el eclesiástico, luego el político, más tarde el civil, posteriormente el militar y ahora el mediático y el económico.
Este viejo Dacio Gil sigue recopilando información sobre espías y cada vez está más convencido que, a pesar de las proclamaciones democráticas, nos encontramos en un mundo rigurosamente vigilado y censurado. Hoy mismo El País encabeza una noticia relativa a que el futbolista Anelka no sirve como espía. Dentro del rifi-rafe que asola a la sección francesa de fútbol (¡el fútbol, sólo el fútbol preocupa al mundo entero, mientras merman de manera espectacular los derechos ciudadanos!) se destaca la poca capacidad para el espionaje de aquel fichaje millonario del Real Madrid. Cómo si el espionaje tuviese alguna característica positiva en un mundo de desconfianza humana. Ayer otra noticia destacaba que la sede del servicio secreto de Mali había sido atacada, imputándoselo a seguidores de Al Qaeda. Y así una larga lista si se rastrean retrospectivamente los periódicos.
Dacio Gil andaba con la mosca tras la oreja pero leyendo tranquilamente el periódico un domingo le saltaron todas las alarmas. En efecto, hace unos días (el domingo 13 de junio) El País dedicaba toda una página a un curso inquietante: El Master universitario de Analista de Inteligencia propulsado por el CNI (“la casa” de los espías); el Ministerio de Defensa (donde más espías hay por metro cuadrado, aún hoy que ya no hay reclutas ni conscriptos), la universidad Juan Carlos I y la universidad Carlos III. ¡Gato, gato! Quienes conocen el funcionamiento de la universidad española no se escandalizan ni se preocupan: dicen a este viejo Gil que es sólo un “chiringuito” de los muchos que se inventan en la universidad para allegar subvenciones, que sólo es necesario tener amigos en las instituciones. Resulta que ahora los espías se denominan analistas de inteligencia. En la cultura de la sospecha en la que nos movemos, la tapadera ahora es “el mercado” que llegaría hasta el rastreo de los blogs. Lo que eufemísticamente se llama metodologías del ciclo de inteligencia. O sea, ni más ni menos que otro oxímoron como eso de la policía científica… Dicen que estas metodologías se terminarán imponiendo dentro de las empresas y las organizaciones. ¿No les recuerda a la asfixiante delación de los regímenes totalitarios? Dacio Gil se encuentra ciertamente asustado. No encuentra ninguna diferencia entre totalitarismo y democracia. O mejor dicho, asistimos, dicho sea sin ambages, al totalitarismo democrático. O a la deformación totalitaria de la democracia. Espías, detectives, operadores de videovigilancia, policías secretas, inspectores de Hacienda, funcionarios de aduanas, chivatos, delatores, confidentes, censores son profesiones con futuro. Ahora bajo la rúbrica eufemística de analistas de inteligencia. Leyendo la biografía del nuevo director de las dieciséis agencias de espionaje de EEUU, James Clapper, este viejo Gil augura muy poco futuro a las facultades de Ciencias Políticas: dado el deterioro irreversible de la política y el auge de la cultura de la sospecha esa facultades trocarán su nombre por el de facultades de Inteligencia, Sospecha, Vigilancia y Espionaje. La relación de materias puede imaginarse…no se necesita demasiada inteligencia.
Pero a lo que vamos, Dacio Gil se comprometió a desvelar el lado “espía” de determinados hombres de letras españoles, y este viejo Dacio se tiene por un hombre de palabra. Comenzaremos por el hombre de letras espía por excelencia, don Francisco de Quevedo y Villegas.
En realidad, poco se llega a saber con certeza de la vida de los espías; aparecen y desaparecen, viajan de un confín a otro, y sus hitos biográficos presentan no pocas oscuridades, ficciones y hasta contradicciones. Como buenos espías. Se sabe, eso sí, que todos han vivido…y mucho, como quedó reflejado en el post anterior intercalado por el homenaje a don José Saramago. Posiblemente esa vida exprimida al máximo es lo que les permite verter en literatura todo lo que han visto y llegado a hacer. Experiencias que jamás alcanzarán a la mayoría de los mortales: lo mejor y lo peor de este mundo. La grandeza y la miseria de los seres humanos. Y Francisco de Quevedo no es una excepción en todo eso. Antes al contrario.
Dacio Gil tiene debilidad por Quevedo, por sus sátiras, por su pesimismo irónico, hasta por sus lentes. Pendenciero desde su juventud (mató en duelo a un estudiante y huyó de España para eludir el arresto y la pena); con muchos amoríos (de pago en muchos casos); trato con el hampa sevillana; correrías con el que luego sería Duque de Osuna; conocido en la época como Francisco de Quebebo por su afición al morapio; liberalidad económica y múltiples cohechos (“untar estos carros para que no rechinen” dicen que decía); jugosas retribuciones reales, etc., etc., etc. Como puede suponerse siendo desde su juventud amigo de correrías de Pedro Téllez, su vida discurre en paralelo a la de éste. Además de la pensión de la Corona y del reconocimiento como Caballero de la Orden de Santiago, recibía una generosa financiación irregular del Duque de Osuna, que le llegó a encomendar una conjura contra el gobierno de Venecia designándole como muñidor de la conspiración y la insurrección para el día de la Ascensión de 1617. Todo estaba perfectamente preparado por Quevedo, pero algún agente “doble” (el espionaje no es nada sin el contraespionaje: como el matrimonio sin el adulterio) había advertido al Consejo de los Diez que gobernaba en Venecia y el complot fracasó. Se cuenta que se disfrazó de pordiosero y se adhirió a la turbamulta que lo buscaba para matarle. Naturalmente el gobierno español negó cualquier participación. Andando el tiempo Quevedo compareció ante el Consejo de Estado y ha quedado constancia documental de su intervención no sólo como espía sino como conspirador y, por ende, de la existencia de agentes dobles. Las vicisitudes posteriores del Duque de Osuna y del propio Quevedo son conocidas: destierro y confinamiento en su heredad de Torre de Juan Abad; indulto por el Conde Duque de Olivares; extraño obligado matrimonio con la viuda Esperanza de Aragón, Señora de Cetina, que duraría apenas tres meses; aparición del libelo contra Quevedo titulado el tribunal de la justa venganza que lo tilda de “ Maestro en horrores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonadas, bachiller de suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres”; posterior ensañamiento contra él del Conde Duque de Olivares y hasta de Richelieu, acusándolo de relaciones con el espionaje francés; encierro en la prisión de San Marcos en León.
Francisco de Quevedo murió desengañado pero muy vivido en Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, donde se llevó a la tumba muchos secretos. Destino de los buenos espías: conocer lo que los demás ignoran y llevárselo con él en silencio. Su azarosa y frenética vida le aportó todos los materiales para su obra literaria. Pero la vida muy vivida no hace a un buen literato. Hace falta talento e ingenio. Y Quevedo los tenía.
Nadie duda de la categoría literaria de Miguel de Cervantes. Quien no ha disfrutado de la lectura del Quijote tiene múltiples referencias del escritor español por excelencia. Te trata del libro de los libros. Dacio Gil tiene que reconocer que, incitado por Don Alejandro, sintió auténtico deleite en la segunda lectura de El Quijote. Tiene las dos ediciones leídas completamente subrayadas. No quiso releer la edición subrayada previamente. El Quijote leído sin prisas produce auténtica delectación. La vida de Cervantes, empero, es una concatenación de enigmas aún por descifrar. Se sabe que un percance como soldado le hizo ser conocido para la posteridad como el manco de Lepanto, pero poco se conoce sobre su azarosa vida. Incluso se ha llegado a afirmar que hubieron dos coetáneos con el mismo nombre y parecida vida. Propio de un espía. Se sabe que también Cervantes participó en un duelo hiriendo a Antonio Segura, aparejador real y que, ante la sentencia de que “le fuese cortada la mano derecha”, huyó de España. Se sabe también que fue un eterno “pretendiente” de empleos públicos y que no abandonó nunca esa aspiración: solicitó todo tipo de oficios públicos (la tapadera del funcionariado es la mayoritaria en los espías) y llegó a ser comisario real de cereales y aceite.
Fue el norteamericano Harold Bloom el primero que destacó que Cervantes actuó como espía en Orán y Portugal. Hasta ese momento la mayoría de los biógrafos e historiadores aludían sólo a una “misión especial” (M. Fernández de Navarrete), “trabajo temporal secreto al servicio del Rey” (M. Fernández Álvarez), “breve y peligrosa misión de consolación” (J. Cannavaggio), “mensajero del Rey” (M. Mc Kendrick). Manuel Fernández Álvarez puso en duda siempre la condición de espía de Cervantes, pero aceptaba que “el rey quería obtener información de lo que pasaba en el Mediterráneo, para estar al tanto de lo que pasaba en las plazas portuguesas”, “Felipe II se preocupa por la posible pérdida de Orán”, consideraba que envió a Cervantes “como mensajero especial para dar órdenes sin dejar documentos, de boca a boca” y concluía su documentada biografía del manco de Lepanto afirmando que la misión era peligrosa, pero sin mayores complejidades, puesto que se limitaba a transmitir un mensaje regio. La gloria literaria española por excelencia fue, sin embargo, un agente secreto, un agente experto que recogía información. Y en el Archivo de Simancas queda constancia documental de la orden de pago de su estipendio fraccionado (50 escudos para la ida y 50 a la vuelta). Este viejo Dacio Gil ni quita ni pone espía, pero la labor secreta existió y son grandes los interrogantes sobre su alcance así como el de los cuatro intentos previos de fuga de Argel y los indultos subsiguientes. Fue espía, pero quedémonos con estos datos: 1. Cervantes fue un eterno pretendiente de empleos públicos en el servicio exterior (históricamente la mayor tapadera de espías): Contaduría del nuevo Reino de Granada; gobernación de la provincia de Soconusco (Guatemala); contador de galeras en Cartagena de Indias; corregidor en la ciudad de La Paz (Bolivia. 2. Su vida presenta múltiples enigmas aún sin resolver.
Ya a vuela pluma este viejo Gil apuntará muy comprimidamente que también fue espía y conspirador -contra Alfonso XIII y contra la II República-, Josep Pla (junto a Carlos Sentís y Eugenio D´Ors). Como “agente conocido” vigilaba en Francia los movimientos de armamento y financiación de la II República, lo que facilitaba los sabotajes y el robo de municiones. Además, a bordo del yate del Cónsul de Dinamarca, interceptaba las comunicaciones de los barcos republicanos. Pla aparecía y desaparecía en Francia. En 1939 apareció en Barcelona con las triunfantes tropas de Franco. Murió en una especie de exilio interior ampurdanés. Desde muy joven este notario frustrado fue un personaje peculiar: fue expulsado del internado del colegio marista en el que se encontraba porque le descubrieron de escapada en un burdel con otros compañeros. Dacio Gil ha conocido la literatura de este escritor muy recientemente, gracias a una librería de lance.
También fue espía y censor el Nobel Camilo José Cela. Aspectos que han sido aireados por la prensa contemporánea y son de sobra conocidos. Dacio Gil sólo ha leído de él La colmena y rol de cornudos.
Y muchos más espías femeninos y masculinos habrá en la literatura y el periodismo español, pero este viejo Dacio desconoce su condición.
Espías hay, pues, en todas la profesiones y actividades humanas. Hoy posiblemente hay más espías femeninas que masculinos. Aunque siempre las Madames que regentaban casas de lenocinio han sido consideradas como agentes múltiples. Desde Mata Hari a Josephine Baker espías femeninos notorias ha habido también en todas las actividades. Y en la nómina actual del CNI español destacan frecuentes nombres femeninos (algunos que cambian de nombre por aquello de facilitar la labor secreta). Existe un libro de Laura Manzanera titulado Mujeres espías (Destino, 2008) que este viejo dacio no ha podido consultar, seguro que arrojará datos interesantes.
Las épocas de crisis socio-económicas y de postguerra como la actual se prestan a un aumento del espionaje y la delación. Nadie se salva. Mucho se habla de Alianza de Civilizaciones y por el contrario prolifera el espionaje y la traición. Hipocresía pura. En orden a todo lo apuntado, quédense con estas recientes noticias de prensa: 1. La crisis multiplica por cinco los encargos de detectives (29 de mayo); 2. Las denuncias ciudadanas sobre videovigilancia se disparan (3 de junio); 3. Hacienda investiga a 2,6 millones de parados, divorciados y empresas en quiebra (5 de junio).
En otro post habrá que hablar de el espionaje en el mundo científico. En los años de la transición, el diario el Pais alertó de la existencia, desde la época franquista, de un posible servicio de espionaje en el CSIC bajo la apariencia de una sociedad de estudios. En la reciente obra Ciencia y fascismo (A. Gómez y A.F Canales; Ed. laertes 2010) que este Dacio Gil hojeó en la Feria del Libro, se apunta asimismo que el CSIC sirvió como canal irregular de financiación a un instituto secular, así que pudo ser también quizás un fondo de reptiles.
Armand Mattelart viene avisando desde hace mucho sobre los peligros de la obsesión institucional por la seguridad y las nuevas tecnologías. Su último libro en España, “Un mundo vigilado” pretende concienciarnos de la amputación de derechos y libertades bajo el manto de la democracia mediante dispositivos de vigilancia cada vez más sofisticados. Los espías deberían ser en ese contexto figuras de museo. Sin embargo han renacido con mayor auge. No se trata ni de Música Celestial ni de Libros de Caballerías. ¿Qué futuro nos aguarda? Esa es la cuestión. No sólo de literatura vive el hombre.
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