No es ciertamente este viejo Dacio Gil muy aficionado a la tauromaquia. Tampoco se alinea, ni mucho menos, entre los abolicionistas de la fiesta nacional, eso se lo deja a los nacionalistas en su búsqueda desesperada de metarias identitarias de calado electoral y a esa nominativa "progresía" que se mueve en una cierta confusión jurídica e intelectual. Aunque no sin incoherencia este viejo Gil reconoce que fueron precisamente los "ilustrados" liderados por el Conde de Aranda quienes, reinando Carlos III, impulsaron la primera prohibición de la fiesta taurina por parte de la Autoridad. Aunque, como pasa siempre, esa misma Autoridad indefectiblemete miraba hacia otro lado cuando se celebraban los cada vez más frecuentes festejos. En aquella época abolicionista sólo se reabría un cierto debate periodístico a la sombra de los accidentes mortales de los toreros. Nada nuevo. Esa es la constante en la historia viva de las prohibiciones del derecho administrativo y la vista gorda del propio sistema jurídico.
Dacio Gil cree razonable distanciarse del etnocentrismo que situa al hombre (con perdón del abuso de lenguaje: es sólo una forma precisa de expresarse) como centro de la creación. A pesar de que este Gil no gusta de tener mascotas -lo que le diferencia de dilectos amigos y familiares-, es, como seguidor del etólogo Konrad Lorenz, un firme convencido del obligado respeto por los animales. Esos animales inferiores que el "animal superior", incluso el más naturalista, utiliza para alimentarse, para sus estudios científicos y para fabricar con sus pieles artículos de moda. También como objeto de disfrute cinegético, vigilancia de residencias en el campo y compañía ante la soledad humana. A estos efectos es conmovedora la escena de la película de Patrice Leconte La maté porque era mía (Tango), en la que tío del protagonista, a la sazón importante Juez (encarnado por Philippe Noiret), se dirige a quien parece ser su amante que no aparece en escena y que resulta ser en realidad su mascota: su gatita.
En la sociedad actual se aprecia una tendencia absolutamente contradictoria: por un lado se detecta una evidente deshumanización creciente de la convivencia y, por otro, es constatable el auge de lo que podríamos denominar los derechos humanos de los animales. Incluso los juristas, tan imbuidos -se creen ellos- de sentido común, han pasado de considerar a los animales simples res nulius a construir teorías jurídicas diversas relativas a los derechos de los animales-persona. Atrás ha quedado ya lo que el civilista Luis Diez Picazo denominó con humor "delito de pecicidio", pero el debate jurídico continúa imparable: que si derechos subjetivos de los animales, que si derechos morales, que si derechos de personalidad de los animales e incluso se debate sobre su legitimación procesal. Por supuesto, las Administraciones y las asociaciones subvencionables por éstas, aplicando al máximo el apotegma "la función hace al órgano", se han aprestado a declarar de interés general los derechos humanos de los animales, desde los toros bravos (tan de moda en Cataluña y en Calamaro) hasta las alimañas. Desde los periquitos capaces de darlo todo por amor (la historia del obstinado y noble amor de Alvarito por Elvirita es memorable) hasta el pato cuchara (Anas clypeata) que tanto furor asociativo ha despertado últimamente.
Este viejo Dacio Gil se ha quedado definitivamente rezagado en estos temas. Tanto en el plano jurídico como también en el etológico. Y, por supuesto, en las nuevas tendencias de "deshumanización" de la convivencia humana. Cree, porque la ha vivido en primera persona, que existe la sutil violencia entre los "animales superiores" que supera con creces la descrita de los "animales inferiores". Que también existen alimañas humanas en las organizaciones aparentemente más nobles. Por eso mismo sigue instalado en los manidos tópicos tautológicos de que las jirafas tienen ideas muy elevadas o de que las avestruces son el prototipo de estupidez o que las mulas comen con el rabo, en fin, que las hienas se ríen. Eso permite a este viejo Gil seguir pensando en las bondades del animal superior: un bípedo implume, racional, locuaz, melancólico y jactancioso, capaz, entre otras muchas iniquidades, de robar el fuego a los dioses para luego incendiar su propio pajar o el de sus vecinos. Un animal superior que, ahora que prima el agnosticismo y el escepticismo, parece haber encontrado la solución a sus problemas en el Libro de Job: Pregunta a las bestias y te instruirán, a las aves y te informarán, a los reptiles y te darán lecciones.
El usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia es incorregible. Se ha vuelto a perder en circunloquios. Hoy quería traer a la tribuna el hilo conductor que une al torero Lucio Sandín y la deportista Dorothy De Low. Lucio Sandín es un torero retirado que llegó a gran maestro del toreo a pesar de haber perdido un ojo en la Maestranza de Sevilla siendo novillero. Dorothy De Low es una deportista de 100 años que acaba de participar en un campeonato del mundo. Lucio Sandín entrenó sus reflejos, la agilidad óptica y la ampliación del campo visual mediante la práctica del tenis de mesa. Dorithy De Low es una jugadora de tenis de mesa participante a sus 100 años en el campeonato mundial que se celebra en Mongolia Interior. Lucio Sandín dejó contrastada su clase. Dorothy De Low aparece en las fotografías realizando un magnífico golpe de efecto slice. Lucio Sandín fué un ejemplo de perseverancia y fuerza de voluntad. Dorothy De Low es sin duda una prodigio de la naturaleza (no tenemos razones para creer que se atiborre de antioxidantes).
El tenis de mesa parece por consiguiente una buena disciplina para mucho más que mantenerse en forma y cultivar los reflejos.
Deberíamos plantearnos celebrar un campeonato universal open de tenis de mesa, en que pudiesen participar los considerados animales superiores y valorados como animales inferiores. Acaso el elefante con su larga trompa resultase imbatible, dejando en pañales las técnicas de los mitos europeos Victor Barna y Ove Waldner o de los actuales campeones chinos Wank Liqin y Zhang Yining. O en el plano español a los míticos J. M. Palés en el individual masculino y la pareja Maguly-Mayuli tanto en el individual como en el dobles femenino.
No sólo de sedicentes derechos se vive en el universo. También de otras actividades como, verbigracia, la práctica deportiva que no es el futbol.
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