Cuando se es jovenzuelo uno no suele reparar en determinados detalles estéticos de las mujeres. Con la edad, sin embargo, el hombre se detiene en atributos muy concretos de las damas: el alma, el vestido, el calzado, la discreción, la elegancia de los gestos, el cuello, los tobillos, las manos, la piel, el pelo. Detalles, en fin, que en la juventud o no reparaba o desconocía su innato valor estético.
Este viejo Dacio Gil en la edad tardía en la que se encuentra instalado a su pesar no sabe, verbigracia, distinguir los labios y los senos de las mujeres operadas. Nunca sabe qué decir cuando una de las mujeres que puedan acompañarle le advierte cada vez con más frecuencia eso de "mira esa mujer con los labios (o esas tetas) operadas". Pero hasta ahora ninguna mujer le ha avisado para que pose su mirada sobre unas nalgas operadas. Posiblemente porque sus interlocutoras no imaginan ni distinguen tampoco cuáles pueden ser operadas y cuales no. Francamente, Dacio Gil no sabe distinguir una operada estética o una sin operar. Sabe sólo, eso sí, distinguir en una playa el cuerpo de una jovencita y el de una joven y así sucesivamente. Lo demás, la verdad es que no. Tal vez porque desde siempre le ha disgustado y le incomoda la desnudez imperante en playas y piscinas. Acaso porque se haya quedado estancado en el fetichismo de la vestimenta. Aunque Dacio Gil en la actualidad divise casi desnudo la sociedad que le rodea desde la suciedad de un tonel rodeado de cachivaches inútiles y papeles y libros, como Diógenes.
La prensa de este mes viene proclamando que se avecina la culomanía y este Gil pensaba que la noticia se referiría a que, como todos los veranos, las señoras de cualquier edad quieren lucir palmito, incluidas las nalgas. Pero no; parece que lo que se aproxima es la exaltación del trasero masculino (Dacio Gil cree haber dado muestras suficientes de no ser sospechoso en ese mundo, aunque...). Este mundo no hay quien lo entienda: por un lado las mujeres se han incorporado al incómodo, desagradecido y traidor mundo del trabajo que antes copaban los hombres y, por contra, los hombres (bajo un generoso epígrafe que abarcaría gays, metrosexuales, frikis, tatuados, rapados, depilados, osos y demodés) parecen haberse entregado al mercado cosmético felicitario antes exclusivo de las mujeres bien. Es cierto que las estadísticas demuestran que en lo primero que se fijan las mujeres (y, un suponer, los gays) es en el trasero del hombre. De ahí el éxito sexual de los toreros, ya que ni siquiera Carlos Escolar Frascuelo es culigordo o culicaído a sus 60 años como la mayoría de los de su género. Parece, pues, que con la liberación homosexual los hombres se han lanzado frenéticamente al mercado de tan importante señal sexual: gluteoplastias; Up-Forms; Skinshape; Banana subglútea; plataformas vibratorias; spinnin; anticelulíticos y quemagrasas. Dacio Gil no va a entrar -ni le interesa más allá de la tendencia sociológica- en ese debate del erotismo de las nalgas masculinas, se limita a constatar su existencia en la prensa. Por lo demás, carece de objetividad y gusta y admirará mientras pueda de otros culos semejantes a al multimillonariamente asegurado de Jennifer López u otras mujeres que, aunque orgullosas de su trasero, jamás lo asegurarían por cantidad alguna, aunque tengan aseguradas las miradas furtivas y frescachonas de muchísimos admiradores e incógnitos pretendientes. Pura cuestión de género.
Justo es reconocer que a lo largo de la historia muchos hombres han perdido el juicio por un culo, por varios culos o tal vez, si recaían como animales humanos, por muchos culos. Dacio Gil reniega de la política actual escatológica hecha con el culo, pero si siente que aún se desequilibra (aunque sea ya sólo cual sumidero, como con gracia apunta Vicente Verdú; pero sí que pierde el sentido) al ver unos gluteos femeninos cincelados por el pedalear sobre la bicicleta, el subir escaleras o simplemente fruto divino de los genes acertados o del gratuito y selectivo don de la naturaleza. Seguro que tatarabuelo de este Gil, el orangután, no reparaba tanto en el culo pelao de las orangutanas. Algo habrá influido la capacidad de ensoñación y fantasía del hombre y su entrenamiento en esa dirección. El filósofo argentino Juan Pablo Fleinmann dice que vivimos una época de culocracia, que los diseñadores de moda han terminado por crear la mujer culo y el hombre culo. En algunos lugares de latinoamérica al culo se le denomina cola para remarcar nuestro origen animal. Y las mujeres latinoamericanas parecen las únicas ya que lucen con galanura prendas que realzan la colita, que no debe confundirse con otro atributo masculino que culturalmente abjura en todo caso del diminutivo, que no es empleado ni siquiera en la jerigonza erótica de la pareja.
Dacio Gil quería hablar hoy de cabello y de peinados fundamentalmente femeninos y hasta aquí viene embrollado en otras cosas ¿Qué tendrá que ver el culo con las témporas?
En otra noticia de prensa del mes de junio en un diario alicantino se advertía de que el pelo largo gana otra generación, que las mujeres mayores de 50 años llevaban ahora el pelo largo como símbolo de juventud, independencia y modernidad requeridos en el entorno laboral. Otro de los axiomas que a Dacio Gil se le diluía en la nada como un grano de sal. Hasta ahora había hecho suya como axiológica una confidencia hecha hace ya muchos años por un gentleman hispano-norteamericano que le dijo que para un hombre maduro una calva digna era un atributo de encanto para las mujeres, lo mismo que el pelo por los hombros refulgía en una bella mujer de la buena sociedad. Desde aquella confidencia Dacio Gil siempre ha sentido cierto pudor ante una peluca o un peluquín o, mucho más, ante un peinado cruzado a los Anasagasti o entretejido de un extremo a otro como cierto profesor de filosofía que las pasaba canutas los días de viento. Y por las mismas razones se ha sentido incómodo ante una mujer cercana a los sesenta años con el pelo por la cintura o todavía más largo. Lo identificaba indefectiblemente a una mujer estancada en el tiempo, que no había superado la adolescencia y no hubiese evolucionado. Pensaba que con el paso del tiempo las mujeres debían acomodar la longitud de su cabellera inversamente a su edad: el pelo por los hombros reivindicaba la serena belleza. Y a fe que distinguidas mujeres maduras ha conocido Dacio Gil con el pelo limitado por los hombros. Con independencia de la moda a lo garson, el cardado de la cantante Lulú, el brushing de Los Ángeles de Charlie, el planchado, el pelo afro, el pelo a capas o el pelo de leona. Las crestas, al saber y entender de este Gil, son propias de jovencitas o de tribus urbanas.
Sea como fuere, lo cierto es que con el derrumbe sociológico del ideal mujer-esposa y el auge de las solteras de más de 4o y las separadas y divorciadas de más de 50 (y es de suponer que también las medio pensionistas de esas edades que mimetizan a las vanguardistas) y la preponderancia del modelo de las triunfadoras y empresarias se busque destacar hábitos juveniles y estética teenager. La competencia es muy dura y este viejo Gil conoce una mujer que solía decir que la decrepitud de una mujer muy bella es un acontecimiento más trágico que la ruina del multimillonario. No le faltaba razón: la belleza desbordante de una mujer no merece comparación con el vil metal ni con el becerro de oro. Pongamos las cosas en su justo sitio.
Los escépticos economicistas , por contra, mantienen que el resurgimiento del pelo largo en la mujer madura es sólo consecuencia de las nuevas tecnologías (las extensiones, las planchas de cerámica, los tratamientos sistémicos de precios astronómicos. Dacio Gil quiere mantener una postura ecléctica y se decanta por pensar que con la llegada de la culocracia y el trasero perfecto las mujeres tratan de conducir la mirada del hombre a lo largo de su cabellera hacia esa proción de su cuerpo que hacía milagros y que ahora con las promesas de la guteoplastia y la traseroestética no se debe renunciar a nada, aunque segundas partes nunca fueron buenas.
Y puesto a rememorar andanzas Dacio Gil se visualiza a sí mismo de jovenzuelo purasangre hace muchos muchos años mirando y persiguiendo traseros de las turistas que pululaban alegres por el lago Martianez en Tenerife. ¡Menudo chasco! Al sobrepasarlas para admirar furtivamente la belleza de tan excelso atributo comprobaba que correspondía a suecas y alemanas de cerca de 70 años. Muy morenas y sumamente cuidadas sus arrugas. Eso si.
Los años no perdonan a este viejo Dacio Gil y siempre ahuyenta a sus eventuales oyentes con sus digresiones incongruentes. De nuevo lo accesorio se ha comido a lo esencial: hoy de los que quería hablar -además de los anterior- es de crisis económica, Auschwitz, Nefertiti, chapapote y estropajo de pelo. Habrá que hacerlo en otro post. Todo sea por haber dado noticia de la culocracia que nada tiene que ver con el Lobby gay ni con la política en las antípodas corporales del cerebro donde debería residir la inteligencia. El que no se haya perdido por un buen culo y la que no se haya jactado de un trasero de champions que tire la primera piedra...
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