jueves, 22 de marzo de 2012

DE MEZQUINDADES Y FRAUDES DESTAPADOS EN LA CIENCIA.

Posiblemente desde tiempo inmemorial estemos instalados en la sociedad del fraude. Ahora se destapan con mayor alegría –y eficacia política- pero han existido siempre. Lo que pasa es que la ideología interna de las organizaciones y el lenguaje institucional los han tapado siempre. ¿A quién no le han llegado noticias de la existencia cajeros de bancos importantes que habían sustraído continuadamente y al ser descubiertos se adoptaba una solución de tapadillo para no “dañar” el buen nombre de la institución? Ruíz Mateos, López de Letona y Mario Conde no fueron los primeros, antes muchos habían metido la mano en la caja. ¿El Corte Inglés ha dado lugar alguna vez a un escándalo por las prácticas inapropiadas de algún gerente de planta? ¿La Conferencia Episcopal ha reconocido con rapidez los casos de pederastia y abusos con menores? ¿Los frecuentes escándalos sexuales y financieros en el ejército no se han intentado mantener siempre en sordina? ¿Muchos de los innumerables booms periodísticos no fueron simplemente patrañas e invenciones; y en su vertiente de comunicación científica no son sino “la voz de su amo”? ¿Las siderales deudas de los clubes de fútbol no se han terminado siempre asumiendo por los españoles con un plan de “regularización” y un quítame allá unas parcelas urbanizables y unas torres? ¿En las administraciones públicas, mucho antes de esta “crisis” arrasadora que terminará por hacer desaparecer cualquier mínimo derecho "estatutario" del funcionario de base, no se han violado de manera continuada y sistemática las relaciones de puestos de trabajo y la carrera profesional reglada sin que nadie se escandalizase? ¿El estructural fraude económico del CSIC ha recibido alguna vez algún correctivo? ¿No hubo un ministro de Sanidad, de carrera académica dudosa, que se proclamó con desparpajo epígono de Hwang Woo-suk?

La insistencia del periódico EL PAIS en ir sacando uno de los fraudes característicos del CSIC, en este caso concreto el de un veterinario contratado en la Estación Biológica de Doñana cuando ha callado cual tumba mora en el caso Fernando Belinchón, o en la sorpresiva aprobación en el último Consejo de Ministros de Zapatero, a finales de 2011, de un anticipo de Fondos FEDER al CSIC, para –según se ha dicho oficialmente, pero cabe albergar serias dudas de ingeniería financiera- la construcción de la nueva sede del Instituto de la Grasa. Para el engrasamiento del sistema financiero del CSIC, ese diario se limitó a reproducir la nota de prensa de Moncloa, y sobre el drenaje de fondos europeos a bolsillos particulares en el caso Fernando Belinchón se guardó un táctico y sepulcral silencio. Todo hace pensar que en esto de la prensa no hay puntada sin hilo, que la noticia del veterinario de Doñana se plantea como una mina antipersonas de espoleta retardada. Y el viejo Dacio Gil se malicia que va dirigida contra la Secretaria de Estado de Educación Montserrat Gomendio Kindelán que acampó durante una época en el Museo de Ciencias y algo tendrá de lo que avergonzarse. Habrá que esperar qué más interesa destapar en este asunto menor dentro del esperpéntico CSIC en el que todo cabe y nadie nunca es responsable de nada.

El viejo Dacio Gil viene recopilando y clasificando desde hace bastantes años, con paciencia de entomólogo, datos sobre el fraude en la ciencia que es mucho más que el fraude científico. Ya dispone de datos para abordar una especie de Tratado de la Infamia Científica en todas sus vertientes. Quienes no la conocen de cerca tienen una idea venerable de la ciencia cuando la realidad es bien distinta: es un endiablado foco de poder, de fraudes, de insidias y miserias humanas. La ciencia, qué sea la Ciencia, la construyen los hombres. Como organización tiene los mismos males endémicos que la Universidad, y puede decirse que va un paso por detrás: reductos medievales fortalecidos por la adaptación del modelo burocrático francés. Ignacio Sotelo ya lo advirtió en 1993 en una conferencia en Granada (y fue demoledor más tarde en una serie de artículos en EL PAIS): “ La Universidad burocrática española (y el CSIC que le sigue sin alcanzarla, sostiene Gil), herméticamente cerrada en sí misma, en la que sin salir del mismo edificio, se puede recorrer todo el escalafón, de estudiante a rector, es capaz de aumentar su presupuestos sin que haya motivado lo más mínimo a profesores y alumnos”. No es casualidad que el gran Alejandro Nieto concibiese dos de sus obras cimeras (La organización del desgobierno y la tribu universitaria) tras su paso por la presidencia del CSIC. Desgraciadamente, visto lo visto, del CSIC son hoy predicables aquellos endémicos males que detectase el joven Nieto en la burocracia española del franquismo: Parasitismo, prebendalismo y esclerosis.

Pero ya se detendrá el usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia sobre el fraude y la manipulación en y por la ciencia. Es de esperar que la salud quebradiza del viejo Dacio Gil otorgue tiempo para ello. Hoy quiere mostrar un exponente de la miseria del ser humano también en el campo científico, como prueba de que no es oro todo lo que reluce. Y que no es oro lo demuestra el que en Mexico hubo una tiranía ilustrada en tiempos del dictador Porfirio Díaz que se hizo llamar Los Científicos...Más o menos como los tecnócratas de este siglo XXI intentando posicionarse privilegiadamente en el nuevo modelo económico y productivo.

Hoy quiere traer a esta Tribuna Alta Preferencia, para destacar la distancia sideral que separa la ciencia oficial organizada de la auténtica ciencia, a Nikola Tesla, un auténtico científico teórico y además aplicado que no ocupa lugar destacado en el oficial Olimpo científico, precisamente por la ineptitud, envidia, estrechez, codicia, mezquindad y maldad humanas.

Vaya por delante que Tesla descubrió el movimiento de la corriente alterna (AC frente a DC) a partir de una bobina de alta frecuencia y su prodigiosa mente concibió y sentó las bases científicas de muchos inventos en el campo de la electricidad: rayos X, iluminación sin cables, tubo catódico, los tubos fluorescentes de alto rendimiento, invención de la radio que luego le vampirizó Marconi, el barco a mando a distancia, fuentes eléctricamente secuenciadas, el avión de despegue vertical y otros muchos inventos, producto de una mente extraordinariamente privilegiada. Hasta sus estudios de la transmisión de la energía por la piel dieron lugar a la silla eléctrica.

Nikola Tesla es un claro exponente de las corruptelas del sistema oficial de ciencia en sus aspectos políticos, militares y, sobre todo comerciales. Tesla fue encarnizadamente perseguido por Thomas Alva Edison (un inventor que odiaba a los científicos teóricos) en su intento comercial de desprestigiarlo. Edison, un hombre sin escrúpulos y ávido de financiación pública y réditos comerciales y políticos no dudó en engañar a Tesla como hacen los vulgares subdirectores en las administraciones con sus subordinados de buena fe: prometiendo, sin mediar acuerdo por escrito, una recompensa que nunca se cumple. Edison propuso 50.000 dólares de la época a Tesla si éste conseguía sincronizar el sistema de electrificación de sus oficinas. En poco tiempo Tesla lo tuvo no sólo sincronizado sino que produjo alrededor de 30 patentes que Edison se apropió. Cuando Tesla cumplió con creces el trato y reclamó su parte, Edison le espetó “Tesla, usted no comprende el sentido del humor de los norteamericanos”. Edison, muy protegido por políticos y financieros, y extremadamente celoso de la valía de Tesla siempre trató de desprestigiarlo. Está todo documentado en lo que se conoce como “la batalla de las corrientes”

Incluso su valedor financiero George Westinghouse también se aprovechó –aunque no le maltrató en su reputación científica- de las patentes y royalties de Tesla, además de perjudicarle en cada fusión empresarial (no se olvide el pujante negocio de la electricidad y el papel de las grandes empresas eléctricas, como la General Electric Company). Tesla murio sólo y arruinado en el hotel New Yorker, donde vivía merced a la amistad con su propietario (que se resarcía con el rendimientos de alguna de sus patentes). Murió despreciado por unos envidiosos enemigos que se habían hecho ricos y famosos, en muchos casos a su costa, y que lo llamaban el loco Tesla. Para mayor espacio a la sospecha y a las dudas, Tesla apareció muerto tres días después de haber contactado con las autoridades militares norteamericanas para mostrarles su invento del “rayo de la muerte”. El FBI incautó inmediatamente a su muerte sus últimos trabajos, entre ellos “el rayo de la muerte” así como otros más y mandó poner bajo custodia, se supone que para proteger el interés general (?), todas sus patentes. Una parte de los documentos desaparecidos se ha revelado hace poco gracias a la Freedom of Information Act, que permite desclasificar documentos secretos con el paso del tiempo. Otros muchos han desparecido sospechosamente .

Nikola Tesla fue un niño extraordinariamente reservado y estudioso, además de muy culto. Se dice que llegó a dominar 20 lenguas y que podía recitar libros enteros de memoria. Entre ellos el Fausto de Goethe. No fue un hombre avispado en las finanzas ni en las intrigas para obtener fondos, por eso refulge con luz propia su frase lapidaria “los últimos 29 días del mes son los más duros”. El viejo Dacio Gil tiene a Nikola Tesla como el producto de lo que es la ciencia oficial organizada, fuertemente penetrada de insidias y miserias de todo orden. Una mente cultivada teóricamente y con una gran capacidad de visualización se ha visto eclipsada en la historia por personajes ávidos de glorias políticas y Eldorados múltiples. Salvando las distancias, Teslas hay y habrá en todas las épocas.

El viejo Dacio Gil podría extenderse en detalles sobre este científico singular, pero para quienes puedan encontrarse interesados en la vida y milagros del genio Nikola Tesla acaso sea mejor recomendar que acudan a la exposición que lleva su nombre. Aún dispondrán de una semana para acudir a la exposición que en su honor se ofrece en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físiscas y Naturales y en la que encontrarán múltiples datos de la vida e inventos de este hombre, además de poder accionar a discreción su “huevo de Colón” y la ruidosa iluminación sin cables. De seguro profundizarán luego en una vida sumamente interesante y esclarecedora del contexto social en el que se inscribió este prolífico inventor y negado financiero.

De mezquindades, envidias y luchas de poder está sembrado el campo de la Ciencia. Y el periodismo científico no se encuentra muy ajeno a todas estas miserias humanas.

martes, 13 de marzo de 2012

ORGANIZADORES A LA VIOLETA.

El viejo Dacio Gil arde en deseos de cumplir su anunciada promesa y contar todo lo acontecido en el seminario recientemente organizado por la Troba de Prejubilados Truncos del banco y cuyo lema ha sido “Capital erótico y déficit sexual masculino”. Pero el último post de recuerdo a Quique Camoiras y la labor de preparación personal de los temas del seminario han hecho que se le produzca al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia un cruce de asociaciones que es necesario aventar para que no reconcoman más el ánimo del achacoso Dacio Gil.


En el mundo en que vivimos, las grades decepciones -cada vez son más enjundiosas y continuadas- siempre se terminan achacando a problemas de organización. Se contemple el ámbito que se contemple, cuando la decepción ya ha sido aprendida por la mayoría, se endosan la totalidad de los males a la organización. Y de inmediato se empiezan a poner las bases para armar una nueva organización. Los viejos como Dacio Gil tienen suficientes datos –y vida transcurrida- para corroborar esta inexorable ley del péndulo: el eterno retorno de las organizaciones. Retornan con la cara lavada y algún nuevo aditamento ornamental, pero vienen a ser las mismas. Eso pasa tanto en la organización de la educación de los jóvenes como en el funcionamiento de los órdenes territoriales. Pasa con los hospitales y pasa con los juzgados. Y lo mismo puede decirse de las instituciones financieras ya sean cajetines, cajitas o cajones desastre. ¿Alguien recuerda hoy que hubo un tiempo en que los bancos se identificaban con todos sus nombres y apellidos en vez de los largos acrónimos actuales? Cambios que han sido consecuencia y reflejo de su sistema de organización. Pasa lo mismo con la política ya que quienes aspiran a llegar a detentar el poder mediante “elecciones razonablemente limpias” (Adam Przeworski) dicen rebelarse contra el sistema institucional existente y emiten múltiples promesas organizativas que luego quedan reducidas a meras adaptaciones lingüísticas y/o levísimos revoques de fachada. Y no digamos lo que ocurre en la actual crisis de la organización familiar que todo se achaca a una deficiente conciliación de la vida familiar y la (sumidero) laboral. El papel de los abuelos y los tíos respecto a los hijos hace que se esté volviendo, sin nombrarla, a la denostada familia tribal que subvenía todas las necesidades y carencias.


El viejo Dacio Gil vivió este primer aprendizaje de la decepción siendo muy joven, cuando hacía el servicio militar. Un servicio militar que, por aquel entonces, comenzaba a renovarse admitiendo las barbas entre la tropa. Es recuerdo indeleble cómo en la formación de revista para la obtención del pase de fin de semana el oficial de día, si necesitaba retener a un determinado número de soldados para la actividades de sábado y domingo (en un cuartel en el que nominalmente figuraban -siempre escaqueados ya que jamás pisaron aquellas dependencias cuarteleras- gran número de toreros, dado que el coronel era presidente de una institución taurina de renombre), miraba fijamente la barba del joven Dacio Gil y señalando marcialmente con el dedo índice de la mano derecha las relucientes botas del soldado Gil le espetaba de seguido mirándole fijamente a los ojos: "arrestado de fin de semana; esas botas no están suficientemente limpias". Esa circunstancia se repitió al menos tres veces y eso que el arrestado de fin de semana había encargado a su santa madre que le comprase el betún que sacase más lustre del mercado y se aplicaba con espíritu deportivo al embetunado. La organización militar decía admitir en su seno la barba, pero sus integrantes parece que no la toleraban. Pero la gran decepción con la organización militar se le produjo al entonces joven Gil cuando apenas le restaban tres meses para licenciarse, al acercársele circunspecto y confidencial el veterano que-él sí- se licenciaba en esos días para ponerle al corriente del largo y continuado desfalco habido en aquellas dependencias (en rigor, una cadena sin fin) y la inexcusable necesidad de mantenerlo oculto por el bien de todos, incluida la organización, inflando exponencialmente los arqueos y los inventarios. El joven Gil esa noche no durmió del susto, pero en los tres meses que le restaban de soldado actuó como un veterano más y, a su vez, unos días antes de licenciarse puso en antecedentes a su sucesor para que siguiese la rueda. Nunca pasó nada. Los mandos fueron ascendidos, los soldados, entre ellos Dacio Gil, pudieron seguir licenciándose y celebrarlo en Segovia, siendo de suponer que el desfalco continuado se cuadraría maquillado en instancias superiores o se perdería entre las cuentas de Gran Capitán (nunca mejor dicho) ante la falta de perspicacia de la intervención oficial. Andando el tiempo el ejército se modernizó, se suprimieron las levas y se profesionalizaron todas las estructuras existentes. Nunca hemos sabido si continuaron desviaciones organizativas de similar calibre. Podemos suponerlo, visto lo que ocurre en todas las organizaciones sin excepción.


Volviendo a la actualidad, ninguno de los eventuales seguidores de este blog -si es que los hubiere- parece haber reparado en que el funcionario Briones, al que se aludía en el anterior post, era un funcionario, sí, pero un funcionario de la AISS que se había integrado en el sistema de “mérito y capacidad” constitucional por el método de los multitudinarios bautizos de arrianos tan al uso en toda época. El proceso es universal. Ejemplos parecidos se han producido, sin ir más lejos, en la Alemania reunificada con los funcionarios de la STASI: quienes vigilaban la vida de “los otros” se integraron sin distorsiones excesivas en las estructuras federales. Lo mismo aconteció en la URSS como denota la figura paradigmática del presidente Vladimir de Putin.


Soñamos con una sociedad organizada pero nunca alcanzamos el ideal, la prosa puede siempre con el verso. El actor Carmelo Gómez puede servir de ejemplo plástico. Veamos el porqué.


Carmelo Gómez es coprotagonista junto a Juan Diego Botto en la película de Gerardo Herrero Silencio en la nieve, basada en la magnífica novela de Ignacio del Valle El tiempo de los emperadores extraños sobre la División Azul del en otros tiempos aclamado y admirado general Agustín Muñoz Grandes y sus voluntarios. El tema de la División Azul resulta paradigmático pues era una organización iceberg que transitaba sin rumbo ni objetivos concretos por un conflicto bélico que a los españoles no debía afectar en aras a la neutralidad proclamada oficialmente. Tanto la organización como sus integrantes eran presentados por la propaganda oficial como auténticos mitos valerosos. La novela de Del Valle y las imágenes de Herrero muestran perfectamente cómo la organización ni mucho menos era como la pintaba los voceros del régimen sino que reflejaba todas y cada una de las miserias humanas tanto individuales como colectivas. Miserias como la Violeta, un juego de consecuencias vitales en el que todos participaban, incluidos los mandos superiores que tenían terminantemente prohibido el juego de la ruleta rusa. Carmelo Gómez, rezumando sabiduría popular en el papel del sargento Estrada, asume –mientras ayuda a desentrañar la madeja del “mira, mira que te mira Dios”- que la vida y las organizaciones son así: que nada se asemeja a su estatuto de creación, que la individualidad debe quedar disuelta en la organización para no destacar en demasía aplicándose al estricto ver, oír y callar. Tanto la novela de Ignacio del Valle como la película de Gerardo Herrero, deberían estudiarse en las Escuelas de negocios y en los departamentos de Ciencia de la Administración de las universidades pues muestran las entrañas de una organización sui generis que se mueve a la deriva pero en la que se aprecian los atributos reales y míticos de cualquier pretensión organizatoria institucional.


De nuevo con Carmelo Gómez como hilo conductor se tienen elementos para analizar las perversiones de las organizaciones. Gómez interpreta magistralmente a Elling en la adaptación teatral de la novela Hermanos de sangre del autor noruego Ingvar Ambjornsen. La obra muestra el fracaso –o, por mejor decir, el radical desenfoque- de las políticas sociales en el llamado Estado de Bienestar. En un contexto agridulce –cuando no sinceramente triste, aunque de gran ternura- Elling muestra la base esquizofrénica de la sociedad y sus organizaciones vicarias mostrando el núcleo duro de las imperceptibles fronteras entre normales y “anormales”: sólo un papel y un informe oficial los diferencia. También Elling debería ser material didáctico en escuelas de negocio y universidades en todos los ámbitos de organización social.


Con pequeños retoques cosméticos, creamos "nuevas" organizaciones sobre las precedentes, que a su vez servirán como armazón a las subsecuentes. Así nos vamos engañando con mitos como eficacia, eficiencia, productividad o conciliación. La Unión Europea es un claro ejemplo aunque nos pese reconocerlo.


Todo lo achacamos y lo esperamos de la organización salvífica. Y así nos luce el pelo.


El usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia –que no se ha caracterizado nunca por ser un hontanar de humoradas-no puede por menos que recordar aquella anécdota (¿o será un chiste?) que se contaba de un club de "relaciones liberales" para la intrépida élite selecta procedente de las muy reputadas Escuelas de Negocios en el que un día se fue la luz por un espacio prolongado de tiempo y entre un mar de jadeos y gemidos se oía tronar ¡Organización! ¡Organización! Al poco rato otra vez: ¡Organización! ¡Organización! Así unas cuantas veces más. En ese torbellino de gemidos y jadeos al fin se hizo la luz. En ese momento, un maqueado bróker se elevó sobre los demás y dijo: Organización, coño, organización. Que aquí somos 20 tías y 5 tíos y en lo que va de apagón es la tercera vez que me dan por culo…

martes, 6 de marzo de 2012

TU NO ESTÁS LOCO, CAMOIRAS.

Mala época es esta para los funcionarios. Y peor que se avecina con la necesidad imperiosa que tienen los detentadores de las instituciones públicas de allegar como sea fondos para justificar la financiación estatal (y la suya) y difuminar los alegres dispendios de los que vienen estos lodos. En la actualidad el recurso más fácil para sus objetivos es detraerlo de las nóminas de los funcionarios y a ello se aplicarán con denuedo en los próximos años al modo que dejó marcado la señora exministra Vogue Elena Salgado, cuyo odio a los funcionarios databa de su paso por la Dirección General de Clases Pasivas, en la que tienen entrada todos los datos de los activos pensioniles de los funcionarios jubilados. Ahora la señora Salgado ha elegido Endesa y Chile para no tener que recurrir, precisamente, a la Dirección General de Clases Pasivas cuando llegue el momento de solicitar su pensión si es que ha sido alguna vez funcionaria. Llegado el caso lo hará, pues esta gente no perdona un duro… ¡Menudo morro tienen estas aristócratas de género dentro del PSOE! Después de que la remasterizada señora De la Vega se beneficie del dorado dolce far niente en un nuevo "cuarto turno" en organismo fallido, anacrónico y hoy absolutamente fantasmal como el Consejo de Estado, cementerio de elefantes y elefantas que no hacen absolutamente nada.La élite de la Nada. Órgano consultor del prodigo Estado en bancarrota cuando España es ante todo un enorme engendro polisinodial: Consejos, Agencias y entidades para todo, incluso para lo más escatológico. Con razón el sustituto de la exministra “chilena”, el señor Montoro, ha hablado con una solidez impropia de un político: la institucionalidad pública como huída del derecho. Veremos si se atreve a recortar o sólo es pura cosmética.

A lo que vamos, que el viejo Dacio Gil se pierde en lo que tiene apariencia de accesorio. Dentro de la categoría “funcionario” hay de todo, como en botica: hay funcionarios ejemplares, hay empleados públicos corruptos, y los hay también sumamente corruptos. Hoy en día se tiende (interesadamente, como aquel inspector fiscal al que aludía Vladimir Maiakovski) a demonizar a los funcionarios para emplearlos de “chivo expiatorio” de unos desfalcos institucionales que tendemos a ver hoy en día como completamente naturales. Y tampoco puede negarse su existencia porque ruidosos desfalcos han llevado a cabo funcionarios de abrigos de pelo de camello, rectos de Max Mara, de paño de Zara, de las filiales del Cortefiel de Gürtel y hasta sin abrigo, como el de Nikolai Gogol. En la España del pelotazo el que no ha desfalcado es porque no ha podido. Muchos funcionarios ni lo han intentado porque no estaba a su alcance. Y muchos de los que los han perpetrado, auspiciado o consentido han encontrado luego cobijo en los nichos ad hoc previstos en la legislación vigente para esos casos. Enfangados en la mísera miseria se viene acudiendo a los sueldos de los funcionarios rasos para que financien las alegrías y la cleptomanía de los ahora en dorado buen recaudo. La virtud recompensada a la que aludía Alejandro Nieto en su memorable artículo sobre aquel funcionario de toda la vida.

Porque -con ciertos matices- siempre hubo épocas, casi siempre las más duras, en la que por lo general ser funcionario era sinónimo de “pobre pero honrado”. A eso se le llamaba probidad funcionarial, que era un timbre de honor para quien se predicaba tal nota. Eran tiempos de escaseces materiales pero de sana prodigalidad ética y moral. Tiempos de pluriempleo, familias numerosas y ropa y libros escolares heredados del primogénito hasta el menor de los hermanos. Del pisito en vez del adosado. Entre los funcionarios había boxeadores; vendedores de monedas, sellos y boletos de lotería (no premiados) domingueros en la Plaza Mayor; alpinistas; peluqueros a domicilio; chicas de alterne en Chicote; seminaristas; escritores; directoras de teatro; administradores de fincas; contables; el “bedel de los pájaros”; tarotistas; locutores nocturnos de radio y cientos y cientos de pluriempleos insospechados cuya cotización a la seguridad social en muchos casos quedaba en el aire. Compaginaban empleos para sobrevivir, sin desdoro de la función pública y atendiendo siempre el interés general. También estaba, por supuesto, quien apresuradamente al terminar la jornada se dirigía al teatro para representar su papel. Eso en el caso de actuar en la capital, que cuando era en las fatigosas giras por todo tipo de localidades hispanas con teatrito era precisa la baja por enfermedad y la benovolente colaboración de los compañeros en la atención de la ventanilla o la emisión de las minutas mientras duraba la ausencia.

El viejo Dacio Gil cuando era joven husmeaba y archivaba todo lo que se refiriera a la burocracia: desde Max Weber a Kuron y Modzelewski, pasando por Víctor Pérez-Díaz. De aquella época data su devoción por Alejandro Nieto que había sabido plasmar en un enorme libro y en innumerables conferencias y trabajos su erudita inmersión en los fondos del océano burocrático más allá del plúmbeo Derecho Administrativo. El por aquel entonces joven Dacio Gil recopilaba cualquier material que intuyese que aludía a la burocracia: libros, artículos, cancioneros, películas… Diríase que ejercía de burocratólogo en ciernes y acaso esa haya sido su auténtica frustración (su déficit sexual masculino, en palabras más modernas de Catherine Hakim). En los años del declive de la UCD y del fiasco del mundial de fútbol y Naranjito tuvo noticia el usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia de una película sobre un funcionario que es ingresado en un manicomio por un quítame allá unas pintadas, y termina constatando en propia carne que los manicomios no eran tan dispares a las burocracias y a la vida misma. Llegando el protagonista a incurrir en una de las desviaciones sexuales tan comunes hoy: enamorarse de una monja (¡y que monja!: la escultural Esperanza Roy). El viejo Dacio Gil recuerda perfectamente que se fue al cine Urquijo (hoy cerrado como otros tantos más) a ver Tu estás loco, Briones, una obra de Fermín Cabal para el teatro que el director Javier Maqua había llevado al cine confiando su protagonismo a Quique Camoiras, que conocía el mundo de la burocracia por su condición de funcionario del INP. La película no recibió críticas favorables pues en 1980 España se encontraba en pleno fulgor del destape y la transición política, ergo cientificismo pseudomarxista , pero el ahora viejo Dacio Gil recuerda que quedó impresionado con el actor Enrique Pérez Camoiras en el papel del funcionario Briones. Fue la única película que Quique Camoiras protagonizó como cabeza indiscutible de cartel aunque fue un excelente actor de reparto en tantas otras, como aquella Cristobal Colón, de oficio descubridor rodada en Almería y en la que participaron como figurantes jóvenes que hoy son ilustres profesores. El joven Gil incorporó a Quique Camoiras a la nómina de sus actores de culto a pesar de la envidia de su pasado entre mujeres esculturales en la revista (sana envidia que invadía a los oscuros funcionarios ansiosos de carne contorneada, excepto a los de la censura que se habían hinchado a contemplarla libidinosamente en sus también oscuros gabinetes) y como empresario teatral de comedias de enredo. Eran tiempos en los que, sobre todas las cosas, se aspiraba a que el verbo se hiciera carne: a que se impusiese la racionalidad democrática en todo.

Camoiras no estaba loco. Simplemente optó acertadamente en su encrucijada vital por terminar dedicándose a hacer reír a sus semejantes (funcionarios o no; administrados o no) con las comedias en vez de dejarse la vida en las diarias solemnidades burocráticas rayanas en la banal comicidad. A buen seguro San Pedro o su cancerbero suplente se lo habrá recordado el pasado jueves al pedirle las credenciales y darle la bienvenida en el mundo de la gente presuntamente buena donde es dable pensar que escasearán los cómicos (y no digamos las vedettes) y esté repleto de sólidos burócratas de impoluta trayectoria beata como don Laureano, el padre Albareda y tantos otros. Quienes con el tiempo terminamos decepcionándonos con la racionalidad burocrática (y ahora desgraciadamente casi también con la democrática), nos desencantamos de los encantos de la legitimidad legal-racional y sufrimos las perversiones de la desnuda (otro desnudo más prosaico) razón instrumental quedamos huérfanos en este seco invierno. Huérfanos del saber hacer teatral del funcionario-actor-empresario teatral Enrique Pérez Camoiras, Quique Camoiras, que hizo una polifacética labor teatral acorde con los tiempos que corrían. Como pasa siempre en esta España, ha sido a la hora de los obituarios cuando la crítica y el público han sido más sinceros y unánimes cantando las virtudes y alabanzas de un pequeño pero monumental teatrista avant la lettre que desde bien niño había marcado sus vocaciones profesionales (no, no era funcionario interino ni de carrera a los 6 años; en esa época no se explotaba a las criaturas…pero casi).

En televisión, Camoiras tuvo un papel secundario en la serie Los ladrones van a la oficina. Ahora que los ladrones no tienen necesidad de ir a la oficina para robar, sino que quitan y quitan derechos adquiridos económicos a los funcionarios desde los grandes centros de datos informáticos de El Escorial (policía), León (tráfico) o vaya usted a saber qué localidad para las demás detracciones en serie, de seres humanos agradecidos es recordar a un hombre que, entre otras muchas cosas, hizo lo que le gustaba: hacer reír.

No. Camoiras no estaba loco. Conocía la burocracia funcionarial pero le atrajo más la revista de piernas largas y alto capital erótico. Optó por la comedia que ayuda a la gente a evadirse de los problemas. Pero como actor teatral no le arredraba nada y podía con todo.

El viejo Dacio Gil, burocratólogo frustrado, siempre le recordará en el papel del funcionario Briones: dando una lección hilarante de cómo cualquier sociedad presuntamente organizada difiere poco de un manicomio. El Panóptico del que nos hablara Bentham, desarrollase Foucault y nos recuerda de vez en vez Zygmunt Bauman.