martes, 13 de marzo de 2012

ORGANIZADORES A LA VIOLETA.

El viejo Dacio Gil arde en deseos de cumplir su anunciada promesa y contar todo lo acontecido en el seminario recientemente organizado por la Troba de Prejubilados Truncos del banco y cuyo lema ha sido “Capital erótico y déficit sexual masculino”. Pero el último post de recuerdo a Quique Camoiras y la labor de preparación personal de los temas del seminario han hecho que se le produzca al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia un cruce de asociaciones que es necesario aventar para que no reconcoman más el ánimo del achacoso Dacio Gil.


En el mundo en que vivimos, las grades decepciones -cada vez son más enjundiosas y continuadas- siempre se terminan achacando a problemas de organización. Se contemple el ámbito que se contemple, cuando la decepción ya ha sido aprendida por la mayoría, se endosan la totalidad de los males a la organización. Y de inmediato se empiezan a poner las bases para armar una nueva organización. Los viejos como Dacio Gil tienen suficientes datos –y vida transcurrida- para corroborar esta inexorable ley del péndulo: el eterno retorno de las organizaciones. Retornan con la cara lavada y algún nuevo aditamento ornamental, pero vienen a ser las mismas. Eso pasa tanto en la organización de la educación de los jóvenes como en el funcionamiento de los órdenes territoriales. Pasa con los hospitales y pasa con los juzgados. Y lo mismo puede decirse de las instituciones financieras ya sean cajetines, cajitas o cajones desastre. ¿Alguien recuerda hoy que hubo un tiempo en que los bancos se identificaban con todos sus nombres y apellidos en vez de los largos acrónimos actuales? Cambios que han sido consecuencia y reflejo de su sistema de organización. Pasa lo mismo con la política ya que quienes aspiran a llegar a detentar el poder mediante “elecciones razonablemente limpias” (Adam Przeworski) dicen rebelarse contra el sistema institucional existente y emiten múltiples promesas organizativas que luego quedan reducidas a meras adaptaciones lingüísticas y/o levísimos revoques de fachada. Y no digamos lo que ocurre en la actual crisis de la organización familiar que todo se achaca a una deficiente conciliación de la vida familiar y la (sumidero) laboral. El papel de los abuelos y los tíos respecto a los hijos hace que se esté volviendo, sin nombrarla, a la denostada familia tribal que subvenía todas las necesidades y carencias.


El viejo Dacio Gil vivió este primer aprendizaje de la decepción siendo muy joven, cuando hacía el servicio militar. Un servicio militar que, por aquel entonces, comenzaba a renovarse admitiendo las barbas entre la tropa. Es recuerdo indeleble cómo en la formación de revista para la obtención del pase de fin de semana el oficial de día, si necesitaba retener a un determinado número de soldados para la actividades de sábado y domingo (en un cuartel en el que nominalmente figuraban -siempre escaqueados ya que jamás pisaron aquellas dependencias cuarteleras- gran número de toreros, dado que el coronel era presidente de una institución taurina de renombre), miraba fijamente la barba del joven Dacio Gil y señalando marcialmente con el dedo índice de la mano derecha las relucientes botas del soldado Gil le espetaba de seguido mirándole fijamente a los ojos: "arrestado de fin de semana; esas botas no están suficientemente limpias". Esa circunstancia se repitió al menos tres veces y eso que el arrestado de fin de semana había encargado a su santa madre que le comprase el betún que sacase más lustre del mercado y se aplicaba con espíritu deportivo al embetunado. La organización militar decía admitir en su seno la barba, pero sus integrantes parece que no la toleraban. Pero la gran decepción con la organización militar se le produjo al entonces joven Gil cuando apenas le restaban tres meses para licenciarse, al acercársele circunspecto y confidencial el veterano que-él sí- se licenciaba en esos días para ponerle al corriente del largo y continuado desfalco habido en aquellas dependencias (en rigor, una cadena sin fin) y la inexcusable necesidad de mantenerlo oculto por el bien de todos, incluida la organización, inflando exponencialmente los arqueos y los inventarios. El joven Gil esa noche no durmió del susto, pero en los tres meses que le restaban de soldado actuó como un veterano más y, a su vez, unos días antes de licenciarse puso en antecedentes a su sucesor para que siguiese la rueda. Nunca pasó nada. Los mandos fueron ascendidos, los soldados, entre ellos Dacio Gil, pudieron seguir licenciándose y celebrarlo en Segovia, siendo de suponer que el desfalco continuado se cuadraría maquillado en instancias superiores o se perdería entre las cuentas de Gran Capitán (nunca mejor dicho) ante la falta de perspicacia de la intervención oficial. Andando el tiempo el ejército se modernizó, se suprimieron las levas y se profesionalizaron todas las estructuras existentes. Nunca hemos sabido si continuaron desviaciones organizativas de similar calibre. Podemos suponerlo, visto lo que ocurre en todas las organizaciones sin excepción.


Volviendo a la actualidad, ninguno de los eventuales seguidores de este blog -si es que los hubiere- parece haber reparado en que el funcionario Briones, al que se aludía en el anterior post, era un funcionario, sí, pero un funcionario de la AISS que se había integrado en el sistema de “mérito y capacidad” constitucional por el método de los multitudinarios bautizos de arrianos tan al uso en toda época. El proceso es universal. Ejemplos parecidos se han producido, sin ir más lejos, en la Alemania reunificada con los funcionarios de la STASI: quienes vigilaban la vida de “los otros” se integraron sin distorsiones excesivas en las estructuras federales. Lo mismo aconteció en la URSS como denota la figura paradigmática del presidente Vladimir de Putin.


Soñamos con una sociedad organizada pero nunca alcanzamos el ideal, la prosa puede siempre con el verso. El actor Carmelo Gómez puede servir de ejemplo plástico. Veamos el porqué.


Carmelo Gómez es coprotagonista junto a Juan Diego Botto en la película de Gerardo Herrero Silencio en la nieve, basada en la magnífica novela de Ignacio del Valle El tiempo de los emperadores extraños sobre la División Azul del en otros tiempos aclamado y admirado general Agustín Muñoz Grandes y sus voluntarios. El tema de la División Azul resulta paradigmático pues era una organización iceberg que transitaba sin rumbo ni objetivos concretos por un conflicto bélico que a los españoles no debía afectar en aras a la neutralidad proclamada oficialmente. Tanto la organización como sus integrantes eran presentados por la propaganda oficial como auténticos mitos valerosos. La novela de Del Valle y las imágenes de Herrero muestran perfectamente cómo la organización ni mucho menos era como la pintaba los voceros del régimen sino que reflejaba todas y cada una de las miserias humanas tanto individuales como colectivas. Miserias como la Violeta, un juego de consecuencias vitales en el que todos participaban, incluidos los mandos superiores que tenían terminantemente prohibido el juego de la ruleta rusa. Carmelo Gómez, rezumando sabiduría popular en el papel del sargento Estrada, asume –mientras ayuda a desentrañar la madeja del “mira, mira que te mira Dios”- que la vida y las organizaciones son así: que nada se asemeja a su estatuto de creación, que la individualidad debe quedar disuelta en la organización para no destacar en demasía aplicándose al estricto ver, oír y callar. Tanto la novela de Ignacio del Valle como la película de Gerardo Herrero, deberían estudiarse en las Escuelas de negocios y en los departamentos de Ciencia de la Administración de las universidades pues muestran las entrañas de una organización sui generis que se mueve a la deriva pero en la que se aprecian los atributos reales y míticos de cualquier pretensión organizatoria institucional.


De nuevo con Carmelo Gómez como hilo conductor se tienen elementos para analizar las perversiones de las organizaciones. Gómez interpreta magistralmente a Elling en la adaptación teatral de la novela Hermanos de sangre del autor noruego Ingvar Ambjornsen. La obra muestra el fracaso –o, por mejor decir, el radical desenfoque- de las políticas sociales en el llamado Estado de Bienestar. En un contexto agridulce –cuando no sinceramente triste, aunque de gran ternura- Elling muestra la base esquizofrénica de la sociedad y sus organizaciones vicarias mostrando el núcleo duro de las imperceptibles fronteras entre normales y “anormales”: sólo un papel y un informe oficial los diferencia. También Elling debería ser material didáctico en escuelas de negocio y universidades en todos los ámbitos de organización social.


Con pequeños retoques cosméticos, creamos "nuevas" organizaciones sobre las precedentes, que a su vez servirán como armazón a las subsecuentes. Así nos vamos engañando con mitos como eficacia, eficiencia, productividad o conciliación. La Unión Europea es un claro ejemplo aunque nos pese reconocerlo.


Todo lo achacamos y lo esperamos de la organización salvífica. Y así nos luce el pelo.


El usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia –que no se ha caracterizado nunca por ser un hontanar de humoradas-no puede por menos que recordar aquella anécdota (¿o será un chiste?) que se contaba de un club de "relaciones liberales" para la intrépida élite selecta procedente de las muy reputadas Escuelas de Negocios en el que un día se fue la luz por un espacio prolongado de tiempo y entre un mar de jadeos y gemidos se oía tronar ¡Organización! ¡Organización! Al poco rato otra vez: ¡Organización! ¡Organización! Así unas cuantas veces más. En ese torbellino de gemidos y jadeos al fin se hizo la luz. En ese momento, un maqueado bróker se elevó sobre los demás y dijo: Organización, coño, organización. Que aquí somos 20 tías y 5 tíos y en lo que va de apagón es la tercera vez que me dan por culo…

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