martes, 29 de mayo de 2012

LA DIOSA ITXAB, EL JOVEN WERTHER Y LOS FÉTIDOS "FLATUS VOCIS".


Anda vivamente preocupado el viejo Dacio Gil por el exponencial aumento de las muertes voluntarias con fuerte repercusión social, de los “suicidios sociales”. En esta Tribuna Alta Preferencia ya se dio el correspondiente toque de atención en una entrada pasada hablando de la necesidad de ponderar otros índices sociales en esta crisis financiera que viene asolando y menoscabando valores éticos y sociales reputados como esenciales. Se hablaba del S.I.B (suicidio interior bruto). Hoy parece como si se hubieran trocado los papeles y la “anomia social” –que este viejo Dacio Gil tiene certeramente identificada en una de sus manifestaciones, y así lo ha mantenido ante quien ha querido escucharle, en el comportamiento institucional del CSIC- fuese una componente determinante de las instituciones en la actual crisis financiera y bancaria que amenaza, por medio del despiadado egoísmo en el que se atrincheran los oligarcas del siglo XXI y sus escuderos los políticos incapaces de una dimisión digna y en condiciones, con aniquilar segmentos enteros de la humanidad. La anomia social institucionalizada estaría provocando este extraordinario aumento de suicidios. El caos institucional impeliendo al individuo.
La anomia parece haberse enseñoreado de las sociedades, a imagen y semejanza de lo ocurrido desde 2008 con su tutor, los EEUU, que siempre marca las pautas y las tendencias. Mientras, los voceros oficiales y los medios de comunicación entretienen  al personal con la mandanga de los bancos buenos y malos: Flatus vocis. Mientras,  los políticos dicen destinar el dinero recaudado de los contribuyentes (el que les quedaba tras las estafas financieras) a intentar detener la bancarrota institucional generalizada a través de falsas garantías organizativas de “regulación” y “supervisión”: Flatus vocis. En realidad lo que parece estar aconteciendo de tapadillo es un devanado efectivo de  los códigos de garantías jurídicas y éticas que aún se mantenían con alguna vigencia  en orden a la  protección de los ciudadanos normales y corrientes. El ciudadano de repente –aunque no es tan de súbito, pues desde 2008 tenemos noticias ciertas de que todo esto viene pasando ya en EEUU, en Argentina, en Islandia; y en la propia España exponentes hay a raudales desde el inicio de esa crisis-  se ha percatado de que se encuentra solo ante un marasmo de ruidos  financieros. Son eructos, regüeldos, ventosidades, hipos, fétidos vahos sobre los que no acierta a entender su cabal significado pero que le abocan a concluir que se está produciendo el vacío para la mayoría de los habitantes del planeta en general y de occidente en particular. Y el miedo al vacío es el peor de los consejeros vitales: Horror vacui.  
En esas coordenadas -lacerantes para un segmento social agrandado de repente en su proletarización- de palabros de tinte economicista sin correspondencia con la realidad, cunde el desencanto, cuando no la desesperanza, entre una población que hace unos años laboraba por hacerse un hueco en una socialización que le sirviera de antídoto a otros desengaños. Desengañados e indignados, cada vez más ciudadanos parecen  buscar que sus vecinos y conciudadanos reaccionen, que aún están a tiempo: Amina Filali, Mohamed Bouzazi, Rasheq Hamza, Dimitris Christoulas, los monjes budistas y un larguísimo etcétera que permanecerá en el anonimato pues a las élites de la sociedad no le interesa aventar sus vengüenzas. En estas situaciones de acoso institucional, pues no cabe duda que nos encontramos en una macro campaña de acoso institucional contra un segmento determinado de la sociedad, hay muchos suicidios consecuencia de lo insoportable del acoso que no llegan a contabilizarse como tales porque a la sociedad no le interesa verse reflejada en el espejo de la anomia institucional. La historia de Mobbing aporta abundantes datos sobre este sufrimiento silencioso: las estadísticas sobre muertes por Mobbing son falsas por haber sido deliberadamente manipuladas.
El impacto de la novela de Hegel,  Las penas del joven Werther,  vino a marcar el camino a la juventud alemana para quitarse la vida ante contratiempos y fracasos amorosos. En aquella época se detectó un aumento considerable  de la muerte voluntaria entre los jóvenes a la que muchos accedían tocados con su levita azul y su chaleco amarillo, al modo de Werther. Era un reflejo de la época, del difícil acomodo de los sentimientos inflamados de la juventud romántica frente a los fallos de las instituciones sociales de la convivencia. Heinrich von Kleist (el cántaro roto; Michael Kohlhass) es otro claro ejemplo de esta corriente romántica que se rebela frontalmente contra un sistema social injusto en sus valores éticos y en sus sentimientos humanos. Hoy acaso se pueda dudar si los móviles de esos suicidios son en esencia románticos o materialistas (incautación de las plusvalías sociales propias del sujeto y de sus mínimos vitales como ciudadano), pero es evidente  que hay un “efecto llamada” en esta cadena de  suicidios ejemplarizantes. Sí, ejemplarizantes, por más que pueda repugnar a los pusilánimes el empleo de ese calificativo a las actuales muertes voluntarias. Son ejemplarizantes como lo eran los habidos en los países del llamado  telón de acero que de manera tan realista expusiera en sus novelas y ensayos Milan Kundera: se rebelaban contra los nocivos efectos subjetivos del totalitarismo a la par que trataban de sacudir la conciencia social de sus concuidadanos.
Este equivalente moral a la guerra  (o, en otros términos, guerra civil fría) que es la crisis financiera de origen bancario y las consiguientes -y desastrosas- inequitativas decisiones institucionales de una oligarquía globalizada está sentando las bases inequívocas para validar en todo lo posible, por otros medios, la profecía Maya del fin del mundo el 21 de diciembre de 2012. Estas inmolaciones éticas, económicas y políticas apuntan a que esos ciudadanos, y tantos otros que carecemos de su coraje, decisión o su desesperación, están hartos de tanta desvergüenza y de tamaña tendencia a la aniquilación. Soledad Gallego Díaz, antigua defensora del lector del diario EL PAIS, titulaba una conferencia a unos jóvenes periodistas de una manera paradoxal e impactante. Mas o menos venía a titularse Si te van a matar no te suicides. Y, aunque la conferencia discurría por otros derroteros informativos, con ese título reflejaba perfectamente la realidad existente en la actualidad. Quienes se inmolan tratan de hacernos ver  a quienes somos sus coetáneos que el colapso está tomando unas dimensiones de genocidio. En apariencia financiero y bancario pero genocidio al fin. Y que todos comenzamos a ser verdugos voluntarios por omisión. Y, a la sazón, víctimas también. Todos contra todos. O, más certeramente, unos contra otros. La historia tiende a repetirse tozudamente con otros ropajes. El guerracivilismo en su estado más puro
En el corto entendimiento de este viejo Dacio Gil resplandecen estos  muertos éticos, políticos, y económicos (Amina, Mohamed, Rasheq, Dimitris, los monjes budistas y tantos más), muertos voluntarios, como santos sociales. Nos están hiciendo ver a todos aquello  que nos resistimos a querer entender: que este acoso institucional en su versión novísima es cada vez más asfixiante y grave. Que es aniquilador. Según las ortodoxias morales al uso, esos suicidas estaban y se sentían solos y por eso deben ser silenciados. Una mínima coherencia social nos debería hacer reflexionar y comprender que la diosa Itxab no sólo los ha protegido sino que los tiene en su seno explicándoles didácticamente el sentido de la cosmovisión que refleja el calendario Maya. Que debe de haber alma detras de los números y la cuentas. 
¿Habrán sido los apóstoles de la diosa Itxab? Todos deberíamos recapacitar sobre las imágenes llenas de contenido que cada uno de ellos nos han legado con su inmolación. Nosotros, aspirantes a verdugos voluntarios por omisión -o por acción, que hay de todo como en la comercialización de los productos tóxicos- y, a la vez, a víctimas, deberíamos  ir preparando la mejor de las levitas azules y el más límpido de los chalecos amarillos. O, en otro caso, irnos preparando para el fatídico 21 de diciembre  próximo al que parecen querer precipitarnos, sin compasión y de consuno, los banqueros y sus intermediarios intrigantes, los políticos de toda condición y credo, mientras nos aturden con constantes e ininteligibles flatus vocis escatológicos. Tal vez a partir del 21 de diciembre ya no haya bancos. Ni ayudas estatales a los fraudes. En el ínterin seguirán proliferando, esos nunca faltan, los verdugos voluntarios que pretenderán nuestra completa aniquilación.

viernes, 25 de mayo de 2012

CUM GRANO SALIS


Cuando Ignacio Garralda,  presidente de Mutua Madrileña (Automovilista) ha desvelado los planes de expansión de la compañía y su colocación en el ranking de las aseguradoras de vida, tras la concatenación de uniones, absorciones y sucesiones empresariales, el viejo Dacio Gil se ha echado a temblar. Hace tiempo que viene siguiendo la pista de Ignacio Garralda y su compañía MM(A). Ejemplo de ingeniería societaria y financiera, en la actualidad con un inmovilizado inmobiliario importante. Lo peor de todo es que hoy por hoy  ni es mutua sino sociedad mercantil, ni es madrileña al haber absorbido activos –o pasivos- catalanes, ni es principalmente automovilística sino inmobiliaria y del ramo de vida. Cosas de los arcanos del capitalismo rampante y sus códigos de comunicación y engaño. Le trágico es que le ocurre lo mismo  a MAPFRE, teóricamente su contrincante en temas de salud.
Cuando se calme el marasmo de la crisis bancaria y financiera, volverá a surgir el de las aseguradoras, que se cerró en falso con la crisis de 2008. No existe la menor duda de que será el próximo sector que sucumbirá y necesitará el apoyo financiero del Estado (de los ciudadanos medios y medianos) para tapar sus innumerables agujeros. Y de ello sacarán tajada esas empresas del ramo de vida y la propias instituciones públicas, pues se abrirá definitivamente el melón de la reforma de la seguridad social y la sanidad. No hay más que sentarse a esperar e ir tomando apuntes de lo que ha acontecido en los Estados Unidos del tercer mundo (Arianna Huffington dixit).
Lo más curioso de todo ello es que tanto la Mutua de Garralda como MAPFRE del recientemente accedido por promoción interna Antonio Huertas se han volcado con el tenis buscando un rebufo publicitario de Nadal que aplacara los insistentes rumores de crisis del sector. En el caso de la aseguradora de coches del Soy, soy, soy, el delirio ha llegado a inducir fabricar ex novo una tierra batida azul para que coincida con el color del logotipo de la firma patrocinadora: la famosa tierra azul que tanto incomoda a a Nadal y Djokovic. Sin los mejores del Top ten la cobertura publicitaria se resquebraja y por eso el banquero Tiriac y todo el entramado de la Mutua, con el extenista Santana a la cabeza,  se han aprestado a destacar las virtudes ópticas de la tierra azul y a poner el acento en la excepción negativa de… ¡la sal!. Tal como si el Master 1000 de Madrid, la Mutua de Garralda, el banquero Tiriac y sus agregados sufriesen serios problemas de hipertensión y se quisieran alejar ahora  de la sal por prescripción facultativa. Anotado quede que los organizadores del evento tenístico han responsabilizado a la sal esparcida sobre la arcilla azul del deslizamiento excesivo que sufrían los tenistas. Todo por buscar -dicen-  la excelencia haciéndose asesorar por los técnicos de mantenimiento del Roland Garros en orden a que la pista guardase el elemental grado de humedad propio de los gozos y las refulgencias.
Esto de la sal es siempre ambivalente. para unos es esencial y para otros un veneno. Es como el presidente del Tribunal Supremo, de apariencia soso, pero muy salado a la hora de disfrutar de los fines de semana –sólo o en compañía de otros - en Marbella. O como el juez-político Gómez Benítez, saleroso en los  dicterios al contrincante político pero soso en su dudosa intrepidez jurídica, en su uso alternativo del derecho. Así es la casa de tócame-roque nacional: puro esperpento elitista.
Esa ambivalencia es la que prepondera en el brocardo latino cum grano salis (como un grano de sal),  que empleada académicamente viene a evocar escepticismo mientras que en el ámbito popular castellano vendría a significar casi lo contrario. Para no embarrancar en bizantinismos habrá que convenir que Plinio el viejo se mostró más oscuro en este apotegma que en el famoso In vino veritas, principio motriz de la mayoría de los escritores y los santos bebedores.
Pero, dado tanto pesimismo, tanta depresión social y tamaña atonía en la juventud y en  ese segmento temporal que  eufemísticamente damos en llamar  la mediana edad, están surgiendo intelectuales ya tardíos (pero jóvenes de espíritu) como la octogenaria  antropóloga francesa Françoise Héritier  que, al modo de su compatriota Stéphane Hessel (el de ¡Indignaos!), anima a buscar, no la chispa de la vida de la bebida refrescante, sino la sal de la vida.    La sal de la vida es un breve librito que intenta insuflar optimismo vital mediante una enumeración de sensaciones, de pequeños instantes. La autora trata de destacar a través del método de los surrealistas (la asociación de ideas y la inspiración) que “hay una cierta gracia y ligereza en el mero hecho de existir, más allá de las ocupaciones, más allá de los sentimientos potentes, más allá de los compromisos políticos y de todo tipo: la sal de la vida”. La autora califica su enumeración como una antología íntima de la sensualidad, dado que el mundo existiría primero en nuestros sentidos antes que en la forma ordenada de nuestro pensamiento.
Acaso el listado del libro sea sólo concatenación de momentos y sensaciones personales, pero es seguro que cualquier lector que se acerque al opúsculo encontrará al menos  20 sensaciones con las que identificar un momento gozoso o placentero de su existencia. Estar en Babia; leer el periódico en paz; dar una calada ociosa a un cigarrillo; lanzarse a una aventura amorosa; hartarse de helados o chocolate; romperse los sesos para descubrir qué puede agradar al otro;  sonreír a quien no se lo espera; comer con las manos y en cuclillas; acariciar, que te acaricien; besar, que te besen; abrazar, que te abracen (todo ello con amor, complicidad y ternura); vaciar armarios; ser feliz cuando tu hijo lo es;  utilizar en tu fuero interno frases lapidarias y crudos y refinados improperios de la abuela; medir la diferencia de percepción de los recuerdos entre hermanos; saber que reflexionar hace que el tiempo pase a toda marcha...y así un largo ensamblaje de momentos. Esa es la propuesta de mínima empatía que propone la octogenaria antropóloga francesa con la que cualquiera -al menos parcialmente- se sentirá identificado al instante.
Sin el hueco optimismo del pensamiento positivo de raíz norteamericana, esta epígona de Lévi-Strauss -y también de Plinio el viejo-  viene a recordarnos con su librito que cabe un escepticismo positivo en esta sociedad del espectáculo que nos aleja más y más de la realidad convirtiéndonos en muebles salvajes.
Françoise Héritier enseña, como Plinio el viejo (que también debió ser un eterno joven rebelde e indignado), que la vida es como un  grano de sal robado. Que en lo íntimo, en lo personal y en lo cercanamente transitivo está la esencia de la vida. Que la farfolla  con la que nos tratan de manipular bovinamente los oligarcas financieros y mediáticos ( a la sazón únicos políticos realmente existentes, más allá de enroques profesionales politiqueros) está en las antípodas del cadencioso y demorado ver, escuchar, observar, oír, tocar, acariciar, sentir, oler, saborear, tener afición por todo, por los demás.
La vida en lo que merece ser vivida.

miércoles, 16 de mayo de 2012

EL SABIO GRIEGO QUE ACONSEJA EN LOS DESVELOS.

Cuando uno constata día tras día los padecimientos de los ciudadanos griegos purgando a sus expensas particulares las alegrías de sus denominadas élites políticas y económicas (actuando de consuno con sus “asociados internacionales") acostumbradas a ingenierías de toda laya en orden a la organización chapucera apresurada de unas olimpiadas y la formalización de protocolos y procedimientos  de integración y homologación comunitaria en la UE (cuando de lo que se trataba era sólo de enmarañar contabilidades públicas para terminar haciéndose con fondos estructurales que paliasen los desmanes financieros y vinieran a sustituir a las subvenciones estatales), termina concluyendo a toro pasado que en ese proceso perverso  hubo múltiples complicidades institucionales tanto nacionales como supranacionales. Ahora, en plena vorágine de las crisis financieras, parece que queramos olvidar este trascendental dato. De esos juegos burocráticos perversos no se tiene noticia de que nadie haya depurado responsabilidades (ni en Grecia, ni en la Comisión Europea, ni en ninguna  otra parte); ni en las altas, ni en las medias, ni en las bajas esferas de las instituciones respectivas, ni en las empresas de asesoramiento externo que tanto han proliferado y que tan altos rendimientos económicos obtenían de sus corretajes. Ello sin hablar de los mecanismos de supervisión y control, si es que efectivamente los había. Lo único cierto es que las perversiones (y aquella insultante vida alegre  de tanto intermediario desvergonzado) las han terminado pagando quienes nada tuvieron que ver en el garlito y que hoy se ven, además de privados de su mínimo vital, sumidos en la decepción y la desesperanza en su combate personal por una vida digna de ser vivida. Resulta lógica esa emocional desafección –e incluso defecación- en un entramado institucional que en nada les representa. Manifestación inequívoca de que Tony Judt  se quedaba corto con aquel  “algo va mal” en este sistema de convivencia llamado democracia. La democracia condicionada y empequeñecida  por los profesionales de la política y por los tecnócratas europeos.
Al viejo Dacio Gil se le viene apareciendo en estos días –más certero sería decir que en estas noches- en sus entrecortados y agitados sueños un lúcido caballero de mediana edad e inequívoco aspecto mediterráneo que le susurra máximas, recetas y recuerdos personales sobre la esencia del hombre, de la humanidad.  También respecto a los entramados institucionales (que no son sino la máscara tras la que se ocultan las ambiciones humanas más descarriadas) en el que se presentan , comicio, tras comicio, los políticos profesionales como los sedicentes únicos administradores de nuestra servidumbre voluntaria obtenida por el juego de espejos de la persuasión mediática y la dosificación del miedo. El clarividente visitante nocturno se refiere constantemente a ese entramado unas veces como La Herramienta, y otras como La Máquina. Otras veces reflexiona con su voz suave, su pensamiento firme y su peculiar acento francés sobre el estatus público normativo que en el siglo XXI han alcanzado la esclavitud y la servidumbre hasta llegar a ser asumidas e identificadas en una relación global de naturalidad. Afirma persuasivo que ese estatus público envuelve hoy a la mayoría de la ciudadanía europea. Intercala en cada consejo una certera alusión a la hegemonía y a las estructuras de dominación. Dice que tras los rescoldos del incendio del Estado de Bienestar se esconden los vividores del presente blandiendo los retales chamuscados de las banderas del interés general formal y abstracto. Intenta hacer ver al desvelado usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia  –y a fe que lo consigue- que el sumidero de hegemonía de las estructuras públicas institucionales coincide con la dominación de los sujetos económicos preponderantes: el maridaje perfecto entre estructuras políticas institucionalizadas (incluidos, por supuesto, personajes instalados desde siempre en el sistema; tipos tales como los Diego Valderas, Rosa Díez, el clan rubalcabista de Majadahonda y la totalidad del PP franquista y postfranquista: franquistas todos ellos, a la postre,  cada cual con su máscara carnavalesca)  y las estructuras económicas instaladas en la dominación desde siempre sin que les afecten lo más mínimo las algaradas,  las bullangas, las  indignaciones callejeras o las guerras civiles. Esos prestamistas (ahora también prestatarios del Estado) tienen plenas  capacidades para la creación de bancos buenos, malos o pésimos y dar y retirar créditos cuando gustan y a quienes les gustan, en Santander, en Bilbao, en Vizcaya, en Argentaria, en -Unicaja de-  Málaga, en –Caja- Madrid, en Castilla-La Mancha o en cualquier cajita del mediterráneo, del cantábrico o del atlántico. Pueden financiar a los dos bandos enfrentados  en una guerra civil. Incluso en la guerra civil fria que vive Europa.
El nocturno intelectual  que viene  asesorando al viejo Dacio Gil mantiene insobornable que él ya advirtió sin éxito hace casi 50 años  que el llamado Estado de Bienestar había que denominarlo Estado tecnocrático, tal como ahora se pretende interesadamente colarnos de matute. Sostiene que hoy las estructuras de dominación no se reducen al Estado y a su producción de sedicente orden normativo. Apunta que en la actualidad aquel decorado se ha derrumbado en beneficio de las facciones dominantes globalizadas a las que se vienen adhiriendo, como perros famélicos, los políticos profesionales de cada país. Profesionales de la mentira institucional institucionalizada.
Aunque pueda parecer mentira, los cadenciosos consejos de sabio de quien se sienta cada noche el borde del jergón del semidurmiente  Dacio Gil no terminan agitándolo; antes al contrario, le producen cierta serenidad ante la cruda realidad de cada día en la que, martilleados por la propaganda del miedo y la austeridad, se van  descubriendo un desfalco aquí y otro allá. Desfalco directamente proporcional a la posición ocupada en el escalafón social e institucional, ya se sea monarca, familiar regio, presidente del Lobby de los jueces, consejero andaluz de la cosa, dirigente deportivo concursado, espía, "digno" policía en Sol represor de ciudadanos indignados, jueza apresuradamente trasmutada en Delegada del Gobierno en Madrid  o cualquier otra función a la que se ha pintado una cierta relevancia institucional. Así sucesivamente hasta llegar  al menudeo receptador de cualquier contratado del CSIC con acceso a fondos europeos.  Nadie nunca es responsable de nada, y cuando lo parece de manera inequívoca se cambia de súbito la legislación. Siempre terminan pagando los mismos de forma duplicada: con sus nóminas o sus automóviles, dadas las facilidades de bandolerismo legítimo que permiten las TIC en este mundo rigurosamente vigilado.
Apunta que en pleno siglo XXI nos encontramos con la realidad que él estudiaba: la lucha de clases, hoy polarizadas entre los superricos (y sus agregados los gestores financieros y los especuladores conectados) y los pobres procedentes de los diferentes grados de una clase media pauperizada de súbito que tal vez nunca llegó a tener relevancia más allá del simple consumo compulsivo. Puro reflejo de que el Estado se termina justificando  a base de dividir y desogarnizar permanentemente a las clases dominadas (“el Estado no puede –dice- evitar transgredir  los propios factores productores de la crisis, por lo que, con ello, sobrepasa la simple crisis económica. Todo sucede como si de ahora en adelante fuesen las propias instituciones públicas quienes se encargasen  de promover las sucesivas crisis económicas rampantes ”).   Mantiene -y a las pruebas se remite de contínuo- que en estas situaciones se ve alterada a la baja la posición tanto de los funcionarios como de los intelectuales. Argumenta que la crisis económica termina provocando una crisis política  precisamente por el intento de gestionar la crisis por medio de la institucionalidad estatal. Crisis que puede alcanzar a la esencia misma de la democracia. Con cierta tristeza convence cuando afirma que se encuentra plenamente vigente el decálogo que incluyó, allá por 1976, en las conclusiones de su trabajo Elementos de análisis sobre la crisis del Estado.
Como corolario, el intelectual de la melena larga concluye que el capitalismo siempre fue así. Como así fueron también las ortodoxias académicas que decían analizar sus fenómenos y efectos. Pone el ejemplo de Ditie, el protagonista de la novela de Bohumil Hrabal Yo serví  al rey de Inglaterra, que persigue los beneficios del capitalismo (liberal, nacionalista o estatal) pero siempre termina trasquilado. Recomendó a este  Gil  hace unos días que viese  la película de Jiri Menzel  que programaban en La 2 sobre la novela de Hrabal. Fue un acierto verla pues la película se ajusta bastante a la novela y refleja cabalmente las preocupaciones y obsesiones de Hrabal, aunque hay que reconocer que el impactante final literario de la novela aparece algo modificado en la película. Hrabal era uno más de los  geniales santos bebedores centroeropeos, un conocedor de las pasiones amorosas, un observador perspicaz de las nefastas consecuencias subjetivas de todos los totalitarismos, un ciudadano que sufrió en propia carne varias transformaciones institucionales  y era, a la postre, un fino teórico de la muerte voluntaria.
Seducido  por la solidez argumental de su consejero nocturno, el viejo Dacio Gil ha tratado de indagar sobre su identidad pero poco ha conseguido saber de este hombre descreído en lo accidental e instrumental pero firme, preciso y sugerente en lo sustancial y en lo profundamente humano. Ha alcanzado a escucharle  la confesión de que, andando el tiempo, llegó a convencerse que se encontraba en la metodología errada y en la escuela equivocada. Que ese descubrimiento terminó en profunda decepción  y consiguiente angustia personal.  Que en aquella época y con su decurso vital era impensable un cambio de vía intelectual y profesional sin traumas indelebles. Que se le apreció el vacío pero que jamás abjuró ni abjurará de unas  convicciones tan profundas como humanas que hoy valdrían para analizar lo que acontece en Grecia y en España. El viejo Dacio Gil ha creído entenderle  que era griego de nacimiento y universal de “morimiento”. Que se trasladó a vivir a aquella Francia en ebullición intelectual con su maleta repleta de conocimientos sobre marxismo. Que, como muchos intelectuales,  sufrió en su fuero más íntimo con el curso que fueron tomando los  acontecimientos  y el cinismo de la política práctica que no coincidía con lo que se predicaba. Reconoce que lo que él esparaba alcanzar alguna vez en beneficio de la colectividad nunca lo alcanzó plenamente. Que fue por eso por lo que decidió provocar que su vida fuese breve. Ese vacío le insufló las fuerzas para marcharse con su equipaje intelectual más preciado. Que se precipitó desde un piso 22 abrazado firmemente a sus obras, a su libros. Afirma que  el descubrimiento de la desesperanza radical le facilitó argumentos sobre la muerte voluntaria.
El viejo Dacio Gil sólo ha podido sacar a su interlocutor el nombre de pila: se llama Nicos. Y ese dato del nombre Nicos hace conjeturar al viejo Dacio Gil  que ese sabio informal de  serenidad sobrecogedora y cuyo certero caudal argumental seduce y convence fuese un brillante exponente del análisis institucional y la sociología política. Trata de convencerse de que quien le viene visitando cada noche de desvelo para hablarle de  "aparatos de interiorización de la represión", de "desinstitucionalización", de "Estado de excepción efectivo", de "la transmutación del principio de publicidad en principio del secreto", o, en definitiva, de "pilotaje a ojo de la crisis financiera" no fuese otro que  Nicos Poulantzas.