Cuando Ignacio Garralda, presidente de Mutua Madrileña (Automovilista) ha desvelado los planes de expansión de la compañía y su colocación en el ranking de las aseguradoras de vida, tras la concatenación de uniones, absorciones y sucesiones empresariales, el viejo Dacio Gil se ha echado a temblar. Hace tiempo que viene siguiendo la pista de Ignacio Garralda y su compañía MM(A). Ejemplo de ingeniería societaria y financiera, en la actualidad con un inmovilizado inmobiliario importante. Lo peor de todo es que hoy por hoy ni es mutua sino sociedad mercantil, ni es madrileña al haber absorbido activos –o pasivos- catalanes, ni es principalmente automovilística sino inmobiliaria y del ramo de vida. Cosas de los arcanos del capitalismo rampante y sus códigos de comunicación y engaño. Le trágico es que le ocurre lo mismo a MAPFRE, teóricamente su contrincante en temas de salud.
Cuando se calme el marasmo de la crisis bancaria y financiera, volverá a surgir el de las aseguradoras, que se cerró en falso con la crisis de 2008. No existe la menor duda de que será el próximo sector que sucumbirá y necesitará el apoyo financiero del Estado (de los ciudadanos medios y medianos) para tapar sus innumerables agujeros. Y de ello sacarán tajada esas empresas del ramo de vida y la propias instituciones públicas, pues se abrirá definitivamente el melón de la reforma de la seguridad social y la sanidad. No hay más que sentarse a esperar e ir tomando apuntes de lo que ha acontecido en los Estados Unidos del tercer mundo (Arianna Huffington dixit).
Lo más curioso de todo ello es que tanto la Mutua de Garralda como MAPFRE del recientemente accedido por promoción interna Antonio Huertas se han volcado con el tenis buscando un rebufo publicitario de Nadal que aplacara los insistentes rumores de crisis del sector. En el caso de la aseguradora de coches del Soy, soy, soy, el delirio ha llegado a inducir fabricar ex novo una tierra batida azul para que coincida con el color del logotipo de la firma patrocinadora: la famosa tierra azul que tanto incomoda a a Nadal y Djokovic. Sin los mejores del Top ten la cobertura publicitaria se resquebraja y por eso el banquero Tiriac y todo el entramado de la Mutua, con el extenista Santana a la cabeza, se han aprestado a destacar las virtudes ópticas de la tierra azul y a poner el acento en la excepción negativa de… ¡la sal!. Tal como si el Master 1000 de Madrid, la Mutua de Garralda, el banquero Tiriac y sus agregados sufriesen serios problemas de hipertensión y se quisieran alejar ahora de la sal por prescripción facultativa. Anotado quede que los organizadores del evento tenístico han responsabilizado a la sal esparcida sobre la arcilla azul del deslizamiento excesivo que sufrían los tenistas. Todo por buscar -dicen- la excelencia haciéndose asesorar por los técnicos de mantenimiento del Roland Garros en orden a que la pista guardase el elemental grado de humedad propio de los gozos y las refulgencias.
Esto de la sal es siempre ambivalente. para unos es esencial y para otros un veneno. Es como el presidente del Tribunal Supremo, de apariencia soso, pero muy salado a la hora de disfrutar de los fines de semana –sólo o en compañía de otros - en Marbella. O como el juez-político Gómez Benítez, saleroso en los dicterios al contrincante político pero soso en su dudosa intrepidez jurídica, en su uso alternativo del derecho. Así es la casa de tócame-roque nacional: puro esperpento elitista.
Esa ambivalencia es la que prepondera en el brocardo latino cum grano salis (como un grano de sal), que empleada académicamente viene a evocar escepticismo mientras que en el ámbito popular castellano vendría a significar casi lo contrario. Para no embarrancar en bizantinismos habrá que convenir que Plinio el viejo se mostró más oscuro en este apotegma que en el famoso In vino veritas, principio motriz de la mayoría de los escritores y los santos bebedores.
Pero, dado tanto pesimismo, tanta depresión social y tamaña atonía en la juventud y en ese segmento temporal que eufemísticamente damos en llamar la mediana edad, están surgiendo intelectuales ya tardíos (pero jóvenes de espíritu) como la octogenaria antropóloga francesa Françoise Héritier que, al modo de su compatriota Stéphane Hessel (el de ¡Indignaos!), anima a buscar, no la chispa de la vida de la bebida refrescante, sino la sal de la vida. La sal de la vida es un breve librito que intenta insuflar optimismo vital mediante una enumeración de sensaciones, de pequeños instantes. La autora trata de destacar a través del método de los surrealistas (la asociación de ideas y la inspiración) que “hay una cierta gracia y ligereza en el mero hecho de existir, más allá de las ocupaciones, más allá de los sentimientos potentes, más allá de los compromisos políticos y de todo tipo: la sal de la vida”. La autora califica su enumeración como una antología íntima de la sensualidad, dado que el mundo existiría primero en nuestros sentidos antes que en la forma ordenada de nuestro pensamiento.
Acaso el listado del libro sea sólo concatenación de momentos y sensaciones personales, pero es seguro que cualquier lector que se acerque al opúsculo encontrará al menos 20 sensaciones con las que identificar un momento gozoso o placentero de su existencia. Estar en Babia; leer el periódico en paz; dar una calada ociosa a un cigarrillo; lanzarse a una aventura amorosa; hartarse de helados o chocolate; romperse los sesos para descubrir qué puede agradar al otro; sonreír a quien no se lo espera; comer con las manos y en cuclillas; acariciar, que te acaricien; besar, que te besen; abrazar, que te abracen (todo ello con amor, complicidad y ternura); vaciar armarios; ser feliz cuando tu hijo lo es; utilizar en tu fuero interno frases lapidarias y crudos y refinados improperios de la abuela; medir la diferencia de percepción de los recuerdos entre hermanos; saber que reflexionar hace que el tiempo pase a toda marcha...y así un largo ensamblaje de momentos. Esa es la propuesta de mínima empatía que propone la octogenaria antropóloga francesa con la que cualquiera -al menos parcialmente- se sentirá identificado al instante.
Sin el hueco optimismo del pensamiento positivo de raíz norteamericana, esta epígona de Lévi-Strauss -y también de Plinio el viejo- viene a recordarnos con su librito que cabe un escepticismo positivo en esta sociedad del espectáculo que nos aleja más y más de la realidad convirtiéndonos en muebles salvajes.
Françoise Héritier enseña, como Plinio el viejo (que también debió ser un eterno joven rebelde e indignado), que la vida es como un grano de sal robado. Que en lo íntimo, en lo personal y en lo cercanamente transitivo está la esencia de la vida. Que la farfolla con la que nos tratan de manipular bovinamente los oligarcas financieros y mediáticos ( a la sazón únicos políticos realmente existentes, más allá de enroques profesionales politiqueros) está en las antípodas del cadencioso y demorado ver, escuchar, observar, oír, tocar, acariciar, sentir, oler, saborear, tener afición por todo, por los demás.
La vida en lo que merece ser vivida.
La vida en lo que merece ser vivida.
¡Cómo me alegro D. Dacio! Me congratula comprobar el ligero optimismo positivista (a pasar de los pesares..."malgré de tout, malgré de tout") que denotan sus palabras en este último "post", especialmente el párrafo final.
ResponderEliminarSí, anima oírle ese tono siquiera algo más esperanzador con la que está cayendo. No nos viene mal a sus seguidores. De veras.
Su comentario, amigo Gruten, condensa perfectamente el estado de ánimo -y de "conocimiento informado"- por el que atraviesa el viejo Dacio Gil. O, por mejor decir, intenta atravesar, porque el ambiente público es francamente irrespirable e insolidario: Se está literalmente matando a congéneres por el becerro de oro.
ResponderEliminarLo que usted llama "ligero optimismo" no es sino la desesperada búsqueda de algo a lo que aferrarse ante el derrumbe de cualquier Dios (un Dios verdadero no puede tolerar lo que está pasando sin la contrapartida de un castigo ejemplar)y ante la estrepitosa quiebra de los elementales valores éticos y morales que deberían animar a los seres humanos. Acierta usted con el "siquiera algo más esperanzador".
Poderoso caballero es don dinero, pero es sabido que el poder no acerca, por lo general, a la felicidad.
No cabe otra, dilecto amigo Gruten: O nos aferramos a las pequeños sentimientos (que no pequeñas cosas materiales) y reaccionamos reconstruyendo valores humanos o nos preparamos a sucumbir de la mano de expertos, economistas y falsarios.
Habrá que reaccionar, querido Gruten. Y ya sólo cabe hacerlo desde abajo, cada cual con sus sensaciones más íntimas. Está claro ya que los ejércitos de salvación conducen a la servidumbre voluntaria.