miércoles, 16 de mayo de 2012

EL SABIO GRIEGO QUE ACONSEJA EN LOS DESVELOS.

Cuando uno constata día tras día los padecimientos de los ciudadanos griegos purgando a sus expensas particulares las alegrías de sus denominadas élites políticas y económicas (actuando de consuno con sus “asociados internacionales") acostumbradas a ingenierías de toda laya en orden a la organización chapucera apresurada de unas olimpiadas y la formalización de protocolos y procedimientos  de integración y homologación comunitaria en la UE (cuando de lo que se trataba era sólo de enmarañar contabilidades públicas para terminar haciéndose con fondos estructurales que paliasen los desmanes financieros y vinieran a sustituir a las subvenciones estatales), termina concluyendo a toro pasado que en ese proceso perverso  hubo múltiples complicidades institucionales tanto nacionales como supranacionales. Ahora, en plena vorágine de las crisis financieras, parece que queramos olvidar este trascendental dato. De esos juegos burocráticos perversos no se tiene noticia de que nadie haya depurado responsabilidades (ni en Grecia, ni en la Comisión Europea, ni en ninguna  otra parte); ni en las altas, ni en las medias, ni en las bajas esferas de las instituciones respectivas, ni en las empresas de asesoramiento externo que tanto han proliferado y que tan altos rendimientos económicos obtenían de sus corretajes. Ello sin hablar de los mecanismos de supervisión y control, si es que efectivamente los había. Lo único cierto es que las perversiones (y aquella insultante vida alegre  de tanto intermediario desvergonzado) las han terminado pagando quienes nada tuvieron que ver en el garlito y que hoy se ven, además de privados de su mínimo vital, sumidos en la decepción y la desesperanza en su combate personal por una vida digna de ser vivida. Resulta lógica esa emocional desafección –e incluso defecación- en un entramado institucional que en nada les representa. Manifestación inequívoca de que Tony Judt  se quedaba corto con aquel  “algo va mal” en este sistema de convivencia llamado democracia. La democracia condicionada y empequeñecida  por los profesionales de la política y por los tecnócratas europeos.
Al viejo Dacio Gil se le viene apareciendo en estos días –más certero sería decir que en estas noches- en sus entrecortados y agitados sueños un lúcido caballero de mediana edad e inequívoco aspecto mediterráneo que le susurra máximas, recetas y recuerdos personales sobre la esencia del hombre, de la humanidad.  También respecto a los entramados institucionales (que no son sino la máscara tras la que se ocultan las ambiciones humanas más descarriadas) en el que se presentan , comicio, tras comicio, los políticos profesionales como los sedicentes únicos administradores de nuestra servidumbre voluntaria obtenida por el juego de espejos de la persuasión mediática y la dosificación del miedo. El clarividente visitante nocturno se refiere constantemente a ese entramado unas veces como La Herramienta, y otras como La Máquina. Otras veces reflexiona con su voz suave, su pensamiento firme y su peculiar acento francés sobre el estatus público normativo que en el siglo XXI han alcanzado la esclavitud y la servidumbre hasta llegar a ser asumidas e identificadas en una relación global de naturalidad. Afirma persuasivo que ese estatus público envuelve hoy a la mayoría de la ciudadanía europea. Intercala en cada consejo una certera alusión a la hegemonía y a las estructuras de dominación. Dice que tras los rescoldos del incendio del Estado de Bienestar se esconden los vividores del presente blandiendo los retales chamuscados de las banderas del interés general formal y abstracto. Intenta hacer ver al desvelado usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia  –y a fe que lo consigue- que el sumidero de hegemonía de las estructuras públicas institucionales coincide con la dominación de los sujetos económicos preponderantes: el maridaje perfecto entre estructuras políticas institucionalizadas (incluidos, por supuesto, personajes instalados desde siempre en el sistema; tipos tales como los Diego Valderas, Rosa Díez, el clan rubalcabista de Majadahonda y la totalidad del PP franquista y postfranquista: franquistas todos ellos, a la postre,  cada cual con su máscara carnavalesca)  y las estructuras económicas instaladas en la dominación desde siempre sin que les afecten lo más mínimo las algaradas,  las bullangas, las  indignaciones callejeras o las guerras civiles. Esos prestamistas (ahora también prestatarios del Estado) tienen plenas  capacidades para la creación de bancos buenos, malos o pésimos y dar y retirar créditos cuando gustan y a quienes les gustan, en Santander, en Bilbao, en Vizcaya, en Argentaria, en -Unicaja de-  Málaga, en –Caja- Madrid, en Castilla-La Mancha o en cualquier cajita del mediterráneo, del cantábrico o del atlántico. Pueden financiar a los dos bandos enfrentados  en una guerra civil. Incluso en la guerra civil fria que vive Europa.
El nocturno intelectual  que viene  asesorando al viejo Dacio Gil mantiene insobornable que él ya advirtió sin éxito hace casi 50 años  que el llamado Estado de Bienestar había que denominarlo Estado tecnocrático, tal como ahora se pretende interesadamente colarnos de matute. Sostiene que hoy las estructuras de dominación no se reducen al Estado y a su producción de sedicente orden normativo. Apunta que en la actualidad aquel decorado se ha derrumbado en beneficio de las facciones dominantes globalizadas a las que se vienen adhiriendo, como perros famélicos, los políticos profesionales de cada país. Profesionales de la mentira institucional institucionalizada.
Aunque pueda parecer mentira, los cadenciosos consejos de sabio de quien se sienta cada noche el borde del jergón del semidurmiente  Dacio Gil no terminan agitándolo; antes al contrario, le producen cierta serenidad ante la cruda realidad de cada día en la que, martilleados por la propaganda del miedo y la austeridad, se van  descubriendo un desfalco aquí y otro allá. Desfalco directamente proporcional a la posición ocupada en el escalafón social e institucional, ya se sea monarca, familiar regio, presidente del Lobby de los jueces, consejero andaluz de la cosa, dirigente deportivo concursado, espía, "digno" policía en Sol represor de ciudadanos indignados, jueza apresuradamente trasmutada en Delegada del Gobierno en Madrid  o cualquier otra función a la que se ha pintado una cierta relevancia institucional. Así sucesivamente hasta llegar  al menudeo receptador de cualquier contratado del CSIC con acceso a fondos europeos.  Nadie nunca es responsable de nada, y cuando lo parece de manera inequívoca se cambia de súbito la legislación. Siempre terminan pagando los mismos de forma duplicada: con sus nóminas o sus automóviles, dadas las facilidades de bandolerismo legítimo que permiten las TIC en este mundo rigurosamente vigilado.
Apunta que en pleno siglo XXI nos encontramos con la realidad que él estudiaba: la lucha de clases, hoy polarizadas entre los superricos (y sus agregados los gestores financieros y los especuladores conectados) y los pobres procedentes de los diferentes grados de una clase media pauperizada de súbito que tal vez nunca llegó a tener relevancia más allá del simple consumo compulsivo. Puro reflejo de que el Estado se termina justificando  a base de dividir y desogarnizar permanentemente a las clases dominadas (“el Estado no puede –dice- evitar transgredir  los propios factores productores de la crisis, por lo que, con ello, sobrepasa la simple crisis económica. Todo sucede como si de ahora en adelante fuesen las propias instituciones públicas quienes se encargasen  de promover las sucesivas crisis económicas rampantes ”).   Mantiene -y a las pruebas se remite de contínuo- que en estas situaciones se ve alterada a la baja la posición tanto de los funcionarios como de los intelectuales. Argumenta que la crisis económica termina provocando una crisis política  precisamente por el intento de gestionar la crisis por medio de la institucionalidad estatal. Crisis que puede alcanzar a la esencia misma de la democracia. Con cierta tristeza convence cuando afirma que se encuentra plenamente vigente el decálogo que incluyó, allá por 1976, en las conclusiones de su trabajo Elementos de análisis sobre la crisis del Estado.
Como corolario, el intelectual de la melena larga concluye que el capitalismo siempre fue así. Como así fueron también las ortodoxias académicas que decían analizar sus fenómenos y efectos. Pone el ejemplo de Ditie, el protagonista de la novela de Bohumil Hrabal Yo serví  al rey de Inglaterra, que persigue los beneficios del capitalismo (liberal, nacionalista o estatal) pero siempre termina trasquilado. Recomendó a este  Gil  hace unos días que viese  la película de Jiri Menzel  que programaban en La 2 sobre la novela de Hrabal. Fue un acierto verla pues la película se ajusta bastante a la novela y refleja cabalmente las preocupaciones y obsesiones de Hrabal, aunque hay que reconocer que el impactante final literario de la novela aparece algo modificado en la película. Hrabal era uno más de los  geniales santos bebedores centroeropeos, un conocedor de las pasiones amorosas, un observador perspicaz de las nefastas consecuencias subjetivas de todos los totalitarismos, un ciudadano que sufrió en propia carne varias transformaciones institucionales  y era, a la postre, un fino teórico de la muerte voluntaria.
Seducido  por la solidez argumental de su consejero nocturno, el viejo Dacio Gil ha tratado de indagar sobre su identidad pero poco ha conseguido saber de este hombre descreído en lo accidental e instrumental pero firme, preciso y sugerente en lo sustancial y en lo profundamente humano. Ha alcanzado a escucharle  la confesión de que, andando el tiempo, llegó a convencerse que se encontraba en la metodología errada y en la escuela equivocada. Que ese descubrimiento terminó en profunda decepción  y consiguiente angustia personal.  Que en aquella época y con su decurso vital era impensable un cambio de vía intelectual y profesional sin traumas indelebles. Que se le apreció el vacío pero que jamás abjuró ni abjurará de unas  convicciones tan profundas como humanas que hoy valdrían para analizar lo que acontece en Grecia y en España. El viejo Dacio Gil ha creído entenderle  que era griego de nacimiento y universal de “morimiento”. Que se trasladó a vivir a aquella Francia en ebullición intelectual con su maleta repleta de conocimientos sobre marxismo. Que, como muchos intelectuales,  sufrió en su fuero más íntimo con el curso que fueron tomando los  acontecimientos  y el cinismo de la política práctica que no coincidía con lo que se predicaba. Reconoce que lo que él esparaba alcanzar alguna vez en beneficio de la colectividad nunca lo alcanzó plenamente. Que fue por eso por lo que decidió provocar que su vida fuese breve. Ese vacío le insufló las fuerzas para marcharse con su equipaje intelectual más preciado. Que se precipitó desde un piso 22 abrazado firmemente a sus obras, a su libros. Afirma que  el descubrimiento de la desesperanza radical le facilitó argumentos sobre la muerte voluntaria.
El viejo Dacio Gil sólo ha podido sacar a su interlocutor el nombre de pila: se llama Nicos. Y ese dato del nombre Nicos hace conjeturar al viejo Dacio Gil  que ese sabio informal de  serenidad sobrecogedora y cuyo certero caudal argumental seduce y convence fuese un brillante exponente del análisis institucional y la sociología política. Trata de convencerse de que quien le viene visitando cada noche de desvelo para hablarle de  "aparatos de interiorización de la represión", de "desinstitucionalización", de "Estado de excepción efectivo", de "la transmutación del principio de publicidad en principio del secreto", o, en definitiva, de "pilotaje a ojo de la crisis financiera" no fuese otro que  Nicos Poulantzas.         

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