Un Estado y una comunidad fallidos (fallidos en los planos económico, ético, político y moral) como España, con una crisis tan lacerante y unas decisiones tan arbitrarias y sesgadas necesitaba una tregua de carnaval futbolero como la que estamos teniendo en las últimas horas. A falta de Panem, nos doblan la ración de Circenses.
El carnaval, como el que estamos viviendo este abril, suele ser bastante certero en sus metáforas y alegorías: Madrid y Barcelona encarnar el espíritu oligárquico. Serían los intermediarios financieros protegidos por las instituciones. La multitud es eso, y sólo eso: multitud. Los medios son los tontos útiles: voceros engalanados con las bufandas del equipo de sus preferencias. La imparcialidad periodística hace mucho que yace en la fosa común de la sociedad del espectáculo. Los palcos de autoridades traducen las bambalinas de de la política con gestos ensayados horas y horas junto a los asesores de imagen: fragante pestilencia. Ayer en el Bernabeu y anteayer en el Nou Camp. Ayer el empresario de los parques temáticos y “financista” del PP y presidente del oligopolio; Romay Posada; Aznar; Rubalcaba y tantos y tantos figurones y figuronas más. La sedicente creme de la creme.
Una sociedad corrupta como la española y la europea necesita unos jueces a la altura de sus perversiones. Para el Barsa un árbitro turco. Y hete aquí que el árbitro turco (que no era Babacan, pero lo designaron para que saliese inmolado) dió toda una lección de independencia e imparcialidad con un arbitraje técnicamente perfecto y sin endiosamiento ni servilismo de ningún tipo. Una auténtica lección para las tecnocracias (también arbitrales) de la UE que suelen utilizar los aspavientos retóricos para proteger siempre al oligarca de turno. Por el contrario al Madrid florentinista de los parques temáticos en emiratos Árabes y en Uruguay un parvenu, un aspirante a capitalista que traduce lo que piensan las instituciones: sólo en la primera parte se traga una tarjeta para Benzema por mano ante el despeje del portero, dos tarjetas a Arbeloa por sendas entradas canallas para cortar los contraataques; un penalti en el área pequeña cuando el delantero del Bayern pretendía rematar a bocajarro y unas manos clarísimas de Pepe en la barrera (¡dentro del área y segunda consiguiente amarilla para Pepe!) en la falta al borde del área al final justo de la primera parte. A eso ha seguido una mano de Arbeloa dentro del área en el minuto 86. Un grotesco conciliábulo con Ozil, en vez de mostrarle una merecida tarjeta en el minuto 89. Una tarjeta a Robben por alzar los brazos en el 89. Otra tarjeta a Luiz Gustavo en el 102. Tarjeta a Badstuber en el 103. El que revise el video del partido comprobará que el arbitraje fue altamente sospechoso, institucional. Pero la prensa de cámara –el panfleto madridista As, entre ella- sólo aireará el posible penalti a Granero en el minuto 115. Información cautiva y entregada.
Una realidad institucional corrompida y sesgada como la madrileña necesita de una televisión corrupta y partidaria como tele(real)madrid. Los comentarios de los forofos madridistas de telemadrid insultan a la inteligencia y a la imparcialidad y son un inequívoco foco de violencia simbólica: una invitación a la única elección racional posible: pulsar el botón de silencio (mute) en el mando a distancia.
Desde luego, el viejo Dacio Gil piensa que la imagen crispada, ahita de ansiedad y con la protesta constante para el árbitro y sus propios compañeros –además de pletórica de egoísmo- de Cristiano Ronaldo no es nada, nada edificante para los niños: antipedagogía en el sentido más puro de las vedettes multimillonarias con las que percuten Florentino Pérez y los políticos financiados por él a los niños en proceso de socialización.
Si el Bayern, además de haber tenido una defensa ordenada en los primeros 14 minutos, hubiese contado con un solo delantero eficaz en vez de los dos mostrencos (Robben y Gómez), el Madrid habría salido justamente derrotado a lo largo de los 90 minutos regulares: sufrió lo indecible desde el minuto 20 hasta el 120. En la tanda de penaltis no digamos… Y es sintomático que los tres niños bonitos de Florentino Pérez (Cristiano, Kaká y Sergio Ramos) fuesen precisamente quienes marraron los penaltis.
Lo que sí hay que reconocer es que fue un partido de fútbol de los de verdad. El Barcelona-Chelsea fue un aburrido (y amanerado) partido de balonmano con el pie. Un combate de boxeo entre un encajador con una escondida zurda letal y un fino estilista sin pegada. Fútbol de salón en un estadio grande.
¿La mejor liga del mundo, dice usted? Déjese de gaitas. Reflejo de la sociedad del fraude espectacular en la que estamos acostumbrados a movernos. España es una comunidad aniquilada y en crisis. Y los comportamientos en situaciones de crisis dependen de los modelos de justicia que se han interiorizado y de las instituciones que se han legitimado. El paréntesis embriagador del carnaval futbolero ha terminado y todos debemos toparnos con la cruda realidad. No cabe otra.
Allá por 1949, Leon Fuller expuso con máxima claridad el caso de los espeleólogos, relativo al rescate de cinco exploradores, el subsiguiente descubrimiento de su sistema de alimentación por homicidio para sobrevivir y sus repercusiones jurídicas en los sucesivos órdenes judiciales. Debería ser estudiado en las escuelas para desacralizar la idea de justicia. La justicia es un producto humano e institucional. Dado que en materia de justicia las decisiones más profundas no las toman individuos que actúan en calidad de tales, sino individuos que piensan dentro de las instituciones y en nombre de éstas, un sistema de justicia no tiene otra forma de existir que satisfacer cotidianamente necesidades institucionales. Eso le ha pasado al árbitro húngaro Kassai y eso nos demuestran cada día los medios de comunicación travestidos de jueces y las instituciones reguladoras y recaudadoras. Desde esta Tribuna Alta Preferencia no se va a destripar el caso de los espeleólogos de Leon Fuller, pero se recomienda vivamente la indagación sobre su contenido y sus moralejas, porque el lector descubrirá de manera palmaria y contundente que cada vez que alguien toma una decisión cualquiera (un árbitro, un juez, un ministro, un periodista, un policía, un examinador, un funcionario, un bloguero, la UE, los mercados, las instituciones financieras…) razona ésta en base a sus compromisos institucionales conscientes o inconscientes, no en razón de los datos fehacientes. Con perdón de nuestros hermanos los simios: Viste el mono para justificar la decisión.
Aquí no hay verdad objetiva que valga. Vivimos un carnaval en el que todo es humo de pirotecnia barata. Los penaltis fallados nos devuelven a una realidad tozudamente mendaz. Una comunidad fallida.
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