domingo, 9 de mayo de 2010

OGINO EN LA GLOBALIZACIÓN

Ensordecidos por las cuatro naderías que nos repiten los Gabinetes de Relaciones Externas de los poderosos y se encargan de repetir a pies juntillas los medios de comunicación, casi pasa desapercibida la efeméride del momento. Un hecho histórico que marcó a toda una generación de españoles y ha tenido unas consecuencias indelebles en el desarrollo posterior de la sociedad y de las instituciones llamadas desarrolladas.
Hace hoy exactamente 50 años la Food and Drug Administration de EEUU aprobó la comercialización de Enovid, el primer anticonceptivo oral. El 9 de mayo de 1950 nadie -ni las señoras Sanger y McCormick, activistas del feminismo, ni los laboratorios farmacéuticos, ni los políticos- podían conjeturar siquiera mínimamente las consecuencias que ello tendría en la evolución del sexo, la vida de las mujeres, el mundo del trabajo, el desarrollo y declinación del Estado de Bienestar y otras muchas más facetas humanas. En aquellas fechas ya era mucho poder considerar superado el paciente y escrupuloso cálculo de los días de fertilidad de la mujer prescrito por el método Ogino-Knaus.
En pleno siglo XXI, precisamente la época del cogito interruptus, la aspiración del ser humano sigue siendo la inmortalidad y el llegar a ser "como Dios", inmune a toda decrepitud e infalibilidad en la sociedad del goce continuo (el que pueda según sus potencialidades físicas y monetarias, naturalmente). Las multinacionales farmacéuticas y los buhoneros de ocasión nos bombardean a diario con toda clase de productos milagro que prometen el reino de los cielos en la tierra y la dictadura de la sensualidad en el jardín de las delicias que es el mundo. Desde el alargamiento, resistencia y tenacidad del pene masculino o la turgencia, tersura y erección perpetua de los senos femeninos a los resultados "rejuvenecedores" de los antioxidantes o los zapatos ergonómicos para ambos sexos (testados eso sí por el CSIC o chiringuito científico análogo), todo son innovaciones científicas que prometen un giro copernicano en la vida del consumidor como el que representó la píldora anticonceptiva. Y puede que quienes eso proclaman tengan razón en la esencia. Aunque siempre hay un pero: Ya se habla de iatrogenia en la sociedad del goce y la satisfacción continua. Como es sabido, la iatrogenia sería -muy resumidamente dicho- la enfermedad producida por los médicos o los medicamentos. Y algo de esa enfermedad padece la sociedad de nuestro tiempo y nosotros mismos. Surgida una innovación terapéutica es urgentemente necesario descubrir su antídoto. Enfermedad que está alcanzando a la propia Ciencia que viene avalando con desenfreno cada innovación científica (de consumo; las otras son irrelevantes) que se pone a nuestro alcance para acercarnos a Dios a cambio de un mediano dispendio y perseverancia en la aplicación. Naturalmente tales productos milagro no tienen el precio de los genéricos a los que se empeñan los médixos de la Seguridad Social para abaratar costes, sino que su precio distingue a quien los consume. Si el dispendio fuera corto y el uso generalizado no distinguiría a nadie.
Vuelvo, para no dispersarme como me ocurre de continuo, al tema del uso masivo de los anticonceptivos y su enorme repercusión social. Los anticonceptivos han hecho más por el movimiento feminista que las mil y una soflamas para alcanzar el paritarismo (¿se aprecia la similitud con paritorio?). Los anticonceptivos han hecho más por el derecho del trabajo de las mujeres que las leyes de igualdad y las de conciliación de la vida familiar. Los anticonceptivos han abierto un mayor campo de libertad a las mujeres que cualquier revolución política o social pasada o futura. Los anticonceptivos también han afectado a los usos sexuales de generaciones enteras con una proyección demográfica incuestionable. Puede decirse que existe un antes y un después de la comercialización de los anticonceptivos. Aunque, como pasa siempre, las consecuencias de ese antes y después se ha circunscrito hasta fechas bien recientes al llamado Primer Mundo y, dentro de él favoreciendo más a quienes se lo han podido sufragar sin apreturas.
Los observadores sociales más modernos, agudos y perspicaces creen apreciar también actualmente en la píldora anticonceptiva uno de los gérmenes que han terminado socavando el Estado de Bienestar, el descenso de la natalidad que afecta a la crisis fiscal de los Estados, la paulatina desaparición del mundo del trabajo en su concepción tradicional, la necesidad de inmigración para mantener los sistemas productivos y la crisis de la familia nuclear que era el colchón que soportaba la dependencia de los ancianos siempre dentro de las familias. Para sustentar sus afirmaciones, los observadores sociales aportan datos que parecen irrefutables.
Racionalizar retrospectivamente las utopias sociales (y el feminismo es una de ellas) es una tarea relativamente fácil. Lo difícil es, cuando están en pleno apogeo y ebullición, poder prever el declive de las mismas, bien por pura consunción bien por inadecuación a los tiempos. Y los analistas menos apocalípticos apuntan ya muestras evidentes de unos efectos perversos e imprevistos. Eso vendría a demostrar que el ser humano, sin distinción de género, jamás llegará a ser un Dios.
Las perspectivas sociales en este tema no parecen muy halagüeñas, pero nadie podrá negar desde el objetivo estudio del acontecer histórico que la píldora anticonceptiva, junto a todos los logros apuntados, nos ha ayudado a generaciones enteras -¡y mucho!- a disfrutar de la sexualidad y a sacar rendimiento al cuerpo sin la amenaza de la fecundidad desmedida de la mujer, pero que toda cara tiene su envés. Y que todas las ideologías terminan siendo arrinconadas por su contingencia evolutivamente contradictoria.
La historia de la píldora anticonceptiva debería enseñarse ya en las escuelas. Ayudaría a contemplar la peripecia del ser humano en la tierra. Y a relativizar las modas ideológicas tan necesitadas tanto de santos como de herejes y renegados. Ayudaría, en fin, a comprender la vida misma tal cual es, sin adherencias innecesarias.

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