Ciertamente los tiempos están para estar justificadamente atribulado. Como para no poder estar sino más turbado. Para estar, con las instituciones que nos han dado, mucho más turbado que antes de las medidas. Este viejo Dacio Gil sigue sin comprender como el Ministerio de Igualdad o sus "voceras" se han mantenido en silencio propio de una tumba mora en vez de haber salido a hacer frente a las medidas relativas a los funcionarios o empleados públicos. hubiera sido lógico que las altas cargas de ese Ministerio deberían haberse removido dentro de su sarcófago instintucional, levantando la voz en contra de esas medidas. Por un lado, las representantes de ese ministerio femenino podían haber objetado las medidas por no por referirse, abusando de lenguaje, a funcionarios o empleados públicos en vez de referirse de forma genérica a "función pública" o "emplea pública". Por otro, se podrían asimismo haber impugnado las medidas por atentar discriminatoriamente las detracciones económicas forzosas a la conciliación familiar, a la compensación de la dependencia. O por no haber considerado las medidas anti-crisis una "discriminación positiva" detrayendo menos a las mujeres que los hombre por puras razones históricas de sojuzgamiento de género en la adulterada aplicación de los principios de "mérito y capacidad" hablar de funcionarias o empleadas públicas. Y sorprendentemente no lo han hecho; han preferido seguir ciñéndose a los fuegos de artificio. Si la ocasión la pintan calva (¿será esta muletilla un abuso de lenguaje como la mención a la mujer barbuda en los circos de ocasión?), lo suyo era haberse opuesto enérgicamente blandiendo los argumentos de rigor a las medidas anti-crisis. Tal vez haya sido esta vez sólo un silencio táctico. Una especie de calma chicha, antecedente de una medida de igualdad de más calado.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu acuñó la expresión nobleza de Estado para referirse a la especie de aristocracia que se erige y perpetúa tras cada avance más o menos revolucionario. Venía a decir que dentro del Estado se concentraban los detentadores del capital simbólico manteniendo una lucha entre ellos para obtener el monopolio. En el caso de las políticas de igualdad bien puede decirse que lo que más se detecta es esa tendencia a constituirse esa suerte de aristocracia pública que se ha ido instalando en los intersticios de los Poderes del Estado. Es constatable empíricamente esta tendencia a la estamentalización tanto en la estática como en la dinámica institucional. Y este fenómeno general no deja de presentarse en todas las revoluciones. En eso la historia no miente: aporta múltiples evidencias.
A este viejo Dacio se le ocurre que, a su vez, a esa aristocracia de género acaso podría ocurrírsele intentar sigilosamente y sin alharacas llevar a cabo una mutación de las bases culturales de la convicencia con un sesgo de género. Me explico: Se podría por ejemplo intentar, ahora que la Biblioteca Nacional ha sido degradada de rango, una serie de prudentes acciones concertadas para que el libro por excelencia de don Miguel de Cervantes se llame a partir de ahora Doña Quijota de la Mancha; el de Harbert Marcuse llamarse ahora la mujer unidimensional; el de Robert Musil la mujer sin atributos y, en fin, el de Miguel Delibes cinco horas con María. Así un sinfín de obras. Al leal saber y entender de este viejo Gil sería esa una mutación importante en orden a consolidar la revolución de género, estando como está la literatura femenina de calidad o excepcional en franca desventaja con las plumas del otro género: el género masculino. Una vez obtenido un acervo de obras literarias excepcionales devenidas en femeninas, una siguiente etapa podría ser modificar subrepticiamente los nombres de los titulares de las obras para que aparezcan como escritas por mujeres. Con el simple paso de una generación sólo los eruditos se percatarían de la superchería. Y además no sería tan complicado: la historia está plagada de épocas en las que los vencedores han procedido a vaciar hábilmente el acervo cultural precedente apropiándose de las obras de los vencidos debidamente deformados sus elementos caracterizadores. Con esa simples operaciones cosméticas, la aristocracia institucional de género podría intentar perpetuarse.
Tomáremos como ejemplo Cinco horas con María. Sólo habría que cambiar Mario por María y María del Carmen por Mario Carmelo, por ejemplo. El resto se mantendría inalterado (trocando el género de los demás nombres que aprecen en la obra: Encarna, Paquito Álvarez, Valentina, Beltrán etc.). Todo el diálogo monologado podría hacerlo ahora un hombre viudo (Mario Carmelo, tal cual antes se convino, aunque los correctores deberían guardar un especial celo con frases como aquella "Pero de estas cosas los hombres no os dais cuenta, cariño, que el día que os casáis, compráis una exclava, hacéis vuestro negocio, como yo digo, que los hombres, ya se sabe, no tiene vuelta de hoja, siempre los negocios". El pasaje en el que la viuda (ahora el viudo) evoca el subrayado de los libros, por su plasticidad, debería mantenerse en la obra modificada con fines de género; aunque estadísticamente parece que las mujeres siempre han subrayado menos libros que los hombres. Acaso por pura estética, acaso por su mayor repentización respecto de los hombres.
Entiende este Gil que el paritarismo, las políticas de igualdad o el feminismo noble no necesitan de grandes los mitos, las heroínas, las santas o vírgenes civiles que se empeñan en buscar las aristócratas estatales de género. Sin ir más lejos, este usufructuario de la tribuna conoce una mujer que, como viuda real, concilia todas las características de excepcionalidad como ser humano, toda vez que al quedar viuda muy joven ha sabido conjugar sin amilbaramientos el doble papel de madre y de padre. Y de hermana primogénita en una familia de huérfanos. Puede decirse de ella que cuando le llegó ese cruel momento de la viudedad no se anduvo con mojigaterías: tiró del carro sin rechistar, sin propalar sus lamentos a los cuatro vientos. Como madre supo bandear crueldades humanas, crisis económicas, incluso los desconciertos propios de la evolución de sus vástagos. Jamás se ha apartado de la luminaria que le marca el camino: su condición humana, el reconocimiento de ser sólo un ser humano movido por el orgullo de ayudar. Su núcleo familiar es tan amplio que se diría que ella patrocina en exclusiva y dirige una amplia ONG de las auténticas, no de las de fachada con exclusiva finalidad subvencionable. Para esta María sólo ha habido,hay y habrá Nosotros. Ahora que están tan de moda las barreras y los salvoconductos para la interacción humana ese es su timbre de honor. A esos atributos de humanidad en el ámbito familiar conjuga el orgullo de ayudar también en el ámbito de esa su profesión que es la beneficencia. El inmenso número de sus beneficiarios no necesita guardar cola para obtener una ayuda suya ni traspasar un sinfin de filtros para acceder a sus consejos. terapias o consolaciones: las otorga irrestrictas. A veces se demora, pero las otorga. La ideología de esta mujer coraje es sumamente radical: desafiar la maldad intentando descubrir siempre el lado humanista y humanitario de cualquier acto. Buscar lo positivo y lo sencillo.
La aristocracia institucional de género se empeña en hacer salir al escenario a sus propias heroínas extraídas de un casting algo parcial. La María de estas cinco horas es sólo un ser humano entregado al servicios de los seres humanos, considerados como hermanos. Sin necesidad de escenificaciones, viene manteniendo una actitud heroica en el plano humano y en el social. Siempre se distanció de las aristocracias y las supercherías contingentes. En este baile que es la vida nunca le ha gustado el uso de la máscara. Es un vivo exponente del orgullo de ayudar. Sin duda de ningún género.
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