martes, 18 de mayo de 2010

DON ALEJANDRO O LA FUERZA DE LA PONDERACIÓN

Este viejo Dacio Gil es, como su nombre pone en evidencia y a mucha honra, hijo de innumerables padres, aunque su trayectoria genética aparezca clara e indubitable. De muchos padres a los que, en gran número, nunca ha llegado a conocer personalmente. Maravillas y milagros de las bibliotecas. Con la lectura a veces compulsiva, Gil fue entrando en el proceso de prohijado invertido que, aunque no está previsto en el Código Civil, es mucho más enriquecedor para la persona, si consigue no caer en lo que los psicólogos llaman personalidad escindida. Multipaternidad, como es natural, sin demérito de su padre canónico y civil cuya rectitud y bonhomía este viejo Gil intenta siempre tener como modelo. Ninguno de los padres del voluntario prohijado invertido al que se han dedicado tantas horas ha llegado nunca a ser reconocidos como padre adoptivo o putativo pero han marcado el carácter y la personalidad (a la par que le han ocupado un espacio que ha llegado a ser incómodo para la convivencia) en la vida vivida, leída e imaginada por este tardío Gil. Tener padres por ese proceso del prohijado invertido tiene múltiples ventajas entre la que no es la menor la devolución del cuidado y la atención a la "dependencia" a los que se han hecho justos acreedores tantos padres instalados en la propia morada de uno. Tan quietecitos todos, tan silenciosos y a veces tan desordenados que se quedan en el sitio menos indicado, obstaculizando el acceso a lugares estratégicos de la vivienda. Dacio Gil, como corresponde a un hijo agradecido, los quiere a todos por igual y no querría que nunca le abandonasen aunque sabe que es ley de vida, de espacio y de nuevas tecnologías. Los verdaderos amigos, los amigos de verdad, haciendo suyo el dicho popular, mantienen que el viejo Dacio Gil ha vivido a veces como "choto de dos madres", pero desde esta Tribuna Alta Preferencia debe de reconocerse con voz atronadora para no dar lugar a la duda, que es maravilloso ser hijo de muchos padres. Aunque la atención a tanto padre, tan santo y tan sabio, quita mucho tiempo para otras cosas, personas y relaciones. La vida misma y sus encrucijadas.

Afortunada mas que desgraciadamente no todo (aunque sí casi todo) se encuentra en los libros. Las virtudes se enseñan a través del ejemplo. No en vano son una disposición, un esfuerzo para hacer. Y no vale cualquier agencia. Sólo para hacer el bien. Por eso se hacía obligado ya que ocupara con todos los honores esta tribuna Don Alejandro, prototipo y compendio de muchas virtudes. En la vorágine consumista actual las virtudes suelen brillar por su ausencia y cuando aperecen lo hacen con tal grado de debilidad que resulta preocupante su desfiguración; por eso cuando aparece un ser humano como Don Alejandro y se comprueba su esfuerzo para intentar hacer exclusivamente el bien descartando analíticamente cualquier atisbo de mal, el observador se hace consciente de su insignificancia comparada con la talla moral de personas como Don Alejandro. Desgraciadamente hace relativamente poco tiempo Dacio Gil quedó huérfano; profundamente huérfano por muchas cosas tras su marcha a ocupar no-lugares de preeminencia celestial desde donde sigue susurrando atinados consejos a este Gil que a duras penas son percibidos por la incipiente sordera que avanza sobre la geografía humana de este en otros tiempos y circunstancias ex químico y ex eviajante. Sus consejos siguen fecundando a quienes no padecen problemas auditivos y aguardan pacientes que sus consejos desciendan hacia ellos. Don Alejandro, como todos los sabios, era un paseante. Unas veces solitario y otras accedía a dejarse acompañar. Y era acompañándolo cuando este Gil entraba en trance: sus consejos y reflexiones valían como la lectura de varios libros, ¡Qué digo; como una enciclopedia fluyente e interactiva!. Sus consejos, cavilaciones e incluso ensoñaciones han quedado indelebles en la memoria del usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia. Y lo grande es que el método de Don Alejandro siempre era el mismo: Ponderación.
Se volverá más adelante sobre el contenido y alcance del vocablo y la virtud ponderación, pero sería injusto omitir el fenómeno que cinéticamente se producía en los paseos por la extremadura castellana en el que el sol mas que lucir refulge por la ausencia de nubes y contaminación. En los paseos presididos por el sol, Don Alejandro recibía el reconocimiento cósmico, haciéndose patente su aura; lo que era sumamente embarazoso -y a la vez esclarecedor- para este Gil no instalado en la edad tardía. En efecto, eran en los paseos cuando Don Alejandro dejaba constancia de su superioridad moral y física a pesar de ser, como buen castellano viejo, corpulento pero sin desmesura, todo lo contrario que su acompañante en las caminatas que, como es notorio de toda notoriedad, asemeja más a un desproporcionado y extravagante fardo de tubérculos. Cuando caminábamos juntos bajo el sol, indefectiblemente se producía un fenómeno al que nunca encontró este Gil una explicación científica, aunque si moral: bien por las mañanas bien en los atardeceres -sobre todo en éstos, en su querido Valonsadero-, cuando el sol se proyecta más oblicuo, nuestras respectivas sombras que unas veces nos precedían y otras nos seguían según la orientación de la vereda que tomásemos en relación al sol, cobraban unas dimensiones inversamente proporcionales a nuestro volumen: Al cuerpo de Don Alejandro acompañaba siempre una sombra de gigante bien proporcionado y, sin embargo, la sombra que acompañaba a este Dacio Gil era siempre la de un gnomo; pequeña y enteca. La situación era embarazosa e incluso decadente para quien esto se atreve a reconocer ahora públicamente. Don Alejandro, a pesar de percibirlo tanto como yo, jamás hizo un comentario hiriente o jactancioso. Siendo un auténtico "señor" no pasaba por darse la menor importancia. Para no desmerecer mi consideración por los demás, nunca contó la diferente evaluación que nuestras figuras merecían al astro presidencial. Dacio Gil tiene que reconocer en público que presenció infinitas veces ese fenómeno tan excepcional. Pasado el primer estupor, terminó por considerarlo justo. Ambos eramos evaluados por nuestras respectivas virtudes y en eso Don Alejandro era incomparable: tanto como su dominio mental de las operaciones matemáticas que tanta ventaja le dieron en el juego del dominó. Don Alejandro no osó jamás utilizar una calculadora. Dacio Gil tomó siempre sus consejos y sus actitudes como un Tesoro. Tesoro mayor que los libros de su biblioteca Y eso es mucho decir.

Encarnaba Don Alejandro una virtud hoy difícilmente encontrabe, codiciada por los anticuarios brocantes de alcurnia : la ponderación. Aunque tiene que ver también con la inteligencia y la razón, ponderación no es sinónimo de prudencia, ya que rebasa los confines de ésta. Coinciden en la esencia (como decían los estoicos de la prudencia: "la ciencia de las cosos que deben hacerse y de las que no deben hacerse") pero la ponderación incide, además, en componentes tales como la compensación, comparación, atención y reflexión. Ponderación es sobre todas las cosas equilibrio. Por lo tanto, la ponderación como virtud coincide pero no se agota en la prudencia: es mucho más que simple mesura. Hermanaba don Alejandro la humanidad curtida por los años de saber optar sólo por el bien con una innata facilidad para una evaluación matemática de cualquier evento pasado y, sobre todo, futuro, y estas características le hacían demoledor, dotando de inexpugnabilidad a sus argumentos mil y una veces ponderados que no se quedaban en el conservador presente. Con la velocidad del rayo, cuando tu te encontrabas aún preparándote para asimilar la primera premisa de su certero silogismo, él ya había proyectado un futuro al analizar lo existente. futuro en el que no había lugar para la maldad ni el escaqueo. Don Alejandro, como no podía ser de otra manera, dejó escuela en cada campo en el que decidió introducirse -que no eran todos, haciendo gala de su condición de hombre ponderado- lo que engrandece aún más su figura y la virtud que intenta glosar este Gil en el presente "post". Don Alejandro no llegó a conocer a Zygmunt Bauman (desgraciadamente no todos los sabios buenos llegan a conocerse personalmente) pero éste le habría destacado que la virtud de la ponderación reune, por añadidura, uno de los pocos saludables atributos característicos de la modernidad líquida: la ambivalencia, toda vez que llega a conjugar, por inverosímil que pueda parecer, mesura y encarecimiento.

El mundo en el que actualmente nos desenvolvemos ha perdido la ponderación en todos y cada uno de sus ámbitos. Se ha terminado imponiendo lo exagerado, lo inconmensurable, hasta lo hiperbólico. parece como si faltase tiempo para llevar a cabo -o no fuese conveniente ni necesario- un mínimo contraste y evaluación ética y moral. El alma colectiva del siglo XXI se resiente con la carencia de una virtud como la ponederación que ni siquiera sabemos hoy como se alcanza, como se ejercita y que efectos comporta. Hacen falta muchos Alejandros. Dacio Gil tuvo el inmerecido privilegio de poder escuharle y observar su comportamiento y de bien nacido es hacerle venir a esta Tribuna Alta Preferencia. Con su presencia no es necesario describir la virtud de la ponderación.
¡Miren su sombra!

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