miércoles, 19 de mayo de 2010

¿MILAGRERIAS O SANTOS BEBEDORES?

Se encontraba Dacio Gil tamborileando torpemente sobre el teclado una nueva entrada atinente a la noticia sobre dos recientes libros relativos a atentados a la dignidad humana en las organizaciones, cuando recordó que debía acercarse a la botica para retirar -e incorporar a la enorme relación de química que se ve obligado a ingerir- un caro medicamento que había encargado de buena mañana. De inmediato interrumpió el tableteo sobre el ordenador y tomó el correspondiente transporte público que deja en la entrada misma de la botica (el lugar en el que reside este viejo Gil lamentablemente ha devenido a barrio tras ser parroquia y son imaginables las incomodidades que ello comporta). La botica se ha beneficiado del aluvión y está servida por, al menos, seis mancebas y algún mancebo y tiene un muy generoso espacio para publicitar productos milagro tradicionales, novedosos y novedosísimos. Las farmacias son un observatorio privilegiado para percibir los cambios sociales. Sobre todo las de los barrios en expansión. En la que me refiero, en un lugar de preeminecia se publicita un producto (del que se omitirá su nombre comercial para no contribuir a su publicidad, pero Dacio Gil lo recuerda perfectamente) que reza más o menos -cito de memoria-lo siguiente: El mayor avance científico contra el envejecimiento celular fruto de los últimos avances de al investigación nutracéutica. Ahí es nada. Ni más ni menos. ¡Toma ya! Como decíamos en los tiempos de la mili: "Atención escuadrilla: el General" Y el cuartel temblaba. En este caso, el consumidor farmacéutico queda conmovido, impactado por el lenguaje publicitario.
Dado su impacto lingüístico, es necesario descomponer los lemas del mensaje expuesto al subconsciente del consumidor de felicidad prometida: 1. El mayor avance científico. 2. Contra el envejecimiento celular. 3. Investigación nutracéutica.
Naturalmente la publicidad bascula sobre el vocablo "avance" que es la idea fuerza que trata de legitimarse con el calificativo científico y la apelación a investigación. Todo ello bajo el impactante neologismo nutracéutica. El objeto terapéutico es la detención del envejecimiento celular. Cuando el inquieto consumidor trata de indagar la validación de tan enorme avance científico comprueba que el producto es avalado por el CSIC. Sólo por el CSIC. Y obsérvese que esta característica es vendida como su mayor timbre de gloria. Su legitimación por excelencia. Para los desprevenidos señalaré, aunque a nadie se le oculta ya, que este tipo de publicidad viene amparada por un previo "convenio de colaboración" entre esa Agencia Estatal y el laboratorio comercializador. No será Dacio Gil quien exponga aquí las perversiones de los "convenios de colaboración". Son sabidas: están en la literatura sobre la huida del derecho administrativo. Lo patente es que, en el supuesto analizado, un organismo público como el CSIC se presta a aparecer en la publicidad de este producto nutricéutico, aunque se omite señalar el alcance de los tests y supervisiones llevados a cabo. Y nutricéutico no es lo mismo que farmacéutico para la autoridad pública y sus controles. Nutricéutico evoca un nuevo paraíso de felicidad, sin las hipotecas de la química tradicional...

El producto no es, ni más ni menos, que un antioxidante. Si, un antioxidante. De esos sobre los que la Food and Drug Administration ha prevenido sobre sus efectos colaterales. En España se guarda silencio sobre esta cuestión, pero el consumidor inquieto puede indagar en internet. Y la peculiaridad relativa es que el antioxidante en cuestión se elabora sobre el hollejo de la uva. Ya no es el ácido ascórbico, la vitamina C o los otros componentes. El curioso consumidor puede seguir indagando y hasta comparando: compruebe la diferencia de precios con el resto de los antioxidantes del mercado de herbolarios y demás centros dietéticos. Hasta aquí la descripción más o menos acertada del fenómeno publicitario y las vinculaciones de un organismo público en la publicidad desarrollada. El resto se examina a continuación.
Respecto al producto de referencia hay que reconocer que goza de una completa campaña publicitaria que gira en destacar su cualificación científica. Y como el medio hace el mensaje, sus promotores han elegido las farmacias y no los herbolarios. Lógica de mercado. Y también, nueva tendencia de comercialización de productos en paralelo a los genéricos. Trampas legales del mercado de la salud. Y no será Dacio Gil el que niegue que conoce ya entre su círculo de amistades a verdaderos profetas de las bondades de este producto. Negarlo sería mentir. Dacio Gil se ha resistido a probarlo por las reservas que le produce el avalista científico. ¿Y qué es lo que tiene esa maravilla que detiene al asesino de la edad? Pues, según parece, básicamente taninos, dado que se obtiene del hollejo de la uva. Dacio Gil en modo alguno se maneja con soltura en este tema, la información que dispone se la suministró un tenista imbatible que, al ser preguntado hace años por su preparación y éxito, contestó a quien esto escribe que todo se debía a los antioxidantes. Y recalcó: "pero los buenos; que antioxidantes hay muchos". Desde esa fecha ya lejana este Gil les sigue la pista a los antioxidantes...y al tenista imbatible, que no es Nadal, naturalmente. Hoy el seguimiento que lleva a cabo es más de los efectos sociológicos que el meramente felicitario que prometen sus publicitarios, Conocido es que el usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia tiene cierta debilidad por los sabios, los viejos y los excluidos en esta sociedad del consumo,por lo que no espera ya nada de los antioxidantes ni de ni de los avances científicos milagreros, ni de las innovaciones nutracéuticas, ni de los sedicentes avalistas científicos. Estos colectivos no los han utilizado. Cree este Gil, sin embargo, que todo debe de ser mas serio, Que no todo vale en el consumo. Sea como fuere, lo cierto es que lo que se conoce como sociología del rumor (el conocido boca a boca) ha hecho expandirse la consideración de este producto milagro que no es en modo alguno barato. Asistimos, por así decirlo, a un boom que a Dacio Gil le parece desorbitado en grado extremo. No tanto por el aval (bajo convenio) del CSIC, lo que es mucho, ciertamente, sino por la alternativa aportación de taninos a través del producto nacional por excelencia: el vino. Puede que, con la patente, se esté preparando un pelotazo farmacéutico como el protagonizado por Mario Conde hace unos años. Nada nuevo bajo el sol. Pero eso es sólo una suposición.

En este actual Mundo consumo asistimos a fenómenos antinómicos: por un lado se desaconseja el vino y por otro se cantan las excelencias del hollejo de la uva ¡en extracto! Dacio Gil, como ha contado recientemente, se blasona de tener muchos padres y entre ellos, no lo va a ocultar ahora puesto que es notorio, bastantes bebedores. Sin que pueda tomarse a este viejo Dacio (oxidado ya en el cuerpo, apaleado en el alma pero cognitivamente intentando permanecer aún despierto) como fomentador del alcoholismo, hay que reconocer que la buena literatura le debe más al vino que a los antioxidantes: O, por mejor decir, al tanino de la uva. Plinio el Viejo ha pasado a la historia por viejo, por amante de la verdad...y el vino, ya que a él se atribuye la famosa frase in vino veritas. Gran cantidad de figuras de la literatura como Quevedo o Dostoievski gustaron del morapio. El vino ha sido fuente permanente de inspiración, y alguno, como Joseph Roth - en la antesala de la muerte por cirrosis- le dedicó al vino una preciosa novelita -luego llevada al cine con gran éxito- titulada la leyenda del Santo bebedor.
Joseph Roth es una de las debilidades de este viejo Gil. Su obra La rebelión es un prodigio de exactitud sobre el a veces maligno devenir en el funcionamiento de las instituciones. La peripecia vital de Andreas Pum -un inválido ex-combatiente condecorado por su propio Gobierno, que cree que el mundo se rige por criterios morales - es desgarradora y cabal: la deriva presidida por la banalidad del mal presente en todas las burocracias terminará precipitando al pobre Andreas Pum a un abismo incomprensible. Como reza la publicidad de la contraportada del libro "La rebelión hurga en los oscuros mecanismos de la burocracia estatal y en las complejas relaciones entre los seres humanos" ¿Les suena?
Para este viejo Gil, Joseph Roth es especial por cómo describe la exclusión y la indiferencia de las instituciones con los excluidos. En un artículo en el periódico Pariser Tagerzeitug en el ya lejano enero de 1939, este sabio bebedor dejó escrito lo siguiente: “Un único hombre al que le importe un bledo que peguen a un judío es más nocivo que los diez que le apalean. Al judío, al gitano, al pelirrojo, al de los ojos verdes. De ahí que, comparada con la «neutralidad» de algunos, la bestialidad sea casi llevadera. El enemigo común, en resumidas cuentas, es el indiferente”. Los que alguna vez hayan sufrido algún tipo de acoso valorarán en sus justos términos estas comprometidas palabras. Se refiere a los indiferentes como testigos mudos. En el momento que este viejo Gil decida hablar de lo que verdaderamente le afecta -y ya parece estar próximo-, volverá a aparecer esta figura de la literatura austriaca.

Concluyamos: Bienvenidos los productos felicitarios y alabada la milagrería de los descubrimientos del siglo XXI. Pero cuidado con el lenguaje publicitario. Cuidado con la deriva de las instituciones que confunden el Estado con el Mercado. Cuidado con los malabaristas ideológicos. Puede estar detrás un pelotazo participado por algo más que un convenio de colaboración, que sólo es, al fin, un instrumento. In vino veritas.

Falta una coda: El observador atento y perspicaz podrá ciertamente espetar a este viejo Gil ¿Se quejaba usted cuando de bien pequeño sus padres le hacían ingerir el glicerofosfato de cal y kola granulada disuelto en vinito, que tanto le gustaba y del que repetía a escondidas a riesgo de su propia salud? ¿No era aquel también un producto milagro de la época? Pues es cierto. Buena oportunidad para haber callado para siempre sobre la cuestión planteada en este "post". Ocasión para dejarla oxidar.

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