En esta tribuna alta preferencia se tienen muchas debilidades. Irán apareciendo en ella, como fantasmas, como si de figurantes se tratara. Una de ellas es el serio humor inglés: la elegante presentación de solemnes verdades bajo una veste de significante lozana y sonriente. Una vez descubierto el humor ingles, éste te capta, te subyuga, te aprisona en una forma de razonar sin gritos, sin carcajadas sin estentóreas estridencias, como un chill out...pero siempre sonriendo aunque se trate de aspectos incluso dolorosos de la vida. Pudiera pensarse, a bote pronto, que se trata de una literatura de gentlemen, pero no siempre es el caso. Se trata sobre todo de periodistas u observadores desde atalayas públicas, no de aristócratas. Todos critican la sociedad británica y, por extensión la sociedad toda. P.G. Wodehouse y Evelyn Waugh primero, Tom Sharpe y David Lodge después, y ya más recientemente Alan Bennet y John Lanchester. Uno a través de Jeeves, otro con los colegios universitarios, conWilt, con la reina de Inglaterra como "una lectora poco común", con los aromas, o con la universidad; cada cual repasa todo cuanto aqueje a la sociedad de su tiempo. Con mirada microscópica sacan a la luz lacerantes situaciones humanas, inaceptables desigualdades, deficiencias de las organizaciones más solemnes, pero primero te sonries y te terminas riendo abiertamente. El resultado es que de una manera incruenta, casi profiláctica, te enseñan a pensar sin abrumarte ni desasosegarte: pero piensas. Claro que piensas mientras te ríes.
Viene todo a cuento para saludar la última novela de David Lodge que, tras un tributo a Henry James en la penúltima ¡El autor, el autor!, ha retomado con más fuerza la relación indisoluble comedia-tragedia que siempre presenta en sus novelas.Esta vez con La vida en sordina.
Para el usufructuario de esta tribuna alta preferencia han sido antológicas ¡Buen trabajo! (sobre el amor, el feminismo y el trabajo), Noticias del Paraíso (sobre religión, el turismo, los viajes y también el amor), Pensamientos secretos (sobre la ciencia, el interior de las universidades, el correo electrónico, la tensión EEUU-Gran Bretaña, el lenguaje y, como siempre, el amor) o Intercambios (los intercambios docentes, los choques culturales, las soledades personales y la apariencia de amor). Si las anteriores novelas son antológicas, El mundo es un pañuelo y Terapia hay que considerarlas cimeras. La primera porque describe como nadie las trenzas (o las redes) internacionales universitarias bajo el hilo conductor del amor. La segunda es una desternillante -pero profunda- sátira sobre el consumista mundo de las terapias varias, el tenis, los medios de comunicación audiovisuales, el camino de Santiago y el amor como solución salvífica definitiva.
Con La vida en sordina Lodge nos va planteando de manera incruenta todos los temas que actualmente nos acucian y hasta nos angustian: la jubilación, la universidad en crisis y sus imposturas, el matrimonio en segundas nupcias -y diferencia de edad que juega en contra del marido-, las respectivas familias de los cónyuges puestas en común determinados días señalados, el mundo fashion de las bellas artes y las viviendas de lujo, las nuevas tecnologías, la socialización y las religiones. Bajo el hilo conductor de la sordera (Lodge interroga al lector qué cree que es más trágico si la ceguera o la sordera y el lector termina dudando) va desgranado la triple cuestión del ser humano: de dónde viene, dónde se encuentra y hacia dónde se dirige indefectiblemente. Lodge nos hace pensar sobre cuestiones en las que nunca nos detenemos. Siempre con suma inteligencia y sin causar al lector el menor estrépito premeditado y gratuito (te sonries siempre cuando va desgranado cuestiones profundamente serias y radicalmente humanas) aborda magistralmente el tema de la vejez de los padres y de uno mismo, la dependencia tremenda de los ancianos y sy necesidad de afecto y reconocimiento y el mundo de las residencias geriátricas (y hasta el capitalista síndrome de Diógenes): Incluso los diferentes caminos hacia la muerte inevitable. Y muchas otras cosas más.
David Lodge es un brillantísimo observador de la realidad más profunda que utiliza el humor para hacer pensar. Es un perfecto conocedor del lenguaje y deja constancia de ello. Lo que cuenta parece a primera vista fácil decirlo y hasta incluso intuirlo. Pero lleva siempre una previa y muy laboriosa captación casi fotográfica de la realidad. Lodge utiliza una innovación tecnológica que nunca ha desvelado de qué se trata que fotografía con precisión el alma humana hasta el más mínimo detalle. No ha desvelado si tiene patentado tan secreto ingenio tecnológico. Tal vez sea que, como Cervantes o Shaquespeare, esos ingenios tecnológicos sean irrepetibles. ¡Y alabado sea Dios por eso!
El casi español Tom Sharpe te hace reír, reír y reír con cuestiones serias. David Lodge, que casi siempre evoca España en sus novelas, te hace pensar, pensar y pensar abocando siempre al lector a una permanente sonrisa, como si de una invitación a una fiesta selecta se tratase. Ambas técnicas de Sharpe y Lodge son magníficas. Pero Dacio Gil siente una especial predilección por David Lodge. Es, hoy en día, con diferencia, el maestro del humor inteligente.
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