Este viejo Dacio Gil no deja de darle vueltas a eso de la postguerra, el estado de excepción, el estado de sitio futbolero, el golpe de estado constitucional, el estado fallido y cantidad de abortos conceptuales más: fuegos de artificio como los que gustan de tirar los vecinos de este Gil cada vez que la selección de futbolistas españoles (la manida “roja”) consiguen uno de los escasos goles que han marcado. Modas de los ciudadanos resignadamente conformes, en la inopia estructural en la que se encuentran y mimetizando todas las horteradas de los demás. Que Santa Esteta nos pille confesados en esa ensordecedora algarabía artificial inducida por los medios (y los Poderes) a base de excitar a las damas y a los caballeros. Todas con la roja.
El otro día, en un balneario al que acude este viejo Dacio Gil para cuidar su maltrecha piel –donde las mujeres se acaramelan y se apretujan con su pareja por eso de los 38 grados- todas, pero todas, las conversaciones que este Gil, reducido a oyente y observador de profesión captó, fueron de señoritas apretujando a su pareja mientras le cantaban las alabanzas de ver el partido de futbol con los amigos y amigas. Una de ellas repetía: “seguro que lo vamos a pasar muy bien, seguro que lo vamos a pasar muy bien…”
Ante la Nada absoluta en la que nos movemos, parece que todo el mundo –y sobre todo las mujeres, los chiquilines y los militares sin graduación, ergo los inmigrantes- ha cifrado todas sus expectativas en la roja, en el nuevo Ejército español al que ha acudido a dar ánimos, sin desentonar lo más mínimo en la horterada dominante (¡Anda que la princesa holandesa con su traje de “vaquita” y su bufanda orange y frau Merkel apretando ambos puños con cada gol teutón!) la propia reina griega. Vivimos una histeria colectiva muy poco estética. Y que, de seguro, será muy efímera y súper manipulable por los poderosos. Vida consumo que diría Bauman.
Pero es verdad. Tratamos el mundial de balompié como si fuera la guerra de los Böers, la Armada invencible o el general Weyler. Pura desmesura nada distinguida. Puede que haya sido siempre así, aunque es dudoso. A pesar de darle muchas vueltas al grado de implicación ciudadana con este evento en particular, Dacio Gil no cree jugarse mucho en este envite. No sacará nada en limpio y no comprará el lunes ni el as ni el marca y no porque no quiera ser feliz. El partido, eso sí, lo procurará ver más o menos completo y en el preciso instante que el árbitro decrete el final apagará de inmediato la televisión: Se niega a presenciar el comportamiento de los personajes públicos chupando cámara según les hayan dictado sus asesores institucionales de imagen. En eso Doña Sofía ha estado a la altura de los tiempos, ha actuado como una auténtica profesional: se ha zambullido en la horterez como los demás para sacar réditos institucionales de imagen pareciendo aficionada. Un poco sospechoso todo, ¿no les parece?
El caso es que hoy en día el deporte es la metáfora de la guerra. Vivimos en una sociedad para la guerra (aunque paradójicamente en postguerra) tal y como hace ya bastantes años desvelasen Jorge Verstrynge y María Vidaurreta. Por cierto, si fuéramos serios seguíamos la pista a don Jorge Verstrynge que ha vivido en la cima política y supo sobrevivir después de la caída decentemente entre unos y otros que lo ignoraron. Hoy escribe en “el Viejo Topo” y es muy crítico con el sistema en su conjunto; dice ser cada vez más marxista. La jauría mediática lo juzgó muy superficialmente, arrumbándolo como icono. Si don Jorge se atreviese a decir toda la verdad (ya dijo bastantes verdades en Memorias de un maldito) enriquecería en bastante medida nuestros conocimientos sobre el sistema en el doble plano teoría-praxis.
A lo que iba. Acaso suene a los hipotéticos seguidores de esta Tribuna Alta Preferencia la empinada localidad francesa de Clermont Ferrand. Cercana a la cima del Puy de Dome, en la que falleció hace bastantes años el ciclista británico Tom Simpson les evocará a Julio Jiménez y al deporte del ciclismo. Pero no. Esta vez la hermosa localidad central donde se fabricaban los neumáticos cuya imagen era el muñeco Bibendum se aplica al tenis. Allí casi en silencio ha sucumbido la “Armada” tenística ante unos jugadores más que mediocres, que exhibían las bolas sacándola de manera sostenida y dura, dura, dura ante los atónitos espectadores en un lecho suave, blando y multicolor: la altitud y un campo de operaciones sintético y extremadamente rápido donde no había bolas sino balas. Previendo lo peor, allá no se desplazó el inefable señor Lisavetzski y familia (dietas de todos incluidas; cada uno la suya, por supuesto: para hacer granero y ayudar al compañero). La Armada sucumbió con estrépito pero sin mucho ruido, como suelen intentar los poderosos que sean las derrotas. Las derrotas procuran ser incluseras; no tener padres conocidos. Sólo atribuibles a los elementos a los que aludiera Felipe II, el monarca al que dicen que se las ponían (las carambolas) a huevo.
El tenis de la Copa Davis es el paradigma de una completa metáfora de la guerra del siglo XXI: innovaciones en suelos y raquetas, planificación minuciosa del escenario de la conflagración, árbitros permisivos con los de casa, jueces de línea poco neutrales, "ojo de Halcón" ciego, bullanga y más o menos espectáculo. Y muchas mujeres ataviadas para la ocasión entre las respectivas hinchadas “nacionales” (¡y dale morena con lo “nacional”).
Por lo general, la mujer es un ser muy dotado para la guerra, para las guerras que le interesan realmente, por supuesto. Sin ir más lejos basta comprobarlo por lo que batallan en los divorcios hasta esquilmar (de manera legal, naturalmente) a su ex cónyuge. Por lo que batallan por sus hijos en las múltiples actividades extraescolares en las que inscriben a las criaturas; por como sufren con los retoños por “la roja”, etc., etc. Pero este Dacio Gil no lo dice por todo eso sino por una reciente noticia de prensa que le ha dejado aturdido: parece ser que el juego del paintball está hoy copado por las mujeres y es su diversión de riesgo preferida.
El paintball dicen que surgió para mantener el “espíritu de empresa” y para relajar a los directivos jugando divertidamente a matar con tinta. Pues a ese jueguecito parecen haberse incorporado masivamente las mujeres. Como ha pasado con el Pádel, con la “la roja”, con el tenis de Nadal y hasta al fumar y al Mobbing. No digamos con la publicitación de la violencia de género. No aludirá Dacio Gil ahora al terremoto bélico que se produce cuando una muejr le dice a otra ¡Qué bien te queda esa blusa (o esos zapatos o ese sujetador)! ¡Que preciosa se te ve! ¿Dónde te los has comprado? Sobre estas cuestiones podría dedicarse un blog entero. Debe de quedar clara una cosa: a Dacio Gil le alarma mucho eso de la afición femenina al paintball en el contexto de estado de excepción que se viene consintiendo por ciudadanas y ciudadanos.
Debe de analizarse seriamente lo de la guerra de tinta (y sus colaterales) y la neta predisposición de las mujeres a ese juego. Es sumamente sintomático de una evolución sociológica de género y consumo; de mimetización de roles perversos. Este Gil anima a sacar conclusiones al respecto para balancear dos conceptos clave como violencia y género.
El usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia lleva muchos años yendo a un campo de fútbol, tiene los colores de su equipo impresos en el corazón. Pero son unos colores y un corazón digamos de segunda división. Diríase que son casi proletarios. Dacio Gil no tiene un corazón imperial ni siquiera aspira a nada que suene no ya a imperio sino a "interés general" en su versión mancillada por los cleptócratas y marrulleros de los público. Cree no ganar nada si los aristocráticos jugadores de la federación de fútbol consiguen por las buenas o las malas (que parece que tanto da) el campeonato.
Olvidaba este Gil decir al lector desprevenido que su patria es la infancia, la familia y los pocos buenos amigos, los libros y la buena música. Su República es la de papel. Y lo que se ve desde su Tribuna Alta Preferencia ya saben lo que es: tras una bruma idealista una realidad no muy alentadora institucionalmente.
Que Santa Esteta, esa santa que Dacio Gil no acierta a encontrar en el santoral vigente, nos pille a todos confesados, ganen o pieradan los jugadores de la federación jugando bien o mal. Aunque mejor será que jueguen bien para recuperar una cierta estética. Pero mucha atención con eso de que a las mujeres les entusiasme el paintball, las patadas (el tackling lo llaman los eruditos a la violeta del balompié) y las multitudes solitarias altamente bullangueras. Puede ser un síntoma. Un mal síntoma.
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