La industria editorial y la aristocracia de género se siguen empeñando en exhumar cadáveres de escritoras para ir constituyendo su cultura propia. En la pasada feria del libro las protagonistas fueron Carmen Laforet y Simone de Beavoir. Una escritora nacional con cierto enigma y una escritora francesa con grandes contradicciones y vida zigzagueante. Es legítimo. Antes otros hicieron lo mismo. Quienes estamos instalados en la edad tardía recordamos aún las casetas de la feria del Retiro en una determinada época repletas de obras transidas de marxismo y antifranquismo coincidiendo con la enfermedad terminal y el ulterior fallecimiento del general. Hoy esos libros no se consiguen colocar ni en los “todo a 1 euro” de la cuesta de Moyano ni en las librerías de lance. Casi ni regalados. Pero esa constatable circunstancia de imponer la cultura simbólica de las detentadoras o pretendientes al poder (ahora las militantes del “igualitarismo” ) no debe dar lugar al escándalo. Aunque un ejercicio pleno de ciudadanía y objeción de conciencia ante tanta manipulación interesada debería imponer que cada cual sacase a relucir mujeres de carne y hueso que toda la vida han peleado por perfeccionarse como personas, buscando hacer más fácil la vida de los demás o, al menos, hacerla humanamente llevadera. Empeño de auténtica y verdadera empatía felicitaría que comporta un doble o triple esfuerzo (por no decir cuádruple) respecto del evanescente y limitado que suele acompañar a las políticas de igualdad con los abstractos conceptos que las acompañan. Redoblado esfuerzo y un derroche de generosidad auténtica de la que carece hoy la aristocracia de género, sólo empeñada en actuar de lobby dentro de las administraciones para repartirse sinecuras estructurales un grupito que se autoconsidera élite.
Dacio Gil ha vivido ya bastante y tiene conocidas diferentes burocracias que para perpetuarse viven como si de una aristocracia se tratase. Un repaso desprejuiciado por las instituciones corroborará esta afirmación: los sindicatos verticales, el Consejo Nacional del Movimiento, la Sección Femenina, la Cruz Roja, los partidos políticos todos, los cuerpos superiores funcionariales, el Parlamento europeo, los sindicatos sedicentemente “horizontales”, el CGPJ, la Casa Real, los clubes de futbol (los clubes, no las sociedades anónimas), las federaciones deportivas, los colegios profesionales, la universidades, el Ministerio de Igualdad, el CSIC, las Conferencias Episcopales el COI, el FMI,etc., etc., etc, si bien se miran, denotan todos, una inequívoca tendencia a la aristocracia. Robert Michels denominó este fenómeno como “la ley de hierro de las oligarquías”. Nadie hasta hoy ha conseguido refutarle. Todas estas burocracias se sirven de un capital simbólico que necesariamente para sus ocultos intereses es generalizante, con objeto de -como las difuntas ideologías- intentar abarcar al mayor número de acólitos, seguidores o vasallos tal y como se han encargado de recordar bien recientemente las macrocelebraciones de la roja. Por eso con un pensamiento antiburocrático, como el que se persigue en esta Tribuna Alta Preferencia debe de recurrirse a airear los casos concretos para contrarrestar el generalismo bovino que se inculca desde los medios de administración del capital simbólico. Y casos humanos excepcionales de mujeres entregadas a hacer el bien a los demás con amor y generosidad hay para aburrir. Excepcionales sin una sola subvención, sin integrarse en ningún grupo de presión o bandería, sin airear sus abnegados casos a los cuatro vientos mediáticos, sin recibir ni una sola expresión de ánimo del Ministerio de turno. Soluciones biopolíticas a problemas públicos lo denominan los intelectuales modernos.
Cualquiera de nosotros podría exponer, sin grandes esfuerzos memorísticos, casos de mujeres excepcionales sin tener que recurrir al circuito oficial genérico de legitimidades. Y el ámbito de los seres humanos del género femenino (algo más debe de ser la mujer que simple integrante del género potencialmente más consumidor y el mayor número de votantes, y deberían rebelarse por ello las propias mujeres a las que se ha tendido una trampa) ofrece exponentes que enriquecen la consideración del ser humano mucho más que el bombardeo de consignas, frases, imágenes y mitos que hoy perturba la serenidad pensante. Mientras unos (o unas) viven bajo la protección de un Dios omnipotente y ostentoso (Dacio Gil no se refiere ahora a don Florentino Pérez o las Ministras o Ministros de Zapatero), otras (y otros) parecen desplegar sus vidas bajo la protección de un Dios menor que no tuviera liquidez para subvencionar o sufragar siquiera actividades humanas elementales y primarias. La vida globalizada es hoy así. Desgraciadamente así. Sin rostro humano identificable.
El viejo Dacio Gil en su calidad de “muerto civil” para el sedicente Estado de derecho no hubiera podido sobrellevar durante este prolongado tiempo la violencia institucional sin haber recibido el pleno e incondicional apoyo de su compañera conyugal. Y, sin excepción, los casos de “muertos civiles” terminan arruinando todo el entorno familiar sin distinción, pero especialmente cónyuges e hijos. La protagonista de hoy ha estado siempre apoyando sin un mal gesto ni una duda; con unos puntos de apoyo irrestrictos y de amplio espectro. Tamaño tesoro sólo se obtiene de alguien que lo ofrece de cuerpo y alma, con actuaciones concretas de carne y hueso; no con las proteicas y multiformes promesas huecas de las instituciones garantizadores que abusan de conceptos bellos pero completamente etéreos. La España institucional de hoy, sin ir más lejos.
Una persona que es capaz de soportar en su propia casa el baldón de un “muerto civil producido por el Estado” como esposo y compaginar esa labor humanitaria con otras muchas obras caritativas tales como animar hasta la extenuación, evitar el desánimo y supervisar el esfuerzo de su valiosa hija para que perseverase en el estudio hasta obtener una oposición de nivel superior, es que vale mucho. Pero no se quedan reducidas a eso sus hazañas humanas. Es dudoso que nadie haya peleado más por devolver el cariño recibido a sus propios progenitores, a su hermana y por entregar verdadero afecto y amistad (obras son amores…) a parientes y amigos. Ayuda humanitaria concreta prestada desinteresadamente por esta mujer que puede exponerse en casos y casos. Y junto a coincidentes diferentes dificultades humanas. Siempre ayudando con ánimo firme y decidido y sin un mal gesto. En su propensión a la ayuda no hay lugar para la duda, o, al menos, se cuida mucho de que ni siquiera se atisbe la duda en su firme disposición a coadyuvar, a hacer más fácil la vida de los demás: siempre para adelante, para ella no hay retranqueo ni paréntesis para descansar. Dacio Gil no quiere abrumar con ejemplos, pero ejemplos y beneficiarios hay a montones.
En los tiempos que corren el tema de la dependencia es verdaderamente sangrante. De muy difícil solución si alguien no tiene la cabeza fría y pondera todos los elementos en presencia: alguien siempre resulta perjudicado, posiblemente el más débil o el más generoso que queda atrapado en el huero verbalismo de los que se escaquean haciendo que hacen. Esta mujer de carne y hueso (¡y que carnes y que huesos!) jamás se ha escaqueado en nada. Además de intentar por todos los medios mantener vivo a un “muerto civil” -que ya sólo eso es un mérito y una misión que ocupa toda una vida- ha luchado hasta dónde le han permitido por su hermana del alma, procurándola todo tipo de atenciones. El mantener viva la imagen de su hermana le lleva en la actualidad a proteger en lo que puede a los hijos de aquella.
La labor desplegada por tener atendidos a sus padres (ella sostiene ante quien la quiera escuchar que la siempre justa reciprocidad con la inmensa generosidad de unos progenitores entregados a los hijos no tiene ningún mérito porque hablamos de seres humanos, los seres humanos más generosos y más próximos) es propia de una monja. ¿Qué digo?, de una santa civil: sin reservarse ni un gramo de ternura y amor filial; con plena dedicación las 24 horas del día; sin abandonarse a la impotencia que la mayoría de las veces te acecha amenazante por la evidente falta de soluciones asequibles y de apoyos efectivos; compaginándolo con la representación efectiva de la familia y la dopción de decisiones jurídicas y económicas; empleándose a fondo porque la mera propaganda burocrática del “mérito y capacidad” no fuese para ella una añagaza, superó no sólo unas oposiciones sino el cinismo y la zafiedad de todo un cuerpo funcionarial o al menos de sus representantes más conspicuos incluso ante la sedicente justicia; ha peleado siempre por los desfavorecidos frente a los ambiciosos y reptiles; no se ha desolado con el desorden estructural del Diógenes que tiene por compañero de viaje; trata de insuflar ánimos, energías y esperanzas en todos quienes la rodean, sin esperar nada a cambio por su apoyo cierto. Y a pesar de todas esas humanas empresas difícilmente encontrables hoy en día en un ciudadano o ciudadana laicos, su imagen siempre es cuidada y elegante, sin el mínimo resquicio a un mínimo abandono. Todo en ella, los fondos y las formas, parecen de origen sobrenatural o al menos de otro tiempo en el que la proximidad era la norma y el canon de belleza otro bien distinto al actual.
Este viejo Dacio Gil, más que en ninguna otra ocasión en esta Tribuna Alta Preferencia, puesto que cuenta con datos de primera mano (no en vano es becario –sólo becario- de su beneficencia), podría extenderse largo y tendido sobre esta mujer que no necesita el reconocimiento de ningún Ministerio de Igualdad, ni Vicepresidencia de género. Ni por asomo integra tampoco Lobby alguno para perpetuarse en gabelas regaladas. No busca el reconocimiento por su decidida labor humana y humanitaria. Parece ser de otra pasta y no necesitar mimitos: lo afronta todo a pecho descubierto (¡qué más hubieran querido muchos que esa frase hubiera sido verídica en su caso!: Muchos han anhelado no sólo su pecho sino otras bellezas que adornan a este mujerón. Y eso se han perdido los ladinos y ladinas, que de todo ha habido). Dice que esa es su indeclinable reciprocidad como ser humano. Y nadie le apea de esa firme convicción aplicativa. A cualquiera le es muy fácil verbalizar esa nobles ideas (ejemplares emuladores de Alessandro di Cagliostro hay a montones hoy en día) pero sumamente difícil, por no decir imposible, poder llegar a dar y ofrecer a cada uno lo que realmente necesita. Y ella lo hace. Vaya si lo hace.
Ni que decir que la mujer en cuestión es hija de Don Alejandro y doña Julia de los que ha compendiado su ponderación, su saber, su positividad y la generosa disposición a la ayuda sin contraprestación, jamás ha girado un pagaré al portador con intereses por sus ayudas. Le adorna además el sereno conocimiento y la inquietud intelectual (camuflada siempre para no epatar) de Mayuly. Nuestra protagonista es un compendio de virtudes apenas esbozadas en el presente post. A Dacio Gil le embarga la sensación de no haber sabido delinear las líneas basilares de una mujer excepcional y nada, nada pretenciosa, marrullera, envidiosa o maledicente como, empero, demuestra ser un amplio segmento del género femenino. Dacio Gil es un hombre limitado y la mujer a la que se refiere esta semblanza no tiene parangón, lo que dificulta aún más la cabal descripción de sus inmensas virtudes humanas y físicas.
Patrick Suskind en una novelita titulada la paloma describía las vicisitudes y temores (pura depresión) de Jonathan Nöel que no se atrevió ya a salir de casa desde la deposición sobre él de una colomba. Al menos el lugar donde habita Dacio Gil está infestado de palomas que lo dejan todo perdido con sus cagadas y despiertan de buena mañana al dormilón con su molesto zureo. Nadie pudo ayudar a Jonathan, se hundió irremediablemente. Para la protagonista de este post hubiera sido coser y cantar prestarle ayuda comparado con las titánicas empresas que ha tenido que llevado a cabo sola –con el apoyo sólo de sí misma- para ayudar a seres humanos verdaderamente necesitados. Es un enorme ser humano positivo y “ayudador”. Y lo grave es que ella siempre hace por parecer que no necesitase ayuda alguna, como si fuese sólo un anuncio falso de esos que son de plástico. Todo lo contrario a una institución pública.
Tomemos nota. Es de rigor el reconocerlo como bien nacido aunque no se sea capaz de describir con palabras a este compendio de virtudes que no gusta de publicitaciones. Es EL AMOR, la ENTREGA y la GENEROSIDAD. Punto y (no) basta.
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