Los medios de comunicación han prevenido recientemente de el inminente desalojo del célebre edificio Tacheles reinventado hace unos años de de manera espontánea como centro cultural estrella de Berlín por artistas de diferente procedencia por el método okupa. El Tacheles” tiene una historia que ejemplifica el devenir no sólo de Alemania sino de toda Europa desde el inicio del maldito siglo XX: centro comercial innovador en su concepción e inauguración a principios de siglo; sede burocrática y calabozos muy propios del nazismo, después; almacén de comestibles en la postguerra verdadera, de seguido; centro cultural espontáneo equidistante entre lo alternativo y “institucional informal” presidido por el oxímoron dios “convenio”, con la caída del muro y la desintegración del modelo comunista y de la guerra fría y ahora –tal como alarmados nos recuerdan los medios- una institución financiera (sin duda de consuno con las instancias políticas, evidencia de la indisoluble subsunción de lo político y social en lo económico) pretende recuperar el destino económico rentable y sus rendimientos cramatísticos para sus legítimos –tras largo y tortuoso proceso judicial politizado- dueños del edificio y de los terrenos adyacentes: a los accionistas del Banco HSH Nordbank, acreedor tras la quiebra del propietario de los terrenos.
La evolución del edificio Tachles en Berlín es una cabal representación de la negra evolución de Europa, con sus paréntesis emblemáticos de arte libre, plural y semi-autónomo. La actual reivindicación de ese espacio por un Banco para “hacer caja” coloca de nuevo a Berlín en el centro de la evolución europea. Manifestación inequívoca de lo que pasa hoy y de lo que está por venir. El binomio economía-política recuperando el centro y los rendimientos y la sociedad a los nichos periféricos o a ocupar un lugar de “peatón” en las autovías tecnológicamente reguladas.
Estamos asistiendo a las exequias de un modelo de convivencia, el más o menos socialdemócrata, para instalarnos definitivamente en otro de postguerra financiera con protagonismo excluyente de las instituciones de crédito y sus subalternos la casta política de todos los colores, del negro al rosa, pasando por todas las tonalidades de verdes. Esa no es una idea que venga rumiando este viejo Dacio Gil sino que la ha expuesto sólidamente uno de sus sabios predilectos, el catedrático de Ciencia Política de Berlín precisamente, Ignacio Sotelo en el documentadísimo libro “El Estado social. Antecedentes, origen, desarrollo y declive” (más o menos como aquel de Ramón Cotarelo Del Estado de bienestar al Estado de malestar, pero en otra clave). Las indicaciones de Sotelo junto a las hechas por la canadiense Naomi Klein (la doctrina del Shock. El auge del capitalismo del desastre) pueden servir al ciudadano resignadamente conforme como MIAU (Manual de Instrucciones Auténticas de Uso) para sobrevivir ante lo que ya tenemos delante y somos incapaces de racionalizar ante el oxímoron estructural de las consignas institucionales. El Zahir de que nos hablasen Borges y Coelho. Las constantes contradicciones y las permanentes trampas semánticas y económicas de don José Luis Rodríguez Zapatero (que de las reflexiones expuestas por Sotelo trata de entresacar sus propias (?) ideas fuerza para el futuro candidato electoral partidario que huela a chamusquina) sus clanes y sus hipotéticas oposiciones más o menos leales.
Si lleva razón el sabio Ignacio Sotelo en lo que sostiene –y no hay ninguna razón para pensar que no la lleve- hasta el modelo escandinavo de socialdemocracia ha fenecido aunque se mantengan ciertas inercias. Para el viejo Dacio Gil las sociedades escandinavas que conoce (Suecia y Dinamarca) transpiran cierta regia tristeza aunque trasladan una apariencia de cohesión social desmentida por la vieja y nueva aristocracia y por los precios impuestos por el capitalismo libre que desagrega en el mercado los pretendidos logros aglutinantes de la ingeniería social. Compruebe el eventual parroquiano de esta Tribuna Alta Preferencia con sus propios ojos la consideración antedicha de tristeza y mediocridad, comprobándola en vivo si le es posible.
Dicen que en Escandinavia se han aplicado siempre en su modelo de convivencia los principios de la llamada Ley de Jante explicitada desde 1933, que sucintamente se concreta en los siguientes diez noes que en el plano formal, mutatis mutandis, recuerdan a los noes de Agustín García Calvo:
Uno.- No habrás de creer que eres alguien u algo.
Dos.- No habrás de creer que eres tan bueno como nosotros.
Tres.- No habrás de creer que eres más inteligente que nosotros.
Cuatro.- No habrás de creer que eres mejor que nosotros.
Cinco.- No habrás de creer que sabes más que nosotros.
Seis.- No habrás de creer que eres superior a nosotros.
Siete.-o habrás de creer que tu bastas para algo.
Ocho.-No habrás de reírte de nosotros.
Nueve.- No habrás de creer que alguien se preocupa por ti.
Diez.- No habrás de creer que puedes enseñarnos algo.
Anima vivamente este viejo Dacio Gil, sin quitar ni poner Rey, a que el curioso e inquieto eventual lector –si es que lo hubiere, no por curioso ni por inquieto, sino por simple lector- indague por su cuenta (y riesgo) en los conceptos claros y en las conexión sugestiva de ideas “ensayado” por el sabio Sotelo en el libro de referencia, en el alcance real global de una ley de Jante que en el siglo XXI que ha desbordado los corchetes de su vestimenta y en las añagazas electoralistas de la camarilla de Rodriguez Zapatero aprovechándose de las ideas vertidas negro sobre blanco por Sotelo. Con eso y poco más (Klein, Nieto y García Calvo, sin ir más lejos) puede ese inquieto lector intentar sobrevivir con ese Manual de instrucciones de uso para la vida tal y como la tenemos delante sin percatarnos. Aprovechando la exaltación nacional roja y el súmmum de creatividad e investigación, desarrollo e innovación tanto individuales como colectivos vividos desde el pasado 11 de los corrientes (que debería ser declarado día de la fiesta nacional reemplazando, ahora que se expropia y reinventa todo, al 12 de octubre que ha quedado ya obsoleto), se debería situar el hito del Estado de Bienestar del siglo XXI en disfrutes sociales y benefactores como ese y dejarse de otras zarandajas. Refutando con los hechos a pesimistas y chiflados por muy intelectuales, sesudos y certeros que éstos y sus análisis sean. El Bienestar rojo debe de prevalecer ante todo y ante todos. Y si los intelectuales cabales persisten en sus clarividencias seguro que se les encuentra unas vacaciones pagadas o una residencia (que luego sus gastos se recuperarán con intereses de todos los españoles) que encubra el ostracismo o el confinamiento tan mal visto hoy en día.
Deberíamos gritar fuerte ¿Cómo que Estado de Bienestar? No lo necesitamos. La Roja es nuestro bienestar. No cabe alternativa.
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