Los humanos somos los animales que, precisamente por esa cualidad autoatribuida de racionalidad, tropezamos siempre en las mismas convenciones que consideramos convicciones. Este viejo Dacio Gil está persuadido de que las convenciones sociales son muchas veces corsés innecesarios que en general dificultan un análisis certero de las diferentes situaciones que acontecen impidiendo de ordinario el disfrute de unas auténticas etapas de felicidad.
Honorio, un salmantino muy vivido que aparecerá mencionado de nuevo en esta Tribuna en breve, hace ya años espetó a este usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia una frase que ha quedado grabada indeleble: “Desengáñese Gil el mundo no lo han cambiado nunca ni las guerras ni las instituciones; todo eso es completamente accesorio. El mundo sólo es en el cara a cara, en el cuerpo a cuerpo entre un hombre y una mujer. Mientras se desarrolla la guerra, el general con mando en plaza decide entre las sábanas junto a su amante; el juez del Tribunal Supremo concibe la sentencia abrazado a la concubina; el Rey adopta decisiones que afectan a todo el pueblo besando abrazado a su favorita; el cirujano opera comprometiendo con guiños a la joven y espectacular enfermera; el Prelado acude al cónclave recordando lo que le susurró amorosamente a la barragana; una campaña publicitaria multimillonaria se decide con la mente en un pubis veinteañero; un banco tiene cuentas secretas y encriptadas sólo para las amantes de los miembros del Consejo y de los políticos valedores; hasta el verdugo se relajaba con cualquier bella instantes antes de oficiar la ejecución. La Historia, como demuestra la mitología griega, es el continuum de las relaciones amorosas. Lo demás son adherencias falsas introducidas por las diferentes profesiones. La imagen viva de la felicidad es una mujer gozando junto a su amor”. El autor de esta afirmación ha sido –y debe de seguir siendo- un amante generoso e imaginativo, condición ésta sólo alcance de unos pocos y seleccionados animales superiores. Como en un “post” posterior quedará aclarado, Honorio sabe perfectamente de lo que habla. En materia de affaires amorosos es una auténtica autoridad posiblemente mundial. Pura praxis. Antónimo de mentalidad de burócrata, teólogo, científico o político.
El compadreo entre la prensa y el Poder trata de ocultar siempre este mundo, abierto o soterrado, de las relaciones amorosas, afectivas o simplemente sexuales. Aparecen exclusivamente cuando estrictamente interesa políticamente. Suele aparecer sólo el aspecto que interesa quedando el resto debidamente oculto. Más o menos es el caso actual de la separación del político José Bono Martínez a efectos de tapar un monumental escándalo de “conducta impropia” o de cleptocracia desmesurada, para entendernos.
Así son las cosas y así habrían de ser denominadas y explicadas. En eso de la manipulación de la realidad y el imperio de la mentira los políticos son auténticos expertos. Dacio Gil recuerda aún el estrés de aquella secretaria cada vez que sonaba el teléfono fijo de un diputado que contaba en su haber tres amantes de nómina y una esposa oficial: la secretaria temía incurrir en un error al confundir las voces precipitando el derrumbe de aquel montaje amoroso. La pobre secretaria suspiraba cada vez que sonaba el teléfono. Y sonreía aliviada cuando quedaba ratificada su capacidad de discernimiento auditivo. Dacio Gil cree recordar que aquel montaje nunca se descubrió o al menos nunca tuvo consecuencias fatales ni para la secretaria, ni para el diputado en cuestión ni para las amantes o la legítima. Este viejo Dacio Gil también recuerda aquel diputado que a la mínima sacaba la larguísima lista de mujeres con las que había yacido y que –según palabras del propio yacedor- lo había sido casi siempre en el coche-cama Madrid Barcelona con regreso y consiguiente cambio de vagón y de dirección a mitad de trayecto; más o menos en Calatayud. Puede que fuese una fanfarronada muy hispánica, pero Dacio Gil comprobó la materialidad de aquella lista.
En los tiempos que corren de lenguaje de género y nueva persecución inquisitorial de prosodia, morfología y sintaxis, hablar de mujeriegos, de conquistadores o meros folladores pude resultar temerario o impertinente, pero lo cierto es que la historia desde que es historia presenta ejemplos irrefutables de líos, amoríos, romances y otras relaciones tan efectivas como afectivas. Las revistas del corazón tratan de hacer creer que los amoríos son un producto del glamuroso mundo de los artistas audiovisuales y la gente guapa, cuando la realidad es que estas cosas son connaturales al animal superior tanto antes cuando se imponía el macho como ahora que son las mujeres las que disponen. Los artistas, por su propia sensibilidad, siempre han cuestionado las convenciones y desde siempre se han sumergido abiertamente en estas otras compensaciones.
La literatura tiene una tan extensísima nómina que obligaría a un tratamiento enciclopédico de esta cuestión inter-géneros. La relación de exponentes sería proteica y extensa tanto en lo que toca al género masculino como al femenino. Las figuras principales son sin duda Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir con sus colecciones respectivas de amantes y su concepto del amor esencial y el amor contingente en la pareja abierta. Pero hay muchas. Muchas más. Algunas sorprendentes bien por la diversidad de caracteres y trayectoria vital de los amantes bien por los comentarios públicos existentes. En este post se destacarán solo dos, pero muy significativas.
Escritores, pintores, escultores y compositores tienen una sensibilidad superior a la normal, pero ello no es, ni mucho menos, garantía de relación exitosa; antes al contrario se cuentan sonoros fracasos en relaciones íntimas entre escritores. Como simple ejemplo puede señalarse que Tony Judt en su libro “Sobre el olvidado siglo XX” (p. 44) entresaca el fracaso de la relación de la autora del Segundo sexo con el espía y autor de el cero y el infinito: “Así, Arthur Koetsler y Simone de Beauvior reconocieron que habían pasado juntos una noche que resultó un fracaso, un error de los dos. De Beauvior lo atribuyó a la insistencia de él: finalmente ella había accedido a sus presiones”.
Una relación sumamente difícil de entender si no hubiera mediado auténtico amor es la establecida entre Hannah Arendt y Martin Heidegger. Como en todos los casos, unos han mantenido que el nexo fue el amor, lo que corroboraría que andando el tiempo, en 1967 en Freiburg, Hannah buscase el restablecimiento de la relación amistosa con su amante-maestro. Otros, como Elzbieta Ettinger, buscando el escándalo por el escándalo, describen la relación entre Arendt y Heidegger como un vínculo con profundos rasgos patológicos, que duraría desde 1924 hasta 1975: el autor de Ser y tiempo es presentado como un hombre casado, con dos hijos y una mujer, Elfriede, de fuerte carácter autoritario. Se le pinta como un despiadado depredador que se lleva a la cama a una ingenua, vulnerable y joven estudiante de 18 años a la que saca 17 años y a la que prohíbe tajantemente desvelar absolutamente a nadie cualquier mínimo atisbo de su relación y a la que termina abandonando a su triste suerte de judía en la Alemania nazi una vez que le ha servido a sus propósitos. A la autora de los orígenes del totalitarismo, por el contrario, se la presenta inverosímilmente como una tonta esclavizada por el maestro, como una víctima que se presta a su propia humillación. A este viejo Gil le parecen todos tópicos y prejuicios de una época, pues en la abundante correspondencia de la autora de Eichmann en Jerusalén con su amiga Mary Mc Carthy no aparecen diatribas a Heidegger ni mención a frustraciones amorosas o personales (aunque tampoco lo contrario, es cierto).
Al modesto juicio de este viejo Dacio Gil las consideraciones patológicas aparecen mediatizadas por el prejuicio de dos universos políticos tan diametralmente opuestos y por el aparente posicionamiento de Heidegger por la política totalitaria y antisemita de Hitler, siendo Arendt judía y sufriendo persecución por ello. Hannah Arendt no necesita presentación como pensadora intemporal en la que –como señala el propio Tony Judt- cada nueva generación de estudiantes cree haber encontrado una crítica vigorosa de su época. Este viejo Dacio Gil siente debilidad por la creadora de la teoría de la banalidad del mal y la tiene como icono de culto necesario e ineludible. Peter Sloterdijk en su reciente libro Ira y Tiempo lleva a cabo una suerte de reivindicación de Heidegger como pensador fuera de su peripecia política. Por su parte, el curioso lector que quiera profundizar en ambas personalidades o en su relación puede indagar en la estatura intelectual de ambos amantes, en los prejuicios de cada época y en la firme posibilidad de que existiera entre ambos -acaso más acusadamente en Arendt- un amor sin clasificaciones políticas. Las editadas cartas de amor entre maestro y alumna traducen amor. De ahí la cuestión formulada por Hannah: ¿Por qué? El amor…
Otra relación polémica es la establecida entre Elías Canetti e Iris Murdoch. Aunque sobre esta relación es más dudoso que existiera verdadero amor si nos atenemos a lo manifestado por uno de los amantes. El autor de Masa y Poder conoce a la escritora irlandesa en su estancia en Inglaterra huyendo de la República Austriaca anexionada. La Murdoch llegá a calificar a Canetti como "un toro, un león, un ángel que me subyuga por completo." Según algunos biógrafos, que se basan en lo afirmado por John Bayley, marido de la poetisa creadora de Un año de pájaros, la relación fue auténticamente sadomasoquista. El viejo Dacio Gil ahorrará detalles más o menos escabrosos sobre esa posibilidad y sobre el papel al que quedaría reducida Veza Taubner, la esposa de Canetti -que quedó manca y muchas habladurías suscitó este accidente- u otras cuestiones menores o escandalosas que se encuentran debidamente documentadas y aparecen apuntadas en la película Iris. Pero hay un hecho incontrovertible: si hubiera mediando auténtico amor recíproco, el respeto entre las imágenes de ambos amantes habría prevalecido aún después de la ruptura. Eso es una regla general, casi un axioma. Y, sin embargo, repasando las propias palabras de Canetti en el tomo de su autobiografía titulado Fiesta bajo las bombas. Los años ingleses (pp. 195 a 210 en la edición española de Galaxia Gutenberg) se duda que mediase amor en las coordenadas convencionales:
- Mi aversión ha crecido tanto que tengo que decir algo aquí.
– Creo que no hay nada que me importe menos que el intelecto de esta persona.
– (sus 24 novelas) contienen la palabrería que su autora ha acumulado a lo largo de décadas.
–Ha estado enamorada de innumerables hombre (y de muchas mujeres), pero eran hombres “especiales”, cada uno un especialista en determinado terreno, en el que ella se implicaba tenazmente. Había de todo: un teólogo, un economista, un historiador, un crítico literario, un antropólogo, y también un filósofo y un escritor.
– Podría definirse a Iris Murdoch como la ragú de Oxford. Cuanto aborrezco de la vida inglesa está representado por ella.
– Sin que yo la tocara, ella se desnudó por propia iniciativa, rápidamente, con rapidez fulminante podría decirse, llevaba ropas que no tenían nada que ver ni remotamente con el amor, de lana, poco estéticas, pero allí estaban, arrugadas en un montón sobre el suelo, y ella ya se había metido debajo de la manta en el diván. No tuve tiempo de contemplar sus vestidos o de contemplarla a ella misma. Permanecía inmóvil e inmutable; apenas noté que penetraba en ella, no sentí tampoco que ella notara nada, quizá yo hubiese sentido algo si ella se hubiese resistido. Pero no había nada de eso, como tampoco de alegría. Lo único que noté es que sus ojos se tiñeron de oscuro y que su piel flamenca rojiza se volvió aún más rojiza.
– Me llegaron cartas de ella, muy apasionadas, que nunca contesté. (De vez en cuando venía a verme y –sin muchos preámbulos- hacíamos el amor, pero ella siempre permanecía inmóvil y luego se dedicaba a sus fantasías –en la que era yo el pirata que la raptaba-)… Tenía –oculta- una naturaleza depredadora y su objetivo era robar a cada uno de sus amantes algo más que su corazón, su espíritu.
Las calificaciones de un escritor tan hosco y preciso como Canetti, pero enorme intelectual, resultan inequívocas. Estremecen incluso por su dureza. Son impropias de un amante y, por supuesto, de un caballero. Traducen ausencia de amor y denigran a alguien con quien se debieron compartir instantes de íntima unión. Acaso solo fuese simple animalidad entre intelectuales.
La prensa rosa y del corazón gusta cultivar las llamadas bajas pasiones (la más alta y pura es hoy el fútbol y la roja) de las relaciones de artistas de pacotilla e iconos de casting cutre. Mucho mejor nos iría a todos si, en el caso de querer perseverar en eso de las llamadas bajas pasiones de los animales superiores, al menos buceáramos en la vida de los grandes escritores, reyes, generales, prelados y demás figuras históricas. De esa forma adquiriríamos un barniz cultural que serviría para defendernos de determinadas agresiones o, al menos, para intentar comprender el juego de las pasiones.
Honorio no suele fallar en sus aforismos sentenciosos. Tiene mucha vida vivida: Es la vida. Es la Historia y las vicisitudes del animal pretendidamente superior.
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