Dejábamos abierto un receso de reflexión en el anterior post sobre Lou Andreas Salomé, que permitiese una comparativa con la actualidad. A fuer de ser sinceros, no resiste la comparación ya que Lou es no ya insuperable sino inigualable, pues en ella se reunieron todos los elementos para hacer liliputiense cualquier término de comparación femenino. Por un lado su extracción social sin apreturas. Además, una madre que cuidó desarrollar el talento de su hija sin grandes imposiciones, sin sucumbir a las dudas razonables que le pudieron asaltar, y con el sinsabor de que Lou nunca llegase a reconocer plenamente el crucial papel jugado por Louise von Salome en el devenir vital y humano de su hija, elevada al Olimpo de las Diosas.
¿Qué hubiera pasado hoy si una niña acude a su madre para contarle que se ha desmayado estando en las rodillas de su profesor, a la sazón clérigo, casado y de 45 años? Imputación de pederastia y estupro, claro. Escándalo. Doña Luisa no perdió los papeles aunque se escamó enormemente con lo sucedido y sugirió a su hija cambiar de maestro. ¿Qué hubiera pasado hoy si la niña cuenta días después que su profesor –que podía ser su padre pues tenía dos hijas de su misma edad- le ha pedido, entre abrazos ardientes, matrimonio? Se habría acudido de súbito a las asociaciones proteccionistas de mujeres, para, por supuesto, judicializar el asunto. La prensa canalla, al sacar tajada del escándalo, hubiera truncado no sólo una vida sino un sinfín de enamoramientos masculinos, perdiéndose, además, una escritora brillante y una psicóloga especializada en erotismo y narcisismo que supo conjugar lo teórico con la observación humana. Pues nada de eso hizo doña Luisa. Únicamente dejó que su hija adoptara la decisión personal de trasladarse a estudiar a Zurich, cuya universidad tenía a bien admitir mujeres entre su alumnado. Gran valor el de doña Luisa.
¿Hubiera acudido una madre actual –y su asociación asesora de mujeres en la sombra- al viejo profesor enamorado para solucionar los problemas burocráticos surgidos meses después que impedían a la joven viajar a Zurich? Categóricamente no, se hubiera preferido sacrificar los intereses de la alumna, dejándolos en manos de jueces o juezas, prensa canalla y asociaciones más o menos politizadas. Pero doña Luisa acudió a Guillot – el dios humano de la niña- para que confirmase a su hija y que ésta, solventadas las trabas burocráticas, pudiera viajar a Suiza. Ni que decir que Guillot, como sempiterno enamorado, colaboró en la confirmación que solventó los problemas administrativos.
¿Qué hubiera pasado hoy si el clérigo enamorado de la niña prepara un viaje a un recóndito pueblecito holandés para poder confirmar a Lou y disolver los problemas burocráticos, llevando a cabo una extraña ceremonia en la pequeña parroquia regentada por un amigo? Y, en fin, ¿cómo hubiera reaccionado hoy una madre si el oficiante de la extraña ceremonia de confirmación dice: No temas, pues yo te he escuchado. Te he llamado por tu nombre: eres mía; y desde ese día ella se hace llamar Lou en vez de Lolja, como hacía el clérigo? Doña Luisa no entendía una palabra de holandés y posiblemente, aunque se hubiese percatado, se mostró posibilista y, con el papel de la confirmación en la mano, mandó a su hija a estudiar a Zurich como estaba convenido. Nuevo escollo solventado por doña Luisa.
Frau Louise von Salomé, la madre de Lou, jugó, por tanto, un papel trascendental en el devenir humano e intelectual de su hija, aunque hubiese llegado a dudar y no compartiera alguna de las consecuencias de los actos (imaginados o no) de su hija. Debe de ser reconocida por ello. Su alícuota tiene en el aura que ha distinguido, distingue y distinguirá a Lou.
Como se ha podido colegir ya, otra figura esencial y preponderante es, sin duda, la de Hendrik Guillot, un clérigo de la iglesia reformista protestante de la legación holandesa en San Petersburgo. El maestro que se enamoró perdidamente de su alumna y que hoy sería tenido por pederasta. Se cuenta que era bien parecido, brillante, cultivado, vivido y seductor. Y con esas características personales fácil es poder imaginar que Guillot, además de sentar (y no lo dice este viejo Gil porque sentase a Lou en sus rodillas para impartirle las clases) las bases de la sólida formación teológica y filosófica de Lou, le descubriera las posibilidades del encanto femenino y las debilidades humanas que también padecen los sabios. El mejor biógrafo hasta la fecha de Lou Andreas Salomé, el norteamericano H. F. Peters –otro sabio profundamente enamorado de Lou, como no podía ser de otra manera, al haber profundizado en su vida y obra- mantiene ciertas reservas sobre el papel jugado por el padre Guillot en el devenir futuro de su pupila, pero reconoce que la profesó un profundo amor que le llevó a hacer en la vida posterior cuanto ésta le pidió. Peters concluye así el episodio de la ceremonia religiosa en el pueblecito holandés: “El sacerdote podía bendecir y perdonar a Lou; el hombre, no.” Sin embargo, cuando Lou le pidió que oficiase los esponsales con Friedrich Carl Andreas (otro trío sacramental), Guillot accedió a pesar de sus reservas personales de que su ex pupila –y eterno amor- se pudiera entregar, de la forma que fuese, a otro hombre.
Friedrich Carl Andreas es otro de los hombres que marca profundamente a Lou. Y no sólo porque consiguiera desposarla (cosa que sólo consiguió Guillot, de la forma que se ha visto) para toda la vida, lo que le distingue de los demás amantes y pretendientes.Desposarla mediante el episodio de clavarse una navaja en el pecho que milagrosamente se cerró antes de llegar al corazón, pero que le dejó heridas indelebles. No puede olvidarse que Andreas era un afamado orientalista que enseñó a Lou a vivir con ausencia de deseo, aunque él la desease como hombre. Andreas complementó las enseñanzas de Guillot en Lou, imprimiéndole una impronta inequívoca de armonía con la naturaleza bajo el imperio de los sentidos pero no del deseo. Deseo que él, como hombre, claro que sentía. Puede decirse que formaron también un trío, pues fue Guillot quien, a regañadientes pero siempre atendiendo a los deseos de Lou, ofició el casamiento entre Lou y Friedrich Carl. Andreas y Guillot fueron sus dos auténticos esposos y ni mucho menos Friedrich Carl fue un manso o un consentidor. Su concepción filosófica de la vida facilitaba la libertad de Lou bajo una serie de condiciones que ésta nunca, al parecer, trasgredió totalmente. O, al menos, se produjo una consensuada novación de las condiciones. Existen documentos que prueban la unión de estos esposos aunque parece claro que, por diversas circunstancias, nunca consumaron el matrimonio en el orden físico. Hasta el punto que Friedrich Carl tuvo dos hijos con el ama de llaves; que todos convivieron con la pareja y que Lou terminó adoptando y haciendo heredera a la hija de F.C (Mariechen). Es justo, pues, identificar siempre a Lou con su apellido Andreas, además del paterno Salomé. F.C. Andreas merecería un estudio monográfico pues, sin duda, fue un adelantado para su tiempo. Y el único que la poseyó legalmente durante 43 años. Los biógrafos destacan que F.C.Andreas siempre albergó la esperanza de que Lou cediese a su experiencia y encantos pero que nunca vio cumplidas sus esperanzas, posiblemente truncadas con el affaire Ledebour, a consecuencia del cual (¿entregaría en ese trance Lou su virginidad?) Andreas y Lou planearon suicidarse juntos. La tenaz insistencia del propio Ledebour les disuadió, pero posiblemente Andreas consideró que su acuerdo con Lou había cambiado, ya que desde aquello no se volvió a producir ningún intento de acceso carnal entre los esposos como los intentados con anterioridad por F.C. Muchos años después, en una carta a Sigmund Freud, la propia Lou reconoció que a pesar de ser dos viejos todavía teníamos muchas cosas que contarnos, pues no habíamos tenido bastante tiempo para hacerlo (…) Después mi marido me aplicaba sus ungüentos; a él le gustaba hacerlo y a mí me hacía mucho bien; aún hoy, mi marido me trata fundamentalmente como una sardina en aceite. Si se hojea con detenimiento la especie de autobiografía de Lou se apreciará que ésta no vierte ningún juicio negativo sobre Andreas. Aunque hay que reconocer que Mirada retrospectiva -omisiones interesadas incluidas-, es una maravilla en la descripción humana y profesional de todos los hombres con los que Lou se relacionó. No aparece un solo comentario del tenor del vertido por Elías Canetti sobre Iris Murdoch referenciado en este mismo blog. Lou fue también en esto una mujer excepcional: ni un atisbo de maltrato modal, ni violencia de género, ni órdenes de alejamiento; nada de nada, todo se solucionaba con seducción o con inteligencia o, en último extremo, con asertividad y firme voluntad de entendimiento humano, intentando no menoscabar la felicidad individual respectiva. Diametralmente distinto del mundo actual. Y los hombres de Lou fueron un regimiento, no se limitaron a ser dos o tres. Incluso quienes decidieron pasar dinero a Lou en los momentos que más lo necesitaba (como es el caso de Freud) lo hicieron por propia voluntad y respondiendo a un impulso amoroso. Nada parecido a las “expropiaciones de sueldos” de la ministra Salgado o las “sangrías” ideadas por intermediarios jurídicos y consentidas judicialmente por las juezas de familia o de lo civil. Pero esa es otra triste historia, mucho más rastrera que la vida de esta Diosa.
El tercer gran amor de Lou –y la cuarta persona importante en su vida- fue el poeta Rainer María Rilke con el que vivió momentos apasionados y múltiples experiencias enriquecedoras y viajes. Tal vez los desequilibrios emocionales de Rilke impidiesen una unión de mayor alcance, aunque Lou tenía claro que todo amor terrenal termina siempre ("el amor correspondido muere de saciedad"), que no convenía estirar un amor pues eso era contribuir a matarlo de otra forma. Aunque Lou convino con todos sus amantes el hacer desaparecer las cartas de amor, alguna se conserva de su relación con Rilke que denota el alto voltaje de la relación sentimental y estética. Incluso alguna carta hay que podría parecer dar a entender que Lou hubiese llegado a estar embarazada de Rilke. Ella, sin embargo, nunca aludió a ello, aunque en Inglaterra se mantuvo que Ellen Delp, su joven y bella amiga a la que pretendieron la mayoría de los discípulos de Freud en los sucesivos Congresos de Psicología de Viena, era en realidad hija de Lou y Rilke. Peters, su biógrafo más sólido, lo niega rotundamente.
Lou conoció a Rilke en mayo de 1897, es decir, contaba ya 36 años de edad mientras Rilke tenía 24, aunque éste había tenido ya experiencias amorosas. La diferencia de edad (hasta ese momento sus relaciones habían sido con hombres mayores que ella) hizo pensar a sus contemporáneos que era el resultado de la estrategia de una mujer fatal que atrapó al poeta. Su biógrafo Peters se plantea: ¿Cómo pudo una mujer madura, una mujer que casi podía ser la madre de Rilke, una mujer, además, que era apasionadamente admirada y había rechazado los galanteos de la mayoría de los hombres, cómo pudo, a sus 36 años, sucumbir al acoso de un muchacho? Rilke no era ningún inocente. Tenía experiencias en el amor y sabía que el modo más seguro de conquistar a Lou era apelar, tanto a su instinto maternal como a su feminidad. Y supo hacerlo con gran habilidad, abriendo brecha en la fría espiritualidad de ella y despertando su pasión. Una vez más, Peters parece acertar. Lou sucumbió a asedio romántico de Rilke y despertó en ella la trilogía amante-madre- Madonna: le cambió el afeminado nombre (René) por el que ha pasado a la posteridad (Rainer), le hizo desprenderse de la afectación que le perseguía, le hizo ser más natural y amar la naturaleza y le aconsejó en su carrera literaria y en su evolución humana. Naturalmente Rilke se vio con eso más atrapado aún pues llegó a conocer la pasión de Lou. Las cartas del poeta que se conservan son cada vez más apasionadas. Cabe destacar esta: Quiero ser tu. No quiero tener sueños en los que tú no estés, ni deseo que tú no quieras o no puedas satisfacer. No quiero hacer acto que no te alague. Quiero ser tú. Y mi corazón arde ante ti como la lamparilla eterna, ante la imagen de la Virgen.
Cabe suponer que tras la “novación” del contrato con Andreas, Lou cuidó escrupulosamente que no se supiera la pasión en la que se veía envuelta con Rilke, por eso le pidió destruir todas las cartas y ambos se comportaron con frialdad en sus relaciones con el esposo. Pero Lou era una mujer libre que consideraba que cuando el amor se había presentado de nada servía estirarlo, por lo que decidió que la pasión terminase, para desdicha del joven poeta que terminó dando tumbos con casamientos equivocados y tratamientos psicoanalíticos. No hubo tampoco en este caso entre la pareja ni agresiones morales, ni jurídicas, ni afectivas, ni chantajes de ningún tipo como los que se llevan entre las parejas en el final del siglo XX y comienzos del XXI. La relación continuó, pero ya en otro estadio. A Lou le sirvió para romper el tabú de las relaciones con hombres más jóvenes, además de elevarse sobre la compenetración estética. Aprendió mucho en esta relación sobre las cavernas mentales de los seres humanos brillantes.
El cuarto pilar que sustentó a esta Diosa fue el médico Friedrich Pineles, Zemek, 7 años mayor que ella, al que conoció en 1895 (dos años antes que a Rilke) pero con el que mantuvo la relación por bastantes años, pues era oficialmente su médico de cabecera. Entre 1901 y 1902 Lou se quedó embarazada cuando contaba 40 años de edad, pero perdió el niño bien por propia voluntad una vez conocido en propia persona el cambio que se opera en una embarazada, bien por el tremendo acoso al que se vio sometida por la madre de su amante, bien por la presión de defraudar con ello al bueno de Andreas. Sospechosamente al doctor Pineles casi no se le nombra en mirada retrospectiva lo que hace colegir que, como hombre, en el plano sexual representó un importante papel en la vida de Lou. La relación íntima terminó en 1908, si bien siguió encontrándose con él hasta 1921. Pineles quedó tocado pero se concentró en su trabajo de médico en el que era una autoridad. Nunca se casó. Ernst Pfeiffer, el compañero de Lou en los últimos años, consideró que la relación de Lou con Pineles se basó fundamentalmente en el sexo, tal y como aperce recogido en la biografía de de Welsch-Pfeiffer, que apuntala: “Uno de los posteriores amantes dijo en una ocasión que Lou celebraba el acto sexual como el triunfo del cuerpo sobre el intelecto.” Parece que quiere ello decir que Zemek, el doctor Pineles, contribuyó no sólo a la salud de la diosa sino a su enriquecimiento como mujer.
Ya en su etapa de madurez Lou consiguió enamorar a Sigmund Freud que quedó prendado del valor, la perseverancia y la belleza intelectual de esta mujer. De esta relación se guardan más documentos gracias a Anna Freud, que ya se analizan en las biografías posteriores a la de Peters. Sin duda también Freud contribuyó a sustentar a esta Musa, pero en un estadio ligeramente inferior a los anteriores, pues Lou llevaba ya su propio bagaje de estudio del comportamiento humano, del narcisismo, del erotismo, de la sexualidad y de la psicología. Sobre ello habrá que detenerse en un sucesivo post. Quedémonos con una frase de Lou escrita a los 56 años que parece el principio motor de su vida: Dejar de amar físicamente significa, a fin de cuentas, dejar de abarcar inconscientemente al amado como el reflejo de aquella impresión primaria que no sentimos físicamente hasta que experimentamos la impresión total de nosotros mismos y del mundo; significa volver a situar al ser humano en la precaria situación de su soledad, en la cual, por más que se diga, en realidad no es más que lo que es, y no –por así decir- todo lo que existe además de la luz de sus ojos, el brillo de sus cabellos y el don de sus manos.
Retengamos un dato para terminar, mientras reflexionamos de nuevo: ni un solo divorcio, ni una sola disputa, ni atisbo de violencia de género, ni maltrato de ningún tipo, ni órdenes de alejamiento, ni medidas jurídicas provisonalísimas, ni compensaciones económicas entre amantes, ni jueces ni fiscales ni nada. Dando salida a los problemas o disputas buscando el consenso y el menor daño a la felicidad personal. ¿Sería Lou una mujer tan rara a la vista de las sedicentes garantías de la mujer que nos agreden por doquier en este siglo XXI? ¿No nos estaremos engañando todos en esta sociedad falsamente garantista? ¿No necesitaremos muchas Lou capaces de publicar más de 10 libros y por encima de 50 trabajos trabajos especializados…además de seducir a la inteligencia del momento?
Habrá que recapacitar, para que la estela de esta Diosa también nos fecunde. Luego intentaremos seguir la vida de esta mujer y sus circunstancias. Tal vez así podamos encontrar las bases para elevarnos sobre el engaño en el que nos movemos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario