Tal vez una de las situaciones que mejor ejemplifica el enorme amor –y respeto- que por lo general sintieron los hombres por nuestra Diosa del conocimiento humano y del amor sea la apuntada en el penúltimo post. En efecto, una vez el dramaturgo y acrisolado don juan Frank Widekind (que veía en el sexo una fuerza elemental que no debía reprimirse) acompañó a Lou a la salida de una fiesta, en animada conversación sobre el amor, el matrimonio y el papel de las meretrices que asaltaban a los hombres en la vía pública parisina. El afamado seductor la invitó a subir con él a su habitación del hotel en el que estaba instalado para continuar la conversación, a lo que Lou accedió de plano, de lo que Widekind interpretó que pasarían la noche haciendo el amor. Vana interpretación pues por la cabeza de Lou no pasaba más intimidad que la intelectual y espiritual. Widekind, frustrado en sus expectativas sexuales masculinas, hubo de dejarla partir después de haberse imaginado poseyéndola. Pero lejos de responder de manera rencorosa al rechazo, se presentó la mañana siguiente en la residencia de Lou vestido de chaqué con un espectacular ramo de flores para pedirle caballerosamente disculpas por su desliz la noche anterior. Esta anécdota resulta paradigmática de la comunicación humana que esta mujer establecía con sus pretendientes: ninguno la consideró una mujer provocadora o mojigata; ni caldorra ni estrecha. Documentado está el enorme respeto que suscitaba en sus enamorados. En todos sus enamorados y en los hombres en general.
Tal vez la relación más conocida de Lou Salomé, por encima incluso de la mantenida con el poeta Rainer María Rilke, es la que estableció con Friedrich Nietzsche dentro de la Santa Trinidad. Hay constancia de que convivieron juntos en los viajes a Roma (en el Montesacro el filósofo le declaró su perdido amor), en Lucerna y, la más extensa y acaso intensa, en Tautenburg, interrumpida varias veces por los accesos de enfermedad de Nietzsche. El filósofo parce que entendió no del todo bien la relación con Lou –un acercamiento apasionado y vital circunscrito al plano intelectual dentro del espontaneo y natural amor que Lou emanaba al entregarse- en la que, además, se inmiscuyó venenosamente la hermana del filósofo, Elisabeth, que llegó a calificarla de “tarasca rusa”. Una vez que Lou rechazó todas las proposiciones de matrimonio formuladas por Nietzsche –incluida la intentada por intermediación de Rée-, el autor de Aurora llegó a decir de ella que era una “mala mujer” y que padecía –en aquella fecha, claro- “atrofia sexual”. Sea como fuere, la relación del filósofo con el vitalismo de Lou le produjo efectos beneficiosos que se constatan en el optimismo que rezuma “La Gaya Ciencia”. La negativa de Lou a desposarse con Nietzsche sumió a éste en un estado de decepción que puede apreciarse en “Así hablaba Zarathustra”. A pesar de ello, Lou se sintió vivamente fascinada por Nietzsche y en Tautenburg y en el Montesacro fueron una feliz pareja, hasta el extremo de que, andando el tiempo, Lou deslizó a André Malraux la siguiente enigmática frase “¿Si besé a Nietzsche en Montesacro? Ya no lo sé.” En el contexto de la reserva de Lou con los recuerdos amorosos, puede colegirse que algo hubo que llevó al filósofo a afirmar que Lou era la mujer más inteligente y más dotada, sagaz como un águila y valerosa como un león. O aquella confesión personal a su enamorada de que el sueño más maravilloso de su vida se lo debía a ella. Constatado está también que Nietzsche escribió personalmente a la madre de Lou contándole que su hija y él se habían prometido en casamiento. A partir del momento de felicidad y entrega por parte de Nietzsche, la campaña difamatoria femenina orquestada por la hermana del filósofo se propaló con rapidez, quedando para la historia que Lou era la mujer que había rechazado al filósofo del momento. Se expandió como la comidilla del momento. El viejo Dacio Gil omitirá aquí algún improperio vertido por el enamorado repudiado como esposo, transido de decepción, pues era sin duda fruto de su manifestada enfermedad (“abismo de desesperación” como él mismo lo calificó) . Además, con posterioridad Nietzsche se retractó e intentó disculparse ante la mujer de su vida (excluida la malvada hermana que absorbió su vida, su aureola y casi su historia). Lou admiraba profundamente a Nietzsche y entre ambos se prodigaron momentos de muy natural amoroso trato, incluso fueron amantes en el concepto tierno de nuestra Diosa, pero que el sajón no fue un hombre al que ella amase en su totalidad. Nietzsche reconoció a su amigo Overbeck: “Albergué los sentimientos más locos y más puros por Lou y no había nada erótico en mi amor. A los sumo había podido dar celos a un Dios”.
Lo cierto es que, con independencia de que Lou siempre convino con sus amantes hacer desaparecer sus cartas y demás rastros de sus manifestaciones de amor (“yo soy siempre fiel a los recuerdos; a las personas, jamás”), prácticamente todos los testimonios recopilados por los biógrafos son encomiásticos en el plano humano y respecto a su femenidad. Y eso es sumamente revelador del cúmulo de cualidades que debieron adornar a esta mujer que, al menos durante un largo tiempo, vuelve locos a unos y a otros pero siempre termina conservando su virginidad. Su biógrafa más feminista -posiblemente también la más superficial-, Françoise Giroud, llega a afirmar de “esta mujer medio virgen algo desvergonzada” que “se diría que actúa en los hombres como una droga a la que, una vez probada, no pueden prescindir.”. Desde la óptica de un hombre, y eso Frederick Heinz Peters, su auténtico biógrafo desde hace 50 años y sobre el que pivotan todas las posteriores aproximaciones a Lou, supo captarlo de manera admirable hasta el extremo que podría decirse que también él se enamora de ella. Quien quiera aproximarse a los enigmas de esta Diosa sin duda debería empezar por Peters en su versión castellana, bien la ya añeja de Plaza y Janés de los años 60, bien en la más reciente reproducción literal de aquella, ahora en Paidós, de letra más grande y fácil de leer. En cualquier caso, es el armazón sobre el que se han elaborado las biografías posteriores aparecidas en castellano: la de Giroud hace una apretada síntesis en clave feminista; la de Michaud rezuma cierta exhaustidad en la documentación que aporta y clasifica y la más reciente de Welsch- Pfeiffer incluye muchas fotografías comentadas, con un texto relacionado en su margen.
Lou siempre tuvo claro que ella no desnudaba su intimidad en ningún medio. Los afortunados que gozaron de su intimidad no se vieron nunca traicionados por esta mujer, para desesperación de biógrafos y demás exploradores de los secretos de alcoba. Celo que engrandece a esta Diosa. Como apuntó en su momento este viejo Dacio Gil Mirada retrospectiva, las Memorias de esta mujer excepcional, traducen paz con los hombres que compartieron su vida e inquietudes y denota ausencia de cualquier recuerdo conflictual. Son una rememoración literaria de acontecimientos seleccionados en la edad en que la mujer alcanza ya una relativización de la sexualidad y los secretos amorosos quedan indelebles en el corazón de la memorialista sin necesidad de altavoces. La Diosa, al redactar sus memorias, tiene claro que ella no es modelo de nadie y sus gozos y eventuales sufrimientos íntimos no deben ser puestos al alcance de todo el mundo (Mirada retrospectiva –dice- es un “cuadro de unos pocos recuerdos de mi vida, ya que los otros tienen el inalienable derecho a negarse a salir a la luz”). Lou evita cualquier posibilidad de morbo en sus memorias (bastantes calumnias hubo de soportar en vida para dar pábulo a la mezquindad histórica), pues siempre le obsesionó que su vida íntima no sirviese de comidilla del público. Michaud indica que el libro se alimenta de sombra y de silencio y concluye que “oponer el silencio a la calumnia es una forma de nobleza.”
Otra virtud que refulge en esta Musa es su categórico desprecio por cualquier tipo de conflicto que presidió toda sus actuaciones, incluida la forma de enfocar falta de escrúpulos de sus agentes literarios. Michaud, que ha escarbado en todos los documentos, destaca esa cualidad no conflictiva de Lou: “Sus relaciones con los editores nos ofrecen múltiples ejemplos. Ya hemos visto que aceptó un mal acuerdo en el caso de la cura de la señora Eisner. El hecho de no demandar a un agente de bolsa deshonesto que vende en su nombre unas acciones, le entrega de una suma irrisoria y obtiene a costa suya unos beneficios considerables, es también un ejemplo de esta actitud. Lou retrocede en junio de 1932 ante el problema que supone una demanda y el efecto desastroso que el litigio tendría sobre sus pacientes actuales o futuros.” A Lou sin duda le marcó el largo padecimiento administrativo (se le retiró de facto la acreditación para impartir clases a pesar de haberle dado la razón la justicia) de su marido Friedrich Carl tras ganar éste un pleito a la universidad, pero en su fuero interno rechazó siempre por principio vital el conflicto. ¿Es imaginable hoy una mujer que no intente sacar rendimiento económico a la relación con un hombre importante o viceversa? ¿No estamos acostumbrados a ver vender al mejor postor cualquier intimidad? Hoy es moneda común el conocimiento público de las intimidades más básicas, la vida privada se ha hecho espectáculo morboso. Y en la época de Lou no era muy diferente; únicamente diferían los medios, circunscritos a los periódicos y las habladurías de salón; la maldad humana era idéntica.
La mujer que dijo que no haber amado era no haber vivido, que todos necesitamos la fuerza vivificadora del amor, pues sin ella, nuestra vida queda vacía, debía compaginar una apasionada entrega con una firme fuerza de voluntad. Lou, que, además de entender que la idea de un matrimonio en el que ambas partes buscaran la libertad vivificadora en los amores extramatrimoniales era fantástica, escribió que el erotismo encierra tanto sensaciones de felicidad como peligros, entendía el amor como una sensación transitoria aunque dejó escrito que “dos personas que tomen plenamente en serio esta eterna transitoriedad y la consideren como única medida de sus actos, que no busquen más que la dicha del otro, viven en una locura digna de veneración”. En su libro el erotismo dejó sentado el “principio de infidelidad” que sus biógrafos han tratado de incorporar al análisis de su vida plagada de relaciones. Lou había sentido más de una vez la fuerza fatídica del amor y decidió describirla en "el erotism0" sin falso pudor ni reservas. El libro se lo propuso el psicosociólogo Martin Buber y fue Freud el que confirmó muchas de las aseveraciones contenidas en el libro: la sexualidad sería una necesidad física, como comer o beber; se encuentra vinculada a los procesos vegetativos de nuestro cuerpo, como es el sueño; en el hombre, en el animal superior, el impulso sexual está asociado con el pensamiento y esto conduce a una excitación nerviosa, con lo cual el el impulso sexual sería una sensación, una idealización romántica del amor y el deseo de hacerlo durar. Pero Lou mantiene que todos los sentimientos animales quedan satisfechos rápidamente aunque exijamos a la persona amada eterna fidelidad (“ley de la progresiva disminución de la tolerancia”) y la repetición del acto sexual o la fuerza de la costumbre pueden destruir el encanto o excitar el deseo de un nuevo encanto (“Podemos decir que la vida amorosa natural en todas sus evoluciones, y de forma muy especial en las más individualizadas, se basa en el principio de la infidelidad. La fusión total es sinónimo de sumisión total”). El curioso lector puede hacer lo mismo que sus biógrafos: profundizar en la vida de la Diosa y en sus dos libros fundamentales uno sobre el erotismo y otro sobre el narcisismo, que incluye un artículo que los especialistas en psicología suelen considerar cimero, titulado “anal y sexual”. Libros que la facultativa bibliotecaria consultada por el viejo Dacio Gil le contó que eran muy apreciados por especialistas y que en la biblioteca en la que ella se desempeñaba habían desaparecido (“sustraídos por especialistas”, según sus palabras). En el fondo latía en Lou la distinción entre simple amorío y éxtasis amoroso pleno. Peters afirma que la intensidad de la vida amorosa de Lou era mucho más fuerte que la de las personas corrientes. Que lo que fascinaba a los hombres era lo elemental de su pasión y la espontaneidad de su entrega que, no obstante, estaba unida a una voluntad casi masculina. “Esta combinación ejercía un encanto tan irresistible que el hombre que hubiera amado a Lou no podía encontrar satisfacción en los brazos de otra mujer.”
Merece la pena trascribir un párrafo de Peters para invitar a la lectura de la extraordinaria vida de esta Diosa incomprendida por las mujeres que la llegaron a tildar de “antifeminista” (las propias feministas a las que ella frecuentaba y ayudaba):
“Las relaciones sexuales sin compromiso y desenvueltas (de hoy) y que se describen en las novelas modernas la hubieran indignado. Precisamente porque Lou veía en el amor una fuerza vital elemental, tanto desde el falso pudor de sus victorianos contemporáneos como las triviales amoríos de muchas mujeres emancipadas (desde los sesenta del siglo pasado en que lo escriba hasta hoy mismo en 2010, perdido todo romanticismo...y hasta erotismo; se ve en la necesidad de precisar este viejo Gil). Estaba convencida de que el amor corporal debía tratarse como algo precioso y sagrado, puesto que atañe al nucleo de nuestro ser. Sin embargo es innegable que la vida amorosa fue extraordinaria y estuvo siempre fuera de las normas humanas. Amaba con toda la fuerza de su personalidad, con todo su corazón y toda su alma. "Cuando amamos –escribe Lou- es como si nadáramos y el otro fuera el mar que nos mece y nos lleva". La imagen ilustra el sentido oceánico de la vida y del amor que poseía Lou; tan significativo el símil, que Freud lo emplea también para expresar el sentimiento básico del ser religioso. Explica, asimismo, por qué los hombres que amaron a Lou recordaban sus relaciones con asombro y estremecimiento. Así, un caballero de la vieja escuela, cuyas relaciones con Lou habían tenido lugar casi medio siglo antes, confiesa en una charla confidencial: “SU ABRAZO ERA AVASALLADOR, ELEMENTAL, ARCAICO. Con una expresión radiante de sus azules ojos decía: “Mi mayor placer es recibir tu semen”. Y tenía un afán insaciable de él.”
Cuando estaba enamorada, no tenía ningún miramiento. No le importaba que el hombre no fuera libre. Cuando uno de sus amantes le dijo que tenía escrúpulos morales porque había prometido ser fiel a su esposa enferma, ella se echó a reir. Estos juramentos le parecían estúpidos, pues con ello no se podían poner diques a una fuerza vital, como tampoco se podía calmar con sermones las olas del mar. A este respecto era totalmente amoral y, sin embargo, piadosa (cuidó tiernamente a Grunhild esposa enferma de Paul Bjerre). Vampiresa y niña a la vez.”
El viejo Dacio Gil se ve que se encuentra muy agustito en los brazos de Lou y no quiere que ese abrazo “avasallador, elemental, arcaico" acabe nunca, por eso se demora y se demora en contar su vida sin aportar todavía esas conclusiones anunciadas. Es cierto. Tal vez sea porque este viejo Gil busca una alternativa a la medicina administrativa imperante, exclusivamente basada en la química farmacéutica. En la actualidad se encuentra tomando las aguas en la Región de Murcia para aportar a su salud lo que la seguridad social no sabe o no puede. Está tomando las aguas como el viejo Goethe, el exquisto Zwaig, el minucioso Mann, nuestra propia Diosa o tantos otros que buscaron en los balnearios las curas necesarias para su salud. El viejo Dacio Gil es ya sólo un observador, un oyente y observaba hoy a una pareja de jóvenes que se ha tirado toda la mañana haciéndose protocolos eróticos dentro del agua, indiferentes al resto de los que se encontraban, como ellos, sumergidos en tan benéficas aguas. Por un momento este viejo Gil pensó si la joven sería una epígona de Lou, dada la dedicación con la que se prodigaba en las cucamonas eróticas acuáticas. Tal vez no lo fuera, pues en los balnearios también hay sexagenarios -¡y hasta octogenarios!- que se sustentan y acarician amorosamente en el agua. Será el agua calentita. O las sales minerales. O la relajación que induce al correlativo principio del palcer.
¡Volvamos a los balnearios! A los balnearios ante el fraude de la química farmacéutica y su administración burocrática. La ley del péndulo histórico. Los balnearios no prometen el cielo en la tierra como esos palabros potmodernos de la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+I), se basan en el efecto beneficioso para el ser humano de los componentes naturales que contienen las aguas, destacados desde tiempos de los grigos y romanos. Despues, desde el imperio austrohúngaro, fueron, además, un sistema de socialización y hasta de búsqueda del distinguido amor. Tras la segunda guerra mundial y con la penicilina se corrió un tupido velo sobre los balnearios como si se tratase de trastos viejos objeto de estudio exclusivo de los paleontólogos.
Tal vez el ser humano necesite engañarse, pues teniendo a su disposición la doctrina de Lou y los balnearios nadie necesitaríamos de otras martingalas de efectos no probados, o sólo probados en ratones o en simulaciones informáticas. O, peor aún, sólo probados para los explotadores de la patente. Mucha aureola de animal superior y éste se viene engañando desde hace mucho, hasta quedar depositado en la borrachera democrática y financiera que nos embarga. ¡Dejémonos de gaitas y de gaiteros! Prodiguemos el abrazo elemental, avasallador, arcaico. Tantos hombres cultos no han podido equivocarse.
Este viejo Dacio Gil promete que en el próximo post se desliará del abrazo de Lou que lo tiene absorto y que, por descontado, no quiere que termine nunca. Ya está a punto, por fin, de aportar sus conclusiones personales, que ya es hora. Eso será en breve. E intentarán ser conclusiones por encima de poco sólidas insinuaciones de anorexia o relaciones incestuosas vertidas por una de sus biógrafas.
¡Ojalá hubiera muchas Lous!...y muchos balnearios. Y sólo amor entre mujeres y hombres. Cuando la guerra se ha trasladado a la escalera (Aute dixit), el amor es el único producto vivificador. No debemos esperar a que los chinos nos traduzcan su manual de instrucciones para ser obtenido en herbolarios, farmacias o demás tiendas de instrumentos autodestruibles. ¡Se puede alcanzar con sólo mirar -y mimar- nuestro corazón...y el de otros.
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