Este año no ha habido en el banco la tradicional cena de empresa seguida de karaoke. Las apreturas y estrecheces económicas han sido determinantes pero también ha influido una decidida vocación de aggiornamento. Los prejubilados truncos andábamos intentando dar un giro a la fiesta anual porque siempre acabábamos cantando las mismas canciones en el karaoke y el repertorio de la Trova trobada mostraba ya su esclerosis. Atendiendo las sugerencias de una de las últimas incorporaciones, un hombre que trae a cuestas la leyenda de haber sido importante espía y de haber ocupado puestos relevantes en Cantabria, en el Levante y en los países más lejanos, los componentes del banco fuimos calibrando nuevas actividades de confraternización festiva.
Se barajaron varias alternativas como acudir a un balneario; hacer el camino Schmidt y almorzar en la Venta Arias; ponderar in situ los cambios acontecidos en el Museo de Cera; intentar un pase para la ceremonia de inauguración de la Legislatura parlamentaria terminando con una refacción en cualquiera de los Arturo institucionales u otras cosas por el estilo, pues los prejubilados truncos no nos caracterizamos ya por nuestra audacia en el tipo de diversiones. Ni siquiera la propuesta de este viejo Dacio Gil de acudir a una buena representación teatral en una sala alternativa llegó a cuajar entre la trobada trova de truncos prejubilados.
Y tuvo que ser el nuevo, el recién incorporado cuyo aura y mito nos tiene subyugados, el que se lanzó a tumba abierta: ¿Y por qué no intentamos hacer sexting y similares a través de una de esas empresas de encuentros ocasionales gratuitos?, espetó sin cortarse. El pleno de los prejubilados truncos quedamos boquiabiertos dado que por ninguna de nuestras cabezas había anidado ni remotamente intentar pasar un rato agradable con el sexo, ni fácil ni difícil; ni ocasional ni duradero; ni al natural ni mediante telefonitos u otros aparatejos; ni gratuito ni pago. Cierto es que somos todos honrados y hasta honorables y no consideramos que fuese ese el tipo de aventura que deseáramos corrernos. Era mucho más moderado y pacato nuestro deseo de cambio. Fue, sin duda, el influjo y la aureola de Eutimio Cañizarreta -que así se llama el nuevo- lo que nos decidió. De este hombre tan vivido en mil aventuras y del que se cuentan gran cantidad de hazañas (de su espectacular amante Bri circulan un sinfín de fabulosas fábulas en las que se desgranan sus atributos supra Pippa) no podía provenir una equivocación y con la arriesgada propuesta dejó patente que su capacidad de liderazgo no es manca al persuadir a unos prejubilados truncos tan ilustrados, leídos y tendentes ya a cierto conservadurismo. Aunque todos somos de la extinta clase media, la mayoría presenta un currículo brillante que denota sólida formación y criterio.
La tarjeta de Cañizarreta reza "Inspector", pero se dice que era sólo una tapadera profesional, que le fueron encomendados trabajos “especiales” en países exóticos de los que dejó prueba fehaciente en instantáneas de mansiones y bellezas; que ha pisado las alfombras del Poder en muchas latitudes; que se ha rodeado de las mejores bellezas de cada lugar; que siempre fue certero en sus elecciones; que salió exitoso de mil y una graves escaramuzas y que hizo cuantiosos y rentables negocios por allá donde pasó. Con esas credenciales fabulosas sedujo a la concurrencia de prejubilados truncos ansiosos de novedad, a los que despertó –que nos despertó a todos- del letargo de la monotonía añosa cotidiana. A ello contribuyeron también los carísimos ternos que suele lucir y su porte de aristócrata sobrevenido (algún leve pelillo de la lejana dehesa aún le queda) que denota su potencial económico.
La propuesta de Eutimio Cañizarreta fue aceptada sin voto disidente, pero a instancia de don Ovidio Órbigo, que ha sido catedrático en León y en Zamora y sabe mucho de inteligencia emocional, se vertebró una especie de ponente para la elaboración de un manual a modo de preparación al ciber-encuentro que pusiese al día a la muchachada de prejubilados truncos de los procedimientos a seguir en eso del sexting y los contactos ocasionales. Sólo era necesario nombrar un relator que facilitase la información y los trámites a los demás. Desgraciadamente esa designación recayó en el viejo Dacio Gil por aquello de haberse interesado por el amor y por haber trascendido sus amores con la dulce Lou. ¡Sólo disponía de escasos tres días para preparar la ponencia!
El viejo Dacio Gil se puso a indagar por su cuenta y a recopilar datos sobre un tema del que desconocía todo. Bueno, todo no porque circunstancialmente había visto en un diario nacional anuncios sobre una empresa norteamericana que decía ¿Por qué pagar por sexo? ¡Si lo puedes conseguir gratis! Más de 150.000 mujeres cerca de ti buscan AHORA una aventura discreta. En su vertiente de internet, esa empresa se intitula "la página web de la infidelidad discreta". Enseguida tiró el viejo Gil de biblioteca en busca de un libro de Marie-France Hirigoyen que leyó allá por 2008: Las nuevas soledades. El reto de las relaciones personales en el mundo de hoy. También desempolvó alguna obra de Slavoj Zizek sobre las concomitancias especulares entre ilusión y realidad. Era cuestión de bucear sobre los ciber-acercamientos, el encuentro en línea o la línea de encuentros. Obvio es apuntar que el amueblamiento mental del viejo Dacio Gil –anclado en la proto antigüedad- no encontraba demasiado material con el que facilitar las cosas a los compañeros del banco. El veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia no llegaba a ver claro -ni lo vio después- cómo era eso de comenzar el amor con un clic e inscribirse en una lista. En ese orden de cosas, hasta visionó varias veces la película Tienes un e-mail por si le facilitaba las cosas. Eso de la trivialización del sentimiento no llegaba a entender si era espontáneo o forzado por las decepciones. Amar y hacer el amor ¿gratis? ¿Ese era el sexo sin amor del que hablaban Sabina y Dyango en sus canciones? ¿Una pareja desechable puede producir un minimum de satisfacción de algún tipo a quien no está desesperado? El viejo Dacio Gil embarrancó en el acopio de información y, de la obtenida, casi se atrevería a desaconsejar la nueva aventura que vendría a sustituir a la cena de empresa navideña. Pero eso no podría verbalizarlo a la peña del banco.
Al viejo Dacio Gil no le gusta que le consideren ni un flojo ni un cobarde, ni que los colegas truncos puedan reputarle a la baja o, todavía menos, que consideren que deja truncos los trabajos encomendados. Durante tres días y sus correspondientes noches se enfrascó en la elaboración de una ponencia que facilitase las cosas para llevar a cabo la iniciativa navideña de Eutimio Cañizarreta. El día señalado apareció con su cartapacio lleno de anotaciones y recortes de internet, con su especie de manual para las citas ocasionales. Huelga decir que había quorum en el banco del parque, a pesar de la rasca decembrina. A trancas y barrancas fue desgranando Gil su manual de procedimiento de citas: El comienzo versaba sobre las redes románticas y la necesidad de tener rudimentos de psicología, comunicación y sociología para acceder a ellas. Incidía sobre la conveniencia de haber mandado previamente currículos para entrevistas de trabajo pues la confección del perfil requerido para inscribirse parece una cuestión esencial. Les animaba a rellenar el perfil como se aborda un examen de MIR, en perfectas condiciones físicas y mentales y acompañados de barritas energéticas y agua mineral para que las bajadas de glucosa y la sed intempestiva no emborronasen nuestro autopercibido perfil. Sugería además tener criterio a la hora de rellenar apartados tales como “tu pelo”, “tus ojos”, “la parte más bonita de tu cuerpo” etc. Mucho cuidado proponía también a la hora de describir “mis intereses”, “¿Cómo es tu sentido del humor?” y otras cuestiones parecidas. Cautela asimismo a la hora de indicar “tu estilo de vida”, “tus intereses a compartir” y “tus valores”. Aconsejaba acudir antes a un estilista para que en la fotografía apareciésemos agraciados pero no en exceso para no escamar por elevación en el "proceso de compra". Recomendaba asimismo acudir también a un semiólogo, comunicador o psicólogo social para elaborar un mensaje textual impactante, innovador y atrapador, lo que los técnicos llaman “el lenguaje de autopresentación”. Recomendaba por supuesto dejarse aconsejar por un técnico en sistemas que nos indicase la forma de tomar la decisión acertada con rapidez y eficiencia en la elección de la mejor -y más discreta- pareja ocasional. Y, en fin, un asesor financiero también era conveniente pues, aunque los encuentros y el ciber-sexo-sin-amor se anuncia como gratuito, parece que hay que saber administrar los costes de inscripción, los de las redes de distribución y los créditos en puntos de que se dispone para acceder a la relación soñada y que se agotan con máxima brevedad. Créditos que no son baratos, como puede suponerse. Sentado todo lo anterior, el viejo Dacio Gil recomendaba finalmente hacerse acompañar por un psicoterapeuta que ayudase a superar la decepción, la impotencia y el desencanto que generalmente se da en las citas una vez superados todos los trámites anteriores, para que pudiese ayudar a superar la enorme distancia entre la realidad y la aspiración; para temperar el papel que desempeña la "descorporeización" en el desencanto.
Ni que decir tiene que, dada la edad, formación, capacidad analítica y reducidos ánimos de los prejubilados truncos, la ponencia elaborada por el viejo Dacio Gil operó en ellos de manera inversa a los propósitos: como un auténtico jarro de agua gélida, como una ducha escocesa. Truncó el sueño de los truncos. Cundió tal desánimo que casi por unanimidad (el Inspector superespía se abstuvo) se revocó la decisión de secundar la iniciativa de Eutimio Cañizarreta. Ni sexo gratis, ni aventura discreta, si sexo por el telefonito, ni encuentro ocasional, ni sexting. Tampoco cena de empresa ni karaoke. Ante tales prerrequisitos, asesoramiento y coaching, parecía preferible el sexo con afecto de los casados (aunque no cubra los idílicos estándares de torridez al hacer el amor) que ser conducidos a la categoría de “tontos hiperracionales” ente los formularios de las empresas facilitadoras (?) de los encuentros y aventuras. Mejor las fantasías tradicionales que el telemarketing aventuresco en la red. Incomparablemente mejor la atracción de toda la vida que la ciberelección de la pareja de los sueños en los anaqueles del supermercado virtual.
En las posteriores felicitaciones telefónicas navideñas no se apreciaba un ápice de resquemor o frustración entre los prejubilados truncos. En este tema del encuentro ocasional y el sexo gratis, se sobreentiende. Cada cual te contaba que había hecho cariñitos y arrumacos a su pareja, que se habían inventado una aventurilla con ella, que se fotografiaron ambos en ropa interior y poses eróticas justo antes de irse a dormir en camas separadas, o que se fueron al cine a la llamada fila de los mancos. Alguno hubo que reconoció haber ido de matute a una casa de mancebía. Hasta incluso alguno se atrevió a volver con una antigua pareja con la que había cortado al sentirse acosado al modo que lo hacía la protagonista del film Atracción fatal.
El viejo Dacio Gil al intentar ser exhaustivo y científico en su ponencia chafó el sueño de aventurilla de sus compañeros de banco. Lo siente pero no tiene nada de lo que se arrepentirse. De sus clásicos aprendió ya hace tiempo que amar es aprehender al otro de manera directa y cabal. De hito en hito y naufragando entre fantasías y sentidos. Antes idiota enamorado que tonto hiperracional para poder acceder en condiciones competitivas al sexo fácil y gratuito del mercado de internet. Los burdeles y lupanares (no tan alejados de estos Gineceos virtuales sedicentemente gratuitos) nunca le atrajeron al viejo Gil. El frio imperante en ellos paraliza sus entrañas, anula su fantasía y encarcela su ansia de afectos y cariños entrecruzados. El lugar del viejo Dacio Gil parece estar más entre los apocalípticos que entre los integrados en esto de las ciber-aventuras.
Por el contrario, Eutimio Cañizarreta integrará sin duda las filas de los integrados: ha vivido mucho y lo quiere seguir haciendo. Habrá que hablar en lo sucesivo de él. Mientras tanto considerémoslo el Maquiavelo en el Gineceo virtual.