martes, 6 de diciembre de 2011

LOS EMIGRADOS, RÉPLIKA, MROZEK...

Atrapado ha estado en los últimos días el viejo Dacio Gil por esa maldita abulia que solemos denominar depresión. Sin ánimo y sin más voluntad que engullir chocolate para intentar dulcificar la postración y abatimiento que le provocó el paréntesis (que no final) de la campaña electoral permanente plagada de mentiras, celadas y diferentes formas de embaucar. Demasiado para los frágiles cuerpo y alma del usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia. En un desesperado intento de zafarse de tanta “estulticia constitucional” decidió darse una vuelta por el canódromo de la Vía Carpetana. Atontado con tanto mensaje electoral no reparó en que los canódromos fueron expulsados del sistema con la burbuja financiera (aunque ahora es previsible que vuelvan con un “acorralamiento” económico que se vaticina largo). El canódromo madrileño ya no existe, pero el desplazamiento hasta ese lugar sirvió al viejo Gil para constatar en vivo y en directo lo devastador de esta crisis: aquel barrio está mayoritariamente poblado por emigrados que a trancas y barrancas y con grandes privaciones e ilusiones llegaron a tejer buen número de pequeñas tiendas hoy clausuradas por lo general. El panorama de los pequeños comercios es allí fantasmal, más allá de que lo que era el canódromo sea ahora un campo de fútbol de hierba artificial, sede del Puerta Bonita C.F., que nutre su escuela de alevines e infantiles con hijos de emigrados de diversas procedencias llegados a ese barrio. Más decepción para el viejo Gil.

Familiares y allegados han tratado de sacar de la atonía al viejo Dacio Gil sin conseguirlo del todo. Hasta que una conjunción de casualidades (siempre la conjunción de casualidades que mueve el mundo con mayor brío que la planificación) han terminado por arrojar cierta luz sobre la noche oscura. Por un lado el comportamiento envidiable de los aficionados argentinos en la Copa Davis, en perfecta comunión con sus jugadores insuflando ánimos a Del Potro, Nalbandian y compañía. Transfiriéndoles su afán y su idea de comunidad. Cerca de 2.500 almas llevando en volandas a un excelente tenista extenuado tras tanto esfuerzo hasta conducirlo casi al milagro. Componían la mayoría de la animosa hinchada albiceleste los emigrados, demostrando que, lejos de abjurar de sus raíces y cultura, se sentían comunidad en el evento deportivo en "campo contrario", no dejando desfallecer al ídolo. El sentido sentimiento de la afición tenística albiceleste despertó al viejo Dacio Gil del letargo vital. Y, como siempre ocurre, como corolario a la hipocresía y cinismo en el que nos movemos, el juez de silla portugués, representante de la autoridad, terminó amonestando a la alegre afición argentina, que exteriorizaba ostentosamente su comunión, con nada menos que penalización por público partidario. Como si en esta vida todos fuésemos indiferentes y no tomásemos nunca partido. En esto, como en otras tantas cosas, el viejo Gil se alinea sin rubor alguno entre los seguidores del santo bebedor Joseph Roth: abomina también de los indiferentes.

Que Nadal terminase ganado a Delpo en cuatro sets permitió al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia llegar a tiempo a la sala Réplika de Madrid en la que se representa la magistral obra teatral Los emigrados, de Slawomir Mrozek, a la que había sido invitado por quienes le quieren. La primera sorpresa es la morfología de la sala de teatro en las inmediaciones del antiguo Metropolitano. La sala Replika es un teatro grande que recuerda a la institución teatral El Galpón de Montevideo. Una maravilla de sensibilidad en la que el espectador es partícipe de la obra misma, como si la representación se hiciera en el lugar más cálido de su propia casa. Fuera del circuito comercial, es difícil encontrarlo en la cartelera. Paradigma de la situación política y cultural española del momento: ¡Una obra maestra en lo sustantivo y en lo adjetivo que, por ocultos designios del poder mediático, parece pasar desapercibida para los diarios, que no se hacen eco de lo verdaderamente importante!

La interpretación de Frank Feys e Iaroslaw Bielski o Iaroslaw Bielski y Frank Feys, que tanto monta, es auténticamente cimera, monumental. Tan monumental que el espectador no baja su atención ni un instante, ni siquiera en el meridiano de la obra adaptada por Bielski. Y ya es difícil no bajar la atención en dos intensas horas que parecen media. Los registros de Frank Feys son espectaculares y nadie diría que su deje nativo no fuese eslavo. Con un desgaste físico titánico Feys va ganándose segundo a segundo la simpatía de la concurrencia con su aparente simpleza. Bielski acupa el lugar del contrapunto: un intelectual atildado y ortodoxo en sus líneas argumentales que trata de corregir la dinámica vital de su compañero de sótano con verdades axiológicas científicas y emocionales. Una dinámica que evoca la de los momentos actuales de la humanidad, un enfrentamiento dialéctico "social" en el alma (y también en el cuerpo) de dos simples emigrados que en modo alguno resultan simples. Antes al contrario, en su vis a vis en semioscuridad representan la complejidad del mundo deshumanizado que nos toca vivir y que todos, deprimidos o vivales, consentimos vergonzantemente.

Cuando le sobrevino la depresión, el viejo Dacio Gil andaba en las últimas páginas del libro de Frans de Waal titulado La edad de la empatía que desmonta aparentes sólidos apotegmas de la psicología social convencional por medio de la observación de la conducta de los animales sin prejuicios antropocéntricos, por eso las moscas, los cerdos y los monos que aparecen y desaparecen en Los emigrados calaron en lo más profundo en este espectador. Sobre todo el mono enjaulado que se sostiene sobre su propio rabo. Su imagen es idéntica a la del barón de Münchausen cuando emergía de las aguas tirando de su propio pelo o de los cordones de sus botas. En esto el personaje representado por Frank Feys hace el más difícil todavía al dificultar las hazañas del barón usando unos extravagantes zapatos abrillantados de forma natural y luciendo un largo pelo lacio amaestrado por un peine. A pesar de ello el personaje en el que actúa Bielski lleva toda la razón en esto como en casi todo lo que reflexiona: somos monos enjaulados que apenas logramos sujetarnos sobre nuestro propio rabo.

Pero como pasa en todos los ámbitos de la vida, y destacase con acierto Sören Kierkegaard, cuando tercia el vino la ética, la estética, la religión y la política cruzan sus afilados aceros intentando imponerse hegemónicamente. In vino veritas. Incluso hoy en día que la economía, esa ciencia sin conciencia lo preside (y contamina) todo. Bielski y Feys en sendas interpretaciones literalmente magistrales conducen al espectador a una reflexión mucho más profunda de la que éste cree poder alcanzar: En una concatenación de momentos escénicos estelares, entreverando sonrisas inteligentes y abiertas risas, se topa la audiencia con la clave del asunto: La fe de alcanzar el objetivo de que la Libertad sea la Ley y la Ley la Libertad. La solitaria esperanza acompañada. La comunión humana más allá de las fronteras materiales y mentales.

En los instantes previos a las cerradas ovaciones y los bravos, a la comunión con los actores en la excelencia escénica, por la mente del espectador desfilan Kierkegaard, Unamuno, Bauman, De Waal, Agamben, Arrabal, Valle Inclán, Platón… Imprescindibles fogonazos iluminadores para intentar reaccionar a tiempo emigrando a otras latitudes humanísticas.

Sobre el absurdo y la contradicción ha construido Slwomir Mrozek toda su obra. El octogenario escritor y dramaturgo polaco emigrado a Francia de seguro se sentirá orgulloso de la representación de su obra llevada a cabo por Iaroslaw Bielski y Frank Feys. Posiblemente los dos mejores actores en los escenarios madrileños de diciembre. Mucho más que actores: grandes teatristas.

Los emigrados es una obra que nadie consciente de las contradicciones del momento político, económico y personal actual debe perder la oportunidad de ver. Es, además, un privilegio ver esta obra de teatro: en la intimidad que nos proporciona la sala Réplika con el espectacular montaje liderado por Socorro Anadón en el que está cuidado hasta el más mínimo detalle, tal que, por ejemplo, la pronunciación de Frank Feys que es tan brillante como toda su actuación. Hasta con un asistente de pronunciación cuenta la obra, lo que denota su esmerada concepción.

Aunque, por efectos de las crisis, ya no proliferen como antaño las comidas navideñas de empresa, puede que la cercanía de las fiestas sea aún una invitación al pecado como lo era antes. Pero pecado de lesa humanidad será perderse este diciembre -y su coda al inicio de enero- Los emigrados de Slawomir Mrozek en la intimidad de la sala Réplika. La noticia debería correr como una pólvora constructora de sentimiento humano, de humanismo. Nadie que crea que la mente es algo más que un mero receptáculo de bazofia empaquetada por persuasores ocultos debería dejar pasar la oportunidad de saborear el elixir de la estética escénica. Los emigrados es una sólida invitación a recuperar el teatro frente a tanta banalidad en los escenarios, presidida por los caros musicales des-intimistas.

Tras la nauseabunda mascarada de las elecciones, nada mejor que una cura en la sala Réplika: Tras el esperpento teatral de la campaña electoral permanente en pleno estado de excepción financiero europeo, Frank Feys e Iaroslaw Bielski nos facilitarán el antídoto recordando que el alma (o como queramos llamar a la ética y la sensibilidad consciente) debe ocupar un lugar en nuestra vida cotidiana. Que el mundo de hoy extremadamente interconectado amenaza con convertirnos a todos en emigrantes. En malos y cobardes emigrantes: en excluídos. Y lo que es peor aún: que los vis a vis parecen ya reducidos sólo a cárceles… o jaulas.

Moscas, cerdos, monos... ¿Será cierto que ni se enamoran, ni se deprimen ni se suicidan?, ¿que carecen de empatía?

La respuesta la aporta Iaroslaw Bielski reflexionando "a dúo" en la postrera penumbra de la obra de Mrozek: Libertad y Ley. Cultura. Esperanza. Vida.

Los emigrados: Amor nómada. Vidas desperdiciadas. Público absolutamente partidario. Comunión en torno a los teatristas.

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