miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡DEJAD PASO AL REY!

Giovanni Papini, un escritor de grandes giros vitales pero de magnífica escritura fruto de sus lecturas universales y su compromiso personal con los libros y las bibliotecas, describe como nadie la figura del Rey apaleado en su libro Historia de Cristo, y en especial en el capítulo El Rey coronado. El viejo Dacio Gil debe de reconocer que quedó de inmediato seducido e impactado por la escritura de Papini cuando leyó el libro Un hombre acabado, un prodigio de duro escepticismo que se confirmó en Gog y El libro negro. El lector empedernido de las gafas redondas de cristales de culo de vaso pegó un giro radical a su vida al convertirse en un católico confeso. El veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia descubrió a su vez en el escritor florentino su realista descripción de la justicia humana en su libro inacabado e inacabable titulado Juicio Universal, pero ya en El Rey coronado hay una magnífica alegoría de los meandros de la justicia humana en las figuras de Caifás y Pilato y en especial en aquél gráfico pasaje que pone a la justicia en su justo sitio y, de paso, nos recuerda todos los juicios a políticos en la reciente democracia hispana:

Pilato se rinde. Si no cede, teme suscitar un tumulto que puede prender en toda la Judea. Su conciencia le parece tranquila; cree haber probado todos los caminos para librar a ese hombre que no quiere librarse.
Ha intentado salvarlo remitiendo el juicio a los mismos sanedritas, que no pueden condenar a muerte; ha intentado salvarlo mandándoselo a Herodes; ha intentado salvarlo afirmando que no ha hallado en él culpa alguna; ha intentado salvarlo ofreciendo soltarlo en vez de Bar Rabban; ha intentado salvarlo mandándolo azotar, con la esperanza de que aquel ignominioso castigo bastase a calmar los ánimos; ha intentado salvarlo queriendo suscitar un movimiento de compasión en aquellos corazones endurecidos. Pero todos sus intentos han fallado y él no quiere que por aquel hombre se levante toda una provincia. Y mucho menos que, por causa de él, le acusen ante Tiberio y sea destituido.
Pilato se cree inocente de la sangre de este inocente. Y para que todos tengan una idea visible y memorable de tal inocencia, manda traer una palangana, con agua y se lava las manos a la vista de todos, diciendo:
— Yo soy inocente de la sangre de este justo: ¡allá vosotros!
Y todo el pueblo replicó:
— Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
Entonces ordenó que se soltase a Bar Rabban y entregó al Justo a los soldados para que lo crucificasen.

Pero a lo que iba, que el viejo Dacio Gil se pierde en batallitas que a nadie interesan. La mejor imagen de la vacuidad y evanescencia de las instituciones políticas siempre se ha encontrado en la alegoría de Don Juan Manuel en El Conde Lucanor y en la fábula el Rey desnudo de Andersen. Papini habla del apaleado Rey de los Judíos en el capítulo del que se han trascrito los párrafos anteriores para evocar la tradición escapista de la justicia humana.

A los humanos nos aterra el horror vacui, ver a nuestro Rey desnudo o magullado. Nos transporta al vértigo del vacío institucional y político. No queremos ver que estamos prisioneros junto a nuestro carcelero, por eso bloqueamos en nuestra mente la idea de que ni el carcelero ni nosotros queremos abrir las compuertas para respirar el aire de la libertad.

Es por eso que cuando hemos tenido noticia del “pequeño accidente doméstico” del Rey y hemos visto su imagen de boxeador noqueado hemos pensado enseguida en una riña matrimonial al uso. Que si miras demasiado a las mujeres…que si no me haces caso…que si no tienes detalles conmigo... Lo propio de los matrimonios al uso. Los más iniciados habrán pensado que las magulladuras eran debidas a una discusión de las muchas que se dan en las familias en épocas de crisis sobre las actividades del yerno y de la hija que, al paso que parece que van, podrían terminar llevándose las joyas de la bisabuela custodiadas en la caja fuerte del palacio. Lo que pasa en todas las familias. Codicia, drogas, infidelidades… Riñas, cachetes, empujones...

Pero al ver al Rey en el salón de actos de CSIC con apariencia de prorrogado policía secreta pendenciero calzando esas negras gafas de sol, al viejo Dacio Gil le recorrió un gélido escalofrío. ¿Acaso tendrían algo que ver las magulladuras con el desfalco de los fondos europeos del CSIC? Imposible: la falsación y el fraude científico son otra cosa. Las Agencias desviadas y fallidas también son otra cosa. La institución “científica” fallida especializada en el drenaje de fondos de toda procedencia nada tiene que ver con el tema del Rey y con su yerno, por más que la familia real haya picado el anzuelo de la innovación en demasiadas inauguraciones y entrega de premios en el salón de actos diseñado por Fisac. La coincidencia debía deberse a la casualidad aleatoria de los accidentes con las agendas y los protocolos.

El Rey en la concepción popular nunca se desnuda ni se ve obligado a hacer sus necesidades fisiológicas. Si acaso le fallase la próstata o la vejiga seguro que meará agua de Colonia como los jugadores de Florentino (también “Reales” y ahora también magullados y con aspecto de pendencieros bajo la dirección de Mou Mou).

Al viejo Dacio Gil le ha aliviado saber de buena fuente que el “pequeño accidente doméstico” había sido provocado por un escolta oficioso acaso nervioso por el próximo cambio de gobierno que revolucionará las RPTs policiales. Por lo que se sabe, el oficioso se descoordinó a la hora de abrir la puerta para dejar el camino libre al Rey. La ley de Murphy.

Con estos recurrentes incidentes reales, lo mejor será proclamar la Glásnost en Palacio y hacer desaparecer puertas, escaleras y ventanas. Todo diáfano para que los súbditos podamos ver si los múltiples miembros de la familia real se desnudan y desvisten como el resto de los mortales o, por contra, llevan siempre el mismo paño en todas sus actividades, posturas y actos. En caso contrario habría que crear un cuerpo de empleados públicos, a modo de los antiguos veedores y voceros, encargados de gritar el “¡Dejad pasar al rey!”

El también viejo Horacio Guarany ya lo plasmó en aquel largo recitativo musicado titulado El dueño de la vida. En tiempos en lo que los dueños de la vida aún no eran los bancos y sus tecnócratas de cámara.:

Ahí va, dejadle paso,
dejadle paso al rey, dadle paso al amo,
dejadle paso al señor.
Ahí va, ahí va mi rey:viva el rey,
viva mi señor, viva mi dueño.
Él es el dueño de mi camisa,
él es el amo de mis zapatos,
él es el dueño de mi casa, de mis alimentos.
De mis remedios, de la luz,
de la guitarra,de las sillas,
de los trajes, de los cigarros,
de los sembrados, de la escalera, de la esperanza.
Él, el hacedor, y él, el todopoderoso,
él que construye, el gran creador.
El dueño de la vida, de la gran fiesta de la vida.
Miradlo, miradlo qué hermoso va,
que lo miren los niños, que vengan todos los niños y lo aplaudan.
Que agitan sus pañuelos los niños,
que lo besen, que lo besen los hombres.
Ah, tú inclínate, descúbrete ante el rey.
Descúbrete y bésale las manos al rey.
Salúdalo y míralo, míralo qué hermoso va,
con la espalda encorvada, con el riñón dolido,
con las manos callosas, humillado, trampeado,
mil veces mentido, mil veces engañado,
escupido, maltratado, mil veces robado,
mil veces sabes!... mil veces...!
Pero, qué lindo va!
Lleva la frente limpia;
lleva un pan grandote en la conciencia.
Un pan que lo reparte entre su gente,
junto a la humilde mesa de los pobres.
Ahí va, ahí, respetadlo;
va arrastrando los pies, va muy cansado.
Se ve muy solo, viene muy triste.
Qué limpio es, qué limpio es mi rey,
y cuánto hace y cuánto construye.
¡Qué sería la vida sin él!
Lo veo pasar por mi ventana,
y el corazón se escapa de mis manos;
Mi corazón le besa los pies y le agradece,
por todo lo que hace.
Él no tiene galones, él no tiene títulos,
no tiene ni un escudo, ni diplomas.
No tiene nada, sabes, no tiene nada,
y sin embargo da todo.
Él que no tiene nada, lo da todo.
Y cuando se cansa,
y cuando se cansa de aguantar y de esperar,
cuando se cansa de dar,
cuando se cansa de oír llorar a sus hijos,
de oír quejarse a su madre, de oír llorar a su esposa.
Cuando se cansa de darlo todo y no da más,
porque no puede más.
Cuando se enoja, entonces le pegan,
entonces lo encarcelan ,entonces lo lastiman,
entonces no le pagan.
Entonces lo maldicen, lo maldicen,no le pagan,
si le pegan.
Los mismos que él dirige, los mismos que él alimenta,
los mismos que a su costilla viven la gran vida;
que él construye todos los días,
sin quejarse, todos los días.
Por eso hermano perdóname,
perdóname, pero míralo; ahí va,ahí pasa,
aplaude, grita, grita conmigo:dejad pasar al rey, dejad pasar al amo,
dejad pasar al señor.
Ahí va el rey de los hombres,
ahí va el dueño de la fiesta,
de la gran fiesta de la vida,
ahí va,
ahí va, el "OBRERO".
Mi señor, mi rey, mi dueño,
el dueño de la vida.

Parece claro: Hay que dejar paso al Rey (ora monárquico, ora republicano).
Pero con cuidado, extremando los cuidados. Para evitar así pequeños accidentes domésticos.
Los pequeños accidentes domésticos enseñan el camino hacia el vacío.

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