Cuando todavía creíamos en algo, solíamos repetir, cual si de verdad axiológica se tratase, aquello de que la democracia era el paso de la condición de siervo a la de ciudadano. Nos creíamos ciudadanos. Proclamábamos un derecho adquirido por accesión: tras innumerables luchas sociales, políticas y económicas. Hoy, dado que la desgracia se ha cebado con casi todo el mundo que no sea gran especulador financiero o banquero, aquellas viejas ideas ya poco nos convencen: consumimos lo que nos echan y no somos siquiera capaces de devolver en un restaurante caro (el que se pueda permitir este tipo de restaurantes, tipo Jockey, del que desgraciadamente llegan noticias anticipando su inminente que cierre, como otros muchos hundidos por la crisis) un solomillo achicharrado o unas natillas demasiado saladas. Ya casi nadie tiene el coraje de hacer el ademán de levantarse de la mesa y marcharse del establecimiento. Hemos perdido todos categoría personal, sumidos en esa masa informe incapaz de distinguir las muy maquilladas series biográficas noveladas, tan al uso en las televisiones (Suarez, el Rey, Raphael, el cardenal Tarancón, doña Letizia, la Residencia de Estudiantes, etc.) con la verdadera historia y sus recovecos y sangrantes contradicciones.
Decían que con la postdemocracia habíamos abandonado ya la efímera condición de ciudadanos para pasar a la de consumidores. Que los persuasores ocultos nos conducían por la senda que querían, ya fuese la compra de papel higiénico o desodorantes; domiciliar una nómina bajo el influjo de Nadal o pseudo asegurar -como Soy, Soy, Soy-, un vehículo en una empresa más inmobiliaria que aseguradora de vehículos; o incluso depositar el voto en unas elecciones autonómicas o intentar elegir al alcalde del pueblo. Un rescoldo de esta condición de consumidores lo hemos tenido con las primarias de los socialistas madrileños tan parecida a la de la oferta de las compañías de telefonía móvil en constante competencia a pesar de actuar como trust, siempre de consuno. Como un observador agudo apuntó la semana pasada: nunca un trasero tan glorioso recibió jamás tantas patadas dirigidas a otro como el de doña Trinidad Jiménez. Patadas propinadas por parte de todo el mundo, incluida la prensa amarilla, azul, rosa y hasta la ultramontana. Hasta ayer los admiradores de los genuinos atributos de la primaria candidata socialista pensábamos que era radicalmente inmerecido el pateo recibido por ese ilustre trasero. Sin embargo ayer, al verla matrimoniada votando, rosa en mano, junto a su “esposo de ocasión” (ese vividorcillo del CSIC que se ha cebado con los ciclistas y que de seguro querrá sacar también tajada, contante y sonante, del solomillo vasco como ha sacado antes de otros vampiros o viajes a eventos más o menos deportivos) los devotos de aquella anatomía nos hemos derrumbado. Por cierto, que por obra y gracia del "matrimonio primario", las chicas del basket lideradas por Amaia Valdemoro pudieron celebrar tranquilas y a su bola la medalla de bronce sin el incordio del flequillo del investigador don Jaime embutido en su representación institucional. Y no piense mal el eventual seguidor de esta Tribuna Alta Preferencia, que no nos derrumbamos por pensar que ese fenomenal trasero era fruto del clembuterol, no. La depresión se nos produjo al verla haciendo el papel de esposa de ese engendro que no parece ni carne ni pescado y que vive de las dietas y del paquí-pallá deportivo en su coche oficial o vuelo en preferente. ¡Si al menos tuviera la galanura de desplazarse en las bicicletas que van dejando en el camino los ciclistas injustamente demonizados o cabalmente descubiertos…!
La pésima gestión pública actual (llamarlo política sería mentir) se hace hoy más con el culo que con la cabeza, pero un estético trasero como el de doña Trinidad no es todavía suficiente, hoy por hoy, por sí solo para ganar unas primarias. Y menos entre unos correligionarios y correligionarias donde no sobresalen atributos estéticos de ese calibre.
Indudablemente el matrimonio fotográfico de conveniencia Jiménez-Lisavetzky denotaba ayer con toda claridad que esto de las primarias socialistas es una monumental farsa genuinamente yankee. Concebida para agitar un mal cocktail: la campaña de implantación de un producto en el mercado que suele ser muy agresiva en su primer estadio de lanzamiento. Mas o menos como esa discoteca de Águilas, en Murcia, que se abarrota a diario tras el escándalo mediático de su nombre La Meca, revocado por la revuelta producida. El escándalo de su denominación ha sido su mejor publicidad y reclamo. Lástima que el mercado pueda amañarlo todo de esta sibilina o subliminal manera. El antiguo ciudadano, ayer consumidor, se ha vuelto un bovino seguidor de este tipo de simulacros publicitarios y contribuye con su estulticia a crear un mercado, exiguo pero mercado. De cubatas, de votos, de nutracéuticos, de lo que sea.
La prensa de las otras diferentes trincheras ya se encargará de ir desgranado en estos días los fallos comerciales de las primarias socialistas. Y lo harán pro domo sua, para contribuir a la victoria electoral del otro bando (que tal baila o peor), pasándole luego al eventual sustituto del pobre Zapatero, sin prisa, facturas e hipotecas varias. La prensa española es la que es, no vamos ahora a aparentar que nos escandalizamos. Esta piel de toro e islas adyacentes (¿Se puede decir todavía piel de toro sin escandalizar a los zoófilos encubiertos catalanistas?) tiene la prensa que se merece y la institucionalidad (?) que también se merece. Y valga un solo dato para validar el anterior aserto: el análisis mediático del 23 F ecuatoriano, que la prensa patria nos lo ha vendido como una especificidad de ese país volcánico y exportador de bananos. Se nos ha dicho que Ecuador tiene muy baja institucionalidad, pero se ha callado que las pocas instituciones que subsisten íntegras en España han devenido simples camarillas y la realidad –incluido el malestar por el recorte de sus bufandas de los institutos armados- difiere en poco entre España y Ecuador. Entre EEUU y Guatemala.
Pero lo malo es que ya hemos quedado sólo reducidos a cobayas. En efecto, el sábado nos enterábamos que una carambola provocada por una investigadora sumamente ingenua había destapado de nuevo una manipulación imperial ignominiosa. Muy en la línea de las que nos viene anunciando con al parecer escaso eco ético, Naomi Klein. Somos ya unos cobayas a los que con el paso del tiempo a lo sumo se nos pedirá perdón ya muertos o provectos y a otra cosa mariposa. Eso ha pasado con los crímenes y atropellos nazis, con los de la guerra civil española, con las vacunas de la gripe A, con la pederastia eclesial generalizada y otros muchos atropellos humanos que se terminaron descubriendo tras años de silencio.
Ahora hemos sabido, gracias a la ingenuidad y el espíritu ciudadano de una profesora de la Universidad de Wellesley (Susan Reverby se llama la investigadora) que el servicio de salud pública de EEUU (institución institucionalizada y sufragada por ingresos públicos) inoculó sífilis y gonorrea al menos a 1000 ciudadanos. Primero mediante prostitutas infectadas y luego inyectándolo directamente en el pene en los brazos o en la cara. Eran guatemaltecos, pero eran –o deberían ser reputados- ciudadanos. Eran soldados, presidiarios e pacientes psiquiátricos, pero eran ciudadanos y por tales así deberían haber sido tenidos. Fue en los años 40 pero debieron ser tratados como ciudadanos. El experimento lo realizaron los norteamericanos mediante funcionarios públicos con pleno conocimiento de causa sobre ciudadanos guatemaltecos en la propia Guatemala. Hoy Guatemala es una sucursal en toda regla de los EEUU, donde incluso la miseria porta armas procedentes de EEUU. En Guatemala se produjo hace relativamente poco tiempo el asesinato del letrado Rodrigo Rosenberg Marzano, que anunció, mediante una grabación en video, que se produciría su asesinato. Tras la intervención de la CIA y el fiscal español Carlos Castresana oficiando de alto comisionado jurídico de la ONU, el evidente asesinato se trocó en que a Rosenberg “lo suicidaron”. Y todo bajo un guión muy parecido a Dallas, para que todo fuera fácilmente deglutible por los ciudadanos-cobayas guatemaltecos y por la inmensidad de conejillos de Indias de todo el mundo.
Noami Klein dedica la primera parte de su libro la doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, al doctor Ewen Cameron, que fuera presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría y a su técnica de interrogatorio conocida como “impulso psíquico” que más tarde sería asumida totalmente por la CIA (el denominado manual Kubark) con objeto de mantener a los sujetos en un estado de privación sensorial, más allá de su umbral de resistencia (recurriendo incluso a administarles curare). La técnica del doctor Cameron ("un genio de la destrucción de personalidades", según Klein) no era sino llevar a los pacientes a un estado de completa regresión que borrara hábitos, costumbres, pautas y recuerdos en los pacientes para poder alcanzar –según el eminente monstruo al que la comunidad científica de la época otorgó pleno reconocimiento- el estado mental de la tabla rasa. Estas técnicas se aplicaron en los años 60 y al saltar el escándalo en los 80, la CIA se avino a ciertas indemnizaciones a partir de 1988 por un monto de cerca de un millón de dólares. De ahí pasa Klein a Milton Friedman y la aplicación de la doctrina Cameron a las crisis militares, financieras, ecológicas y catástrofes naturales. El viejo Dacio Gil no va a destripar un libro que viene recomendando desde hace tiempo, pero indicará de nuevo que en todos los desastres que surgen hoy en el mundo se emplea constantemente la violencia, el terrorismo contra el individuo y la sociedad, importando un bledo a estos “hecedores de Tsunamis” la dignidad de la persona, individual o colectivamente considerada. Nada nuevo, pues en 2001 Gordon Thomas ya habló de lavado de cerebro, lobotomías, electroshocks, control mental, aislamientos y otras prácticas inhumanas y degradantes practicadas por funcionarios públicos estadounidenses sobre unos conejillos de indias que eran abandonados a su triste suerte cuando no vilmente asesinados para no dejar rastro. Peor que los toros catalanistas, vamos.
Tendemos a no querer ver lo que nos es incómodo o hiere nuestra sensibilidad. Pero todo eso existe y en cada vez mayor medida, dada la deshumanización que padecemos (la desnuda economía no permite afectos, piedad ni compasión). La prensa y el Poder intentarán poner sordina a esta noticia y a otras similares. Al fin y al cabo –dirán los sepulcros blanqueados- Guatemala es el patio trasero de EEUU y sus sectas y religiones economicistas. Hillary Clinton, como viene haciendo también Benedicto XVI con los tratos que parecen afligir ahora a la iglesia católica, ha entonado un acto de contrición: “A pesar de que estos actos ocurrieron hace más de 64 años, estamos indignados por el simple hecho de que semejante proyecto fuera auspiciado por el sistema público de salud de EEUU”. Por su parte Álvaro Colom, cuya sombra precipita cierto halo de sospecha, anunció que estudia exigir compensaciones para las víctimas. Lo que pasa es que puede que a Colom lo disuadan altas instancias institucionalizadas invocando el caso Rosenberg.
Como siempre el Poder arrea penitencias a deshora en culo ajeno, convirtiendo a los ciudadanos en cobayas, sin remilgo ético de ninguna clase. Frente a ello, el doble atracón de filetón de clembuterol es pura anécdota sin importancia. Muertos los afectados se suele pedir cínico perdón.
Luego dicen que los males endémicos de Latinoamérica se deben a su baja institucionalidad. ¿Acaso es buena institucionalidad hacer lo que hizo el sistema público de salud con los guatemaltecos contraviniendo las más elementales cautelas instrumentales de respeto a la dignidad humana? ¿O la ceguera o deslumbramiento de don Carlos Castresana con el suicidio perpetrado por otros en el caso Rosenberg deben considerarse paradigmáticos de la institucionalidad de los paises civilizados ? Algo huele a podrido en el sistema de convivencia que venimos aceptando y que ahora denominan institucionalidad. O, en palabras del sabio Judt, “algo va mal” en la forma en que nos relacionamos. Pateemeos, pues, el trasero de los arquitectos del sistema y de sus valedores, dado que la amenaza con descarriar en breve es más que cierta.
Doña Trinidad Jiménez no merece recibir en su bello trasero tantas patadas dirigidas a Zapatero. A lo sumo cachetitos benévolos del ejército de viejos verdes que vemos cualidades inmanentes en ella y su morfología, que no deja de ser una hermosa excepción entre sus correligionarias y correligionarios. Ella, además, algo sabe de sistema público de salud y de vacunaciones institucionales apresuradas y poco sopesadas de gripe A. Pero lo cortés no quita lo valiente: en los tiempos que corren debería tirar más un buen trasero que unos gnomos afanándose en dirigir una campaña de publicidad engañosa. Aunque cabe interrogarse si siendo simples cobayas podremos seguir distinguiéndo las témporas del culo o si la impotencia mental que se nos viene inoculando a todos terminará por llevarnos a la afasia ciudadana.
Este casi-difunto Dacio Gil, antes de mutarse en conejillo de Indias, quiere seguir removiéndose en su ataúd al alegre paso de doña Trinidad… aunque haya que mirarla de soslayo y desde la retaguardia. Mucho mejor eso que descubrir nuevos casos de la violencia institucional y el maltrato modal inaudito que asola este siglo sucesor del maldito siglo XX.
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