domingo, 10 de octubre de 2010

ÍCARO MOLIDO DIVISA CON OPTIMISMO LA SOCIABILIDAD DEL SER HUMANO.

Está visto que en la sociedad-tiovivo en la que nos hemos instalado, hasta las tertulias con vocación de entrenamiento intelectual son actividades de riesgo. A partir de ahora el viejo Dacio Gil deberá pensarse acudir a departir –a aprender, para ser más exacto- con los sabios que se prestan a una quedada tras las impertinentes insistentes invitaciones del usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia. El perseguido en esta ocasión ha sido un agudo analista de la realidad sociopolítica que desmenuza los acontecimientos con una óptica de máxima precisión que le permite decantar lo verdadero de lo falso, la esencia de las adherencias contingentes. El viejo Dacio Gil hubo de insistir e insistir ante el sabio para que éste abandonase su castillo-laboratorio donde ahora, además de seguir siendo una eminencia en su disciplina, se ha especializado en la intelectualidad centroeuropea y podría decirse que estaría hoy en disposición de sacar a la luz una historia intelectual de los Karl Kraus, Hermann Broch y compañía, comparativa con la realidada actual.

El pasado sábado presidido por la constante lluvia el sabio accedió a mantener la tertulia, para lo que el viejo Dacio Gil eligió una céntrica cafetería de moda, de esas de escasa luz, aspecto más o menos Zen y concurrencia mayoritaria de visitantes extranjeros. La tertulia discurrió, en lo adjetivo, entre aguas minerales y tés, y en lo sustantivo repasando la decepcionante realidad hispana e intentando dicotomizar la realidad del ruido mediático y la bullanga: el vacío político e institucional, la deriva perversa de la universidad y el seguimiento del mercado literario más reciente, entre otros muchos extremos de repaso. Liquidada la consumición y la cuenta, así como decaído ya el vigor dialéctico, el viejo Gil, por imperativos de la edad, decidió visitar el mingitorio para aliviar el rebosante liquido –H2O comercial exclusivamente- de su vejiga. Lo que pasa en estos templos de consumición vestidos de Zen es que el que no es asiduo se pierde en la penumbra interna cuando en el exterior la noche ya ha desplegado su carpa. El viejo Dacio Gil, henchido de la sabia doctrina del egregio contertulio, se dirigió presto a la toilette sin saber muy bien dónde se encontraba. En eso que vio su decrepito matrimonio de carne y huesos volando por una empinada escalera apenas iluminada por unos diminutos fluorescentes azules, chocando ora en los escalones, ora en la pared, ora precipitando todo lo que el torbellino provecto atropellaba en su caída, hasta que dio con su mollera recién culturizada contra una pared metálica. Ahí terminó el vuelo. La cacharrería de osamenta, grasa y pellejo produjo tal estrépito al colisionar con el decorado Zen y la empinada y larga escalera que, transcurridos breves instantes, pudo comprobar aturdido su desgafado, sangrante y dolorido fardo rodeado de una gran ofrenda de solidaridad multilingüe capitaneada por el sabio amigo. La conclusión fue la normal en estos casos: traslado a las urgencias del hospital y todo lo demás, pudiendo comprobar en persona que el servicio de salud (al parecer privatizado en su gestión) funcionó razonablemente y, tras muchas pruebas, el joven médico de turno esgrimió otro razonable pronóstico de magulladuras y contusiones varias sin detectarse rotura ósea alguna ni afectación cerebral. Al menos lo intentado aprender del sabio tertuliano no se había perdido por la colisión entre el decorado Zen y al agnóstico fardo. Molido, resquebrajado pero con el depósito de reserva de pensamiento crítico al parecer intacto. Podría haber sido peor en varios sentidos. Dios aprieta pero no ahoga.

El viejo Dacio Gil que cree desafiar la doctrina del miedo imperante, tras el vuelo y el aterrizaje forzoso le ha tomado cierto repelús a los establecimientos de estética Zen carentes de agresividad lumínica. En ese sentido -como en otros muchos, para su propia desgracia- Gil es ya puro anacronismo: camisa deportiva clásica y pantalones vaqueros frente a la camiseta y los chinos dominantes; intento de solemne profundidad de raciocinio frente al alegre y divertido ocio de los parroquianos del local; estética de orate frente a la apariencia juvenil de los maduros consumidores; vista achicharrada de leer en el transporte público y en cualquier sombrajo frente a la rápida movilidad visual de parejas de enamorados, exóticos turistas y viejos con apariencia juvenil. Corre el peligro el descolocado autor de esta crónica de recluirse definitivamente en su monasterio libresco, una vez se reponga del apaleamiento autoinfligido, sin salir de casa más que lo estrictamente imprescindible. Acaso tenga que aprender de los sabios, ya no en torno a unos tes o aguas minerales sino por video-conferencia u otro producto tecnológico similar. El viejo Dacio Gil, empero, es un desastre para las nuevas tecnologías, pero si la política imperante tiene demostrado que el miedo hace milagros y gana elecciones, ¿por qué no ha de aprender, por miedo, Gil a utilizar ese moderno aparataje relacional?. De lo contrario, acaso para Gil la elección racional se reduzca a recluirse y callar, como en los matrimonios al uso.

Pero una cosa es clara: la particular experiencia del vuelo del Plus Ultra ha terminado convenciendo al viejo Gil de que existe, por una parte -y principalmente- un enorme lecho de sana solidaridad ciudadana y, por otro, un razonable funcionamiento de los jóvenes sanitarios del servicio de urgencias del hospital público, amén de la constatación de que los sabios están siempre, por lo general, dispuestos a ayudar y dirigir a sus semejantes, como se ha demostrado concretamente en la urgente evacuación sanitaria del fardo Gil hacia el hospital. Si la sociedad presenta inequívocos signos positivos, algo falla, pues, en este sistema de convivencia. Parece claro que están siendo los políticos y sus siervos quienes vienen devastando este país y los de su entorno. La experiencia personal denota que el futuro parece arrojar límpida luz por parte de la médula: los ciudadanos.

Un hecho tan menor y banal como Dacio Gil en el papel involuntario de Ícaro pude aportar también elementos para la esperanza. Eso insufla ánimos para intentar hablar en lo sucesivo de las quiebras del régimen (acaso no sistema) en el que estamos insertos y de la urgente repristinación de los sistemas de convivencia humana ya inexcusablemente deseconomizables. Y ahora que tanto se habla de señoritas y de enciclopedia Álvarez, el viejo Dacio Gil reaparecerá tras las magulladuras abrazado una vez más a la señorita Lou para complir de una vez la palabra comprometida. Con la señorita Lou Salomé -luego señora de Andreas, pero distinguida señorita siempre-, que no necesitó de sectas ni sectillas que salieran en defensa de su imagen: ella sola se supo defender de las lenguas viperinas de su mismo género…y enamorar a muchísimos hombres. A todos los hombres.

5 comentarios:

  1. ¡Pero bueno, D. Dacio!, ¿cómo ha podido caer tan bajo? Nunca me lo hubiera imaginado de usted . . . porque supongo que . . . en su atropellado vuelo en el escenario Zen que usted nos dibuja, no se quedó a medio camino y sí llegó a lo más bajo de aquella larguísima y empinada escalera . . . No, de veras, siento muchísimo su embarazoso y lamentable incidente; espero que no sea nada grave, como se colige de su jocoso relato así como de su envidiable ánimo para tomárselo tan bien como lo hace usted, a pesar de las magulladuras, el tremendo susto –el suyo y el de los que le asistieron; me hago una idea- y la ingrata “visita” hospitalaria y demás.

    ¿No estaría usted intentando llegar al célebre “fondo del saco” en su pretensión de saber cómo rasgarlo? . . . pues le veo, D. Dacio algo más optimista tras el accidente/incidente (no hay mal que por bien no venga . . . y . . . quien no se consuela es porque no quiere) y haber podido apreciar, por sí mismo, la luz de la solidaridad ciudadana que nos recuerda que aún hay “resquicios para la esperanza”. No lo dude, como sugiere Fdez. Buey.

    Con el deseo de que se reponga lo mejor y lo antes posible, reciba un fuerte abrazo de su seguro seguidor,
    Gruten.

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  2. Parece usted el ángel de la guarda optimista de este viejo Dacio Gil, amigo Gurten. Qué quiere que le diga, ya echaba de menos su ingenio y apoyo. Al mínimo resquicio optimista, ahí aparece usted, para apuntalar el ánimo de este ser que, en efecto, tocó fondo.

    Siempre usted tan agudo y atinado, Gurten: muy acertado lo del fondo y el saco. Pero no. No voy a tener el mal gusto de identiciar en usted al "hombre del saco" con la que está cayendo (jolín, otra evocación al acontecido magullante; perdone es una traición del subconsciente). El hombre del saco es hoy ese enemigo llamado "economía" que nadie es capaz de identificar con nombres y apellidos, como si sólo fuera un virus mortal. Estresor y hasta aniquilador pero invisible e inimputable incluso al microscopio de los más sabios.

    Convalece el viejo Dacio Gil bajo los cuidados familiares y agradeciendo, por un lado, la solidaridad habida y, por otro, que las consecuencias hayan sido tan leves como afortunadamente han sido.

    Fíjese, caro Gurten, uno se encuentra como "Elvis", el abuelete de Atapuerca que hoy nos cuenta la prensa y el afamado Arsuaga: lesiones dolorosas en la espalda; cuidados altruistas y solidarios; impotencia e incapacitación connatural; cráneo infantil; y anacronismo (medio millón de años, cuando, según el tango, 20 no son nada).

    Parecen un signo astral este "Elvis" y su conjeturación científica. Someto a su consideración si la repristinación moral deberíamos denominarla "Elvis". Aunque, no se crea, Dacio Gil se malicia que tiene bastante de novelado eso de la conjetura científica. Parece la típica profecía autocumplida informáticamente. Como las nuevas teodiceas de la modernización sobre la protohistoria. Usted es mucho más optimiesta. Seguro que sabrá convencer a este recalcitrante escéptico, que tiene más de Aute o Julio Jaramillo que de Elvis.

    Parece usted, Gurten, mi positivo cuidador. Y en los tiempos que corren eso es mucho, mi querido amigo. A más a más con el sutílingenio que usted destila.

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  3. Acabo de leer su respuesta anterior, recién finalizado el partido de la selección futbolera en tierras escocesas, y me ha hecho sonreír el pequeño error de escritura cuando usted teclea "optimiesta": me hace pensar en el optimismo del magnífico e ingenioso jugador de Fuentealbilla.

    Me alegro de que usted mismo reconozca que han sido tan sólo leves las consecuencias de su desafortunada (?) caída.

    Arsuaga, en su teoría sobre la conjeturación científica de la que usted nos habla, dice que aquellos homínidos desaparecieron porque apostaron por la fortaleza del individuo, en lugar de por la fuerza de grupo. Creamos entonces en la necesaria reacción del ciudadano como colectivo (tarde o temprano despertaremos y tendremos que rebelarnos) ante ese funesto enemigo “Economía” en el que usted, D. Dacio, simplifica la perversidad moral en la que ahora nos encontramos.

    Esperemos, pues, con la paciencia necesaria, a que la Pelvis de Elvis o como queramos llamarlo, nos ilumine hacia un futuro más esperanzador. Para el camino: Paciencia y una caña (¡mejor un par! pago io).

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  4. Le agradezco que diera aviso de las innumerables erratas, Gruten, este viejo Dacio Gil es incorregible en eso de los errores de tecla: no le contrate usted nunca de corrector editorial, su empresa entraría presta al concurso de acreedores; sería una ruina.

    Habría mucho que hablar de las retroprofecías científicas autocumplidas, pues escama un poco que siempre se cumplan dado que es imposible encontrar, despues de tantos años, un testigo que las pueda refutar o, al menos, cuestionar. El programa informático, mientras dure su vigencia mediático-política y no caiga en el indefectible desuso, siempre redondeará la nueva teoría. Al viejo Dacio Gil, la verdad, le cuesta creer toda la literatura que acompaña a los descubrimientos arqueológicos y paleontológicos. Un defecto más de este su corresponsal. Enfermedad profesional, supone Gil.

    Vulevo a destacar y bienponderar el componente optimista de todas sus intervenciones, amigo Gruten. Optimista y, por lo visto, potentado, pues usted no ha debido reparar que el viejo Dacio Gil cuenta con un joven amigo llamado Eduardo -con el que usted ya llevó a cabo en su día un cruce de argumentos- que practica el deporte de la pesca sin muerte y se pírria por todo el aparataje necesario para ello. Y aunque el chico se paga de su peculio todas las artes que adquiere, ¡como vea que usted paga dos y de fabricación italiana, lo mismo se le apunta! O, ahora que lo pienso, ¿no hablaría usted del deporte nacional de las tapeo con las "cañitas" de cerveza? En ese caso el que no se le apunta es el viejo Dacio Gil despues de su trapecismo fallado y sin red del sábado pasado.

    En serio: coincido con usted en eso de la esperanza...aunque no sólo habrá que esperar sr. Gruten...algo habremos de hacer también nosotros los "ciudadanos conformes", aunque de momento, en nuestra indignada desorientación no sepamos cómo.

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  5. Por tres veces he intentado enviarle un nuevo comentario, pero ... una vez más, problemas técnicos no me dejan. Me da un mensaje de que "comentario publicado" pero nada de nada.
    Le envío ahora (como 4º y último intento) sólo parte reducida de mi texto completo. Gajes de esta vía de conversación ¡qué se le va a hacer!.

    Estimado D. Dacio: cómo le diría yo que este fiel S.S.S. Gruten, jamás cometería el desatino de contratarle a usted tan sólo de corrector y desaprovechar así el torrente de docta experiencia que usted rezuma.....
    ... Por lo demás, D. Dacio, errores –y mucho más los meramente mecanográficos- cometemos todos, pero el suyo del otro día, me lo apunto como un error positivo, pues como palabro nuevo me gusta la relación entre “optimista” e “iniesta”, me gusta.
    Ningún inconveniente por mi parte –todo lo contrario- en cuanto a sufragar, llegado el caso, a aquel lúcido joven pescador amigo suyo, algún artilugio útil para utilizar con paciencia, pues ésta última es quizás mi gran virtud, aunque también muy probablemente, mi gran defecto. El equilibrio, muchas veces, es lo verdaderamente difícil. Casi todo puede lograrse con paciencia y una caña, sí.
    En cuanto a los otros tipos de cañas, no tenga usted reparo, D. Dacio, en compartir –virtual o realmente, si se terciara- con este su seguro seguidor una o varias cañitas que podrían ser de las llamadas “cero cero” sin gota de alcohol, en el trascurso de una de esas tertulias de las que usted nos habla poniéndonos los dientes largos a sus “escuchantes”. Usted me invita a una de sus tertulias y yo le pago las cañas...
    Reconozco y asumo sus dudas sobre las periódicas teorías altamente mediáticas –sean del tipo que sean- que intentan sospechosamente desviar nuestra atención y “entretenernos”; no se lo discuto.
    Y referente a lo de la esperanza y la acción, desde luego, no cabe la menor duda de que hay que actuar y no vale ver los toros desde la barrera (es una frase hecha, yo soy, aunque tolerante, manifiestamente antitaurino) quejándose y maldiciendo sin hacer nada, pero mejor en grupo que individualmente, ¿no le parece? La necesaria esperanza nos recuerda, como en Chile, que “el pueblo unido . . .”. Despertaremos, seguro: es cíclico. Nada es eterno, ni lo bueno ni lo malo, afortunadamente.
    Lo dicho, ¡cuídese!

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