Con exquisita sensibilidad gustaba invocar el gran Carlos Cano que hubo un tiempo en que la Aurora era el camino. Esa Aurora hoy prácticamente perdida en la lejanía de una vida estresada y deshumanizada con tanta teología económica. Afortunadamente ese canto a la Aurora y a la vida humanamente vivida la inmortalizó el poeta granadino en la inmensa poesía cantada La luna de medianoche:
La vida contra la sombra
la vida contra la ilusión perdida
contra el silencio la vida...
La vida, la vida es para querer
ayúdame guitarra mía,
ayúdame al amanecer
que lo que tengo nada importa
que lo que importa es ser.
Eso –y mucho más- lo decía Carlos Cano, exponente máximo de la universidad internacional de la emigración. Porque hubo un tiempo también, acaso un tiempo cuyo ciclo tiende a repetirse ahora, en que la única salida para los jóvenes inquietos era la búsqueda de futuro más allá de las estrecheces de miras de las fronteras de la piel de toro. Luego vino “el destape de teta y trota…y los camuflajes” que aportaba la democracia y con ella la recuperación de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y sus cursos de verano. Obligado era el paso por esos cursos especialmente alambicados para reflejar los problemas de la sociedad del momento. La UIMP era además un foro de confraternización al más puro modo británico en torno a las veladas esperando la Aurora alrededor de las mesas del jardín de las célebres “Caballerizas”. El viejo Dacio Gil añora aquellos años en los que parecía todo en estado de ebullición. Aunque tal vez las que bullían eran las ansias vitales del usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia. Más tarde, con el patrocinio del Banco del Sr. Botín vinieron los cursos de verano de la Complutense en su lujosa sede del Euroforum de El Escorial. Como todo en la vida, los cursos de verano, que proliferaron por toda España, fueron paulatinamente languideciendo hasta quedar reducidos a una mera caja de resonancia para las prácticas de los becarios de los diarios o para las microconspiraciones de los viejos santones de la prensa junto a los lobbies. La vida misma y sus ciclos.
El grupo de frustrados prejubilados truncos del parque al que acude el viejo Dacio Gil tiene designados unos ponentes y relatores para poner en común a los demás los temas de actualidad distinguiendo el polvo de la paja, esto es: intentando destacar lo esencial relegando lo superfluo. Y mira por donde, Lisio Visconti ha destacado esta semana los cursos de verano de la Universidad Complutense. No todos, por supuesto, ya que mucha ganga sigue habiendo, sino una cuidada selección o crestomatía de los mismos.
Además de la conferencia de Félix Grande, la mesa de debate sobre la enseñanza de la ética, los conciertos de violín (Margherita Marseglia) o piano (Claudio Fabi), el recital del profesor Patxi Andión y la clausura por el poeta Luis García Montero, destacan especialmente tres cursos y un encuentro, todos concentrados entre las actividades del mes de julio.
Destaca por un lado el titulado La muerte: un análisis interdisciplinar. Y destaca porque en una sociedad cuya cultura esconde el evento indefectible de la muerte es bueno que se piense sobre ella en voz alta y de manera interdisciplinar. Porque la muerte es una pero hay muchas formas de muerte. No parece necesario hacer una taxonomía de muertes aunque la persona inquieta e inteligente sabe que en esta sociedad se repudian unas muertes y se consienten y hasta auspician otras. Que las hay tanto físicas como civiles (muertes las dos al fin). Que las hay naturales (¿acaso la muerte no es siempre natural aunque nos parezca siempre prematura o extemporánea?) y violentas. Como las hay voluntarias y por compulsión directa o indirecta. La muerte siempre tiene sus aves carroñeras en forma jurídica o hacendística así como sus deudos. La muerte a veces depara también sorpresas propias de la vida misma, como son las familias paralelas obligadas a aparecer en el trance. Y la muerte, en fin, también nos muestra una retahíla de profesiones ligadas a ella, como buhoneros, alquimistas, chamanes, astrólogos, médicas, enfermeros, celadoras, forenses, personal de las funerarias, acreedores del frac, floristerías, imprentas, chóferes, sacerdotes, poetas elegiacos, cineastas, redactores de obituarios, marmolistas, relaciones públicas, etc., etc., etc. Como puede verse el tema de la muerte es la vida misma sólo que sin impulso. La interdisciplinariedad no es para tomársela a broma. Ni mucho menos. Especialmente en estos tiempos de crisis económicas y anímicas en las que se hace necesaria una dosis de filosofía para afrontar la vida. Bromas e ironías aparte, debe de celebrarse (sí, sí, celebrarse) que se pueda hablar con cierto optimismo de la muerte desde la óptica de las humanidades en esta cultura hasta hace bien poco dominante del éxito juvenil pluscuamperfecto. Bienvenido sea hablar sin tapujos (lo que no quiere decir desvestidos ni desnudos) de "la Vieja Dama” aunque de seguro ello no gustará a las teóricas de las políticas de género, hoy también –es de suponer- en franco retroceso filosófico cuando todo son retrocesos.
Otro curso interesante es el del oxímoron por excelencia, el de la contradicción inmanente. Se refiere el viejo Dacio Gil al que se celebrará del 18 de julio (¡gato, gato!), al 22 del mismo mes titulado La policía científica: un siglo de ciencia al servicio de la justicia. ¡Gato, gato otra vez!, ahora por la propia rúbrica del curso que trasluce un triángulo sumamente sospechoso: policía, ciencia y justicia. Tres voquibles femeninos de muy difícil conjunción armónica. Y ya que antes se habló de muerte, bien está traer ahora la opinión de un insigne muerto voluntario como Mariano José de Larra sobre la policía. En dos famosos artículos sobre la policía, Fígaro atribuye el origen de la policía al miedo. Para Larra la policía se dividía en política y urbana, pero en los tiempos que corren la policía científica ha venido a sustituir a las sórdidas subdivisiones de la policía de costumbres o la policía político-social. Todo es en el siglo XXI policía y miedo; miedo y policía. Larra –como siempre- llevaba razón también en esto de las transformaciones de la policía y sigue vigente su certera afirmación de 1835:
“La policía no puede jamás ser favorable a un sistema de instituciones liberales, y yo me atrevo a emitir una opinión que está confirmada por la práctica: dondequiera que hay policía bajo instituciones más o menos libres, siempre responde a favorecer un tanto a los que se inclinan al Gobierno absoluto con preferencia a los que quieren un sistema liberal, porque tiene una simpatía invencible por el absolutismo.”
Pero no es cuestión de ponerse serios con esto de la policía con pretensiones de cientificidad (dos imposibles en perpetuo divorcio, por pura incompatibilidad de caracteres y cierta respectiva haraganería). Valga Larra como relator sobre la policía y tomemos a Marie-France Hirigoyen como ponente en el tema de la ciencia. Alejandro Nieto nos ilustrará sobre la Justicia. Algún día habrá que reflexionar “in extenso” sobre la Ciencia en España, más allá de la versión oficial propalada por el académico Sánchez Ron (por cierto, en breve también comparecerá en la Fundación Areces hablando nada más y nada menos que de la dimensión humana de la ciencia), como el viejo Gil lo tiene prometido y amenazado hace tiempo ya. Pero a lo que vamos: si verdaderamente se quiere conocer el cabal significado y alcance de la policía científica y sus desviaciones éticas no hay más que disponerse a ver la película de Zhang Yimou una pistola, una mujer y una fábrica de fideos chinos. Además de una muy buena película se podrá comprobar eso del pretendido cientificismo de los policías (corruptos y venales o no, que esa es otra historia) a través del meticuloso policía Zhang que parece tener absolutamente controlado hasta el detalle más insignificante en base a la más pura metodología de base cientíifica. Amor, risas y violencia reunidos en derredor de las sólidas actuaciones del policía estrella. Seguro que el policía Zhang sale a relucir frecuentemente en el curso del Euroforum de la Complutense. Es obligado.
Pero donde los cursos de verano de El Escorial muestran su mejor faz es sin lugar a dudas en el curso que parece más interesante. Se titula Historia del Bolero. Historia de una forma de vivir, impartido por el muy grande Juan Carlos Caco Senante (esa gaviota en Madrid que sabe partirse la boca: que -según afirma- sabe besar) que tendrá su colofón con un concierto del propio Caco titulado “los diez boleros más importantes del mundo”. Será un éxito, sin duda, pues el canario Senante destila sensibilidad y humor –y, sobre todo, vida- por arrobas . El viejo Dacio Gil está convencido –y lo tiene reflejado en este blog- que no hay que darle vueltas, que la vida es un bolero: que la vida sin amor y sin cierto desamor no puede ser considerada vida. Que el bolero traduce todos los sentimientos humanos y que todo lo demás es tramoya y marketing (O Employer Branding como pomposamente reza la rúbrica del encuentro referido más arriba, en los mismos cursos de verano de la UCM, que promete también sorpresas con eso de profesar amor a la empresa que te explota y te paga: ¡vivir la marca dentro de la organización! ¡Para que el empleador aumente su reputación en el mercado!). El bolero siempre reflejará las vicisitudes del amor y es por eso que nuca se extinguirá como canto sentimental a la vida: No habrá nunca un último Bolero. Bueno, sí, cuando le toque desaparecer al género humano por causas naturales o por cataclismos. Allí ya no habrá profesiones que valgan, ni salmodias, ni elegías, ni deudos.
El bolero no desaparecerá nunca y es magnífico que alguien tan considerado (y tan canarión) como Juan Carlos Senante se encargue de recordarlo, aunque aquel otro Carlos, Carlos Cano, supo interpretar como nadie –como Caco lo habrá hecho alguna vez, aunque es dudoso que éste pueda llagar a incluirlo entre sus 10 más importantes- ese triste poema titulado El último bolero y que parece un canto a la decrepitud en la antesala de la muerte:
Madame, ¿désirez-vous danser
este bolero embriagador,
bajo la luna de París
y arrimadita al corazón?
En esta noche de ansiedad,
quiero la vida recobrar.
Madame, yo me llamo Don Juan,
y estoy aquí para olvidar.
A sus pies un caballero sincero,
que viene de tierra extraña, de España,
soñador, de profesión amante,
católico y sentimental.
Y está usted tan deliciosa de rosa,
que siento la sangre hervir.
¡Quién tuviera veinte años de antaño
pa' derrocharlos con Madame!
Se mueve usted mejor que el mar,
con ese acento arrullador,
me hace perder to'a la razón,
muero en deseos de estampar
en esa boca angelical,
ardiente, un beso de pasión,
un beso para recordar
en la humedad de la pensión.
Ande y venga, siéntese a mi la'o,
quiero contarle mi secreto a solas:
soy un amante que pasó de moda,
un seductor de chaise longue.
No se vaya que la invito yo,
no tiene precio su calor, Madame,
papel de imprenta y eso qué más da,
va por la vida y se acabó.
Alzo mi copa de champán
a la salud de vous Madame.
Y por aquello que perdí,
Madame, ¿desirez vous danser?
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