Por muchas razones, el viejo Dacio Gil constata cada día que abandonó hace tiempo ese plano de ambigüedad calculada que es “la cierta edad” y que ya tampoco puede encuadrarse con la categoría del hombre maduro. Ese canalla que es el tiempo le ha tomado secuestrado para desplumarle cada día el poco capital acumulado para hacer frente al desconcierto de la edad de los mayores. Ese acreedor malvado que es el tiempo no perdona ni la moneda fraccionaria de ínfimo valor: lo quiere todo, te quita todo. Y lo más grave es que al usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia está perdiendo también su capital de entendimiento, pues le desbordan los acontecimientos que lee en la prensa: Que si la top model más cotizada del mundo es un hombre, que si está de moda que las mujeres se den besos húmedos de tornillo delante de las cámaras, que si tal que si cual...
Pero lo que ha dado la puntilla a este provecto Gil (que nunca creyó en los ejércitos ni en las guerras) es eso de que a los soldados ya no se les suministre hoy su ración de coñac de garrafón para elevar su moral de combate como se hizo en los dos siglos precedentes sino que ahora se facilita a la leva las pastillas de Viagra con el objeto de –según nos escandalizan- fomentar los abusos sexuales. Ambas cosas son deleznables. El coñac de garrafón servía para elevar la moral de la tropa en los ejércitos ramplones en los momentos de ataques nocturnos fuera de las trincheras a pecho descubierto, no para cometer delitos sexuales (aunque se hayan consentido siempre en las guerras, pues no vayamos a pensar también que existe en los conflictos bélicos una ética con las poblaciones civiles; eso son cuentos yanquis de los daños colaterales). Pero lo de las pastillas de viagra resulta grotesco y parece decir bien poco de la masculinidad, de la animalidad sexual, de los soldados libios. La noticia no cuenta si a cada soldado se le da también un saquito con clorhidrato de yohimbina para los casos resistentes. Tampoco se dice si la edad de los reclutas supera los 50 años.
La mente del viejo Dacio Gil no está preparada para esa noticias bélico-sexuales. Y también económicas, porque suministrar cuatro pastillas de Viagra a cada soldado es muchísimo más caro que el alcohol de quemar teñido de oscuro que se servía en otros tiempos y describe perfectamente Juan Eslava Galán en su novela la mula. En materia económica sí parece haber ética en las guerras del siglo XXI.
Aparte que menudo lío en las tiendas de campaña con cada soldado montada -y en perfecto estado de revista, como en las playas nudistas- su propia tienda de campaña. Porque eso de la Viagra es de suponer que no será el “aquí te pillo aquí me empalmo”. No por buscarle un átomo de ternura, pues nula ternura hay en las guerras y en las violaciones, pero la estimulación es de suponer que necesitará un tiempo de transición sanguínea. De lo contrario los ataques terrestres serán no a balloneta calada (que eso es una antigualla) sino a Viagra tragada, con lo que eso comporta de disminución de las distancias de seguridad. Como traguen los soldados muchas pastillas de esas, el cabo cuartel se tirará la noche entera gritando aquello de “¡organización!, ¡organización!”, tratando de evitar lo inevitable, dado que en la oscuridad todos los gatos son pardos: que los soldados se terminen asaltando sexualmente unos a otros.
El viejo Dacio Gil desconoce cómo está el equilibrio de género dentro del ejército del Coronel Gadafi pero es de suponer que será masculino casi en su totalidad ya que, según nos cuentan, sólo su guardia personal pretoriana es femenina. Así que vaya lío. La guerra química (farmacéutica) abandona brigadas y divisiones para incidir en el plano individual. En vez de bombas, violaciones masivas. Vomitivo todo. Menudos cambios. En la época del joven Gil se utilizaba a mansalva el genérico bromuro para amansar a los fieras y ahora Viagra para reduplicar las erecciones. Parece irreal, salvo que se trate de un ejército de abueletes con intenciones bravas pero disfuncionales en eso de las ya infrecuentes erecciones, o que se trate de un nuevo y secreto experimento científico de esos patrocinados por la industria farmacéutica estadounidense que es conocedora que la ciencia progresa a impulsos casuales (que no causales) como apuntase en su momento el sociólogo Lewis Mumford.
Bromas aparte, y en el bien entendido que cualquier agresión sexual es repudiable, el viejo Dacio Gil, ahora que ha perdido toda la esperanza en los poderes de toda clase, en las instituciones de toda índole y en las sociedades civiles de toda laya, anda preocupado con eso de la edad, el sexo y el amor, pues entiende que haberse instalado en la vejez no quiere decir renunciar a la sexualidad y a la feliz intimidad amorosa compartida. La noticia del suministro masivo de viagra a unos soldados que supone jóvenes, le ha transportado a los últimos pensamientos sobre si él mismo -como viejo Dacio Gil que es- sería capaz hoy de enamorar a una mujer. Y, la verdad, es que encuentra serias dificultades de índole físico para ello, aunque es consciente de la vigencia del brocardo popular que dice que cada sapo tiene su sapa. Se malicia que la barba de orate y un abdomen que ha dejado ya de ser prototipo de deportista no deben de invitar a la batalla del enamoramiento femenino. A ello se junta la general invisibilidad galante que afecta a los abueletes para las mujeres de buen ver. Por otro lado, el viejo Dacio Gil ha entrado en el club de los atemorizados por el ridículo del posible gatillazo: sufre esa vergüenza de manera anticipatoria y eso le retrae de intentar enamorar.
Por otro lado está la cuestión de los ronquidos. Habiéndose despertado alguna vez por sus propios ronquidos, el viejo Dacio Gil sabe que ronca. Y roncar no es lo más apropiado para acompañar el sueño –y los demás sueños, los amorosos y de felicidad compartida- de la amada en las primeras veladas en el lecho. Saber que roncas te corta mucho en eso de querer amanecer abrazado a una nueva dama. El viejo Gil ha intentado de todo: alquimistas, parapsicólogos, encantadores de serpientes, pastillas, pulseras, zumbadores eléctricos, dispositivos intrauterinos (perdón intraorales), o sea, prótesis bucales, sargentos (si, si los empleados en ebanistería) etc. Sólo le falta que le prescriban una CPAP portatil para la apnea. No para la apnea del buceo en el océano femenino sino la del sueño. Y no el sueño de amor sino el prosaico, el de contar ovejitas. Ya, ya sabe que es un caso de vibradores, de tejidos blandos (uff, cada vez más blandos), de roces. Que es cuestión de roce de la lengua con los tejidos blandos, pero desgraciadamente no es el clítoris en el cunnilingus enseñado por el Tao sino la maldita lengua con el paladar que terminan obstruyendo el aire en la faringe.
El viejo Dacio Gil repasa mentalmente una y otra vez aquella canción Quiero amanecer con alguien, que canta primorosamente Daniela Romo, por si su letra le ayudase en algo en su afán de amanecer con una mujer. Pero no vislumbra pista alguna.
Que sensación extraña
que soledad tan larga
la luna que me llama
amor que me reclama, que mágico poder
Estaba yo distante
pero hoy quiero volver
volver a enamorarme
a compartir con alguien todo lo que hay en mi
Quiero amanecer con alguien
que en la lucha por regirme me seduzca
que separe bien mi cuerpo de mi mente
que sepa como amarme, que no quiera cambiarme
Quiero amanecer con alguien
que me intuya solamente con mirarle
que me busque al sentirse vulnerable
que sepa como amarme, que no quiera cambiarme
Y mi razón se calla, mi corazón le llama
no quiere más ausencias, y busca una presencia
que lo haga aún latir
Que importa lo que pase
que importa lo que fui
porque la vida es una
y aun contra corriente yo quiero proseguir
Quiero amanecer con alguien
cuya fuerza me defienda de mis dudas
que no rompa mis silencios con preguntas
que sepa como amarme, que no quiera cambiarme
Quiero amanecer con alguien
que en las noches se confunda con mi sombra
que comprenda que explicarse está de sobra
que sepa como amarme, que no quiera cambiarme.
No. No habla nada de la interrupción del sueño por los ronquidos, lo que quiere decir que no estarían cerradas todas las posibilidades de poder pasar la noche con una dama amada, sin perder posibilidades ni consideración, aunque sea como “un amante que pasó de moda, un seductor de Chaise longue”. Más o menos es la consagración de las características de la mujer tal como las describe María Jesús Álava en su libro Amar sin sufrir, pero para el varón no es fácil llegar a ese modelo, parece que pinta al hombre pluscuamperfecto y el viejo Dacio Gil es consciente de que no lo es. Puede procurar eso de “que no quiera cambiarme” aunque a esta edad ya no es fácil ni el pan y cebolla ni el que el amador no pretenda que la compañera sea la prolongación de uno mismo. Por otro lado, el viejo Gil es un ser confuso y con pocas fuerzas ya, y seguro que le costará eso de separar el cuerpo de su amada de la mente, como reclama la canción. Y no digamos aquello de defenderla con fuerza de las dudas que a ella la puedan asaltar. Por intentarlo que no quede. Pero eso de no preguntar y comprender que explicarse está de sobra va a ser difícil de verdad porque al viejo Gil le gusta intentar comprender a base de interrogar e interrogarse. En lo único que es probable que pueda dar la talla es en eso de buscarla cuando él se encuentre vulnerable. Eso será en todo momento, dada la vulnerabilidad connatural de este viejo Gil.
Pero bueno, lo mejor es que nada en el texto trascrito alude a los ronquidos. En principio podría amanecer con ella, lo que quiere decir que pasaría noches junto a ella también. No está la economía hoy para dilapidar con habitaciones separadas. Ni siquiera comunicadas, como suelen hacer los altos cargos con sus secretarias en los viajes "profesionales".
Salvado ese primer escollo, el viejo Gil sigue indagando en las baladas latinoamericanas que son las que aportan más luz sobre las claves amatorias. Hay otra, titulada El hombre que yo amo, que cantase en su momento Miriam Hernández, que puede arrojar alguna luz sobre si los ronquidos imposibilitan un eventual romance:
El hombre que yo amo
tiene algo de niño
la sonrisa ancha,
tierna la mirada,
tiene la palabra de mil hombres juntos
y es mi loco amante, sabio, inteligente
El hombre que yo amo
no le teme a nada
pero cuando ama lo estremece todo,
guerrero incansable en busca de aventuras
tiene manos fuertes cálidas y puras.
El hombre que yo amo
sabe que lo amo
me toma en sus brazos y lo olvido todo
él es mi motivo
es mi propio sol
él me da alegrías que nadie me dio.
El hombre que yo amo
sabe que lo amo
vuela siempre lejos pero vuelve al nido;
el hombre que yo amo sabe que lo amo
yo lo quiero loco
pero loco mío.
El hombre que yo amo
siempre sabe todo
no sabe de enojos, no entiende rencores
él arregla todo con sabiduría
con solo mirarme me alegra la vida.
El hombre que yo amo
camina en mi mente,
es mi único ídolo entre tanta gente,
él hace una fiesta con mi pelo suelto,
ladrón de mis sueños, duende de mi almohada.
El hombre que yo amo
sabe que lo amo
me toma en sus brazos y lo olvido todo
él es mi motivo, es mi propio sol
él me da alegrías que nadie me dio.
El hombre que yo amo
sabe que lo amo
vuela siempre lejos pero vuelve al nido
el hombre que yo amo, sabe que lo amo
yo lo quiero loco pero loco mío.
El hombre que yo amo,
sabe que lo amo
me toma en sus brazos y lo olvido todo
él es mi motivo es mi propio sol
él me da alegrías que nadie me dio...
Jolín, aquí si que lo pone difícil. No por los ronquidos, sino por las cualidades requeridas, pues el viejo Gil carece de la palabra de cien hombres juntos y no da el tipo hoy de loco amante como pudo dar en otros tiempos. Mucho menos sabio e inteligente. Podría dar la talla en lo de no temer a nada y ser guerrero, pero hay que reconocer que con la edad cada vez se es menos de ambas cosas. Ni siquiera en lo de volar lejos es homologable hoy este Gil. Por si fuera poco, reúne más las notas de demente que de loco. Y en el amor, ya se sabe, se nota a la legua ese mal de la cabeza. Además –y es de bien nacido reconocerlo- también se enoja cada vez más frecuentemente debido a la edad, aunque rencoroso sí que no es nada de nada. Tal vez si intentase, un poco a la desesperada, tomarla en los brazos, robarle los sueños y jugar el papel de duendecillo de la almohada para intentar conseguir darle las alegrías que nadie le dio, pudiera tener alguna remota posibilidad. Harto difícil se presenta la empresa.
Después de todo eso, lo mejor para que a la amada no le despertaran los ronquidos sería colocarle subrepticiamente unos tapones en sus lindos oídos, una vez hubiera entrado en el primer sueño profundo. Lo malo de eso es que el viejo Dacio Gil no se puede permitirse dormir antes que ella…pues ya se sabe lo que les pasa a los viejos una vez han descargado la pluma (por eso están tan jóvenes Sánchez Dragó, Racionero y el premiado Leonard Cohen que practican el Tao y no la descargan): que al perder energía vital, el Dios del sueño se apodera de inmediato de los no taoístas.
Al menos eso le pasaba a Gil cuando intentaba –y raramente conseguía- seducir a una mujer de las muchas que creía enamorarse y compartía noche y tálamo. En esas épocas creía no roncar. Le fluían por el cuerpo el aire y los espermas.
Después de todo, a lo mejor los ronquidos no son un impedimento dirimente tan grave y sólo es un sufrimiento anticipatorio que padece injustificadamente el viejo Dacio Gil. Una consecuencia más de la edad tardía.
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