Dicen las malas lenguas que José Sócrates ha llamado a sigilosa consulta a su embajador en el FMI (Fondo de Memorable Inmortalidad) y en el BCE (Banco de Cultos Excepcionales) para que le asesore sobre dos cuestiones candentes: el rescate económico de Portugal y sobre la muerte de Bin Laden. El lisboeta nacido el día de San Antonio y su CIA (Consejo Interdisciplinar de Asesores heterónimos) es experto en temas financieros y bancarios (el banquero anarquista, perfecta mezcla entre sátira e ironía, lo escribe en una época en la que los intereses de la deuda pública absorben más de la mitad de los recursos del Estado y es clamorosa la evasión masiva de capitales). El autor de aforismos tan antológicos como “Vivir es ser otro”; “Todos tenemos dos vidas: la verdadera y la falsa”; “No busques ni creas: todo está oculto”; “Finge tan bien (verbigracia, H. Clinton,) que hasta finge que es dolor el dolor que de veras siente”, es, por obvias razones, el mayor experto en el “affaire localización y muerte en directo de Bin Laden".
Pero Fernando Antonio Nogueira Pessoa viene a esta Tribuna Alta Preferencia en su condición de amante, de amador de mujeres. Amó como un artista, con las limitaciones propias de un creador. Dejó fehacientes pruebas epistolares de su amor por Dona Ofelia Queirós (su Bebito particular). Puede que en eso del amar se parezca al autor de La Gaya Ciencia en relación a Lou, pero el viejo Dacio Gil duda que ambos amores sean completamente equiparables, ni transpolable aquella frase de nuestra queridísima Lou referida a Nietzsche: “La historia de este hombre es, de cabo a rabo, una biografía del dolor.” Pessoa y su “clan” hablaron –y mucho- de dolor y desasosiego, pero no sería justo calificar toda la vida –todas las vidas- de este genio como “biografía del dolor”. Máxime cuando, más de 50 años después de la muerte del consejero-delegado de tan peculiar “sociedad ilimitada” (o pluripersonal), se conocieron los extremos más concretos de las diferentes fases de un proceso humano de amor-desamor, desde el estado naciente hasta la efectiva separación, pasando por el vuelo nupcial y el enamoramiento. Las revelaciones de la amada sirven de certificado de naturaleza de todo un proceso de amor. Amor, con todas las acotaciones que quieran hacerse. Revelaciones que sorprendieron a la propia familia del autor del “drama en gente” que desconocieron por completo el noviazgo. La aparición de un epistolario autentificado por su destinataria puso al descubierto una faceta más del gran Fernando. Como acertadamente apunta Brechón, al leerlas “se tiene la sensación de estar violando un secreto íntimo”. Aquí radica la diferencia entre Fernando y Lou (e, incluso, con Nietzsche), dado que Lou se cuidó minuciosamente de hacer desaparecer cualquier rastro de sus intercambios epistolares para no dejar traslucir emociones. Ofelia sacó a la luz sus intimidades epistolares.
Nada puede tener de extraño que un bollito de 19 años se quede prendada de la elegancia británica de un caballero de 32 años distinto a los jóvenes lusos. Es comprensible que una joven que se sale de lo normal de entre las mujeres portuguesas buscando empleo, repare en los modales y el porte del oficinista contable justo en las escaleras de la oficina en la que acude en busca del empleo; incluidas las extrañas polainas que luce tambien el elegante hombre del sombrero y el chaleco. Nada tiene de extraño que un hombre de 32 años pose sus ojos en un exponente tan cualificado de la confitería lusa, trece años menor. Poco puede sorprender que tras la aparición del flechazo se establezca una erótica de la oficina, un romance laboral con el cruce de miradas, minutas a través del ordenanza (no existían los emails), cortejos galantes, sueños… y hasta notas dejadas en los cajones. Cuenta la propia Ofelia que un día encontró una nota en el cajón del escritorio que decía “Kiss me. Dame un beso. ¿De acuerdo?" Y otro día Fernando le reprochó “ponerle ojitos tiernos a Pantoja”. Con los años hizo público también Ofelia que un día, cuando ya salía de la oficina, Fernando le declamó un pasaje de Hamlet y la besó apasionadamente “como un loco”. Ofelia –que ya entonces se había enamorado hasta las cachas de Fernando- le pidió que le proclamara su amor en toda regla, que le hiciese una declaración formal de noviazgo. Y es ahí donde da comienzo jurídicamente el noviazgo.
¿Jurídicamente? ¿No desvaría el viejo Dacio Gil por la deformación profesional del derecho canónico? ¿Acaso había ya un nasciturus que proteger? No. El viejo Gil al menos en esto no desvaría. La primera carta de amor, la que da fecha al “estado naciente”, el 1 de marzo de 1920, tiene un contenido jurídico. Entre otras cosas en ella Pessoa dice:
“(…) Ofelita puede preferir a quién quiera no tiene obligación –creo yo- de amarme, ni realmente necesidad (a no ser que quiera divertirse) de fingir que me ama.
Quien ama de verdad no escribe cartas que parecen requerimientos de abogados. El amor no estudia tanto las cosas ni trata a los demás como reos a los que es preciso comprometerse (…) Reconozco que todo esto es cómico y que la parte más cómica de todo esto soy yo.
Yo mismo le encontraría gracia si no la amase tanto y si tuviera tiempo de pensar en otra cosa que no fuese en el sufrimiento que tiene el gusto de causarme sin que yo, a no ser por amarla, lo haya merecido, y creo que amarla no es razón bastante para merecerlo. En fin…”
Y para otorgar más solemnidad a la declaración en la que se convierte en su prometido, no sin evidente fina gracia, Pessoa concluye. “Ahí va el documento escrito que me pide. Reconoce mi firma el notario público Eugenio Silva.”
Al parecer, según alguno de los biógrafos, Fernando desde esta carta inicial se cuidó de emplear con sumo cuidado los tiempos del verbo amar –Ofelia quería a toda costa verlo consignado por escrito para despejar cualquier duda de flirteo o de amorío pasajero- pues, en el fondo a él le gustaba tratarla como a una amante, pero tal vez dejando al margen la posibilidad de sexo. Ángel Crespo, sin embargo, lo ha definido perfectamente: “lo cierto es que Pessoa no prescindió, ni mucho menos, del sexo en sus relaciones con Ofelia”. A ésta le complacen las cartas de Fernando pues comprueba el poder de sus encantos femeninos en la actitud de un hombre. Quien alguna vez haya amado de veras sabe que estas frases no son mera retórica literaria sino que traducen una pulsión auténtica, son inequívocas aunque se embocen, como en el caso de Pessoa, en un lenguaje infantil (al parecer, además, Ofelia era sentimentalmente infantil y menuda y grácil de tipo): “¿Cuándo podremos encontrarnos a solas en cualquier parte, amor mío? Siento la boca extraña, extraña, sabes, por no tener besitos hace tiempo…¡Bebé mío para sentárselo en el regazo! ¡Bebé mío para morderlo! Bebé mío para… (y luego el bebé es malo y me pega…) Cuerpecito de tentación te he llamado y eso continuarás siendo, pero lejos de mi. Bebé, ven aquí, ven al lado de Ninito, ven a los brazos de Ninito. Ven… estoy tan solo… Tan solo de besitos…” Esta pulsión, este arrebato Ofelia la cuenta pasados bastantes años en la especie memoria que acompaña las cartas, cuando estando en la parada del autobús, tuvo Fernando una especie de arrebato y la condujo a unas escaleras próximas; ella pensó que era para esconderse de alguien, pero no. “Sin que me lo esperase, me agarró con todas sus fuerzas y me besó un beso enorme, enorme.”
Parece ser que Pessoa pudo haberse enamorado de al menos otras dos mujeres, pero, al vivir obcecado con su obra magna, temía no hacer felices a las mujeres al tener que dedicar mucho tiempo a su obra. Ese dato fue evidente con Ofelia.Lo cierto es que Ofelia fue su gran amor. Que Fernando sobrevivió dos veces al gran amor de la misma mujer (cuatro veces menos que Luis Racionero, pero está bien) con un interludio de 9 años. Y las cartas no mienten aunque puedan enmascarar. Quien se adentre en la cincuentena de cartas encontrará que Ofelia es para Fernando el Bebito, el Bebecito, la Bebé niñita, el bebé-angelito en orden a las características de la amada, pero también encabeza las cartas con Víbora, Avispa, Fiera o con el trato preferencial de Excelentísima Señora.
Las cartas reflejan la evolución de ese amor como una pareja cualquiera de las que tan certeramente refleja la psicóloga María Jesús Álava en su recomendable libro Amar sin sufrir. Aunque, bien pensado, el amor de los genios es algo distinto pues se interfiere siempre la obra. Y en el caso de Fernando los “amigotes”, como el homosexual Álvaro de Campos o A.A Crosse que interfieren en la relación…
Mucho se ha escrito sobre la sexualidad de Pessoa. Hay mucho mito también. El reciente libro del brasileño Cavalcanti Filho tampoco parece desvelar demasiado sobre la cierta ambigüedad sexual (¿metrosexual avant la lettre?) de Pessoa, pero la lectura de las cartas del primer noviazgo produce cierto pudor pues se nos aparece don Fernando sin sus pulcros trajes cortados a medida y sus pajaritas british, apareciendo en la más desnuda intimidad en la manera de vehicular sus pulsiones y afectos. Desde alfa a omega todo el abecedario del amor-desamor. Es notorio que la carta final de este primer noviazgo dejó completamente enamorada por siempre a Ofelia:
- “¿Ay amor mío, Bebé mío, muñequita mía, quién te tuviese aquí? Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos, de tu, siempre tuyo.” (19.3.1920).
- “Pero sólo te pediría que fingieses ese cariño, que simulases algún cariño por mí (…) Adiós amorcito, haz lo posible por quererme de verdad…procura por lo menos fingirlo bien. Muchos, muchos besos de tu, siempre tuyo, pero muy abandonado y desolado.” (20.3.1920).
- “no me conformo con la idea de escribir, querría hablarte, tenerte siempre a mi lado, que no fuese necesario mandarte cartas. Las cartas son señales de separación, señales, por lo menos, por la necesidad de escribirnos, de que estamos separados. (23.3. 1920).
- “Adiós, amor. Besos, besitos, besones, besocos, besocas y besirititos de tu siempre muy tuyo.” (25.3. 1920)
- “un beso solo que dure todo el tiempo que todavía tiene que durar el mundo, de tu siempre y muy tuyo.” (5.4.1920)
- “Muchos besos y un abrazo alrededor de la cintura de Bebé” (6-5-1920).
- “El Destino es una especie de persona, y deja de molestarnos si mostramos que no nos importa lo que nos haga. Por eso, tú debes de tener la fuerza de” pensar sólo en esto”: quiero a Fernando, “no pasa nada”… Te quiero inmensamente, Bebé créelo; no quiere esto decir que no te ame, quiere decir que en todo esto sólo doy importancia a ti a a mí y lo demás no me importa nada…¡Sécate las lágrimas, Bebé mío! ¡Tienes hoy de tu parte a mi viejo amigo Álvaro de Campos, que generalmente ha estado en contra tuya! Sólo vale la pena lo que se consigue con esfuerzo. Mil besitos, besos y chi-corazones.” (28.5.1920).
- “Querida Ibis: (…)Cuando me dices que lo que más deseas es que me case contigo, es una pena que no me expliques que tengo al mismo tiempo que casarme con tu hermana, tu cuñado, tu sobrino y no sé cuentos clientes más de tu hermana.” (31.7.1920).
- “Ofelita: (…) no prolonguemos más una situación que no tiene ya la justificación del amor, ni de una parte ni de otra. De la mía al menos queda una estima profunda, una amistad inalterable (…) El tiempo que envejece caras y cabellos, envejece también, pero más deprisa todavía los afectos violentos. La mayoría de la gente, porque es estúpida, consigue no darse cuenta de ello y cree que todavía ama porque ha contraído el hábito de sentirse amado. Si así nos fuese no habría gente feliz en el mundo. Las criaturas superiores, sin embargo, están privadas de la posibilidad de esa ilusión, porque ni pueden creer que el amor dure ni, cuando lo sienten acabado, se engañan tomando por él a la estima, o a la gratitud, que ha dejado. Estas cosas hacen sufrir pero el sufrimiento pasa. Si la vida, que es todo, pasa por fin ¿cómo no ha de pasar el amor y el dolor, y todas las demás cosas que no son más que partes de la vida? (…) Pero Ofelita tiene un carácter óptimo, e incluso su irritación no consigue tener maldad. Cuando se case, si no tiene la felicidad que se merece, seguro que no será suya la culpa. En cuanto a mi…El amor ha pasado. Pero te conservo un afecto inalterable, y no olvidaré nunca –nunca créelo- ni tu figurita graciosa, y tus hechuras de pequeñita ni tu ternura, tu afecto, tu índole amable (…) Quedemos el uno ante el otro, como dos conocidos desde la infancia, que se amaron un poco de niños y que, aunque en la vida adulta siguieron otros afectos y otros caminos, conservan siempre, en el escondrijo de su alma, la memoria profunda de su amor antiguo e inútil (…) Mi destino pertenece a otra Ley, cuya existencia Ofelita no sabe, y está subordinado cada vez más a la obediencia a Maestros que no consienten ni perdonan. No es necesario que comprendas esto. Basta con que me conserves con cariño en tu recuerdo, como yo inalterablemente te conservaré en el mío. (29.11.1920)
El segundo noviazgo comenzó con aquella fotografía de “Fernando Pessoa en flagrante delito”. No fue lo mismo: el denodado-y ciclópeo- esfuerzo creador del “drama en gente”, las dificultades económicas y el alcohol inocularon en Fernando el miedo a no poder hacer feliz a Ofelia. Es ya un juego de espejismos en los que la pasión no es ya preponderante como en el primer ciclo. Uno de sus biógrafos sugiere que en esta etapa el amor fue un asunto de tres, un trío (como los boleros) con la intervención constante del impertinente Álvaro de Campos. Ángel Crespo mantiene, sin embargo, que era un asunto de cuatro, un cuarteto (también como los boleros). En cualquier caso hay al menos tres cartas antológicas: 1) La fuerte e inequívoca vocación literaria, además del amor; 2) El amor y la imposibilidad de amar aun amando; y 3) Un final (literario) del noviazgo propio de oficinista
- “(…) He llegado a la edad en que se posee el pleno dominio de las propias cualidades, y la inteligencia ha adquirido la fuerza y la destreza que puede tener (…)para realizar esta obra necesito sosiego y cierto aislamiento. No puedo, desgraciadamente, abandonar las oficinas donde trabajo (no puedo, es claro, porque no tengo rentas), pero puedo, reservando para el servicio de esas oficinas dos días de la semana (miércoles y sábados), tener míos y para mí los cinco días restantes. Toda mi vida futura depende de que yo pueda o no hacer esto, y en breve. Por lo demás, mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala que sea, o pueda ser. Todo lo demás de la vida tiene para mí un interés secundario (…) Me gustas mucho, pero mucho Ofelita. Aprecio mucho –muchísimo- tu índole y tu carácter. Si me caso no me casaré más que contigo. Queda por saber si el matrimonio, el hogar (o lo que quiera que quieran llamarle) son cosas que sean compatibles con mi vida de pensamientos. Lo dudo (…) Si no consiguiera organizarla, claro está que nunca pensaré siquiera en pensar casarme. Si la organizase en términos de ver que el matrimonio sería un estorbo, claro que no me casaré. (…)” (29.9.1929).
- “Terrible Bebé: me gustan tus cartas, que son cariñositas, y también me gustas tú, que eres cariñosita también. Y eres bombón, y eres avispa, y eres miel, que es de las abejas y no de las avispas (…) y me gustaría darte un beso en la boca, con exactitud y golosina y comerte la boca y comerme los besitos que hubiera allí escondidos y apoyarme en tu hombro y resbalar hacia la ternura de las palomitas, y pedir perdón, y con el perdón ser fingido, y volver muchas veces, y punto final hasta volver a empezar, y por qué quiere Ofelita a un maleante y a un zarrapastroso y a un individuo con narices de cobrador de gas y expresión general de no estar allí sino en el lavabo de al lado (…) y me gustaría que Bebé fuese una muñeca mía y yo hacía lo que un niño, la desnudaba, y el papel se acaba aquí mismo, y esto parece imposible que lo haya escrito un ente humano, pero está escrito por mí.” (9.10.1929).
- “(…) Creo que quedan hechas todas las recomendaciones para su uso. No es necesario agitar antes de usarlo. Hasta luego. Ibis. (11.1.1930)
Ni que decir tiene que Ofelia no consideró casarse hasta la muerte del poeta. Un experto en Pessoa como Ángel Campos Pámpano ha calificado a Pessoa como “un corazón de nadie” pero el epistolario y la memoria de Ofelia pueden denotar que las relaciones físicas entre ellos fueron más allá de lo que se deja entrever. Quien verdaderamente haya amado sabe por experiencia que es necesario un prerrequisito de sentimiento para estas cartas, por más que un poeta de la talla de Pablo Milanés haya llegado a decir que para escribir canciones de amor es necesario un porcentaje de sentimiento y otro porcentaje aún mayor de profesionalidad.
Analizado con detenimiento, Fernando sí estuvo enamorado e “hizo el amor”. Otra cuestión será llegar a desentrañar -la vida de fernando es, patentemente, pura diversificación de caracteres- que ese hacer el amor fuese también sexo al modo entendido en el siglo XXI. Han quedado anotadas opiniones contrapuestas. Sea como fuere, lo cierto parece ser que la oxitocina estuvo presente en los flujos de ambos amantes.
Invita el viejo Dacio Gil a indagar en el mensaje literario de Pessoa; y quien quede atrapado -es difícil no engancharse con El libro del desasosiego- que profundice sobre su vida. Mientras tanto el viejo Dacio Gil ha quedado embarrancado en las cartas de amor que aportan mucha luz y son un estilo literario. Va a seguirles la pista a partir de ahora el viejo Gil, dado que con el auge exponencial de los emails y los mensajes en el móvil son ya pura arqueología.
Las cartas de amor aún enamoran. Son una dulce mentira. Vean si no la reciente película francesa del mismo título protagonizada por Audrey Tautou.
Cartas de amor. Hay que saber escribirlas. ¿Y dónde está Bebito?
Todos, absolutamente todos sin excepción de ningún orden, tenemos un Bebito al que prodigar amores y ternuras. No puede faltar el amor, la lentitud y la ternura...aunque a veces la realidad pueda parecer que impone lo contrario. Sólo hay que buscar en nuestro corazón y buscar a Bebito. Saber dónde está Bebito.
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Parafraseando al bebé canario Tweety (también llamado Piolín u Orson) no me resisto a realizar un oportuno y preciso comentario a las anteriores reflexiones sobre el amante Pessoa:
ResponderEliminar¡¡¡Me pareció ver un lindo Bebito!!!
Como siempre, dá en la diana, señor Gruten: "targuet" certero. Bebito no tiene necesidad de ser un "ente humano" como gustaba decir Pessoa. Puede ser una mascota.
ResponderEliminarUsted -buen conocedor de la vida de Pessoa- recordará que en la lucidez que antecede al óbito, Pessoa reclamó sus gafas redondas: "Mis lentes. Dadme mis lentes" -dijo-, acaso porque quería mirarse en el espejo por si se refelaja él, Campos, Reis, Soares, el maestro Caeiro o cualquier otro heterónimo.
De seguro de haber tenído animal de compañí, éste habría corrido raudo a alcanzárselas e intentar jugar con don Fernando.
Ya conoce por un anterior post la idea de este viejo Gil sobre los "derechos humanos de los animales" y la sensibilidad de la especie animal, pero es evidente que un bebito puede ser, a mucha honra visto lo visto, un animal de compañía tal que un canario (aunque es dudable que un canario hubiera podido llevarle volando las gafas).
Y una postrera digresión, señor Gruten: aprecio que porta usted, además de toneladas de ilustrtación y humor, un alma enamoradiza porque del texto y su contexto de su comentario aprecia este Gil -por la forma en que enfatiza semiológicamente usted su frase- que siempre tiene cerca de usted un lindo Bebito.
¡Que suerte tiene usted, Gruten! No sabe la fortuna que tiene de toner que perfumarse y engalanarse a diario para salir a buscar un Bebito al que prodigar cariño y recibirlo con creces. Enhorabuena por ser un hombre enamorado. Le alaba este viejo Gil el gusto.