Querido amor:
Sólo le pido que dedique unos minutos –intentaré ser breve y conciso pero es difícil- de ese tiempo suyo, cada vez más alto en el Olimpo, a leer estas apresuradas letras. Me consta que su tiempo se ha convertido en oro, pero mis propias ilusiones –bañadas en oro por usted mismo- demandan estas nerviosas líneas en las que quiero dejarle constancia de mi amor. Mi más inmenso amor.
Por hombre, por viejo y por extemporáneo tengo todas las papeletas para que ignore mi misiva. Usted hace gala de profesar un gran amor a su esposa, le hemos visto confesarlo ente las cámaras con lágrimas en los ojos; y hoy me entero por el Rayo Herald de una obviedad: que usted ha declarado en público que mantiene un enamoramiento adulterino con el Rayo: ¡Que dulce adulterio! Reúno, pues, todas las condiciones para que usted rechace de plano esta misiva y el puro amor que transpira. El viejo Dacio Gil -que tal es mi nombre y mi posición en el tiempo- se encuentra en esa etapa vital en la que todo se convierte en relativo, hasta lo más hondo y profundo, como es sentir los colores de su equipo de toda la vida. Yo los siento (el viejo Dacio Gil los siente instalado en la Tribuna Alta Preferencia) desde los siete años cuando mi padrino me acercaba al viejo campo de Vallecas a ver al rayito contra equipos de tercera división y muchos domingos también a los equipos de las categorías inferiores, e incluso al Real Madrid amateur que en esa época jugaba en Vallecas. Desde aquella lejana época he sentido profundamente el fútbol exclusivamente desde la óptica de la diagonal roja de pecho a cadera sobre fondo blanco. Ya hoy, con el escepticismo de los años y tanta piratería concursal y de apuestas deportivas, había perdido fuelle mi entusiasmo rayista, casi iba a desistir de acudir cada fin de semana a ver al rayo, a sentir las palpitaciones del rayismo. Afortunadamente, como siempre pasa en la vida, usted me ha recuperado en las condiciones más impensables. Por eso únicamente le pido que dedique unos breves instantes a leer esta sentida declaración de amor.
No. Lo mío con usted no fue un flechazo. Le veía cualidades, pero no le creía maduro para la empresa. El Rayo era ya el año pasado un barco a la deriva en un mar bravío y proceloso. El propio Mel había tirado la toalla aunque se mantenía de manera cosmética en el puente de mando. El ánimo de la tripulación no era el más propicio para una mar embravecida. La tripulación no era completamente adecuada. Usted había demostrado, eso está claro, que había llevado a buen puerto una nave menor también con fuerte temporal. Pero el mar mediterráneo de la tercera división –creía entender erróneamente el viejo Dacio Gil- no era comparable siquiera al mar cantábrico de la liga Adelante esa. Ya llegaría su hora, si llegaba en este inhóspito mundo de comisionistas, fideicomisarios y –en el decir de los argentinos- “financistas”. Era tal el desaguisado existente que esta vez parecía necesitarse un capitán con temple demostrado en mil y una tempestades y amotinamientos de la tripulación como mi buen amigo Luis Araúna, socio rayista también aunque terminó seducido por las estrellas de Florentino.
Todo parecía serle adverso, pero usted se ofreció a la familia propietaria. Conocida la decepción producida cuando Felines –considerado demasiado del pueblo por los dueños jerezanos-, nadie le hubiera augurado a usted el mínimo éxito en la negociación, máxime como está de mediatizado el mercado de los entrenadores. Pero usted goza del raro don de la autoconfianza y eso despeja cualquiera obstáculo. Convencen su fe y sus modos, don José Ramón. Por eso enamora sin pretenderlo. En ese punto nada se podrá objetar a la familia Ruiz, pues supo elegir al Capitan Smollett que condujera a todos a la preciada isla del Tesoro. Incluso cuando apareció la fatídica “mota negra.”
Sólo con el paso de los años usted y todos nosotros los rayistas calibraremos exactamente su hazaña colectiva. Los cazatalentos se le rifarán a partir de ahora para que imparta clases de liderazgo en las escuelas de negocios destinadas a lo más granado de la sociedad. Y será de lo más justo. ¿De dónde ha sacado las pócimas de motivación en un entorno tan adverso, don José Ramón? ¿Qué intuición natural le llevó a solicitar unos fichajes que se han demostrado súper acertados, incluso doblegando ciertas reticencias en la gerencia del club? ¿Qué dones naturales posee para haber podido sortear las brutales embestidas de determinados medios de comunicación poderosos que querían utilizarle de vudú frente a la familia Ruiz? ¿Con qué consejos ha conseguido que una muchachada de veinteañeros siguiese peleando en medio de tanta adversidad natural y añadida mediáticamente? ¿Cómo se conecta tan bien con el pueblo sólo, como los toreros de verdad, con la pura verdad como muleta, cuando todo, absolutamente todo es mercadotécnia y campañas de imagen? Queda el esclarecimiento de estas cuestiones para los historiadores del rayismo. Su humildad no le permite vanaglorias.
Mientras tanto, usted no puede llegar a hacerse una idea del inmenso gozo que nos embarga a los rayistas y a este viejo Dacio Gil el primero. A los actuales como Javi, como Andrea como Eduardo, como Cuca y a los que se han ido yendo, que ahora me acuerdo de los veteranos Luis y Alfonso y de Bautista, y de los más modernos como César, como David, como Luisito, como Iganacio. El rayismo es eso, vida: pasado, presente y futuro.
Convencido estoy de que la historia del rayismo le situará en un pedestal por encima de García Verdugo, de Héctor Núñez, de Paquito, de Camacho, de Felines, de Mel, del gran Juande Ramos y de tantos buenos –y no tan buenos- entrenadores que han pasado por el Rayo. Usted ha hecho historia, señor Sandoval. Historia e ilusión colectiva, y en los tiempos de mediocridad que imperan eso es oro puro, como el anillo de su suegra que le insufla ese “afán” tan suyo al besarlo.
Este viejo Dacio Gil, que porta a mucha honra un enorme y achacoso corazón rayista, sólo puede declararle su amor más hondo y su inmensa gratitud por todo lo que su límpido “afán” comporta de enseñanza vital para jóvenes y viejos. Declaración de amor que, si no se la toma usted a mal, quiero que haga extensiva a todos los chicos sin excepción de la plantilla: Ya sabe, los rayistas no somos monógamos a fuerza de haber visto por lo general –y con honrosas excepciones-, hasta que usted llegó, un fútbol monótono. Usted ha introducido frescura, fantasía y veracidad para ventura de los aficionados rayistas que no cabemos hoy en nuestros cuerpos. Unos cuerpos más sandungueros que nunca. Los más sandungueros de Madrid.
No quiero cansarle más don José Ramón, pero usted comprobará en la distancia cómo brillan los ojos de este viejo Dacio Gil soñando con el próximo domingo y la próxima liga: Le juro que para nosotros los rayistas –y lo digo por la experiencia propia de haber vivido todos los ascensos-, ascender a la 1ª división es como ganar la Champions. ¿Qué digo? Mucho más que eso: es ganar en la tierra el Reino de los Cielos.
Me despido ya. Y conste que no me despediría nunca. Le quiero, señor Sandoval. Con un amor hondo, humano.
Soy consciente que no seré correspondido, entre otras poderosas razones porque usted se ha ganado a pulso el Marquesado de Sandoval (espero que su Majestad sea justo esta vez en las concesiones; aunque, bien pensado, usted ya es Rey: un Rey Mago) y se ha hecho acreedor desde ya a las cinco estrellas Michelín y a otras cinco Michelón; que de las dos clases de estrellas sabe el rayismo. Le espera el Olimpo señor Sandoval y los rayistas, aunque le perdamos como entrenador, nos alegraremos inmensamente siempre; ya nos pasó con Juande.
Vallecas y los rayistas le estaremos siempre reconocidos pues palpita en usted sangre humilde y eso le cualifica y se valora en la afición rayista. Humilde pero muy grande.
Quedo eternamente enamorado.
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Enhorabuena por pertenecer de nuevo a la élite. ¡A disfrutarlo, mientras dure!
ResponderEliminarEs usted, Gruten, como Umberto Eco, solo que usted no necesita construir toda una teoría del enemigo. Hasta donde le conozco, su optimismo le induce exclusivamente a granjearse amigos. Su comentario es buena prueba de ello: Al sandunguero Dacio Gil le habla usted de "élite" y éste se crece conque un ilustrado como Gruten considere, con toda solidez y razón, élite a su Rayito. Habla usted también de disfrutar, cuado el viejo Dacio Gil ha rejuvenecido 35 años y es hoy un chaval que disfruta de todo. Y, en fin, habla usted de duración porque sabe que con Sandoval el Rayo (o cualquier otro equipo que dirija) será "Duracell y durará, durará y durará.
ResponderEliminarMuchas gracias Gruten, está usted invitado -con los honores que merecne su felicitación y su optimismo- a ver cualquier partido de la próxima liga del Rayo matachampions. Y si gusta, también le puedo mandar una insignia, una bufanda o un gorrito. Aprovéchelo, que el jovencísismo Dacio Gil tira estos días la casa por la ventana, pues no es para menos.
Muchas gracias Gruten.