miércoles, 18 de mayo de 2011

CARTA DE AMOR A LA "ESQUIZOFRENIA DE UN PERFUME" (DIGAMOS QUE A FRANCIA)

El desdichado nuevo affaire en el que se ha visto involucrado Dominique Strauss-Khan, que se encuentra en observación especial para prevenir su suicidio en la prisión de Rikers Island, ha transportado de inmediato la mente y los recuerdos de este viejo Dacio Gil hacia Emil Cioran, el pensador pesimista que habló constantemente del suicidio y cuando le preguntaron por qué no se suicidaba él respondió: "No, no es así, la gente se confunde. Yo no recomiendo el suicidio. Lo que yo digo es que la vida es tolerable solamente gracias a la idea del suicidio."


Pero la asociación no se ha producido principalmente por la frase trascrita sino por aquel aforismo que dice “quien se mata por una criada vive una experiencia más completa y profunda que el héroe que conmueve al mundo.” O aquel otro “¿Quién abusaría de la sexualidad sin la esperanza de perder en ella la razón algo más de un segundo, para el resto de los días?” El viejo Dacio Gil no quiere entrar en el fuego cruzado de juzgar al alto ejecutivo del FMI, pero reconoce que anda perplejo de que haya podido producirse todo tal como cuentan los periódicos para indignación de unas y de otros y se ha aprestado a filtrar la CIA de León Panetta (como los DVDs pornográficos del difunto Bin Laden; se nota que Panetta intervino también en el caso del puro de Mónica Lewinsky) para escándalo de machistas, feministas y demás gente de bien acuciada por el mal.


Emil Cioran fue un hombre al que gustaban las mujeres como cualquier hombre que se precie. Sus escritos parecían los de un hombre permanentemente malhumarado. Pero fue un hombre enamorado y que enamoró a pesar de todos los aforismos que ha dejado escritos, como aquel tan revelador “”¡Comenzar poeta y acabar ginecólogo! De todas las condiciones, la menos envidiable es la de amante”. Su gran amor por casi 50 años fue Simone Boué, profesora de ingles en la enseñanza secundaria francesa y paciente traductora y mecanógrafa de todos los textos de su gran amor. Una relación que –como en el caso de Ofelia y Pessoa- ni la propia familia de la enamorada supo nunca que existía ( "No, yo no les iba a decir nada; ¿qué decirles?, que conozco a alguien que es apátrida, que no tiene profesión, que no tiene dinero. Por más abiertos que fuesen de espíritu, mis padres no lo hubieran admitido nunca").


Fernando Savater conoció bien a Emil Ciorán y a Simone Boué. Sabe de esta relación y de muchas cosas sobre Cioran. Cuenta la anécdota de su tesis doctoral sobre un Emil Cioran absolutamente desconocido en España (“la primera alarma fue el rumor, no menos disparatado que halagador, de que Cioran era un invento mío, un heterónimo para publicar mis chifladuras y que la pretendida tesis sobre tal fantasma no pretendía ser sino una sofisticada burla a la academia”). Tal era el desconocimiento que al parecer el director de la tesis , Jose Luis Pinillos, le aconsejó que recabara al rumano apátrida una carta respaldando su trabajo, “que serviría como prueba de su existencia”. Savater cuenta que le escribió “Coiran, dicen que usted no existe”. El autor pesimista le contestó “Por favor, no les desmienta”. En la especie de carta-prólogo para que encabezara la tesis del guipuzcoano que el filósofo de Rasinari (localidad primero húngara y luego, tras la repartición europea, rumana) le envió podía leerse que él en modo alguno era un filósofo, que el único miembro de ese gremio que conocía era un clochard que mendigaba por París y que abominaba de los sinsabores de la vida. Y Savater comenta en su autobiografía: “Francamente, no se si la misiva contribuyó a mejorar las cosas: ya nadie dudó que Cioran existiese, pero todos pensaron que éramos desdichadamente tal para cual”.


En el capítulo 27 de su autobiografía razonada (21, Rue del L’Odeon) Savater hace una bella descripción de los atributos filosóficos y personales de Cioran del que dice que era un "buen consejero, sensato y pragmático”, consciente de la esencial vulnerabilidad humana. Con la brillantez que le caracteriza, Fernando Savater asimila las figuras de Emil Cioran y Agustín García Calvo : “Ninguno de los dos, estoy seguro, eligió su tarea crítica asumiendo que –puesto que hay que dedicarse a algo para ser alguien- ellos tenían abierta una vía propicia. Reflexionar para vivir más, aunque no para vivir más cómoda ni fácilmente.”

Comenta también Savater que la lectura de los grandes iracundos del siglo XX (califica a Cioran como “vitalista contrariado”, como Thomas Bernhard) siempre le resultó más tonificante que la de los optimistas bien equilibrados. Savater siempre se ha reconocido optimista, por lo que destaca que – embriagado por sus ardores juveniles- en sus entrevistas con el autor de “Ese maldito yo” siempre intentó convencerle de que también era muy pesimista como él. Ciorán en la dedicatoria de uno de sus libros le dejó escrito: “A F. S., agradeciendo los esfuerzos que hace por ser pesimista.” Y asevera a modo de conclusión que patalear sobre la muerte, y de paso sobre todo lo demás, es prototipo de sublevación inútil que nunca deja de encontrar angustiada y humorística complicidad en todo optimista bien nacido. "¿Cómo podemos acostumbrarnos al verdadero horror, al Horror con mayúscula, que nos convierte en humanos y en mortales? ¿Cómo podemos fingir que vivimos como si nada cuando ahí está la “nada”? ¿Cómo resignarnos a los consuelos del prestigio, del hábito laborioso o de la inepcia religiosa? Sólo a un optimista, a un vitalista contrariado, se le ocurre ser elocuente en esa rebelión contra lo ineluctable, oponiendo lo que “va” a ser a lo que “debería” ser y sin embargo sigue siendo".


¿Puede escribirse una carta de amor 7 años antes de conocerse los amantes, cuando uno de ellos considera que "el estado de soledad es mi religión"? ¿Puede escribir cartas de amor quien proclama que el arte de amar es saber unir a un temperamento de vampiro la discreción de una anémona, o que destaca que la vitalidad del amor reside en haber sobrevivido al romanticismo y al bidet; o, más aún:que la dignidad del amor consiste en el afecto desengañado que sobrevive a un instante de baba?. El viejo Dacio Gil entiende que sí, toda vez que cuando más compenetrados se mostraban Emil y Simone era en sus duelos verbales sobre Francia. Cioran no era nada sin Simone, ya que ésta era la compagne lumineuse del autor “Del inconveniente de haber nacido”. Eso lo comprendió perfectamente Friedgard Thoma, una profesora alemana que escribió un libro titulado Un amor de Cioran. Por nada en el mundo. En el que cuenta y exhibe correspondencia que da a conocer la intensa relación entre el maestro de más de setenta años y ella, una joven de unos treinta años, con un hijo. Joven que, andando el tiempo, se haría amiga de Simone reconociéndole su papel de fiel compañera, de musa, de secretaria y de alter ego del pensador.

Acaba de publicar Siruela, para conmemorar los 100 años del nacimiento de Cioran, un librito hasta ahora inédito en España titulado Sobre Francia, que el usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia considera una carta de amor a Simone Boué por más que esté escrita en 1941 y la relación de Emil y Simone comenzase en 1948 en la cola de uno de los comedores universitarios. Es una carta de amor aunque en su texto (110 páginas en octava en esta edición española) no se hable del sentimiento amoroso ni siquiera del “estremecimiento orgiástico”. Y en el que los abrazos –tan unidos al amor y a su mayor manifestación, los besos) son tratados de manera un tanto peculiar: "¡Quien abraza demasiado falsifica el mundo, pero en primer lugar a sí mismo: Ya no tenemos medios para orientarnos al respecto, pero Francia es una escuela del abrazo limitado, una lección contra el yo ilimitado.”


Conectando un aforismo tras otro, el “funcionario del café Les Deux Magots", plasmó todo lo que le permitía observar su ocupación de camarero. Observaciones que luego serán corroboradas por sus anotaciones fruto del deambular, siempre en bicicleta, por los caminos de Francia con su inseparable Simone. Cioran construye una carta sobre la vida, sobre el transcurso de la vida en los pueblos y en los individuos; habla de la decadencia que acompaña a toda juventud (“ la semilla de la infancia que engendra el tiempo ha perdido su vigor en un país desprovisto de su futuro por un exceso de pasado”); habla del aburrimiento (“el siglo XVIII es el de la inteligencia con encajes, de artificialidad agradable y hermosa. Es también el siglo que más se aburrió, que dispuso de demasiado tiempo para pasar el tiempo”); habla de las mujeres (Francia ha tenido el privilegio de contar con mujeres inteligentes que introdujeron la coquetería en el ingenio y el encanto superficial y delicioso en las abstracciones. Una agudeza vale tanto como una revelación”); habla sobre el diálogo (“los franceses han nacido para hablar y se han formado para debatir. Si se les deja solos bostezan. Pero ¿cuándo bostezan en sociedad? Ese es el drama del siglo XVIII”); habla sobre la decadencia ( “la decadencia no es otra cosa que la incapacidad para seguir creando, con los valores que nos definen”); el “chovinismo” (“Si no hubiera existido Napoleón, que llevó a los franceses por el mundo, éstos habrían seguido siendo la provincia ideal de Europa”); habla sobre la civilización (“No es otra cosa que el refinamiento de la trivialidad, el pulido de las cosas minúsculas y el mantenimiento de un poco de inteligencia en la accidentalidad cotidiana, es decir, volviendo la tontería natural tan soportable como posible, el envolverla en gracia y darle el lustre de la finura. Ser superficial con estilo es má difícil que ser profundo”); habla sobre el ocaso de una civilización (“una vez despertado el individuo, la nación pierde su esencia, y cuando todos despiertan, se descompone. Nada hay más peligroso que el deseo de no verse engañado. La lucidez colectiva es una señal de cansancio. El drama del hombre lúcido pasa a ser el de una nación”) habla sobre la democracia (“la democracia ya no inspira el menor escalofrío y, como aspiración, es sosa y anacrónica”). Y otros muchos temas más: la cultura como cadáver del hombre; la anemia afectiva del tiempo presente; de la crisis, que son estructurales y mortales, y así un larga enumeración de sugerentes temas.

Ciorán se inclina por el ser humano antes que por el individuo: “¡Que ironía de la vida! Al sacrificio de los héroes siguen las sosas delicias del mediocre, como si los ideales sólo brotaran de la gloria de la sangre para ser pisoteados por las dudas. La sucesión de civilizaciones es la serie de resistencias que el hombre ha opuesto al espanto de la pura existencia.”
Son temas, todos los remarcados, de los que trataba casi a diario con Simone por aquello de que “el alma que trazaba en un allegro espontáneo objetivos generosos acaba en un andante gruñon, el ritmo predestinado de todas las formas de adormecimiento, histórico o individual.”
De no haberle sobrevenido intempestivamente el Alzheimer y la demencia, Cioran habría terminado su carta de amor a Simone con un Adagio a tempo giusto. Simone, en su ilustrada discreción ("Yo era salvaje y tímida [...]. Él jamás habló de mí. [...] Y yo tampoco, por nada en el mundo le hubiese hablado a mi familia de él. [...] Por otra parte, teníamos vidas separadas, muy diferentes. Yo era la profesora, cuando regresaba a casa no le hablaba para nada de lo que pasaba en el liceo porque de todos modos sé que no le hubiese interesado") era consciente de que Emil la amaba, y de ahí la anécdota de junio de 1995, ya en el hospital con Cioran en su mundo aislado, cuando le visitó un amigo rumano: "Y después, volví a la habitación de Cioran, que estaba acostado. No puedo decir lo que pasó, ninguna palabra fue pronunciada. Lo miré, él me miró y yo leí en su mirada cosas que no había podido leer desde hacía mucho tiempo…”


Al igual que en la magnífica película de Patrice Leconte, protagonizada magistralmente por Jean Rochefort y Anna Galiena, El marido de la peluquera, en la que se vive un apasionado e íntimo amor “a la francesa”, Simone Boué acabó sus días a los dos años de fallecer Cioran (previo clasificar todos sus escritos) sumergida en la aguas del Atántico en los acantilados de Vendée.
Simone supo que Emil, salvadas ciertas comprensibles discontinuidades, correspondía su discreto amor de fiel compañera: quiso seguir siendo su compañera en el más allá porque el amor entre ellos no había entrado en decadencia. Cioran acaso inspiró a Leconte con aquel aforismo “Un amor que se desvanece es una experiencia filosófica tan grave que de un peluquero hace un émulo de Sócrates.”

Sin duda el 11 de septiembre de 1997 Cioran –como le llamaba Simone tanto en público como en la intimidad- seguía soñando con ese amor lejano y vaporoso…con esa esquizofrenia de un perfume

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