martes, 25 de octubre de 2011

O SANTA O PUTÓN VERBENERO.

El otro día se encontraba, como hoy, el viejo Dacio Gil en uno de sus recurrentes desvelos nocturnos, no bien concluida la primera fase REM, cuando se agitaba intranquilo en la cama junto a su nueva compañera. Era madrugada del sábado, por lo tanto un día propicio para el sexo y, si se tercia, el amor. La compañera era de esas de las que ya son difíciles de encontrar ni siquiera pagando por encima de su precio. Desvelado del primer reconfortante sueño, el viejo Gil atosigaba a su compañera manoseándola, meneándola en los agujeritos que conducen a la sintonía, dándole vueltas para acomodar su postura a la del insomne Gil. La compañera esa noche lucía en plateado. Ya pasó el tiempo en que todas lucían en ese negro –incluso cubiertas en símil piel imitación a cuero negro con sus correítas y sus remaches metálicos- que tanto favorece a las damas: noten, si no, a doña Cristina Fernández que ha arrasado electoralmente luciendo ese color indumentario. Ahora la mayoría de las radios de transistores que se consiguen encontrar en el mercado son de apariencia argéntica. Esa radio era la nueva compañera de sueños y desvelos del viejo Dacio Gil aquélla madrugada del sábado.


En uno de los meneos alrededor de la una de la madrugada el usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia encontró el punto y el sitio exacto. Un programa que hablaba de libros y de cultura con un dinamismo y una perspectiva envidiables. Tardó en saber de qué emisora se trataba y la rubrica del programa, pero con paciencia todo llega. La radio era Radio Inter, sí la de la cadena Intereconomía; y el programa se titula con acierto El marcapáginas. Quien hablaba con tanto fundamento sobre las trampas de las ideologías contemporáneas atrayendo la atención nocturna resultó ser una profesora de sociología de la cultura de masas. Blanca Muñoz. Obviamente el viejo Dacio Gil se levantó raudo del tálamo en cuanto supo el nombre y apellido de quien tan bien argumentaba. Lo apuntó en una libreta y, de seguido, encendió su ordenador portátil para indagar más sobre esta profesora hasta ese momento tan desconocida como su obra. Resultando que tiene en su haber buen número de publicaciones.

Por la concatenación de casualidades por las que se produce todo en esta vida, esa noche de tránsito del viernes al sábado el viejo Dacio Gil en su vigilia aprendió mucho y se le abrieron gran cantidad de ventanas que posiblemente nunca se le hubieran abierto si no hubiera contado con la presencia junto a él de esa compañera de aspecto plateado. Todo fue "sistémico", como gustan decir ahora los aprendices de financieros respecto a los riesgos económicos. El sistema condujo a Gil hasta el amor. Sí, sí, hasta el amor de una manera sorprendente, sostenida y sólida. Si uno pone interés, aunque sea viejo, siempre descubre novedades, y con el nuevo descubrimiento llega a asombrarse de todo lo que aún desconoce. Fuera ya del lecho, incorporado sobre el ordenador, tras Blanca Muñoz, apareció el catálogo de la editorial Fundamentos con títulos la mar de sugerentes. Anotó los datos y el primer día laborable acudió a varias librerías para comprar en principio dos de los libros: ¡Agua!. Infructuosas las pesquisas en las librerías al uso. Hubo de acudir a Paco, su librero de cabecera, para que se hiciera con ellos. Una vez obtenidos los libros, el viejo Dacio Gil se ha llevado una sorpresa, pues en vez de haber empezado la lectura por La sociedad disonante, el sugerente libro que contiene las no menos sugerentes reflexiones de Blanca Muñoz, ha comenzado por el otro, de la también profesora Coral Herrera Gómez, que le tiene literalmente seducido por su capacidad de construir y de-construir ciencia perfilando el mundo de las emociones y su servidumbre las pasiones. El libro es un tocho de 410 páginas que abre una gran cantidad de ópticas para contemplar el amor. Una contemplación que conduce al lector a la sólida conclusión del sólo se que no se nada, a pesar de que el mundo del amor y sus conceptos básicos sea considerado manido a más no poder.

La construcción sociocultural del amor romántico de Coral Herrera Gómez atrapa desde su inicio mismo. Desde la inicial gratitud a la influencia de los consejos paternos sobre la realidad en este mundo afectivo, al reconocimiento del propio aprendizaje del “pensar el amor” que hace la autora. Sin olvidar la crestomatía de las ocho citas magistrales que anteceden a la introducción. El viejo Dacio Gil va leyendo y releyendo el libro con parsimonia y delectación, subyugado por las afirmaciones sobre la quiebra del cientificismo como verdad universal o la dimensión “hipermasculina” de la ciencia. Faenas en las que Coral Herrera se gusta en eso de ir poniendo al descubierto viejos y falsos mitos con los que se ha ido recubriendo la ciencia para atrapar credibilidad social. La autora lo hace tal como si de una nueva manifestación de Robert King Merton se tratase. Eso sí: incidiendo en la clave femenina y hasta feminista en vez de sobre la gerontocracia científica y el principio Mateo, expuestos por aquel.

Más allá de la mínima sombra de plagio de ningún género, Coral Herrera se muestra partidaria –y lo demuestra empíricamente en su libro- del método del pensamiento complejo (Edgar Morin) o del pensamiento en red (Helen Fisher) para conducirnos a lo que llama las utopías emocionales; el miedo al poder del otro, a la dominación física y psicológica; el egoísmo a dúo tan vigente hoy en día y tantas y tan sugerentes cosas más.

Es muy difícil entresacar un frase de la autora que condense esta sorprendente y recomendable obra de Coral Herrera. Aun a riesgo de errar el viejo Dacio Gil se decanta por la siguiente:

(…) he pretendido demostrar que las emociones están medidas culturalmente, y que están predeterminadas por la cultura en la que se incardinan (construidas a través del lenguaje, de los relatos, los símbolos, los mitos, los estereotipos, los ritos, y las creencias). El poder simbólico incide de forma poderosa, creo, no sólo en nuestros sentimientos, sino también en la construcción de la realidad social, económica y política de las sociedades (…)


Defiendo la idea de que el amor es un gran tema a tratar por todas las áreas científicas (…) para mí, es obvio que el amor no es sólo una fuente de productos culturales en forma de novelas o canciones, sino también un dispositivo político. Las relaciones humanas están, como veremos, atravesadas por el poder, y ello hace que sean complicadas, conflictivas, dolorosas, y también enormemente gratificantes. Los seres humanos necesitamos a los otros para sobrevivir, porque los afectos forman parte de nuestra “nutrición” y son el eje a partir del cual desarrollamos nuestra vida en sociedad (…)


Creo que es necesario tratar de comprender el complejo mundo de las emociones principalmente porque entender y analizar nuestras formas de relacionarnos puede ayudarnos a mejorar nuestro mundo. Es posible que las guerras, los conflictos humano, la violencia cotidiana disminuyesen si lográsemos entender los mecanismos sociales y afectivos con los que los humanos nos relacionamos entre nosotros, bajo el trasfondo de las luchas de poder y el miedo.”

Si el lector masculino se sabe despojar de prejuicios y no se asusta con eso del “amor hegemónico” o la “crisis de masculinidad” encontrará en este libro un fresco hontanar de ideas y argumentos y de seguro terminará apostando convencido por la diversificación de los estilos, los modelos, las ideologías y los usos amorosos.

Será mejor intentar ir poniendo barricadas a la industria (¡y la política!) del amor que parece estar amenazando ya nuestras propias relaciones afectivas más íntimas. Todos, pero especialmente nosotros los hombres, deberíamos apostar por el modelo cultural amoroso que vislumbra la profesora Herrera y adaptarnos a los nuevos tiempos. Parece que es cuestión simplemente de saber manejar nuestras contradicciones individuales y de género.

Sostiene Coral Herrera con acierto que el amor es mucho más que dudar entre santa y/o putón verbenero.

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