lunes, 11 de abril de 2011

SOSTIENE PESSOA: EL AMOR ES COSA DE NIÑOS ... Y DE FUNCIONARIOS.

Sostenía Hölderlin que el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona. El muy amado Fernando –hoy objeto de veneración por sectores amplios de la escasa intelectualidad, afortunadamente, por más que sea un tanto tarde- internalizó, con ciertos matices, esta máxima. Fernando soñó con muchas cosas. También soñó con el amor humano y lo hizo como lo que era: un dios. Un dios posiblemente niño pero también oficinista, funcionario.


Recientemente Carlos Eymar, en un capítulo de un ensayo absolutamente recomendable ( Pessoa o la poetización de la oficina en el libro el funcionario poeta. Fórcola. Madrid 2009) recordaba que el ortónimo Fernando “Persona” (“pessoa” es, obviamente, “persona” en portugués) le hizo la declaración de amor a su amada Ophelia (Si, si: amor, pasión, de hombre a mujer; señor Cavalcanti Filho) de una forma hamletiana, en el mejor escenario posible: en una oficina cualquiera donde la joven también prestaba sus servicios. En boca de su semi-heterónimo, Bernardo Soares, una de las innumerables personas de Pessoa (el propio poeta dijo que Bernardo era una mutilación de su propia personalidad: “soy él menos el raciocinio y la afectividad”), se decanta por cambiar la oficina por el albergue de los necios felices, pues ha desistido de intentar ser comprendido por sus coetáneos mayormente vulgares: afirma que ser comprendido en vida es haberse prostituido (“seré comprendido sólo en efigie, cuando el afecto ya no compense a quien murió del desafecto que sólo tuvo cuando estuvo vivo”). No aspira a que su patrón, cual jefe de negociado, le comprenda, pues cualquier jefe carece de sensibilidad y pensamiento analítico, porque están sordos y ciegos para el dolor y la desgracia que sus mandatos provocan. Los jefes no alcanzan a vivir fuera de la oficina pues la vida es –afirma categórico Pessoa- un “estado mental”. Como acertadamente apunta Eymar, la utopía pessoana pretende eliminar para siempre a los jefes y secuaces, superar esa intrínseca necesidad de engañar que corroe a todo gobierno o empresa. La lucidez de los mejores conduce, tan sólo, a una pacífica y perpetua lucha interior y a la construcción poética de un sueño imperial que se niega a cualquier confrontación con la realidad. En su primera declaración de amor, en el chispazo del estado naciente –y ésta debería ser verídica pues la contó en sus memorias su eterna enamorada Ophelia Queiroz- el poeta-universal-universo de personas transforma la oficina en el palacio de Hamlet. Tras la declaración de amor vendrán el beso robado y las sentidamente humanas cartas de amor. Pero esa es otra parte de la historia, no conviene atropellarse en los acontecimientos.


Antes de avanzar sobre las cartas de amor, para conjurar malentendidos, conviene de buen principio aclarar algo sobre el Fernando bosquejado en el anterior post. En primer lugar, en su vertiente filosófica o sociológica política. Del baúl lleno de gente (A. Tabucchi) se extrajeron miles de páginas sobre cuestiones políticas de su tiempo para una serie de tratados y ensayos que el poeta nunca concluyó, sobre sociología de la historia europea, el prejuicio revolucionario, el sufragio político o la república aristocrática. Estos fragmentos han sido recopilados en buena medida en España en 2003 por la editorial El Acantilado. En ellos Pessoa se alinéa entre quienes consideran que es labor de los intelectuales desmitificar la política para hacer valer los “derechos de la inteligencia”, pues los políticos fabrican a la par una organización y un “sueño”. Pessoa, en la convulsa época que le tocó vivir su vida humana y literaria se inclina, como Platón, por la opción de que gobiernen quienes ven más allá de lo visible. En ese sentido considera a los mejores los garantes de la democracia: sueña que los poetas dirijan los destinos de la organización humana. Abomina de la mentira (“el mundo está gobernado por la mentira: quien quiera despertar o gobernar este mundo deberá mentir como un loco y mejor éxito obtendrá cuanto más se mienta a sí mismo…”). Apuesta por el Estado de Transición criticando al régimen, a las instituciones y a las ideologías. Apunta con clarividencia que Portugal se resigna a ser un arrabal de Europa pues el conjunto de la nación “está dividida contra sí misma y polarizada entre un régimen en el cual no cree y una oposición al régimen en la que no confía". Apunta que se asiste a una guerra civil fría. La emprende con el sistema de partidos por falsear el libre juego de las instituciones a través de una financiación secreta (conoce bien el papel jugado por los lobbies en el "constitucionalismo inglés"). Sostiene que la autoridad ha degenerado en un régimen de opinión pública (“Europa, y nosotros en ella, ha seguido este curso fatal. Todos nos enfrentamos a un mismo problema político: extraer de la opinión un sistema de gobierno”; “el error de la democracia tiende a este malentendido: pretende fundar la opinión pública en la suma de las opiniones de los individuos nutridas por las inteligencias”). Se nota aquí el fino espíritu aristocrático del poeta. Y afirma categóricamente, como si se anticipara a lo que está por acontecer andando el tiempo en Europa y en el mundo que “la democracia moderna es la sistematización de la anarquía”. “Un país que adoptara unánimemente una opinión de costumbre no sería un país sino un rebaño. Un país que adoptara unánimente una opinión de intuición no sería un país sino un conjunto de sombras”. Con tristeza entre 1925 y 1928 concluye que “el fraude sustituyó a la ley”.
Como se puede apreciar, se trata de reflexiones rabiosamente actuales todas, pero sólo evidencian que el elegante Don Fernando cuando pensaba –y él no se cansaba de reiterar que no pensaba sino que se limitaba a ver- era dinamita contra la mediocridad reinante ("es por eso que el píncipe no ha reinado. Esta frase es del todo absurda. Y siento que en este momento las frases absurdas me provocan ganas de llorar"). Pero Fernando nos la pone dura a unos y pone húmedas a otras no por su pensamiento técnico político sino por su excepcionalidad de poeta y dramaturgo en gente. Todo un universo de personas. Una democracia dentro de sí. La santísima pluralidad que acertó a decir: Yo no reflexiono, sueño…


Lamentablemente, como siempre ocurre, el viejo Dacio Gil se ha perdido en la sinécdoque: ha tomado la parte por el todo y se ha demorado en los aspectos sociales para destacar la rabiosa actualidad de analista del extraño extranjero. Obligado es también, siquiera brevemente, conjurar el malentendido en el que parece caer Cavalcanti Filho en la reciente biografía de considerar probado que el gentleman Pessoa pudiese ser gay. Parece tan aventurado como considera gay a Nietzsche por sus afirmaciones sobre la pasión creadora reservada al intelectual y por sus galanteos fracasados con nuestra (de todos los hombres) amada Lou. Por cierto, Ophelia Queiroz también podría haberse vanagloriado de haber sido querida por una multitud de hombres (de personas), salvo el homosexual confeso y anti celestina Álvaro de Campos que siempre malmetió con sus consejos disuasorios a su amigo Pessoa ortónimo y heterónimo contra la enamorada Ofelita. Álvaro de Campos sí que es homosexual, pero no el distinguido y elegante don Fernando. Extraer de la homosexualidad del “amigo” la propia homosexualidad del poeta entraña demasiados riegos que de seguro habrá debido sopesar el nuevo biógrafo si pretende algo más que vender un libro escandalizando.


Don Fernando se cuidó muy mucho de no dejarse ver, la evolución de su propia relación con Ophelia es paradigmática, así como la posterior recusación del poeta del valor literario de las cartas de amor por él remitidas. Acaso al taciturno oficinista y excelso dramaturgo le faltó el valor demostrado por Lou de requisar a sus antiguos pretendientes todas sus misivas comprometedoras. O acaso Ophelia, ya en edad tardía, fue inducida a darlas publicidad traicionando el espíritu del poeta que no del hombre. A ello dedicaremos el siguiente post para no incurrir en amputaciones de la grandeza que merecen las figuras del drama em gente así como su Dios. Habrá que esperar a hacerse con la nueva biografía y ver si es aplicable a esa nueva obra aquel aforismo del enamorado de Ophelia de “una cosa me asombra más que la estupidez de la mayor parte de los hombres que viven sus vidas: es la inteligencia que hay en esa estupidez.”


Fernando Antonio Nogueira Pessoa, siempre elegantemente vestido y tocado, vivió una vida de camuflaje pues tenía claro que vivir no era necesario, que lo necesario era crear. Tras la anodina vida del oficinista se escondió una obra deslumbrante, genial, sin parangón posible en la literatura universal. Su drama em gente es una maravilla de sistema perfecto. Provisto de un engranaje no de cosas sino de personas que se afectan o se inter-sensacionan entre ellas (la expresión interactuar sería errónea en el universo passoano). Cuidó milimétricamente no ser nada y a pesar de parecer nada (“sólo existo para disfrazarme”; “estoy tan desnudo de mi propio ser que, en mí, existir es vestirse”), se cuidó también de publicitar que cabían en él todos los sueños del mundo. Incluído el amor: “Nunca hubo jamás alma tan amante o tan tierna como la mía, tan plena de gentileza, de compasión, de todo lo que se refiere a la ternura y al amor. Pero no hay alma tan insatisfecha como la mía.”


Una cosa está clara, don Fernando quiso amar el amor. ¿Pero amó también en el plano sexual o nunca llegó a consumar físicamente su amor como parece insinuar el nuevo biógrafo brasilero? A indagar este extremo se dedicará el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia en un próximo post. Valga como postrera sugerencia que en el universo pessoano constan afirmaciones como las siguientes:
- Un amor es un instinto sexual, pero no amamos con el instinto sexual sino con la presunción de otro sentimiento.

- Me gustaría darte un beso en la boca con exactitud y golosina y comerte la boca y comerme los besitos que hubiere allí escondidos y apoyarme en tu hombro y resbalar hacia la ternura de tus palomitas (…) y me gustaría que Bebé fuese una muñeca mía, y yo hacía lo que un niño, la desnudaba (…) y esto perece imposible que lo haya escrito un ente humano, pero está escrito por mí.


No es nada, pero nada aconsejable ni juicioso hurgar e inmiscuírse en las intimidades amorosas de dos seres humanos, pero habrá que escudriñar, cual detectives, en las intimidades de esta pareja de enamorados. Todo sea para que no desaparezca el indudable encanto de Fernando y su inmensa obra de relojería entre sensaciones de las personas.

4 comentarios:

  1. Apreciado y estimado D. Dacio:

    Hoy quisiera desearle mi más ferviente felicitación por su aniversario, pues en este mes de abril se cumple ya un año desde que empezamos a disfrutar de sus reflexiones, soliloquios y diatribas que nos inducen a algunos a la "funesta manía de pensar" que tanto agradece nuestro cerebro para no oxidarse antes de tiempo. También le felicito -cómo no- por haber superado meritoriamente el centenar de "entradas" en su/nuestra "Tribuna Alta de Preferencia" de la que, como ya le confesé en su día, sigo manteniendo sin tregua, ni prisa, ni pausa, la Triple S, pues continúo siendo -por mucho tiempo, espero- Su Seguro Seguidor.

    Le dejo, como mero recuerdo y curiosidad, y al hilo de D. Fernando Pessoa y el amor, otro par de afirmaciones del ilustre lisboeta:

    "Amo como ama el amor. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?"

    "Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos".

    Un cordial saludo.
    Gruten S.S.S.

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  2. Jolín, Gruten está usted en todo. Le agradezco como se merece no sólo que me informe de hitos que este viejo Gil no tenía controlados, sino, especialmente, por la animosa motivación que trata de insuflar. Diríase que adopta usted, Gruten, el papel de auténtico Dacio Gil Monroy trocando injustificadamente a este servidor en inmerecido Augusto Faroni.
    Entrando en el segundo aspecto de su comentario le agradezco la crestomatía de aforismos que me aporta, denotativa de que ha buscado usted en el "cofre", tal y como sugiere denominar R. Bréchon al "Baúl lleno de gente" (y de miles de páginas autógrafas y dactilografiadas y cientos de sobres y carpetas)de Antonio Tabucchi. El biógrafo francés sugiere lo de "cofre" en homenaje a la veneración juvenil -como la de usted Gruten, como la de este Gil- de Fernando Pessoa por Robert Louis Stevenson y su obra cimera La Isla del Tesoro.
    Para unir a ambos ídolos le propongo hacer un duetto improvisado con este Gil para cantar ante el resto de los alumnos, como si nos encontrásemos ambos en una clase cualquiera de un benévolo y adormecido profesor de colegio: "Más de quince hombres van en el cofre del muerto, ay, ay, ay, la botella de macieira."
    Entonada la estrofa de los marineros, eso sí, con profundo respeto pues, como sabe, desde los dictámenes de los doctores Ferreira y Cruz es aceptado que Pessoa era un moderado santo bebedor de aguardiente macieira. Moderado por lo de bebedor, no por lo de santo, ya que "el que puede lo más puede lo menos" y un Dios es siempre, por añadidura, santo.¿O no lo entiende asi dilecto Gruten?

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  3. Entrelazando el "cofre del muerto" pirata del hipotético colegio y ese otro impresionante "Cofre lleno de gente", me atrevo a resaltar esta otra curiosa y definitoria aseveración del insigne portugués: “Antiguos navegantes tenían una frase gloriosa: navegar es preciso, vivir no lo es. Quiero para mí el sentido de esta frase a fin de fundirla con lo que soy: crear es necesario, vivir no.”. . .

    En cuanto a lo de moderado (?)"santo bebedor" de macieira, le reconozco su acierto en lo de la santidad y el respeto debido al sobresaliente Pessoa, sin olvidar que él mismo a la afirmación de 'Aguanta usted como una esponja' respondió: '¿Como una esponja? Como una tienda de esponjas, incluido el almacén'.

    Y como no hay 2 sin 3, con su permiso, le suelto esta última cita, que, pienso, define mejor que ninguna a la excelsa figura literaria de D. Fernando:

    “El poeta es una fingidor
    que finge tan completamente
    que llega a fingir que es dolor
    el dolor que de veras siente”

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  4. Su comentario es muy, pero que muy atinado, amigo Gurten: Pessoa se adelantó a Virilio, Bauman, Agamben y a otros humanistas que ahora convencen argumentando sobre eso del "viaje" y la "navegación" como característico de la cultura del siglo XXI. Por otra parte el "crear es necesario, vivir no" es el basamento principal del sistema pessoano: la creación de peronas completas sin necesidad ni de escenario ni actos; sólo gente que intercambia sensaciones (estados de ánimo).
    Por otra parte aquella declaración de "el poeta es un fingidor" ha dado todo el juego del mundo en el análisis del "extraño extranjero", desde las declaraciones sociales o políticas a las amorosas a las que dedicaremos un próximo post.
    Lo que es notorio es el extraordinario papel de los oximorones y las paradojas en los juegos creados por el elegante lisboeta de las gafas siempre redondas (de concha o tipo Truman), las pajaritas y el sombrero.
    En cuanto a los santos bebedores ya conoce usted la opinión de este Gil. Y aunque sea adelantar la línea por la que discurrirá el post sobre las cartas de amor, es cierto que la segunda vuelta del "noviazgo" de Fernando y Ofelita surge por cuenta de una fotografía de don Fernando bebiendo en la taberna de Abel en torno a una vaso y una frasca de aguardiente, que la amada quería tener a toda costa autografiada. Ya puede suponer, amigo Gruten, cuál fue la dedicatoria del ingenioso hombre prural: "Fdernando Pessoa en flagrante delito". A Ofelia le gustó tanto que -según ambos "namorados"- entonces comenzó de nuevo el "noviazgo" con la "sombra avinada".
    Del espíritu inquieto que usted rezuma, amigo Gruten, saca sus coclusiones el viejo Dacio Gil. Como, por ejemplo, que esta Tribuna cuenta con su propio feedback. Y eso anima a Gil.

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