domingo, 8 de agosto de 2010

TONY JUDT: LA RAZÓN (CRÍTICA) CON ESPERANZA.

¿Cuál es el papel de los intelectuales en la sociedad actual? Esa es la pregunta del millón. ¿Botafumeiro o crítica respecto a la esencialidad de las instituciones? Ahí radica el debate. Los pocos intelectuales dignos de tal nombre en los tiempos que corren se encuentran en esa permanente encrucijada. Muy pocos intelectuales hay en el mundo con las agallas y el espíritu de entomólogo del sabio que acaba de abandonarnos. ¿Crítico despiadado? En absoluto. ¿Oposicionista estructural? Nada más lejos. La trayectoria vital de Tony Judt ha sido la imagen pura de lo que debe de ser un intelectual: descenciendo a analizar hasta lo más menudo toda aquella cuestión o persona que excitase su intelecto; deshacer todo el entramado y analizar pieza a pieza, conexión por conexión, un nervio tras otro. Un intelectual honesto esa labor debe de llevarla a cabo en silencio y en la penumbra sólo rota por el foco alumbrador de la inteligencia sobre los datos fríos. Sin ceder a los cantos de sirena. Sin sucumbir a las persuasiones del Poder. Sin la embriaguez que impone la púrpura. Con distancia pero con empatía con las víctimas. Prestando la credibilidad objetiva del intelectual a los gritos de los que sufren las injusticias institucionales y la venta de humo de los intelectuales (?) de Cámara.

En la sociedad del consumo innecesario e incesante se emplean metáforas instrumentales para designar al intelectual de pura cepa: linterna, brújula, cuaderno de bitácora, bardón, báculo o, más modernamente GPS. Despreciamos –por estrictas razones de lenguaje comercial correcto- la verdadera metáfora del lazarillo. Huérfanos en el más cabal sentido del vocablo nos deja en general Tony Judt y, muy en particular, a este viejo Dacio Gil, que ha utilizado a Judt y sus enseñanzas como lazarillo en el momento más difícil de los vividos hasta el momento. Cuando se apareció en toda su negra dimensión el Lucifer de la malignidad humana, del estrepitoso derrumbamiento de la más elemental razón (?) jurídica y de la criminal indiferencia institucional. En una situación así, todo son tinieblas, la noche oscura: la terrible desorientación, el estado de excepción cotidiano, la ceguera. Y en eso apareció Tony Judt.

En ese contexto vital, casi en las navidades de 2006 se aparece al viejo Dacio Gil un sugerente “libro de bolsillo” en cuya portada destacan las imágenes de Stalin y de los Beatles junto a la del muro de Berlín. Dacio Gil huye de los libros de más de 500 páginas dada su condición de usuario del tren, metro y colectivos varios. En un primer intento las casi 1000 páginas lo disuadieron de la compra. Fue al tercer intento de hojear el contenido buscando los puntos débiles del libro para resignarse a no comprarlo, cuando no pudo más seducido por lo que llevaba leído. ¡Casi un kilo para transportar a diario en el tren para intentar subrayarlo con el lápiz bicolor! ¡Y no cabía en la cartera que acompaña a este Gil como la sombra! Nunca podrá describir con palabras el usuario de esta Tribuna Alta Preferencia la tranquilidad de espíritu, el sosiego aportado por el libro de Judt desmenuzando y poniendo al descubierto la efectiva realidad del devenir de Europa más allá de los cantos y alabanzas institucionales de los Poderes dominantes. Con una especial clarividencia y siempre desde la óptica del hombre corriente se iban poniendo al descubierto el llamado milagro alemán tutelado férreamente por Estados Unidos; la poco generosa y egoista política arancelaria de Gran Bretaña; los titubeos de la industrialización dirigida públicamente en Italia; la artificialidad de Bélgica y las minorías lingüísticas; la tendencia hegemonista de París; el escenario social de las Monarquías escandinavas; la artificialidad de las democracias populares y sus tanques y juicios espectáculo a la disidencia política; las expectativas de los países mediterráneos, entre ellos la democracia española. Todo sin dejar un flanco de análisis al descubierto, desde la vida del ciudadano corriente sumergido en una masa que carecía de casi todo y se aferraba a las cartillas de racionamiento y a las ayudas norteamericanas: la economía, las bellas artes, el turismo incipiente, la industria, las universidades, los intelectuales, la gente corriente. Los diarios usuarios de Renfe debían en aquella etapa de 2007 considerar un tipo raro a este viejo Dacio Gil sosteniendo entre sus rodillas el mamotreto mientras subrayaba afanosamente ora en azul ora en rojo desafiando el tenue traqueteo que hoy tienen los trenes. El libro no tiene desperdicio y ayuda a comprender el porqué del federalismo y las autonomías, la traición de los intelectuales de aquí y de allá y las miserias del ciudadano corriente en el marco de cartónpiedra de las declaraciones de los políticos: la vida de los otros. Dacio Gil es muy celoso de sus libros y raramente los presta, pero “Postguerra” es una excepción pues su contenido es de un peso muy superior a los 125 kilos, desafía el kilo de su valor venal, tormento del lector itinerante por el fantasma de la epicondilitis al transportarlo o la invitación al sedentarismo y el atril para leerlo en casa (siempre sobre una mesa o un atríl). Sin duda hay un antes y un después de “Postguerra”. El atento lector de esta Tribuna (si en realidad hubiere) habrá comprobado que Tony Judt ha aparecido recurrentemente. Constituye junto a los libros de Klein, Sotelo y Nieto el genuino Manual de instrucciones Auténticas de Uso (MIAU) de la vida que nos ha tocado vivir y sus añagazas mediáticas. Imprescindible si no se quiere ser un simple bobo consentidor.
Seducido por “Postguerra”, el viejo Dacio Gil se lanzó a la captura del “Pasado Imperfecto. Los intelectuales franceses 1944-1956” que apareció a mediados de 2007. Es el desarrollo y ampliación de su tésis, aparecido en 1992. No defrauda en absoluto. Su lectura se hace algo más árida que “Postguerra” puesto que se centra en los santones de la intelectualidad francesa dentro del “remolino del comunismo”. Estremece la claridad con que Judt muestra las apologías del comunismo, en tanto doctrina de la liberación humana mientras se producía la indiferencia ante la violencia y el sufrimiento humano, las dolorosas elecciones morales del momento. Judt llega a preguntarse “Frente a todas estas pruebas impresas, ¿cómo fue posible que personas inteligentes defendieran voluntariamente el comunismo como la esperanza del futuro, y a Stalin por ser la solución del acertijo de la Historia?...la negativa a aceptar la evidencia de la historia, a abandonar los mitos y las utopías del progresismo biempensante…Muchos libros publicados después de 1975 aspiran a ilustrar, a menudo mediante una serie de citas selectivas, la ambivalencia moral y el carácter obtuso de personas como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvior, Enmanuel Mounier y sus coetáneos, absortos en sus dilemas existenciales mientras ardía Budapest.” Tony Judt hablaba de que aquellos libros franceses no eran libros de historia sino un ejercicio de asesinato de un personaje, destacando que en Francia se había producido una acusada ausencia de una preocupación por la ética pública o la moralidad política. Tony Judt mantenía que su libro era un ensayo sobre la irresponsabilidad del intelectual, un estudio sobre la condición moral de la intelectualidad en la Francia de la posguerra. La última frase del apartado introducción no tiene desperdicio y denota la enorme calidad humana de Judt. Merece su trascripción íntegra:
Así, los principales protagonistas del libro –Sartre, Mounier, De Beauvior, Merlau-Ponty, Camus, Arón y François Mauriac- no representan a sus contemporáneos de menor envergadura, y no se tienen por característicos de nada. Pero las suyas son las voces dominantes en esos años; ellos controlaron el territorio cultural, sentaron los términos del discurso político, confirmaron los prejuicios y el lenguaje de su público. Su manera de ser intelectuales se hizo eco de la imagen que de sí misma tenía la comunidad en general, a la par que la reforzó, incluidos aquellos que estaban en desacuerdo: Los asuntos de los que quisieron ocuparse, al menos hasta 1956, y el modo en el que se comprometieron o se negaron a comprometerse en cuestiones morales cruciales, constituyen un momento notable y muy particular de la experiencia intelectual francesa: Todo lo que yo quisiera decir en defensa de esta cuestión es que los temas que aquí trato fueron absolutamente capitales en su época, y que los asuntos que plantearon y plantean aún hoy se hallan en el centro mismo de la historia moderna de Francia.”
El libro “Sobre el olvidado siglo XX” es una obra miscelánea que recoge la faceta de Judt de comentarista de libros. Dacio Gil recela por principio de los libros recopilatorios de artículos, pero este libro es una honrosísima excepción. Resulta magnífico en absolutamente todo su contenido que se manifiesta intemporal a pesar de ser histórico. Sus 21 páginas de introducción (“El mundo que hemos perdido”) resulta antológico y recomendable para, por ejemplo, preparar una oposición de ciencias sociales. Nos habla de la oscuridad de la desmemoria; de no comprender el contexto de nuestros problemas, de no escuchar con más atención a las mentes más lúcidas de las décadas anteriores y de querer olvidar más que recordar; de que se debe recordar el sufrimiento humano selectivo en vez del triunfalismo institucional; “El siglo XX está así en el camino de convertirse en el palacio de la memoria moral: una Cámara de los Horrores históricos de utilidad pedagógica cuyas estaciones se llaman “Munich o “Pearl Harbor”, “Auschwitz” o “Gulag”, “Armenia” o “Bosnia” o “Ruanda”, con el “”11 de septiembre” como una especie de coda excesiva, una sangrienta postdata para aquellos que preferían olvidar las lecciones del siglo o que nunca las aprendieron como es debido"; hoy el problema es es mensaje; ¿por qué esa prisa por olvidar el siglo XX y dejar atrás el pasado que es la guerra?; auge y ulterior caída del Estado; los Estados totalitarios; el anzuelo del discurso público sobre el Estado de bienestar; la marcha atrás en la política pública y el axioma de “el estado es malo para ti”; los “estados profilácticos” de conformidad ideológica; fin de las grandes narraciones de la historia; “las democracias bien dejarán de ser democracias que funcionen o bien volverán a presenciar la política de la frustración, del resentimiento populista”; el miedo que lo preside todo.
Como decía Judt “Estos son los desafíos del presente siglo. También fueron los desafíos que afrontó el siglo pasado y por eso al menos a algunos nos resultan un poco familiares. Son un recordatorio de que las recetas simples de los actuales ideólogos de la “libertad” no nos van a servir de ayuda en un mundo complejo más que las de sus predecesores al otro lado del abismo ideológico del siglo XX; un recordatorio también, de que la izquierda de ayer y la derecha de hoy comparten entre otras muchas cosas una propensión en exceso confiada a negar la relevancia de la experiencia pasada para los problemas actuales. Creemos que hemos aprendido lo suficiente del pasado para saber que muchas de las viejas respuestas no funcionan, y puede que sea cierto. Pero lo que el pasado puede ayudarnos a comprender es la perenne complejidad de las cuestiones.” El libro es mucho más que la importante introducción. Es un muy ameno repaso por todo el siglo XX en sus sujetos y objetos más representativos desde la óptica del intelectual honesto. Recientemente se ha dado noticia en este blog del capítulo “El gnomo en el jardín” referido a Blair y, en vía especular, a su remedo Zapatero, pero resultan imprescindibles “El Estado sin Estado” referido a Bélgica, “La buena sociedad” referido al papel de Europa frente a Estado Unidos o las semblanzas de Levi, Arendt, Koestler, Camus, Said o Kolakowski y otros muchos hitos de la intelectualidad.
Tony Judt fue un intelectual muy sólido, se cuidó mucho de decir sandeces, por eso recordaba con frecuencia, a modo de advertencia para náufragos, aquella frase de Montaigne de “Nadie es libre de decir sandeces. Lo penoso es cuando se dice de forma memorable”. Como está pasando ahora en España.


Tony Judt falleció el pasado viernes tras ser cruelmente atacado por la enfermedad de Lou Gehring que no tuvo compasión de un historiador que usaba las lentes de quienes sufrieron. Su semblanza intelectual y su última reflexión sobre su decurso personal se encuentran en EL PAIS de hoy y en el dominical del pasado enero. Lástima que no quepan su descomunal obra y su estatura moral en la suscripción de todo un año a todos los diarios españoles. Se ha ido un bastión contra la estulticia dominante. Una mente prodigiosa. Un ejemplo humano de por qué la vida merece ser vivida intentando comprenderla. El ejemplo necesario para la subsistencia en medio de la barbarie políticamente correcta y mercantil.
El viejo Dacio Gil se encuentra apenado y desconsolado por una pérdida tan importante. Auténticamente huérfano. Muchos más con él.
No expresen la condolencia a este viejo Gil y a la multitud de huérfanos supérstites. Es más cabal que indaguen en la vida de este sabio. Lean su obra. Es un manual para no dejarse engañar en esta vida o para dejarse lo estrictamente necesario. Instrumentos para analizar lo que podamos; hasta donde alcancen nustras fuerzas y recursos.

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