viernes, 6 de agosto de 2010

DE BESOS, LIBROS, EDAD Y EMOCIONES. DEL AMOR HUMANO.

Este viejo Dacio Gil tiene una verdadera enfermedad con eso de la libre asociación de ideas. Casi podría decirse que sufre el donjuanismo cerebral a que se refiriera ese sabio gruñón y auténtico hombre-enciclopedia (el hombre-libro de ficción por antonomasia es Peter Kien, el protagonista de “Auto de Fe”, como recordaba recientemente el amigo Gruten, otro hombre-libro; como Canetti, como de Cavanilles, como Herman Hesse, como Borges y su imaginada biblioteca) Giovani Papini, sobre el que también habremos de detenernos con morosidad en esta Tribuna Alta Preferencia ahora que es un perfecto desconocido para los jóvenes, aunque de seguro en breve su figura resurgirá como está ocurriendo en la actualidad con Dino Buzzati. La ley del péndulo que también se manifiesta indefectible en la industria editorial. Decía este Gil lo del donjuanismo cerebral porque excursionó en el último post sobre el envejecimiento y, de súbito, la mente del usuario de esta Tribuna voló al personaje interpretado por Stefanía Sandrelli en la última de las historias que se entrecruzan en la película L’ultimo bacio (el último beso) atormentada por no ser la misma belleza cumplida la cincuentena tras 29 años de desgaste matrimonial y viendo cómo se le ha ido escapando la juventud sin poder retenerla. Y de ahí pasó la mente de este Gil a la película de Garci Historia de un beso en la que el maduro escritor Blas Otamendi (interpretado por un inconmensurable Alfredo Landa) trata de estrangular intelectualmente el beso a su joven admiradora para no verse con el tiempo sumido en la decepción. La edad, los besos.
Saltando del último beso al primero, tan diferentes cualitativamente, este Gil se ha detenido a pensar sobre el alcance y contenido de los besos, de la acción de besar, ahora que todo son perfomances sobre el beso: que si el más largo (31 horas 18 minutos sin poder comer, beber o hacer sus necesidades en el cuarto de baño); que si el más populoso y concurrido (¡todos a besarse!); que si el más extravagante (en el suelo, en las cucañas, esquiando), que si el campeonato mundial de besos bajo el agua (1 minuto 45 segundos), etc., etc. Y lo grande es que muchos de estos eventos los financian algunos Ayuntamientos. Menos mal que el beso es una acción transitiva –como el abrazo- y el “no me beso porque no puedo…” está forzado por la propia limitación morfológica humana. Si no fuera así, en los tiempos que corren y bombardeados por la publicidad (“¡porque tu lo mereces!”) todos nos estaríamos ya autobesando y desnaturalizando este importante –a veces esencial- intercambio simbólico.
Hoy sólo se habla del beso del portero con la re-portera (Iker y Sara). Y puestos a ser científicos recurrimos siempre (como el Asturias patria querida tras las celebraciones patrióticas en el extranjero; o el Que Viva España para celebrar a la Roja) a la copla de Manolo Escobar que dice que en España la hembra (nada de los y las mediopensionistas) lleva el beso muy dentro del alma. La copla el beso –según Escobar- encierra armonía, sentido y valor. A lo que vamos: un beso puede ser todo y puede ser nada; transferencia de amor y vida o mero acto protocolario. O, como dice ese refrán tan mercantil, “el beso un joven lo da y un viejo lo compra.” Pasa con el beso como con ese principio irrebatible que se enseña en las facultades de periodismo “sólo es noticia si un hombre muerde a un perro, no si un perro muerde a un hombre”. Y es bien sabido que en el argot (Gran diccionario del argot. El Soez; Fermín Carbonell Basset) besarse es atornillarse los labios, cambiar babas, besuquearse, darse el bistec, pasar el chicle, darse la fiesta, darse el filete, darse la lengua, darse el lote, morrease, darse un morreo, chupar los morros, ponerse los morros, darse el palo, darse el pico o intercambiar saliva. O sea morderse. Siempre hay una evocación sutil a la zoología, como en el caso de la viuda negra (Latrodectus mactans) o de la mantis religiosa (también denominada en Fuente el Fresno y otras localidades manchegas caballito del diablo) cuya característica es que ambas con el beso causan la muerte al macho que las corteja (eso sí, ¡tras una cópula de más de 2 horas!). Sería el beso de la muerte. Más o menos como el que se le da al sentenciado por la Mafia para significarle: es inminente que va a morir y no tiene escapatoria.
Lo cierto es que el origen del beso se pierde en el primitivo hombre de las cavernas que, en imitación de los animales, bien sea porque lamía a sus crías en la cara en señal de afecto, bien sea porque las madres daban de beber y comer a sus hijos a través de su propia boca, institucionaliza el beso más o menos como hoy se reconoce. Los romanos distinguían tres formas de beso: saevium, el beso amoroso; osculum, beso de amistad y basium beso entre amantes o beso de saludo. Algunos antropólogos han destacado que el hombre –y ahora la mujer- se distingue de los primates (que está estudiado que también se besan) en que es el único animal que conoce las caricias y los besos, aunque una visita a un Zoo puede refutar con un simple golpe de vista toda esta teoría antropocéntrica.
Como pasa con todos los signos sociales, del beso se han apropiado, además de la mafia, la política y las religiones. Así, todavía se recuerda la fotografía de Brézhnev, presidente entonces de la URSS, besando en la boca a Honecker, presidente de la Alemania del Este. Y es que entre las altas jerarquías comunistas era un signo de reconocimiento de poder. El beso de poder. Por su parte, la iglesia primitiva aceptaba el beso en los labios después del “la paz sea con vosotros”. Está recogido en el Cántico de los Cánticos y en San Agustín: se trataba del beso de paz. También la Iglesia ha mantenido el beso en los pies a los pobres en Semana Santa: el beso de beneficencia. Así como el beso al anillo del Obispo: el beso de dignidad. Pero el más conocido (Umberto Eco dice que la iglesia ha sido la primera industria publicitaria en el universo) es el beso de Judas: la delación, la perfidia, del que la Mafia siciliana ha tomado su mensaje. En una dimensión contraria a la traición, se daría también, según la enseñanza talmúdica, el beso de Dios: el justo muere por un beso de Dios. Así se dice que murió Moisés, al parecer por un beso de Dios.
La verdad es que el beso es más o menos divino según la experiencia de cada uno. Como hay muchas experiencias hay muchas clases de besos. Cuando uno se encuentre aburrido o alicaído debe de acudir a la wikipedia y buscar beso. Allí encontrará clasificados 27 tipos de besos y una amplia enumeración de besos famosos. No se acelere el lector de la wikipedia en materia de besos. Y si se acelerare, dése una ducha escocesa, pues el lenguaje popular dice que el beso es una llamada del ático para saber si los bajos están libres. Para la generación del viejo Dacio Gil el beso era el summum; se decía que los hijos se engendraban con un beso (mucho más creíble que lo de las cigüeñas de París y mira…). El desconocimiento juvenil y la deformación religiosa contribuyeron a que existiera una imaginación que hoy ya no existe. Para bien y para mal.
El beso, los besos, son una experiencia personal. Cada cual tiene una firme idea de lo que son y significan los besos y sus diferencias. Todo ha cambiado una barbaridad desde que este Gil era un jovenzuelo. En los cigarritos que se fumaban a escondidas en los recreos los integrantes del grupito de colegiales hablaban de todo lo que creían prohibido, entre ello, naturalmente, de sexo y del beso. Se decía que cuando dabas y recibías un beso en la boca se veían colores que no estaban el el arco iris y que te cambiaban el humor y las percepciones. Ello nos hacía afanarnos en obtener un beso robado y apresurado que concluía de ordinario en un fiasco. Por lo general el primer beso decepcionaba las desmesuradas expectativas juveniles. Pero sólo era uno más de los espejismos deformantes de la juventud, del ímpetu revolucionario: con la edad, la generación de este Gil (el afortunado que llegó a probar un verdadero beso francés) creyó de plano que efectivamente un beso de pasional amor no tiene parangón cromático y, al activar la oxitocina, lleva a la senda del placer. Te puede elevar a la categoría de un Dios. Un trance. La experiencia. Sentir la vida.
Dacio Gil recuerda también la turbación que se le producía antaño cuando alguien le daba dos besos en las mejillas en vez del que se daba oficialmente en aquel entonces en la pudorosa España en un solo carrillo: no se sabía por qué mejilla empezar ni si debía continuar con la siguiente, se producían situaciones tan embarazosas como las que se producen hoy en día en la Argentina dónde solo se da el beso en una mejilla y un español o una española emprende la tarea de besar. Situación embarazosa. Por cierto, el joven Gil no podía entender en aquellas lejanas fechas que los futbolistas argentinos se besasen. Quienes eso hacían le parecían, en orden a la estricta educación recibida en España, homosexuales. Hoy para nada llama la atención. Son otros tiempos, otra cultura.
Los besos. ¡Que grandes -y que largos- son los besos! Cuánto ha cambiado todo. Aunque tal vez sólo cambie la percepción: con la edad uno se hace más sensible y más tierno. Llevaba razón Giovani Papini: “Cuando se quiere hacer una revolución para armar ruido no se llama a un león, sino a un gato castrado”. Percepción, amor, edad. El ser humano intentando “ser”: contra la edad, contra razón, contra los convencionalismos, incluso contra lo establecido. El envejecimiento potencia una fragilización del individuo contra las agresiones, por eso se busca el significado último del beso, su plenitud semiótica. Posiblemente, en el amor el día más bello sea el de la víspera. Por eso la Anna interpretada por Stefania Sandrelli o el Blas Otamendi en el que se transforma Alfredo Landa sufren al saber que se les reducen cada vez más las vísperas y es dudoso que puedan ser aún revolucionarios. Por eso el beso puede decirlo todo. Lo dice todo sin necesitar palabras. Como el calco en yeso del beso de Rodin que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires: emoción pura. Enciclopedia sin palabras.

3 comentarios:

  1. Hablando de libre asociación de ideas, hoy sólo quiero felicitarle -esta vez efusivamente- por esta estupenda e inspirada entrada suya sobre los besos y sus circunstancias; y meramente comentarle que su mención al “beso de judas” o al “mafioso siciliano” me trajo de súbito el recuerdo de aquel beso pirata “camuflado” llamado LA MOTA NEGRA tan magníficamente narrado por Stevenson en su imponderable joya isleña.

    Se ve que “cuando me consume el aburrimiento recuerdo los tiempos en que fui revolucionario” Mrozek dixit.

    P.S.:
    Cuando iba a enviarle este breve comentario, el programa de introducción me pidió la consabida trascripción de la palabraje de seguridad de turno y le juro que esta vez me produjo una sonrisa el comprobar que la de hoy era "PLADUCOL" y tal como surgió parecía un anuncio farmacéutico de esos de los que usted, D. Dacio, nos habla tan jocosamente. ¿Hasta aquí llega la invasión publicitaria de la que nos previene Zygmunt Bauman?, pensé.

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  2. Jolín que agudo es usted amigo Gruten, siempre tan presto a "poner el trapo" (con permiso de los políticos catalanes que no se sabe si también han prohibido las metáforas taurinas) a este viejo Gil para que se arranque. Se aprecia que es usted seguidor de Robert Louis Stevenson, como otros egregios, tal que el Santo Padre Aute o como Fernando Savater. No sabe usted los recuerdos juveniles que trae a este viejo Gil "la mota negra" con el doctor Livesey (el de "¡Guardad ese puñal; sabed que además de médico soy el juez!"), el caballero Trelawney y, sobre todo Jim Howkins, Ben Gunn (quien puso en aviso a Jim), y el marinero de una sola pierna, John Silver. Si tratase de contarle a usted lo que representa la isla del tesoro para este viejo Gil -y puedo aseverarle sin miedo a errar que a toda la familia al completo- no creería cuanto le contase. En el trance con Stevenson el jovencísimo Gil podía incluso escuchar las voces de los protagonistas de la novela y su imaginación surcaba por los mares hasta islas lejanas infestadas de corsarios. Los personajes de "la isla del tesoro" representaban el reflejo de la sociedad. Casi puedo confesarle que "la isla del tesoro" era la Constitución o el Estatuto de Autonomía de la familia Dacio Gil. Y a mucha honra.
    PLADUCOL parece, efectivamente, un laxante o cualquier otro producto químico prometedor de la salud total. Y está usted muy fino en la asociación (¡Por favor procure no contagiarse
    de los males que aquejan al usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia; que usted siempre ve el vaso lleno!).
    En cuanto a Zygmunt Bauman, cuídele usted (solo o acompañado de Mrozek o de Mario de Andrade) pues desaparecido Tony Judt van quedando pocos sabios en activo. Sabios como usted, Gruten, que no necesita -o acaso si; pero sólo para contestar en este blog- de PLADUCOL para hacer funcionar su inteligencia, su talento y esa habilidad para manejarse en su biblioteca para encontrar la cita precisa y cabal. Tiene usted la agilidad plumífera de un crítico de arte y este viejo Gil le anima a que no decaiga en esa destreza que usted tiene, sindo usted -tal como le aprecia este Gil- un justiciero en el sentido más puro y social de la acepción.
    Me ha conmovido Gruten con la mención a "la mota negra". Definitivamente, aceptada la hipoteca vital con "la isla del tesoro", este viejo Gil prefiere los besos divinos, aunque no los de Moises. Espero que me entienda. Ni inmortal, ni rejuvenecido,ni muerto súbito, ni marcado por nadie. Si se presenta la víspera del beso habrá que aceptarla y mantener el tipo con la oxitocina. Intentando ser un señor. ¿Verdad Gruten?

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  3. Termina usted, D. Dacio, en su respuesta a mi anterior comentario, optando de entre los besos –como no podía ser de otra manera- por los maravillosamente divinos (¡cómo no!) y aceptando la víspera del próximo “intentando ser un señor”, dice usted; de eso no tenemos la mínima duda: puede tener D. Dacio un, digamos, carácter enérgico, indomable (?), tal vez afligido por la decepción y el desengaño que la larga y dura experiencia provoca, acompañado de lo que usted llama sus “manías”, sus “complejos”, sus “temores” , pero la categoría de SEÑOR (con o sin PLADUCOL) la demuestra usted persistentemente y no dudamos de que la conservará “genio y figura”. . . Creo que quizás para manifestárselo mejor debería dirigirme siempre a usted como Sr. Gil y no como D. Dacio, aunque bien sé que el tratamiento de “don” también lo tiene usted más que merecido.

    Coincidiendo con usted, “nunca olvidaré al marinero con una sola pierna”.

    Casualmente me encuentro estos días leyendo historias recientes de corsarios y tesoros, y, viniendo al caso, me permito recordarle aquí las palabras de D. Roberto Luis –también Mr. Stevenson- sobre sus preferencias literarias y las de la juventud:

    "Si los cantos marineros mientras gira el cabrestante, tempestades y aventuras, galeones y piratas, si tesoros enterrados, combates por mar y tierra, islas desiertas con nuevos Robinsones en sus playas. Y todos los cuentos viejos, una vez más recontados, precisamente lo mismo, conforme a la vieja usanza, a los chicos de hoy en día, más sensatos y juiciosos, les gustan como en un tiempo a mí también me gustaban.

    Está bien, y anda con ello. Pero si así ya no fuera, si el aventajado joven ha perdido ya las ganas de ir con Kingston, Ballantyne o con Cooper de la mano por desiertos y por mares, y por lagos y montañas... Está bien, y nada digo. Sólo quiero que en la tumba donde ellos y sus engendros reposen de sus andanzas me coloquen a su lado, y que duerma el mismo sueño, por los siglos de los siglos, yo con todos mis piratas.” R. L. S

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