miércoles, 18 de agosto de 2010

CARMEN LAFORET Y LA METÁFORA DEL PATO.

Hace ya algunos “posts”, se daba noticia en esta Tribuna Alta Preferencia del creciente interés del asociacionismo civil y la preocupación de la ciudadanía por el pato cuchara (anas clypeata o, también –en Sudamérica- anas platalea). Tal vez porque reúne las notas distintivas de la ultra-post-modernidad en la que vivimos, aderezadas esas notas por las aspiraciones sociales del ser humano en un ecosistema que le es cada vez más hostil:
- Nomadismo;
- bajo gregarismo;
- aspiración de libertad;
- proceder relativamente silencioso;
- vértigo por la velocidad;
- huida de las grandes aglomeraciones;
- cierto hermafroditismo sobrevenido en los machos claudicantes que tienden a parecerse a las hembras.

Parece que tiende a pasar la idealización del pato salvaje como representación del mundo animal para los humanos, cobrando auge el pato cuchara, dulcificado por el ideal del comportamiento animal como modelo para el ser humano con vocación de completa humanidad y no sólo como fachada. Desde Hernrik Ibsen, en efecto, se cifra en el pato salvaje el ideal literario de libertad. Como muy certeramente ha apuntado Zigmunt Bauman en la reciente recopilación Mundo consumo, el hombre líquido perdido en la sociedad líquida busca afanosamente la noción de lo razonable en lo “praxeomórfico”. Se aprecia una inversión de la perspectiva de conocimiento: evitando centrarse exclusivamente en el hombre y sus proyecciones de preocupaciones y prácticas humanas (“tristemente humanas en retroceso” apunta Bauman). Con el tiempo va cambiando lo que se entiende por “razón” y lo que es "de sentido común” y Bauman pone el ejemplo del descubrimiento por el grupo de investigadores de la Sociedad Zoológica de Londres, al observar científicamente el comportamiento social de las avispas en el canal de Panamá, que pone en crisis con los resultados obtenidos “axiomas” aparentemente incontrovertibles sobre el comportamiento animal: el gragarismo y la ausencia de migraciones en estos insectos, sjupuestamente consgrados a servir a las primus inter pares. Los resultados dependían hasta ahora de la perspectiva etnocentrista adptada por los investigadores. De ello extrae Bauman sus conclusiones sobre la teoría que sostiene de la falacia de las lealtades a totalidades supraindividuales.


Con el pato cuchara pasa lo mismo y vendría a sustituir al pato salvaje como ideal de libertad al modo que lo plasmó en Personajes femeninos de Henrik Ibsen la polifacética Lou Andreas Salomé a la que se dedicará un inminente "post" en este blog. O, por mejor decir, se vendría a complementar la modulación social de la libertad con el tránsito del ideal del pato salvaje al ideal moderadamente socializado del pato cuchara.


Todo ello viene a cuento y es consecuencia de la pasada lectura por parte de este viejo Dacio Gil de la reciente biografía sobre Carmen Laforet coescrita por la reputada historiadora Anna Caballé (que ya elaboró una biografía de Francisco Umbral atando cabos literarios) e Israel Rolón. El libro, además de su exquisita factura, es una incitación a la asociación de ideas a la que tan proclive es este viejo Dacio Gil: desde la prístina Nada que evoca desgraciadamente a la política actual del gobierno Zapatero y sus sedicentes oposiciones, al envejecimiento y la muerte que se ha tratado en este blog en ocasiones anteriores; de la burguesía intelectual de postguerra a la aristocracia –de toda laya- cortesana de 2010; del universo suasorio que rezumaba y rezuma el mundo editorial y los cacareados premios literarios pasados y presentes; de las connotaciones de la tribu intelectual en todo tiempo. Y, en definitiva –como gusta decir ese ávido lector de buena literatura que es don Augusto Faroni-, no hay obra literaria sin decisones y decursos humanos detrás: es imprescindible conocer la intrahistoria del escritor, con sus grandezas (públicas) y sus miserias (humanas) como enseñaba Tony Judt; su contexto, su discurrir por la vida.
La biografía dirigida por Anna Caballé es un amenísimo y muy documentado repaso por la España del siglo XX siguiendo la estela –o las cartas- de ese boom que fue la joven escritora canaria Carmen Laforet y su descarnada novela juvenil de evocación nihilista. Está escrita la biografía de esta “mujer en fuga” con profundo respeto por las personas, por lo que el lector inteligente y minucioso podrá sacar sabrosas deducciones de su lectura sobre la época y extraer del detallado y documentado recorrido por la burguesía más o menos ilustrada y los avatares del mundo editorial hispano sus personales conclusiones. Sus 515 páginas se leen con avidez prácticamente de un tirón, terminando el lector con un sentimiento de importante enriquecimiento tras el gran arsenal de datos y conexiones de la intra y extra historia de la literatura española del siglo XX y sus actores y tramoyistas. Resulta destacable, además, el discreto influjo que proyecta el pensamiento de Carlos Castilla del Pino en un libro de búsqueda psicológica muy, pero que muy, bien documentado en las series de correspondencias epistolares cruzadas. Un medio de investigación histórica, el epistolar, hoy desgraciadamente desaparecido en su faceta más personal e íntima. Con el imperio de los e-mail y la exclusiva supervivencia de las cartas comerciales, el ejercicio de memoria se hace mucho más difícil.


El viejo Dacio Gil últimamente se encuentra a cada paso, a cada lectura que emprende, con los temas eternos: el envejecimiento; los libros; el esfuerzo que comporta para el autor parir un libro; la mixtificación de la literatura por el periodismo; los medios materiales que han transformado la producción literaria; el amor; la manifestación de los sentimientos y las casi imprescindibles corazas profilácticas emocionales; el desamor; los cabos sueltos afectivos; la preservación de la cuidada evolución de los hijos en contextos de crisis de convivencia… En definitiva el ciclo vital y las grandezas y miserias del respeto y cultivo de la imagen pública de los seres humanos.


Carmen Laforet ha sido siempre un enigma. El libro referenciado no desvela del todo dicho enigma, pues procede con un exquisito respeto humano. Pero si aclara muchas cosas o, al menos, aporta los datos para extraer conclusiones. Cerca del final, en las páginas 441 y 442, los autores, al hilo de un artículo de la biografiada en diario EL PAIS del 23 de enero de 1983 (Casa de muñecas, realismo y feminismo), sostienen la bella tesis de que Carmen Laforet fue un pato salvaje que perdió su libertad y terminó recluído en la cárcel del ensimismamiento: “No todos los patos, léase mujeres, reaccionan igual (reducidos a permanecer en un sotabanco, cebados junto a otros animales domésticos para engordar rápidamente): está el pato cobarde que habiendo sido libre se lamenta de su cautiverio pero no se atreve a salir de donde está. Está el que por su arrogancia se convierte en el rey del gallinero, y esa vanidad le hace olvidar su antigua libertad. Está el que se consume silenciosamente en su prisión y sólo en sueños es capaz de evocar su verdadera vida, y está el pato que llega herido al sotabanco pero contando a todos sus gestas: a medida que se le curan las heridas y engorda gracias a la buena alimentación que recibe, sus ansias de libertad, de la que a todos habla, van decayendo. Un pobre gorrión cree sus historias y muere en su afán de estimularle a que emprenda la huída, en vano porque el pato fanfarrón nunca más levanta el vuelo. Está el pato que llega al sotabanco porque ha caído y quiere emprender el vuelo otra vez pero no puede porque los muros se lo impiden. Finalmente los animales que le rodean, compadecidos, le abren las ventanas, pero él ha descubierto el amor de sus nuevos amigos y decide quedarse.
Y por último contamos con el pato salvaje que simboliza a Nora y con el que se identifica Laforet en su artículo claramente. Se trata de un pato que fue recluido en el sotabanco siendo muy joven, ignora su procedencia, y en su ignorante felicidad tiene la impresión de vivir una vida ficticia, como si la vida real transcurriera fuera de los muros de la granja.”


Por muchos motivos Carmen Laforet. Una mujer en fuga es un libro altamente recomendable. De un ameno tirón el lector acopia un ingente arsenal de datos, conexiones y sensibilidades. Como consideración material en época de crisis hay que reconocer que el libro tiene un precio de venta elevado pero tampoco puede decirse que sea caro dados su contenido y humanidad. Y todo lo que suscita. El viejo Gil lo recomienda vivamente acaso sin tener que esperar que la editorial RBA lo ponga en el mercado en edición de bolsillo más asequible económicamente.

De Carmen Laforet pasaremos casi sin solución de continuidad en este blog a hacer una semblanza de Lou Andreas Salomé, que parece que en algún momento se constituyó en modelo (relativo dado el contexto español) de la "mujer en fuga" que buscó resarcirse, a través de la búsqueda de la libertad, de la violencia moral sufrida en un momento crucial para la evolución de cualquier ser humano. Pero de momento quedémonos con la imagen evolucionada de la libertad que simboliza ahora el pato cuchara, la búsqueda tranquila de una relativa sociabilidad sin gregarismos y sin megua alguna de la imprescindible libertad innegociable. Acaso el ser humano esté intentando retener su condición de humano, de aspirar a hacerse verdaderamente humano, observando a ejemplares como el pato cuchara. Celébrese como se merece el auge da la búsqueda de modelos en los animales supuestamente inferiores para el desenvolvimiento humano del animal pretendidamente superior. Bienvenidas sean asociaciones con auténticas finalidades humanitarias, como la referida al pato cuchara.

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