Cada vez nos queda menos tiempo. O cobramos verdadera conciencia de que la maquinaria está infiriéndonos ya diferentes grados de aniquilación moral o terminaremos siendo simples juguetes a merced del monstruo amable, del totalitarismo invertido. Es precisa una reacción a nivel colectivo, de poco sirven ya las resistencias individuales. O hacemos en cada ámbito de nuestras vidas de la necesidad virtud o el atosigante acoso institucional que padecemos terminará por vaciar nuestro patrimonio ético y por desquiciarnos psíquicamente. Eso en la favorable hipótesis de que no hayamos sido objeto ya de pura anaquilación por otros medios. Habrá que replantearse qué es en la actualidad eso de la autoridad y quienes se están prevaliendo escondidos detrás del espantajo. Habrá que apartar de una vez las celebraciones futboleras y detenerse a pensar. Deternos a pensar aunque estemos en el borde mismo del precipicio. Una simple huelga ciudadana a la japonesa levantaría el velo con que se adorna el monstruo. Pero para eso se necesita más compromiso moral, más masa crítica (en el sentido literal del término) y menos miedo. Debemos atrevernos a pensar.
Cualquier medio es bueno para la reacción, pero ya no puede demorarse. Debe haber un llamamiento a las conciencias y al compromiso. El teatro ha sido siempre un buen medio para ello, tanto por su recogimiento y los pocos efectismos, como por la proximidad entre todos los intervinientes. De la misma forma que corren malos tiempos para el cine parecen ser extraordinariamente favorables para el teatro, que lenta pero inexorablemente viene recuperando a los jóvenes para la causa. Brotes verdes en el desierto moral (urdido por los gerontócratas del dinero) que nos asola.
En ese contexto adverso, la dirección del Centro Dramático Nacional no se cansa de ir cosechando un éxito tras otro. Tras los rotundos aldabonazos de El inspector o La loba, se ha presentado ahora el ciclo Escritos en la escena en el teatro Valle Inclán de Madrid. Se anunciaba en la programación Proyecto Milgram de la joven autora alicantina Lola Blasco. Serán unas escasas dos semanas las que durarán las representaciones, pero el éxito ya está plenamente asegurado. El ciclo comienza con magníficas perspectivas y augurios. Urge recomedar acudir a esta representación que va madurando mientras se representa. Ayer sábado se anunciaba una especie de fórum o coloquio tras la representación y fue eso lo que movilizó el ánimo de este viejo Dacio Gil a adelantar su asistencia: deshizo todos sus compromisos, intentó hacer compañeros de viaje y de audición y se dirigió raudo por la tarde a la plaza de Lavapiés. A nivel personal el tema no podía interesar más al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia como ponen en evidencia varias sucesivas entradas sobre el acoso institucional, los verdugos voluntarios, Eichmann, la forma de amar de las bestias y la servidumbre voluntaria, por poner sólo algunos ejemplos. Al viejo Dacio Gil preocupan el sufrimiento de las víctimas y los sistemas arbitrarios de castigo. Acaso no por pura casualidad la necesidad de acudir a Proyecto Milgram se acrecentaba en el viejo Dacio Gil por el hecho de llevar unos días recreándose en la lectura de la monumental obra de Mijaíl Bulgákov El Maestro y Margarita, que versa también, en clave satírica, sobre pretericiones humanas y literarias y sobre el embotamiento y aniquilación de todo un pueblo entero, con Caifás (es preferible que muera un hombre digno a que se desacrediten las instituciones de todo un pueblo) y Poncio Pilatos (¿no será Stalin?) siempre de referentes.
Habrá que retener el nombre de Lola Blasco como en su día hubo que hacer con Ernesto Caballero, pues apunta muy alto en la concepción de su obra, además de ser un prodigio en eso de ensamblar con asombrosa facilidad descargas cognitivas e intelectivas de las de verdad, de las que hacen pensar, de las que provocan la reacción y animan al compromiso. Tiene Lola Blasco una asombrosa predisposición mental a hacer fácil lo difícil, integrando en una cuidada obra arquitectónica precisos y frágiles elementos de fina relojería. Pero de relojería de calidad, nada de montajes de maquinarias chinas. En la obra se sincronizan más de seis planos de mensaje, desde el laboratorio norteamericano de Milgram hasta el tribunal de Jerusalén. Por Proyecto Milgram desfilan las ideas más actuales, fogonazos de Frans de Waal, de Philip Zimbardo, de Hannah Arendt, por supuesto de Stanley Milgram, de Kafka, de Montaigne de… Todo un mundo de sugerencias al alcance del espectador. Bien es cierto que la escritora teatral no se encuentra sola en su proyecto sino muy bien acompañada. Una magnífica puesta en escena: así, por ejemplo, está perfectamente resuelta la pluralidad de tipologías psicológicas de los intervinientes en el experimento de Milgram, con las rotaciones en una especie de juego como el que jugábamos de niños al que llamábamos, para entendernos, “ el que se fue a Sevilla perdió su silla”. En eso, como en otros muchos aspectos, se apunta un tanto el director Julián Fuentes. Es a los actores a los que les queda un papel más complicado en este acierto de los Escritos en la escena pues deben actuar indisolublemente unidos a su sombra teatral, el cuaderno. Esta pequeña limitación la resuelve cada cual perfectamente y con completa profesionalidad. Cada uno de los cuatro cobra un merecido protagonismo que eleva su caché alcanzando la gloria: el baile del "académico" Pedro el Rojo (R. Sacristán) que acompaña las tremendas reflexiones morales de Margarita (I. Rodes); la autoconciencia moral de la maestra Rosenberg (Delfín Casset) o la hierática banalidad del mal de Eichmann (P. Huetos), Todo en el montaje parece perfectamente ensamblado y sabiamente resuelto, a pesar de que todos los intervinientes en la obra reconocen que la experiencia de los Escritos en la escena es una obra abierta, siempre in fieri, nueve meses de gestación en hora y media de buen teatro. Lo cierto es que el espectador –salvada la inicial reserva de la sombra-guión que acompaña a cada actor- saca la conclusión de que se encuentra ante una obra perfectamente redondeada, un producto teatral terminado de alta calidad para ser representado en cualquier plaza de primer orden, un resultado completamente conseguido para disfrute de los espectadores más exigentes. Desde el logrado contexto musical (O. Villegas) hasta el fogonazo icónico que preside algunas escenas impactantes (la terrible banalidad del mal y ADN pueden leerse en una discreta lontananza icónica) todo está pulcramente concebido y presentado.
Y habrá que reconocer que no es nada fácil engarzar, ajustándose a lo realmente acontecido, el experimento de psicología social de la obediencia a la autoridad llevado a cabo por Stanley Milgram, pasando por las escenas del Monte Calvario entre Pilatos y Caifás hasta llegar al climax impactante de la declaración de no arrepentimiento del teniente coronel Adolf Eichmann en pleno tribunal de Jerusalén presentando su teoría de la obediencia debida a la autoridad. Su autoconciencia de idiota moral.
El viejo Dacio Gil juega con ventaja a la hora de destacar los elementos positivos de la obra Proyecto Milgram pues ha tenido el privilegio de asistir al coloquio con todos los intervinientes. Es claro que Lola Blasco tiene constatado que en el mundo actual proliferan los idiotas morales. En la obra no los demoniza sino que nos lo presenta delante mismo de las narices desprovistos de velos protectores, en su mayor obscenidad y en un contexto de avance científico. Apela a la capacidad cognitiva e intelectiva del espectador aunque deja constancia explícita a lo largo de la obra que son precisas actitudes de compromiso moral con las víctimas.
Frans de Waal viene hablando de empatía dentro de los avances en el estudio del comportamiento de los simios, una empatía sobre la que deberíamos extraer consecuencias los animales sedicentemente pensantes. Lola Blasco lo recuerda con la mención al fallido experimento alemán de descargas eléctricas en monos y orangutanes en el lejano Tenerife de 1914 y con la danza moral de Pedro el Rojo de Kafka. Stanley Milgram representó un avance en el estudio de la agresividad humana bajo influjo de la obediencia a la autoridad, tal y como recuerda el aséptico prospecto de mano de la obra. Lola Blasco, por su parte, toma a la ciencia de bata blanca como contexto pero desciende a las simas mismas de la condición humana en las organizaciones ya sean jerárquicas o flexibles. Aporta elementos para la reacción ética y moral y pone a disposición del espectador lo que el sistema (el monstruo amable) trata de escamotear a toda costa con bullangas inducidas y celebraciones futboleras.
Lola Blasco es ya un valor teatral seguro al que habrá de seguir con atención. Es el ciclo Escritos en la escena una opción teatral innovadora, didáctica, de futuro y de prospección de genios artísticos de primer orden. El Centro Dramático Nacional es una joya en manos de un ministro de cultura que hasta ahora parece un simple necio futbolero. Habrá que encomendarse a las divinidades para que desde la burocracia supérstite no dificulten la labor del CDN. El teatro Valle Inclán concita en torno a su programación gran cantidad jóvenes espectadores, tal como ayer sábado pudo constatar en vivo y en directo el viejo Dacio Gil al acomodarse en su butaca entre inquieta gente joven. Gente joven respetuosa con la autoridad que dimana de la auténtica cultura crítica y el buen saber teatral. Juventud que sabe hacer la disección de los argumentos de autoridad moral y del descarnado poder.
Ya lo anunciaba Carlos Cano en su canción La metamorfosis cuando se preguntaba ¿Qué gloria se reparte? ¿Qué será lo que dan, que hace perder el culo? Señor, ¡qué barbaridad!
Y más adelante se lamentaba: "¿Y ese chico de barba? De todo se ha olvidado, tiró por la ventana los sueños del pasado.
El mismo que decía: ¡compañero a luchar! en la gastronomía encontró su ideal.
¿Qué queda de aquel tiempo? ¿Qué fue de la ilusión? ¿Dónde está la esperanza de nuestra generación?
Entera a su servicio. No hay problema señor, para lo que usted guste, dispuesta, en posición.
Tiempo de los enanos, de los liliputienses, de títeres, caretas, de horteras y parientes.
De la metamorfosis y la mediocridad que de birlibirloque te saca una autoridad.
Es tiempo ya de invertir la metamorfosis y desenmascarar los juegos de autoridad que terminan en la banalidad del mal. En Lola Blasco hay un hontanar de enorme ilusión.
Ella es, a no dudar, una de las esperanzas de esta generación.
Cualquier medio es bueno para la reacción, pero ya no puede demorarse. Debe haber un llamamiento a las conciencias y al compromiso. El teatro ha sido siempre un buen medio para ello, tanto por su recogimiento y los pocos efectismos, como por la proximidad entre todos los intervinientes. De la misma forma que corren malos tiempos para el cine parecen ser extraordinariamente favorables para el teatro, que lenta pero inexorablemente viene recuperando a los jóvenes para la causa. Brotes verdes en el desierto moral (urdido por los gerontócratas del dinero) que nos asola.
En ese contexto adverso, la dirección del Centro Dramático Nacional no se cansa de ir cosechando un éxito tras otro. Tras los rotundos aldabonazos de El inspector o La loba, se ha presentado ahora el ciclo Escritos en la escena en el teatro Valle Inclán de Madrid. Se anunciaba en la programación Proyecto Milgram de la joven autora alicantina Lola Blasco. Serán unas escasas dos semanas las que durarán las representaciones, pero el éxito ya está plenamente asegurado. El ciclo comienza con magníficas perspectivas y augurios. Urge recomedar acudir a esta representación que va madurando mientras se representa. Ayer sábado se anunciaba una especie de fórum o coloquio tras la representación y fue eso lo que movilizó el ánimo de este viejo Dacio Gil a adelantar su asistencia: deshizo todos sus compromisos, intentó hacer compañeros de viaje y de audición y se dirigió raudo por la tarde a la plaza de Lavapiés. A nivel personal el tema no podía interesar más al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia como ponen en evidencia varias sucesivas entradas sobre el acoso institucional, los verdugos voluntarios, Eichmann, la forma de amar de las bestias y la servidumbre voluntaria, por poner sólo algunos ejemplos. Al viejo Dacio Gil preocupan el sufrimiento de las víctimas y los sistemas arbitrarios de castigo. Acaso no por pura casualidad la necesidad de acudir a Proyecto Milgram se acrecentaba en el viejo Dacio Gil por el hecho de llevar unos días recreándose en la lectura de la monumental obra de Mijaíl Bulgákov El Maestro y Margarita, que versa también, en clave satírica, sobre pretericiones humanas y literarias y sobre el embotamiento y aniquilación de todo un pueblo entero, con Caifás (es preferible que muera un hombre digno a que se desacrediten las instituciones de todo un pueblo) y Poncio Pilatos (¿no será Stalin?) siempre de referentes.
Habrá que retener el nombre de Lola Blasco como en su día hubo que hacer con Ernesto Caballero, pues apunta muy alto en la concepción de su obra, además de ser un prodigio en eso de ensamblar con asombrosa facilidad descargas cognitivas e intelectivas de las de verdad, de las que hacen pensar, de las que provocan la reacción y animan al compromiso. Tiene Lola Blasco una asombrosa predisposición mental a hacer fácil lo difícil, integrando en una cuidada obra arquitectónica precisos y frágiles elementos de fina relojería. Pero de relojería de calidad, nada de montajes de maquinarias chinas. En la obra se sincronizan más de seis planos de mensaje, desde el laboratorio norteamericano de Milgram hasta el tribunal de Jerusalén. Por Proyecto Milgram desfilan las ideas más actuales, fogonazos de Frans de Waal, de Philip Zimbardo, de Hannah Arendt, por supuesto de Stanley Milgram, de Kafka, de Montaigne de… Todo un mundo de sugerencias al alcance del espectador. Bien es cierto que la escritora teatral no se encuentra sola en su proyecto sino muy bien acompañada. Una magnífica puesta en escena: así, por ejemplo, está perfectamente resuelta la pluralidad de tipologías psicológicas de los intervinientes en el experimento de Milgram, con las rotaciones en una especie de juego como el que jugábamos de niños al que llamábamos, para entendernos, “ el que se fue a Sevilla perdió su silla”. En eso, como en otros muchos aspectos, se apunta un tanto el director Julián Fuentes. Es a los actores a los que les queda un papel más complicado en este acierto de los Escritos en la escena pues deben actuar indisolublemente unidos a su sombra teatral, el cuaderno. Esta pequeña limitación la resuelve cada cual perfectamente y con completa profesionalidad. Cada uno de los cuatro cobra un merecido protagonismo que eleva su caché alcanzando la gloria: el baile del "académico" Pedro el Rojo (R. Sacristán) que acompaña las tremendas reflexiones morales de Margarita (I. Rodes); la autoconciencia moral de la maestra Rosenberg (Delfín Casset) o la hierática banalidad del mal de Eichmann (P. Huetos), Todo en el montaje parece perfectamente ensamblado y sabiamente resuelto, a pesar de que todos los intervinientes en la obra reconocen que la experiencia de los Escritos en la escena es una obra abierta, siempre in fieri, nueve meses de gestación en hora y media de buen teatro. Lo cierto es que el espectador –salvada la inicial reserva de la sombra-guión que acompaña a cada actor- saca la conclusión de que se encuentra ante una obra perfectamente redondeada, un producto teatral terminado de alta calidad para ser representado en cualquier plaza de primer orden, un resultado completamente conseguido para disfrute de los espectadores más exigentes. Desde el logrado contexto musical (O. Villegas) hasta el fogonazo icónico que preside algunas escenas impactantes (la terrible banalidad del mal y ADN pueden leerse en una discreta lontananza icónica) todo está pulcramente concebido y presentado.
Y habrá que reconocer que no es nada fácil engarzar, ajustándose a lo realmente acontecido, el experimento de psicología social de la obediencia a la autoridad llevado a cabo por Stanley Milgram, pasando por las escenas del Monte Calvario entre Pilatos y Caifás hasta llegar al climax impactante de la declaración de no arrepentimiento del teniente coronel Adolf Eichmann en pleno tribunal de Jerusalén presentando su teoría de la obediencia debida a la autoridad. Su autoconciencia de idiota moral.
El viejo Dacio Gil juega con ventaja a la hora de destacar los elementos positivos de la obra Proyecto Milgram pues ha tenido el privilegio de asistir al coloquio con todos los intervinientes. Es claro que Lola Blasco tiene constatado que en el mundo actual proliferan los idiotas morales. En la obra no los demoniza sino que nos lo presenta delante mismo de las narices desprovistos de velos protectores, en su mayor obscenidad y en un contexto de avance científico. Apela a la capacidad cognitiva e intelectiva del espectador aunque deja constancia explícita a lo largo de la obra que son precisas actitudes de compromiso moral con las víctimas.
Frans de Waal viene hablando de empatía dentro de los avances en el estudio del comportamiento de los simios, una empatía sobre la que deberíamos extraer consecuencias los animales sedicentemente pensantes. Lola Blasco lo recuerda con la mención al fallido experimento alemán de descargas eléctricas en monos y orangutanes en el lejano Tenerife de 1914 y con la danza moral de Pedro el Rojo de Kafka. Stanley Milgram representó un avance en el estudio de la agresividad humana bajo influjo de la obediencia a la autoridad, tal y como recuerda el aséptico prospecto de mano de la obra. Lola Blasco, por su parte, toma a la ciencia de bata blanca como contexto pero desciende a las simas mismas de la condición humana en las organizaciones ya sean jerárquicas o flexibles. Aporta elementos para la reacción ética y moral y pone a disposición del espectador lo que el sistema (el monstruo amable) trata de escamotear a toda costa con bullangas inducidas y celebraciones futboleras.
Lola Blasco es ya un valor teatral seguro al que habrá de seguir con atención. Es el ciclo Escritos en la escena una opción teatral innovadora, didáctica, de futuro y de prospección de genios artísticos de primer orden. El Centro Dramático Nacional es una joya en manos de un ministro de cultura que hasta ahora parece un simple necio futbolero. Habrá que encomendarse a las divinidades para que desde la burocracia supérstite no dificulten la labor del CDN. El teatro Valle Inclán concita en torno a su programación gran cantidad jóvenes espectadores, tal como ayer sábado pudo constatar en vivo y en directo el viejo Dacio Gil al acomodarse en su butaca entre inquieta gente joven. Gente joven respetuosa con la autoridad que dimana de la auténtica cultura crítica y el buen saber teatral. Juventud que sabe hacer la disección de los argumentos de autoridad moral y del descarnado poder.
Ya lo anunciaba Carlos Cano en su canción La metamorfosis cuando se preguntaba ¿Qué gloria se reparte? ¿Qué será lo que dan, que hace perder el culo? Señor, ¡qué barbaridad!
Y más adelante se lamentaba: "¿Y ese chico de barba? De todo se ha olvidado, tiró por la ventana los sueños del pasado.
El mismo que decía: ¡compañero a luchar! en la gastronomía encontró su ideal.
¿Qué queda de aquel tiempo? ¿Qué fue de la ilusión? ¿Dónde está la esperanza de nuestra generación?
Entera a su servicio. No hay problema señor, para lo que usted guste, dispuesta, en posición.
Tiempo de los enanos, de los liliputienses, de títeres, caretas, de horteras y parientes.
De la metamorfosis y la mediocridad que de birlibirloque te saca una autoridad.
Es tiempo ya de invertir la metamorfosis y desenmascarar los juegos de autoridad que terminan en la banalidad del mal. En Lola Blasco hay un hontanar de enorme ilusión.
Ella es, a no dudar, una de las esperanzas de esta generación.
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