domingo, 31 de julio de 2011

ENVEJECIMIENTO INSTITUCIONAL.

No hace falta ser experto en la teoría del signo para reconocer que el diario El Mundo del día 29 de julio pasado da en el clavo con la amplia fotografía que inserta en la página 8. Y es más por la fotografía que por el insidioso texto del pie de foto tratando de desmerecer a Bildu sin venir a cuento jugando con los vocablos “nacional” e “investigación”. Cosas del lenguaje electoral subliminal de los periódicos.

Pero ciertamente la fotografía denota perfectamente los signos del régimen de Zapatero, de Rubalcaba y de todos quienes han involucrado durante todo este tiempo su responsabilidad solidaria según el artículo 108 CE. Además del resto de verdugos voluntarios; que voluntarios de ese tipo ha habido por arrobas aunque ahora se apresten todos, como ratas, a abandonar el barco. No sólo Zapatero…

En efecto, en la fotografía en cuestión aparecen con las manos entrelazadas Cristina Garmendia, Patxi López y Rafael Bengoa. Tres genuinos exponentes de una aristocracia del régimen que discurre, en sus privativos intereses, por vías muy distintas a las del resto de los mortales hispanos. Desde luego muy alejadas de los ciudadanos a los que dijeron representar cuando se postularon para gobernar con el apoyo de las clases populares. Vayamos por partes: don Francisco Javier López Álvarez es el prototipo de apparatchik, con un decurso personal, intelectual y profesional idéntico al del señor Blanco: nada por delante, todo por detrás; ni un mero diploma de nada serio; en el mismo aparato político desde bien pequeño con el riñon cubierto. Como otros y otras muchísimas sedicentes socialistas unidos en pareja, don Francisco Javier cuenta con altos niveles de ingresos para la unidad de convivencia familiar al estar unido a Begoña Gil, una extremeña licenciada en filosofía, que también ha venido nutriendo generosamente su economía de las ubres públicas, esta vez municipales. Todo dentro de la más pura ortodoxia económica y personal de la gente del régimen que representa el PSOE.

Cristina Garmendia Mendizabal, Ministra de Ciencia e Innovación es el paradigma del PSOE del siglo XXI. De apariencia más pepera que apolítica –pero compañera de viaje y negocios de familiares de Zapatero y del pretendido catch all electoral que trata de sucederle -, lanza su carrera desde el CSIC y no desde la universidad, lo que ya es significativo y revelador. Exponente máximo de los negocios de innovación (Junto a Carlos Martínez Alonso, el familiar leonés de Zapatero que hubo de abandonar una Secretaría de Estado de “la cosa” por la evidente incompatibilidad jurídica, económica, ética y moral de su cargo público con sus intereses económicos privativos), la ministra de San Sebastián no resiste una comparación honesta y seria en su vinculación con el sector que su ministerio regula y financia. Para entendernos: la ministra del sector es empresaria del ramo con empresa fuertemente subvencionada directa e indirectamente. Con su aspecto de burguesía tradicional vasca, parece que será sin duda -para intentar salvar los muebles o detener la hemorragia- cabeza de cartel electoral en aquella circunscripción. De ahí la fotografía. Por eso la apresurada búsqueda del signo.

Rafael Bengoa aporta la legitimidad de la expertise en el ámbito sanitario. Aúna su condición de consejero vasco de Sanidad. Pocos datos más se conocen de él en esta Tribuna Alta Preferencia. Consejero por el PSE, contribuye con su alícuota al núcleo del mensaje subliminal.

El tema que les ha unido el día previo al anuncio del adelanto electoral ha sido (¡oh casualidad!) el traspaso de fondos e inversiones estatales al País Vasco a través de un Centro Mixto denominado Centro Nacional de Investigación del Envejecimiento. El traspaso de fondos –de esos que se le pierden al CSIC durante años en la gestión del impuesto revolucionario a los fondos europeos I+D+I- recuerda a aquella apresurada engañifa preelectoral que fue la creación del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC), en Castilla la Mancha, en Ciudad Real más concretamente. Como todas les ingenierías electorales y todas las martingalas políticas, la publicidad electoral subliminal se recubre también en este caso –como en el extravagante caso de la caza científica- de un noble propósito: detener el envejecimiento, mantenernos a todos jóvenes y lozanos como luce la figura de la señora Garmendia, de natural bien vivida y mejor armada y conservada.

El viejo Dacio Gil, por propia sobrevivencia, gusta de investigar también a título personal sobre el envejecimiento. No puede ser de otra manera en el estado de adolescencia indultada en el que creía estar viviendo eternamente. Al descubrirse un día frente al espejo percibió que su sombra era más grande que su menguante cuerpo. Era la vejez que Joseph Conrad identificó en la cuarentena. Aquellos primeros cuarenta años en los que el viejo Dacio Gil se creía inmune al deterioro temporal. Ahora, abandonada ya incluso la edad tardía, sigue tratando de comprender los misterios del envejecimiento, y lo hace sin la abundancia de medios públicos y privados con que lo viene haciendo el tándem Martínez-Garmendia en el ámbito de la farmacobiología. Lo hace más en el plano humano, salvando las distancias, como lo hizo Schopenhauer anotando todas sus reflexiones en Senilia, o como Yasunari Kawabata cuando poetizó el elixir de la juventud ingerido por la torpe senilidad del viejo, o como, paso a paso, trata de observar el proceso de fría entropía personal Vicente Verdú en sus reflexiones mediáticas. Sin ayudas, sin fondos públicos, sin subvenciones, sin I+D+I, sin farmacopeas g(e)nómicas, sin toda la parafernalia, en fin, de la que generosamente han contado la señora ministra y sus socios para cobrar ventaja en la carrera de la farmacia anti-aging. Una parte del estudio del pastel de la pretendida inmortalidad se anuncia ahora que se radicará en San Sebastián, para hacer una suerte de competencia al CNIO de María Blasco en la carrera de la investigación de los telómeros. Las eternas riñas y disputas de la tribu científica en pro de sus descubrimientos accidentales cuando no inconcretos o falsarios.

Stendhal apuntó que la vejez (que el suizo Beyle cifró en aquellos cincuenta años, a los que el viejo Dacio Gil divisa en una lontananza retrospectiva) era el momento de recordar todos los amores. Más o menos en la línea mantenida por Giuseppe Pontiggia cuando hace desaparecer al protagonista de Larga noche, harto de lo que denomina “desafortunados consensos” matrimoniales, para refugiarse cada noche en casa de una antigua amante para recordar –y no entregarlos al doloroso olvido- los momentos de pasión vividos; utilizando el recuerdo y la memoria como si de una alternativa se tratase entre la huída vital o la muerte segura. Kawabata, en un pasaje de la magistral la casa de las bellas durmientes, identifica en el momento principal de la vejez de una mujer inteligente antes de morir el recordar e imaginar cuántos centenares de hombres la habrían besado. La vejez y su rastro indeleble en la mejor literatura. Sobre la dimensión temporal de los besos se volverá en breve en un próximo post, pero ahora es pertinente intentar comprender –si ello fuera completamente posible- aquel futuro cada vez más próximo de la senilidad.

Con ese señuelo de impedir la visita de la Vieja Dama se ha producido una transferencia de fondos públicos al País Vasco, por parte de la diversificada empresaria genómica señora Garmendia. Nadie parece haberse escandalizado del solapamiento de ámbitos que ya afectó al familiar científico de Zapatero. Nadie parece haber reparado que estábamos ya en campaña electoral para salvar los muebles. Unos muebles -de IKEA, ergo Low cost- en los que no queda ni una sola siquiera de las joyas de la abuela, saqueadas todas mientras la nonna se encontraba aún de cuerpo presente, prevaliéndose los malhechores de nocturnidad, alevosía y allanamiento de morada. El tiempo y los ciudadanos deberían hacer indefectiblemente justicia. ¡Ojalá se pudiese lograr que se largasen todos!

No, el nuevo Centro Mixto no será un centro para investigar los sentimientos, ni el amor a edades limítrofes, ni de caricias, besos ni dependencias. Terminará siendo lo que cualquier viejo inteligente columbra que será: A lo sumo un centro de referencia (un caballo de Troya) para que la industria farmacéutica genómica siga contando con posibilidades privilegiadas. Verbigracia, puede que verse sobre tioles, F2-isoprostanos, pruebas hormonales en la saliva o pruebas de estrés (no bancario) en busca de cortisol. En el mejor de los casos, para justificar las inversiones, puede que se haga que se indaga sobre los efectos de las dopaminas y las células gliales y otros neurotransmisores en el envejecimiento cerebral. El viejo tema –nunca mejor traído en materia de envejecimiento- de los antioxidantes. Dacio Gil, en su calidad legítimamente adquirida de matusalén, ya se ha posicionado sobre esto y, viendo -como ve- las orejas al lobo, se inclina más por el amor que por la química. Por indagar en los sentimientos y las emociones más que en los preparados específicos farmacéuticos (patentados ya o patentables) que terminan siendo genéricos. Opción investigadora personal más por deformación profesional humanística que por otra cosa: intentar comprender al ser humano en el sic transit gloria (in Scentia) mundi.

Mientras tanto, el viejo Dacio Gil, esperará a que verdaderamente llegue la entrada en funcionamiento efectivo del Centro Nacional de Investigación del Envejecimiento para comprobar si sólo era una forma más de atrapar fondos y vincular inversiones futuras. Si se trataba de un reducto para poder ser manipulado por la ministra cuando sea ya ex, para seguir la tradición de la más rancia familia científica franquista. En el ínterin el veterousufructuario de la Tribuna Alta Preferencia aguardará ávido también el efectivo desalojo electoral de estos embaucadores bajo falsa veste de socialdemócratas. No sólo Zapatero, evocando el plástico titular de Robert Galatelly. El efectivo desalojo se muestra como prerrequisito necesario para la imprescindible ulterior regeneración completa de este régimen a la deriva: Tras el ¡Que se vayan estos! habrá de seguir con el ¡Que se vayan todos! Pero todo a su debido tiempo procesal oportuno, como gustan decir ellos mismos dentro de lo que denominan "el lenguaje culto".

La vejez no puede estar reñida con cierta utopía de raíz humanística, por eso el viejo Dacio Gil permanecerá a la espera de un vuelco electoral, del surgimiento de una suerte de patriotismo social y moral que nos permita superar el equivalente moral –y económico- a la guerra que nos han impuesto para hacer tabla rasa de derechos y conquistas sociales.

Aguardará Gil leyendo a Schopenhauer e intentando cambiar la perspectiva temporal para lograr ese equilibrio que proponen Philip Zimbardo y John Boyd para la gestión del tiempo por venir. Podría intentar esperar escuchando las últimas canciones de Aute, pero ha decidido recuperar para tan oportuna audición qué más quisiera yo, una de las también últimas canciones de José Luis Perales, un autor -entonces barbudo- al que el viejo Dacio Gil conoció en la época más rebelde, hace muchos años ya, en las noches desveladas, esperanzadas y alegres de aquel Drugstore de la calle Fuencarral de Madrid:

Qué más quisiera yo que mis sueños de ayer
hoy fueran nuevos
y encontrarle sentido a una nueva batalla
para luchar por ellos.

Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que mi última canción hoy fuera la primera.
Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que este otoño que hoy vivo fuera primavera.

Que mi certeza fuera sólo dudas
y que mi noche oscura, luna llena.
Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que este otoño que hoy vivo fuera primavera.

Qué más quisiera yo que mi primer amor
hoy fuera nuevo
y poder arrancarlo de ese rincón del alma
dónde se fue durmiendo.

Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que esta piel que hoy marchita fuera piel de seda.
Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que esta noche contigo fuera la primera.

Que mi seguridad fuera aventura
y que mi madurez, adolescencia.
Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que mi última canción hoy fuera la primera.
Qué más quisiera yo, qué más quisiera
que este otoño que hoy vivo fuera primavera.

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