domingo, 24 de julio de 2011

LA FISTA DE LOS JUECES: EL AMOR EN KLEIST Y EN ERNESTO CABALLERO.

Cada representación que vuelve a ver el viejo Dacio Gil de La fiesta de los jueces por la Compañía El Cruce –y ha de reconocer que se ha hecho ya su más fiel supporter- se hace más hondo el convencimiento de que Caballero es un genio del arte del teatro: se evidencia su inmenso amor a la escena y al ser humano, sin la animalización (animales con aspecto humano) que prolifera por doquier. Vale reconocer que se ha sabido rodear de un elenco de números unos en el reparto, pero es que no es tan fácil una puesta en escena tan actual, tan vibrante y tan humorística. No podemos engañarnos: Ernesto Caballero es pura excelencia. Un número uno. El Pedro Almodovar del teatro. Como también lo son los ocho primeros actores de los que se ha sabido rodear. Santiago Ramos es un animal escénico de primerísimo orden, magnífico hasta en la morcillas que improvisa cuando surge alguna contingente crisis inusitada. Juan Carlos Talavera participa asimismo de la excelencia (sus capotazos previos a tomar asiento en el estrado del juez inspector son la guinda de un espléndido actor, de un José Tomás del arte escénico) con una interpretación inobjetable. Los dos Jorges M alcanzan también momentos cimeros (Martín como secretario ambicioso y magistrado de cuarto turno; Mayor en sus círculos obcecados como Ruperto despechado y como sindicalista judicializado). Silva Espigado, en su brillante papel, presenta una asombrosa similitud con una famosa fiscal de la vida real esposa a su vez de un magistrado estrella, hoy exjuez. Rosa Saboini excelente en el papel de magistrada achispada y desinhibida por un lado y delatora de Lucifer por otro. Karina Garantivá aporta, clavando su personaje, la juventud, la frescura y la marcha de la que tanto carece la solemne magistratura. ¿Qué decir de Paco Torres? Que sencillamente se sale del papel que representa. Resulta imposible poder pensar que no provenga de la carrera judicial con sus clavelitos, su facultad de San Bernardo y su esposa bien vivida. Un actorazo de carácter.

Quien quiera reír a mandibula batiente mientras su cabeza reflexiona sin encallar en el cogito interruptus que no deje de asistir a la representación de la fiesta de los jueces, que todavía puede verla en el teatro Marquina de Madrid dentro de los veranos de la villa. El viejo Dacio Gil ha pulsado opiniones diversas pudiendo constatar que la mayoría de los interrogados se decantan por volver a verla para saborear todos sus múltiples matices. Es merecida la repetición. Bien la merecen ocho actorazos al cual mejor y el más brillante director del momento, así como una “especular” puesta en escena, sinónimo fiel de espectacular. Una representación repleta de sorpresas, de ironía, de sátira, de desnuda verdad. Y de humor, mucho amor… El amor que siempre acompaña al humor.

En este encomio, el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia no puede olvidar a su admirado Heinrich von Kleist, un romántico de la justicia justa (su obra Michael Kohlhaas debería estudiarse en primero de Derecho en todas las autonomías). La fiesta de los jueces bebe en la brillantez de el cántaro roto que -no por casualidad- se representa en la actualidad en toda Europa como reflejo de la borrachera judicial-democrática que recorre Occidente.

A Heinrich von Kleist no lo reconocieron como genio sus coetáneos. Eso le dolió al funcionario poeta, aunque no en exceso. Se sabía amado por Henrietta Vogel y abrazado a ella se marcharon ambos para mantener intacto su amor.
Adolfina Sofía Enriqueta compensó con su carta los sinsabores sociales de Enrique. En vez de requisarle las cartas como hizo Dolores Armijo a Mariano José de Larra, el reconocimiento amoroso de la Vogel quedó para siempre junto a ellos en su partida: enumerados todos los extremos de su amor en esta carta datada en noviembre de 1811, apenas horas antes de su eterno viaje compartido:
Mi Heinrich, mi dulce música, mi arriate de jacintos, mi aurora y mi crepúsculo, mi océano de delicias, mi arpa eólica, mi rocío, mi arco iris, mi niñito en las rodillas, mi corazón bienamado, mi alegría en el sufrimiento, mi renacimiento, mi libertad, mi esclavitud, mi aquelarre, mi cáliz de oro, mi atmósfera, mi calor, mi pensamiento, mi más allá y mi más acá deseados, mi adorado pescador, consuelo de mis ojos, mi más dulce preocupación, mi más bella virtud, mi orgullo, mi protector, mi conciencia, mi bosque, mi esplendor, mi espada y mi casco, mi generosidad, mi mano derecha, mi escala celestial, mi San Juan, mi caballero, mi dulce paje, mi poeta puro, mi cristal, mi fuente de vida, mi sauce llorón, mi amo y señor, mi esperanza y mi firme propósito, mi constelación amada, mi pequeño cariñoso, mi firme fortaleza, mi dicha, mi muerte, mi fuego fatuo, mi soledad, mi hermoso navío, mi valle, mi recompensa, mi Werther, mi Leteo, mi cuna, mi incienso y mi mirra, mi voz, mi juez, mi dulce soñador, mi nostalgia, mi alma, mi espejo de oro, mi rubí, mi flauta de Pan, mi corona de espinas, mis mil portentos, mi maestro y mi alumno, te amo por encima de todo lo que hay en mi pensamiento. Mi alma es tuya.

Henriette

P.S. Mi sombra al mediodía, mi fuente en el desierto, mi madre amada, mi religión, mi música interior, mi pobre Heinrich enfermo, mi cordero pascual, suave y blanco, mi puerta al cielo

La Fiesta de los jueces. ¡No dejen de verla! Se arrepentirán si dejan pasar la ocasión de sentir cercana la inmortalidad.

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