sábado, 9 de julio de 2011

EL 17, HERMANO, EL 17.

(A Palomita, un terremoto de cariño y de amor. También dedicado a Jose por ajustarse tan cabal al Juramento mutuo y por otras muchas cualidades humanas).

Desde que hace cerca de cuatro años apareciera el libro de Paolo Giordano, todos sabemos algo más de aritmética, de uniones especiales frente a la soledad, de enfermedad y de amor. También de amor. Las cualidades del número 17 ocupan lugar preeminente en el decurso de Mattia y Alice (así como también de Viola y de Fabio), los protagonistas de la novela La soledad de los números primos. Y por obra y gracia del impacto del libro del joven autor de Santo Mauro Turinese (Turín) hemos llegado a saber que el número 17 –al igual que ocurre en España con el 13- en Italia es considerado gafe en base a una degeneración del latín. En efecto, de no haber degenerado la expresión “he vivido” (devenida en “estoy muerto” sin mucho soporte científico) el número 17 (VIXI en el latín antiguo) no sería reputado hoy con esas connotaciones negativas. Pero eso es sólo en Italia. Hasta donde alcanza el conocimiento del usufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia, el 17 tiene características excepcionales.

El viejo Dacio Gil ha tenido la oportunidad de asistir recientemente el fulgor y el hechizo del número 17. Antes no había prestado la menor atención a la cifra, más allá de su inclusión en el anecdotario. Al recapitular una vida ha comprobado que ésta estaba presidida por el 17. Ha sido a través de una pareja de enamorados que han llevado a cabo su vida singular (la vida cotidiana, tan acechada de sinsabores e infortunios) dentro del tráfago plural del universo, pues no en vano el amor en la pareja es una especie de calmosa barca que progresa en medio de mares y océanos varios, a veces embravecidos. Aunque mejor sería decir que lo han hecho a bordo de una caravana transitando autopistas, caminos y carreteras principales y hasta secundarias. Una caravana encantada en la que cada uno de los dos partícipes ha desempeñado el papel propio de la especialización que caracteriza a las sociedades bien organizadas. Podría decirse que ha sido –y seguirá siempre siendo- la caravana del amor que inmortalizasen los Housemartins, cuya letra cuadra perfectamente con la itinerancia vital de Paloma y Jose. De Jose y de Paloma. Siempre preparados, siempre dispuesta su generosidad con todo el mundo, pero especialmente con los más jóvenes. Juntos han transitado desde la montaña más alta hasta el valle más profundo. Desde los lagos escoceses a Estambul, pasando por toda Centroeuropa o por USA. Ciudadanos del mundo y de la solidaridad. Ciudadanos nada indiferentes, siempre involucrados, derrochando desprendimiento.

Formando una sociedad de colaboración más extensa que la que requiere la estrictamente conyugal, siempre se han hablado y escuchado. Puro imperativo de adopción de decisiones “on the road”, necesariamente siempre consensuadas para no errar la dirección. Desde casi adolescentes se han compenetrado, discutiendo cada paso a dar, cada ruta a emprender. Prueba evidente ha sido el llevar hasta sus últimas consecuencias el juramento (Nuestro Juramento) que ambos habían contraído después de muchas horas de hablar sobre las etapas esenciales del ser humano en esta vida: el nacer, el amar y el morir. Mucha gente nace y muere con un paréntesis de anodina soledad compartida. Otros muchos jamás conocieron el amor en su manifestación más plena (aunque esa plenitud sea siempre subjetiva). Otros creen haber cumplido las etapas sumidos en el silencio autoimpuesto. Paloma y Jose han ido acomodando su existencia al trabajo diario y al hacer frente a las responsabilidades familiares, al modo que lo hace una sociedad bien organizada: deliberando y especializando sus papeles. En los logros y en las adversidades que se iban presentando. Siempre con optimismo y decisión. Con esperanza. El resultado ha saltado a la vista siempre, pero muy especialmente cuando la cruel enfermedad del cáncer se ha cebado con Paloma hasta arrebatarnos su enérgica compañía. Ha sido en ese momento cuando el compañero infatigable y leal se ha elevado cual Pericles, como Miguel Hernández (A las aladas almas de las rosas.../de almendro de nata te requiero,/que tenemos que hablar de muchas cosas,/compañera del alma, compañera), como André Gorz (hace más de veinticinco años que vivimos juntos y te amo más que nunca) contribuyendo a la canción funeral, a la elegía más emocionante que el viejo Dacio Gil haya escuchado nunca en una ceremonia civil de despedida. O, mejor aún, como Max Frisch. Habiéndose cuidado Jose de recordarnos que no es que vayamos a echar de menos a Paloma en sus múltiples manifestaciones, sino que los innumerables recuerdos compartidos permanecerán indelebles en todos los que admiramos en vida su arrojo y veracidad directa. Los presentes en esa sensible ceremonia terminamos embargados todos por la emoción de un Memorial tan respetuoso con todas las creencias a la par que leal, cabal y transparente del alma de Paloma. El viejo Dacio Gil corroboraba que se hacía patente en él la idea fuerza de aquél soneto I (Alegría) de José Hierro:
Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en el reino triste,
Un misterioso sol amanecía.



La canción Caravan of Love de los Housemartins impresiona, sobre todo cantada a capella. En una de sus estrofas más o menos dice: soy tu hermano/ soy tu hermano o es que no lo sabes/ ella es mi hermana/ ella es mi hermana o es que no lo sabes. Sólo un hermano, en el sentido más amplio pero a la vez más estricto de la acepción, puede sentir irrestrictamente –incluso en el matrimonio, como hermanos, como compañeros del alma- el amor en su dimensión más humana. Desde cerca. Y para ser hermano no es necesaria la consanguinidad como recientemente ha recordado la película del venezolano Marcel Rasquín que lleva por título Hermano. Un bellísimo canto de solidaridad humana por encima de cualquier circunstancia o avatar. Tal como se encargaba de demostrar a diario Paloma considerándonos a todos sus hermanos. Prodigándo sin distinción un amor sin intermediaciones, sin paños calientes, entregado en corto y por derecho.

Paloma era, como Daniel -el protagonista de la película-, una jugadora excepcional, un ser humano pleno; una Messi del cariño y la solidaridad. Quería el triunfo no para ella sino para sus hermanos. Para todos sus hermanos, sin indagar en los libros de familia y sin martingalas jurídicas de líneas de parentesco y grados de consanguinidad.

Ah, que no se me olvide: Paloma siempre jugó, por decisión propia, sus múltiples partidos llevando el 17 en el dorsal.

Por eso llevarás siempre la camiseta con el número 17. Hermana.

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