miércoles, 2 de marzo de 2011

ELOGIO DE LOU: AMOR A LA VERDAD; AMOR DE VERDAD (y II).

El estado de salud del sistema de convivencia (no sólo económica) bajo el que los individuos nos encontramos sepultados se pulsa fácilmente en el consumo: en la cesta de la compra diaria, en los periódicos, en los bonos “pilates” y, por supuesto, en las librerías. En las buenas librerías, naturalmente; no en las expendedurías de productos de regalo que jamás se leen. Cualquier aficionado o experto en humanidades y ciencias sociales que conozca Buenos Aires sabe que recorriéndose las librerías de las calles Corrientes o Santa Fe tiene una visión panorámica de las preocupaciones de la sociedad en cada momento. Tal cosa ocurre también en las buenas librerías de la capital de España o de cualquier capital de provincias.

El viejo Dacio Gil de vez en vez se deja caer por esas buenas librerías y corrobora en propia persona la teoría expuesta más arriba. Sin ir más lejos, en las últimas apariciones ha comprobado que la preocupación editorial se concentra en muy concretos temas: las bases de la concepción libertaria o el decurso de la idea a través de ilustres anarquistas patrios; la recuperación de todos los trabajos de Schopenhauer; los usos, principios o evolución del pesimismo; también se aprecia una proliferación de ediciones sobre el amor. Recientemente la extraordinariamente bella e inteligente Lou Salomé recomendaba el librito de Alain Badiou que este veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia obligado es que también recomiende a su vez.

Por razones diversas que no vienen al caso –pero que el atento seguidor habrá captado ya- el viejo Dacio Gil busca y rebusca noticias librescas sobre Lou Salomé y Hannah Arendt, para lo que escarba en contracubiertas e índices de los volúmenes expuestos para ser publicitados. Y hete aquí que encontró rastros en el último libro del catedrático de filosofía contemporánea de la UAB Manuel Cruz, último premio Espasa de ensayo 2010 de sugerente título Amo, luego existo. Los filósofos y el amor. Eran 24 páginas sobre Lou (en su relación con Fritz Nietzsche) y 31 páginas sobre el amor de la pupila, Hannah Arendt, y el maestro Martin Heidegger (precisamente recuperado por Peter Sloterdijk en su último libro Ira y Tiempo). Como puede imaginarse, las pulsaciones del viejo Gil se elevaron como si acabase de terminar una media maratón y el aumento de la temperatura corporal hizo que transpirara tanto que a punto estuvo el libro de escurrírsele de entre las manos. Eran los síntomas de este enamorado Gil que de poco sirve ya para el verdadero y completo amor aunque cada vez lo considera un elemento esencial para la vida, como antídoto de la muerte anunciada. Como juvenil amante, el viejo Dacio Gil rebuscó en sus bolsillos los 19.90 euros para llevarse una parte de sus amadas bajo el brazo, como don Alejandro –en aquel entonces soldado distinguido- buscó las pesetillas con las que (don Alejandro siempre fue un señor hasta en las situaciones más adversas) invitar a aquella mujer que desbarató su corazón y a sus amigas. Situaciones como las descritas sólo las puede entender quien verdaderamente haya sentido el impulso del amor irrefrenable, del flechazo. No caben en este campo ni la buena voluntad interpretativa ni el mejor método hermenéutico. Turbación. Encontrarse más y más turbado, tal como recordaba Eduardo Aute recientemente.

Tardó algún tiempo el viejo Dacio Gil en confesarle a Lou el hallazgo del espejo en el que se reflejaba su relación con el autor de La gaya ciencia (Lou sabe del sentimiento hondo que el viejo Gil profesa a la Arendt, pero comprende las bases y los límites de ese sincero compromiso emocional con la investigadora de la condición humana y de la malignidad organizada; no siente celos, la mujer amada por todos los hombres no ha sido nunca prisionera de los celos). Cuando por fin se atrevió a hacer la revelación, Lou no mostró ni sorpresa ni extrañeza: con su sempiterna dulce sonrisa eterna se limitó a señalar que el libro se había basado en otro francés cuyo título más o menos sería “Los filósofos y el amor. Amar, de Sócrates a Simone de Beauvoir” (Aude Lancelin, Marie Lemonnier les philosophes et l’amour. Aimer, de Socrates à Simone de Beauvior. Plon, 2008) y que, además, Cruz ha incorporado, sin citar la fuente, argumentos empleados por Badiou.
Lou no se excusó por lo que el libro dice, pero se notaba que ella entendía que aportaba apenas nada novedoso. Ni siquiera cambió el rictus al conocer que Cruz dice que fue “una mujer rodeada de hombres”, o cuando, con cierta ligereza, afirma también que “se conoce que era masculina por excesiva, su poderosa inteligencia o su firme voluntad, que mutaban, por culpa de su género, en defectos: la llevaban a ser exageradamente egocéntrica e indiferente a los sentimientos de los demás.”

El capítulo se titula ¿Cómo puedes ser tan egoísta? Nietzsche y Lou Andreas Salomé: vivir en un edificio cuarteado. Presenta a Nietzsche con una acusada tendencia a la soledad y con “problemas para las relaciones humanas: inhibición, distanciamiento y falta de compromiso.” En esas coordenadas, añadidas al supuesto egocentrismo e indiferencia a los sentimientos ajenos de Lou, se adivina desde el inicio la tesis que mantendrá Cruz. Sin embargo la conclusión no será exactamente esa, como se verá.

Se destaca que el filósofo sajón se entusiasmó literalmente con Lou (“es sagaz como un águila y valerosa como un león”; “creo que la única diferencia que hay entre nosotros es la edad”; “es la más inteligente de las mujeres”; “nuestras inteligencias y gustos son profundamente afines”; “posee una increíble firmeza de carácter y sabe perfectamente lo que quiere, sin preguntarle al mundo y sin preocuparse de lo que el mundo piense”) y que le embargó una profunda decepción cuando Lou le reconoció que no quería ser, no sólo su esposa, sino su discípula, ni su heredera. El filósofo creyó haber encontrado en Lou su confidente perfecta, un ser semejante y cuando Lou reconoce que ella no es modelo para nadie y que quiere formar su propia vida en libertad (“no represento ningún principio, sino algo más maravilloso, algo que uno lleva dentro, algo vivo, cálido, que grita de alegría y que pugna por salir”) el genio se decepciona y espeta a su amada aquello de“ en usted está ese impulso a un santo egoísmo”. Sin embargo, Cruz no culpabiliza a Lou de la decepción del gran filósofo de la modernidad sino a la dificultad para amar de éste. Se trataría de dos mundos que se atraen, que incluso coquetean (¿se llegaron a besar o no? ¿consumaron su amor en Montesacro?, Lou nunca lo aclara) pero que chocan en su particular “egoísmo” (ambos se imputan egoísmo: él adjetivándo el de ella de “santo”; ella advirtiendo que el egoismo de Fritz era de “gran estilo”).

Cruz afirma que no se trata de que Lou fuese el “amor imposible” de Nietzsche, sino que se trataría de que el amor mismo para el filósofo habría acabado por ser un imposible vital y conceptual. Concibió el amor como un espejo de sí mismo y eso le alejó del verdadero amor: “nosotros” (o el Dos en la concepción de Badiou). Ocupado en otras reflexiones filosóficas muy elevadas, Nietzsche tal vez olvidó que Lou existía por ella misma y si en vez de intentar hacerla una continuación de su vida de brillante filósofo y de su propia inteligencia la hubiera convertido en su ideal de transformación ("el ser del otro") de su vida vivida y por vivir humana, demasiado humana (no sólo mental), tal vez hubieran podido consumar un matrimonio del tipo convencional basado en cierto afecto rayano con el amor. Aunque, conociendo a ambos desde la perspectiva histórica que ahora conocemos, nadie hubiera podido garantizar que no fuese el “matrimonio de conveniencia” al que aspiraba Fritz. O una manifestación modificada del perdurable matrimonio que nuestra musa mantuvo, sin haber encuentro, con Friedrich Carl Andreas.

Lou sonrió cuando el viejo Dacio Gil torpemente le leyó las páginas escritas por Cruz. Eso sí, reconoció que, despojado de ciertas adherencias carentes de salvoconducto, la lectura del libro debe recomendarse dentro de una discusión más amplia sobre el amor: mucho mejor amar que odiar. Aunque el dicho popular mantenga que “quien bien te quiere te hará llorar”. Frase no del todo exacta analizada la amplia vida relacional de Lou.

No hay comentarios:

Publicar un comentario