Lleva cuatro días descentrado el viejo Dacio Gil y mira que intenta con denuedo acomodar sus hábitos y biorritmos al cambio horario europeo. Por fin ha acompasado a la nueva hora los diferentes relojes y despertadores desperdigados por su vivienda. A decir verdad no consigue comprender ni el alcance ni las auténticas razones de una medida que produce disonancias en el sueño, en el estómago, en el hambre, en el despertar, en el humor y hasta en el sistema cognitivo de este viejo transido de cansada vejez. Debe de ser que el veterousufructuario de la Tribuna Alta Preferencia ha envejecido demasiado deprisa en estos 10 últimos años, pero no encuentra razón alguna para ensalzar a la élite burocrática europea tan alejada de los hábitos festivos de la realidad horaria mediterránea: ¡Bienvenidos al sur!.
Al menos antes, cuando nos llovían las ayudas FEDER y otras subvenciones camufladas, había que callar sobre la burocracia aristocrática europea, pero ahora que todo son regañinas y recortes: sigamos la teoría de Fernado Fernán Gómez y gritemos fuerte ¡a la mierda! Que nos dejen mantener nuestros hábitos mediterráneos y la peculiar improvisación lumínica que nos caracteriza a los vejetes y a los niños de acá y allá del mar mediterraneo. Es comprensible que quienes están cada semana en los aeropuertos quieran unificación y subversión horaria, pero para quienes jamás hemos salido, como Proust, de nuestra pequeña habitación con diminuto balcón (casas del Instituto de la Vivienda de los años 60) los constantes cambios horarios sólo nos hacen agujeros en el cuerpo y en el alma.
Ni los evolucionados bosquimanos de quienes descendemos, ni los primates evolucionados más lentamente –de los que también descendemos- hubieron nunca de recurrir a modificar el curso natural de las jornadas de caza, de pastoreo o agrícola y recolector. Si, si aquellos que se comunicaban con un lenguaje sencillo (el khoisán) y se entendían nada menos que ¡a besos! (El País 13.3. 2011). Según los datos de Brenna Hennn de la Universidad de Stanford, no necesitaron de burocracias opresoras ni aristócratas de la luz y las bombillas de bajo consumo. Sin embargo, hace unos años algún lobby energético coló de estraperlo esta medida de ajuste horario solar en Bruselas o Estrasburgo sin reparar en que las poblaciones de los países mediterráneos estaban muy agustito con la proyección natural del ciclo solar en sus vidas. El mercado siempre coloca sus presiones suasorias sin reparar en los damnificados. Ya es hora de cuestionarse lo establecido. Hay que imaginar las cosas de forma diferente.
El viejo Dacio Gil huye por lo general de toda propaganda o publicidad. Está harto de las imágenes de Gasol o Nadal anunciando bancos o coches. Está harto de los reclamos consumistas de mujeres 10, o -como gusta decir Cuca- "de plástico"; ambas inalcanzables para un humano normal que cuente con escaso capital económico o simbólico. Pero, como ya ha dejado constancia el viejo Gil en este blog, intenta destacar los anuncios que refulgen por su inteligencia y veracidad, siquiera relativa. Es el caso de Hyundai que ha cambiado el reclamo iconográfico del polícromo tenista Nadal o la larguísima y distinguida sombra de Gasol por un bello amante que parece, en blanco y negro, apaciblemente acurrucado en lo que se intuye un cálido abrazo. La imagen del amante es la de un chimpancé –o acaso un bonobo- presidido por el lema ¿Aún piensas que las bestias no aman? Y una apostilla al pie de la imagen: Otra forma de pensar es posible. Ya es hora de cuestionarse lo establecido. En Hyundai pensamos que para que todo evolucione, hay que imaginar las cosas de forma diferente. Sólo así conseguiremos hacerlas como nadie las ha hecho hasta ahora.
No hace falta ser Umberto Eco, Abraham Moles o cualquier otro reputado semiólogo para captar la excelencia semiótica y la sugerencia intelectual de esta acertada línea de publicidad. Hace pensar en tres niveles de plena actualidad: 1) Porque soplan vientos de radical necesidad de cuestionamiento de todo lo establecido y de la teología económica del desastre. No hay más que constatar el fulgurante éxito del panfleto de Stéphane Hessel y la incapacidad de la sala del Instituto Francés de Madrid para poder albergar a tanta gente deseosa de escuchar,cual cantante de moda, al joven-viejo desobediente francés. 2) La crisis del etnocentrismo basado sólo en determinadas clases de humanos y el auge de la etología. 3) La necesidad de centrar nuestra actividad en profundizar en los sentimientos en general y en el amor en particular.
A regañadientes vamos aceptando los humanos –más allá del “contrato animal” de respeto a nuestras mascotas- que los animales desarrollan y observan reglas sociales y mantienen conductas morales. Desde los legendario estudios de Konrad Lorenz sobre la agresión –quien haya sufrido Mobbing sabe de la valía de los estudios de Lorenz y su transpolación a ámbitos tan sedicentemente humanos como la oficina o la escalera- se ha constatado la similitud de comportamientos entre hombres y animales. Frans De Waal, de la Universidad de Emory, tiene sentado que los chimpancés tienen comportamientos morales, de consolación con los perdedores, en los que se aprecia un alto grado de empatía y superior nivel de conciencia. Afirma que los grupos de primates disponen de normas sociales (protocolos de reconciliación) que pueden asemejarse a la justicia y el derecho. Ciertos primates tienen evidentemente emociones que van más allá de la reconciliación. Y puede que también dentro de esos colectivos existan filósofos de la moral con ascendiente ético sobre el grupo. Y hasta jueces y científicos.
El mismo De Waal, junto Amy S. Pollick ha registrado la actividad de los dos hemisferios cerebrales en 13 bonobos y 34 chimpancés, combinando signos a modo de lenguaje. Constatan que cuentan con interés sexual (desmedido en los enanos de esas especies). Estos investigadores describen signos de “manoseo” (llegan a distinguir entre magreo “hippy” y “yuppi”) y de seducción visual, de voz y movimientos faciales. Han descrito hasta 7 categorías conductuales, que van desde la invitación al juego al intercambio de información sobre locomoción. Está comprobado que los chimpancés incluso superan a los humanos en ciertas tareas de memoria. Hoy es aceptado que loa chimpancés tienen emociones y cultura tal y como se reflejó en el simposio La mente del chimpancé celebrado en Chicago en 2007.
Podría el viejo Dacio Gil demorarse evocando la “reserva cognitiva” de los chimpancés, pero para no hacer fatigoso este post remite al eventual lector al libro de Frans de Waal el mono que llevamos dentro (Tusquets 2007).
Cuando los chimpancés dan pruebas de “excedente de capacidad cognitiva”, los humanos nos agredimos lentre todos por los intereses de unos pocos; nos cargamos deliberadamente instituciones como la seguridad social y vulneramos a a conciencia el derecho y las normas sociales más básicas. Seguro que con cierto adiestramiento los primates podrían crear una Agencia Superior de Investigaciones Científicas para estudiar los comportamientos sociales, asociales, antisociales y desviados institucionalmente del sedicente animal superior evolucionado. Podrían incluso analizar el comportamiento político y electoral de la llamada “elección racional”. Y sobre todo ese desamor actual al que, por inercia o desconocimiento de su esencia, seguimos llamando amor: los intereses han terminado fagocitando la ternura y el amor. Ese amor que con altura de miras nos recuerda el anuncio de Hyundai que conservan y perfeccionan “las bestias”.
Ahora que se ha desempolvado el fetiche de Darwin en su aniversario pasado y se plantea constantemente por los fundamentalista religiosos de toda laya el fantasma del “creacionismo” bueno es que reflexionemos sobre estos extremos "bestiales" aunque sea al hilo de un anuncio comercial de automóviles de todo a 110. Jeremy Rifkin ha recordado que los cerdos de la Universidad de Purdue se sienten atrapados firmemente por el cariño y se deprimen si se les aisla. O Alex un loro gris africano que identifica 40 objetos y 7 colores siendo capaz de aprender conceptos abstractos (en base a la dicotomía mismo y distinto). O Koko, un gorila de 136 kilos con un cociente intelectual de 95 que aprendió a la perfección más de 1.000 signos y entiende varios miles de palabras en inglés, que ya quisiera para sí un principiante de Globish.
Quién sabe. Puede ser que estemos cerca de que en las academias científicas del Reino Animal "inferior o menos evolucionado" en breve se estudie en el laboratorio al funcionario gris, a la política feminista, al rey desnudo y al juez enajenado. Y seguro que se hará con más cariño, respeto y delicadeza que cuando se exhibían en los circos para regocijo general a la mujer barbuda, al hombre elefante, al niño jirafa, la colección de rostros jabarizados, o las charlotadas del bombero torero y su cuadrilla. Y no será necesario ya el personal especializado de animalario que se habrá trocado en ese mundo académico animal en personal de hominolario. Y hablando de esos animalarios que tanto abusan del sufrimiento de las ratas en aras a un pretendido avance científico, Rifkin recuerda que estudios recientes de la química cerebral de las ratas demuestran que éstas, al jugar, sus cerebros liberan grandes cantidades de dopamina, una sustancia neuroquímica asociada con el placer y las emociones de los seres humanos; sólo hay que dejarlas jugar tranquilas. Y apostilla con una frase del científico del comportamiento Steven Siviy (U. Pensilvania): Si creemos en la evolución por selección natural, ¿Cómo vamos a creer que los sentimientos aparecieron de repente, de la nada, con los seres humanos?
Los seres humanos avanzamos, si es que realmente avanzamos (Matt Ridley, el padre del “optimismo racional” cree que sí) mediante grandes autoengaños individuales e institucionales. Que si los animales ("las bestias") son incapaces de suicidarse y del autosacrificio; que si no aman ni se enamoran; que si no se prodigan ternura y sólo se agreden para sobrevivir; que si carecen de stress (stress que si reconocemos a los bancos, ¡Vaya cinismo!); que si no sufren de insomnio y pesadillas; que si los animales carecen del “nosotros la cultura” que caracteriza a los mundos socialdemócratas en extinción; que si carecen de protocolos de cortesía y seducción; que si no se da la homosexualidad entre las hembras, etc., etc., etc. El castrante etnocentrismo bobalicón dominante perfumado de pseudociencia institucionalizada.
Pero a lo que vamos, que el viejo Dacio Gil se pierde por viejo y por indignado. Las bestias se aman, vaya si se aman. Y se aman como debe de ser: como bestias, a lo grande, a lo bestia. Que son capaces del sexo+amistad en que se concreta el amor. Que la exclamación ¡Que animal! ¡Qué manera de besar! tiene su raíz en el reino de las ideas y el amor, si, pero de los animales que consideramos inferiores. Si los animales se enamoran –y se enamoran como puede colegirse traspolando las teorías de la psicóloga Dorothy Tennov en Love and Limerance- llegan a conocer la experiencia mística, intangible, inexplicable, casi sagrada que desafía las leyes de la naturaleza, los convencionalismos sociales y los escrutinios de la ciencia: se enamoran, entran el "estado de imbecilidad transitoria" de los humanos, al que aludía el filósofo Ortega.
¿Qué es mediante feromonas y el olfato? ¿Y qué? Napoleón también conmino a su amada Josefina: Llegaré a París mañana por la noche. No te laves. ¿Qué carecen de sistema límbico? A eso habrá que responder que las polillas imperiales despiertan su atrativo de seducción a través de procesar los aromas procesadas en esa especificidad craneal. ¿Qué no existe nada parecido al galanteo humano? Konrad Lorenz ya advirtió en 1965 que el macho de pato cuchara (spatula clypeata) hace movimientos de bombeo de la cabeza a los que la hembra responde antes del apareamiento y que ésta grita mientras se aparea con un grito “verdaderamente aterrador parecido al grito de agonía de una hembra pisoteada o apresada por un ave de rapiña”. Como también conocemos desde Lorenz que el macho de pato cuchara se pavonea ante los demás por su logro con un “claro movimiento de llamar la atención al emitir un sonido nasal característico de intensidad máxima, que no deja oir en ninguna otra ocasión: chat… chat… chat como si fuera un parloteo”.
¿Qué los animales no son capaces del flechazo, del amor a primera vista, las calabazas y el amartelamiento? Una gorila de nombre Toto, criada en EEUU, durante el ciclo menstrual que duraba tres días, miraba en derredor con inconfundibles ojos de amor. Dicen que podía llegar a sentír flechazos incluso de …¡varones humanos!. En 1988 en la localidad de Vermont (USA) un alce se enamoró perdidamente de la hembra de sus sueños, a la que persiguió durante 76 días emitiendo sonidos galantes y “embestidas amorosas”. La amada era una vaca. Desgraciadamente el alce recibió calabazas y terminó dándose por vencido. Pero nadie pudo negarle que llegó a entrar en trance, se adentró en ese misterio del enemoramiento, esa angustia vital conjugada con euforia que erróneamente creemos privativa de los humanos. ¡Engreídos humanos! Los ejemplos podrían multiplicarse por cientos, sólo hay que observar e intentar conocer en la biología, la etología, la antropología y en la Amorología despojados (¿o es expresión más cabal “desembarazados”, si es que desembarazado -si cupiera, además, el embarazo en varones- no es sinónimo de aborto?) de prejuicios culturales etnocentristas.
Se impone volver sobre estos temas en un momento posterior. El amor no es privativo de especie alguna, lo que pasa es que quienes nos creemos el centro del universoe no sabemos amar, nos perdemos en meandros varios: unas veces el sexo, otras los prejuicios culturales o teológicos, y en muchos casos la falta de audacia para dejarse amar y promover amor encorsetados en esa tan nuestra indefensión aprendida. Cuando nos detenemos a reflexionar sobre el amor ya somos viejos y nuestras cavilaciones se escoran en lo abstracto, en lo fragmentario o en las "batallitas".
Reconozcamos, pues, la excelencia de la publicidad de Hyundai, pero convengamos que tenía razón Francisco de Goya y Lucientes en su incomparable serie de Caprichos: 43. El sueño de la razón produce monstruos; 10. El amor y la muerte; 19. Todas caerán; 20. Ya van desplumados; 23. Aquellos polvos; 38. Bravísimo!; 39. Asta su abuelo; 41. Ni más ni menos; 42. Tu que no puedes; 45. Mucho hay que chupar; 57 La filiación; 58. Tragala perro; 60. Ensayos; 67. Aguarda que te unten, 72 No te escaparás; 77. Unos á otros; 63. Miren que grabes!; 53. Que pico de oro!; 46. Corrección; 40 De que mal morirá?; 37. Si sabrá más el discípulo; 26 Ya tienen asiento…
Los Caprichos de Goya son la otra cara del anuncio de Hyundai.
No es un capricho: ¿Aún piensas que las bestias no aman?
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Me gustaría apostillar este post con unas palabras de Stéphane Hessel, citado aquí, aparecidas recientemente en una entrevista en La Vanguardia. Transcribo: ¿Qué virtud le ha ayudado en la vida, la alegría, la inteligencia, la valentía? Respuesta: Mi madre; una mujer excepcional, muy libre. "Tienes que ser feliz para que los demás sean felices", me repetía, y yo hago lo que puedo...
ResponderEliminarNo se, a mi(Pilastrum) me parece sublime. Amar, intentar ser feliz ¿Acaso no es lo mismo?
Sin duda. En un principio son lo mismo. Puede que sea cierta aquella sentencia de Vladimir maiakovski que venía a decir, más o menos: "la barca del amor encalló enj la vida cotidiana". Puede que el amor se desgaste de puro amor, que el "estado naciente" tan bien desentrañado por Francesco Alberoni caduque como caducan las revoluciones, pero que le quiten lo bailao a quien es capaz de amar -y no digamos si se siente amado- pues él si se encuentra en el camino de la felicidad.
ResponderEliminarPodemos perfectamente aprenderlo de las bestias.
El estado naciente es la chispa revolucionaria (el flechazo) y no conoce de edades como bien recuerda con Hessel y antes inmortalizaron Delibes y García Márquez.
Si, amar es el verbo más bello. Indignados o no (mejor encendida la llama de la pasión que indiferentes) deberíamos pasar todos a conjugarlo y a hacerlo transitivo... Aunque no sea tan facil ser felíz para que los demás también lo sean.