lunes, 14 de marzo de 2011

EL EXTREMISTA Y EL COBARDE CONVERGEN EN EL DOLOR. ME QUEDO CON LAS COSAS PEQUEÑAS Y SILENCIOSAS DE LA FELICIDAD

Anda en los últimos tiempos el viejo Dacio Gil intentando comprender el origen de las revueltas humanas contra lo que convenimos en llamar “lo establecido”, al hilo de los movimientos que se viven en los estados árabes del Oriente próximo y medio. No. No lo hace el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia por lo que le repercute en el costo del llenado del depósito de carburante de su supuesto vehículo ni por su duermevela a 110 kilómetros por hora para que se pueda seguir manteniendo el capitalismo del desastre. Lo hace por intentar encontrar las raíces del amor y del odio de los humanos y su sometimiento –y eventual levantamiento indignado-a la servidumbre voluntaria.

Trata el viejo Dacio de encontrar respuestas en los clásicos. En la lectura se ha sumergido de la autobiografía de un pacifista como Sir Bertrand Russell y en el mismo frontispicio de sus memorias se ha topado con una confesión que ha conmovido a este viejo Dacio Gil:
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones , como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación.
He buscado el amor, primero porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de ese gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad, esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura mística, la visión anticipada del cielo que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que –al fin- he hallado.
Con igual pasión he buscado el conocimiento. He intentado conocer el corazón de los hombres. He intentado conocer por qué brillan las estrellas. Y he tratado de aprehender el poder pitagórico en virtud del cual el número domina al flujo. Algo de esto he logrado aunque no mucho.
Amor y conocimiento, en la medida en que ambos eran posibles, me transportaron hacia el cielo. Pero siempre la piedad me hizo volver a la tierra. Resuena en mi corazón el eco de gritos de dolor. Niños hambrientos, víctimas torturadas por opresores, ancianos desvalidos, carga odiosa para sus hijos, y todo un mundo de soledad, pobreza y dolor convierten en una burla lo que debería ser la existencia humana. Deseo ardientemente aliviar el mal, pero no puedo, y yo también sufro.
Ésta es mi vida. La he hallado digna de vivirse, y con gusto volvería a vivirla si se me ofreciese la oportunidad”.

El viejo Dacio Gil ya había admirado la sabiduría de Russell en su recientemente reeditado libro El Poder, pero jamás había visto representada su vida tan fielmente en palabras de otro. Estremecido se encuentra aún leyendo una y otra vez el prólogo de la autobiografía de este sabio. Si se analiza con detenimiento se observará que describe una peripecia personal y un contexto convivencial que parecen pensados para describir la actualidad.

El prólogo trascrito ha hecho recapacitar a Gil en eso de buscar el detenimiento e intentar basarse en los clásicos. En la actualidad, la innovación es más una celada que un estímulo. El ciberprometeo sólo nos está trayendo la servidumbre voluntaria a unas máquinas accionadas por los humanos para controlar a otros humanos. La recentísima recopilación de reflexiones humanas (en este caso nunca demasiado humanas) de Tony Judt (El refugio de la memoria) estremece también por su claridad y honda humanidad. Otro clásico que recientemente se ha ido pero permanecerá para siempre entre nosotros. Ambos eran ingleses; ambos fueron ciudadanos del mundo; ambos sintieron por sus congéneres y no dudaron en levantar la alfombra. Habrá que volver sobre ellos si lo que pretendemos es considerarnos humanos.

En ese intento por comprender el viejo Dacio Gil se sabe acompañado por bastante gente de bien y de conciencia. Sin ir más lejos ayer, mientras conversaban sobre la deriva humana de esta sociedad del desempeño precario, un artista como Julián, que conoce bien las celdillas y compartimentos ocultos de la mente y la sensibilidad humana, le marcó el camino. Lo marcó como marca él casi todas las cosas, sin autobombos, sin ser presuntuoso. Y digo casi todas porque Julián tiene un solo pero muy marcado defecto: es madridista y sobre madridismo no admite matices ni falso pietismo. Pero marcó el camino para indagar sobre los sentimientos y sobre el ser humano. “Busca en los músicos y cantautores –dijo-. Busca en Serrat, en Aute, en Sabina y en cantantes con mensaje”. Y como detalle de autoridad enseguida mostró al viejo Gil su arsenal de datos al respecto. Un arsenal que, como puede suponerse, no dejaba ningún flanco al descubierto. El viejo Dacio Gil quedó persuadido con lo argumentado y probado. De vuelta a su morada escarbó entre sus viejos discos y se le erizaron los escasos pelos de la testa y los muchos de su cuerpo de envejecido oso, recorriéndole un largo escalofrío, cuando se topó con Yo me quedo. Una enciclopedia acústica y moral para intentar bandearnos en los piélagos de fuego de esta convivencia humana dirigida desde oscuras bambalinas.

Si, claro, se trataba del disco de Pablo Milanés. Todo un compendio para náufragos como el viejo Dacio Gil:

Cuando era como vos me enseñaron los viejos
y también las maestras bondadosas y miopes
que libertad o muerte era una redundancia,
a quién se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capanga.
Que la Patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la Patria funcionaba bien;
en las canchas y en los pastoreos.

Realmente, Botija, no sabían un corno,
pobrecitos creían que, libertad
era tan sólo una palabra aguda
que muerte, era tan sólo grave o llana,
que cárcel es, por suerte una palabra esdrújula
olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos,
sino de otros más duros y siniestros
y estos sí, como nos ensartaron
en la limpia república verbal y cómo idealizaron
la vidurria de vaca y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede, por eso estoy aquí,
mirándote y echándote de menos.
Por eso es que no puedo despeinarte el coco,
ni ayudarte con la tabla del nueve
y acribillarte a pelotazos.

Vos sabes bien que tuve que elegir
otros juegos y que los jugué en serio.
Y jugué, por ejemplo, a los ladrones
y los ladrones eran policias
y jugué, por ejemplo, a la escondida
si te descubrían te mataban
y jugué a la mancha y era de sangre.

Botija, aunque tengas pocos años,
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides, por eso
no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones.
Todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos miran hipnotizados
son durísimos golpes, son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte,
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló o puteó como un loco
que es una linda forma de callar
que tu viejo olvidó todos los números,
por eso no podría ayudarte en las tablas
y por lo tanto olvidé todos los teléfonos
y las calles y el color de los ojos,
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina y en qué barrio,
qué parada, qué casa.

Y acordarme de tí,
de tu carita me ayudaba a callar,
una cosa es morirse de dolor
y otra cosa morirse de verguenza.

Por eso ahora, me podés preguntar
y sobre todo puedo yo responder.
Uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho
de no hacer lo que no quiere.
Llora no mas, Botija,
son macanas que los hombres no lloran,
aquí lloramos todos,
gritamos, chillamos, moqueamos, berreamos,
maldecimos, porque es mejor llorar que traicionar,
porque es mejor llorar que traicionarse,
llorar, pero no olvidés.

El memorable Hombre preso que mira a su hijo –que toda gente de bien debería tener presente siempre- se acompaña en este himno al ser humano con maravillas del amor como Creo en ti (Creo en ti,/porque nada hay más humano/que prenderse de tu mano/y caminar creyendo en ti. Creo en ti,/como creo en Dios/que eres tú, que soy yo,/en ti, Revolución).

Creo en ti viene acompañada por la inigualable exaltación del amor que es Yolanda:
Esto no puede ser no mas que una cancion
Quisiera fuera una declaracion de amor
Romantica sin reparar en formas tales
Que ponga freno a lo que siento ahora a raudales
Te amo
Te amo
Eternamente te amo
Si me faltaras no voy a morirme
Si he de morir quiero que sea contigo
Mi soledad se siente acompañada
Por eso a veces se que necesito
Tu mano
Tu mano
Eternamente tu mano
Cuando te vi sabia que era cierto
Este temor de hallarme descubierto
Tu me desnudas con siete razones
Me abres el pecho siempre que me colmas
De amores
De amores
Eternamente de amores
Si alguna vez me siento derrotado
Renuncio a ver el sol cada mañana
Rezando el credo que me has enseñado
Miro tu cara y digo en la ventana
Yolanda
Yolanda
Eternamente Yolanda
Yolanda
Eternamente Yolanda
Eternamente Yolanda

Pero también la maravillosa Mirame bien, sobre el amor del otoño humano con la primavera vital ( Mírame bien, no creo ser el hombre/que a cualquier dama asombre/y es que mi mejor tiempo pasó./Te miro bien, provocas que me asombre/gustas a cualquier hombre,/ tu vida comenzó ./Cuando camino junto a ti/llevo una prisa/que mueve a risa y mueve a trágico dolor/No quiero más que siga esta mentira:/tú naciendo a la vida
y a mí que se me va./ ¿Qué quieres tú? Tener una experiencia,/porque tu muchacho no piensa/y sales a buscar algo más que no sea esa gran savia vital/que entorpece la idea/y que no te deja soñar./ ¿Qué quiero yo? Demostrar que no es cierto,/que todo tuvo su momento,/que siempre hay que llenar/cada fase que llega, pues después se va a buscar/y el ocaso te ciega/y él no suele perdonar./ No busques más, no fuerces tu destino,/un día en el camino
tu verdadero amor hallarás./Yo volveré a esa paz deseada/aunque no quiera nada/y allí, recordaré.)

O la no menos grande Te quiero porque te quiero (También te quiero así,/con mis dolores, mis frustaciones,/vivo junto a ti;/sufriendo unidos crecen los amores/odiarte es lo mas fácil para mí. No creo que tu belleza se marchite/si el peso de los años procuró/que otra belleza borre lo más triste/sólo lo más auténtico quedó;/vamos a ver./ Te quiero porque te quiero/ con esa sentencia/quiero abrirme de corazón./Si el amor en mi opinión/es dar todo lo que anhelo/te quiero con más razón).

Anhelamos sentir pero no vivimos en una sociedad perfecta lo que nos aboca a perseguir el amor y el conocimiento casi desesperadamente:
No vivo en una sociedad perfecta
yo pido que no se le dé ese nombre,
si alguna cosa me hace sentir esta
es porque la hacen mujeres y hombres.
Quien la vió nacer, quien la idealizó,
quien vió que cambió a su parecer
le duele que hoy no sea la rosa
que conquistó el jardin de su vida.
No vivo en una sociedad perfecta
yo pido que no se le dé ese nombre,
si alguna cosa me hace sentir esta
es porque la hacen mujeres y hombres.
Quien la hizo nacer, quien participó,
quien la hizo cambiar y no perecer,
no le complacen todas las cosas
pero por esto da ya la vida.
No vivo en una sociedad perfecta
yo pido que no se le dé ese nombre,
si alguna cosa me hace sentir esta
es porque la hacen mujeres y hombres.
El extremista y el cobarde
van convergiendo en su dolor
mientras el resto con amor
trabaja porque se le hace tarde.
Así sucede en los parajes
donde subir te hace mejor
el falso no tiene valor
el verdadero sigue su viaje.
No vivo en una sociedad perfecta
yo pido que no se le dé ese nombre,
si alguna cosa me hace sentir esta
es porque la hacen mujeres y hombres.

O, como dice la letra de Quien me tienda la mano al pasar, Lo único estable es la felicidad,
que no se compra ni se da en caridad:

Recuerdo el día exacto en que te conocí;
iba pegado al cielo y apenas te sentí.
Me descubriste todo de una vez
y hacia tu mano abierta me lancé.

En toda una persona, hube de cambiar;
gente respetable para acometer,
todo un horario fijo para andar,
un diario y la mesa lista: a envejecer.

Era el perfecto aburrido fragor
de una búsqueda al centro del sol
quemando mi muerte.

Después, con los hechos cotidianos fue
que nos proyectamos para hacernos tres.
En la esperanza del que iba a nacer,
mis frustraciones todas las volqué.

Mientras que los hechos hubo que forzar,
todo este triste mundo tendió a fracasar.
Lo único estable es la felicidad,
que no se compra ni se da en caridad.

Era la alegría de un pájaro gris,
con su canto pidiendo morir
porque estaba preso.

Ahora, junto al cielo me voy a quedar;
quien me tienda una mano al pasar
comparte mi suerte.

Solicitada la obligada indulgencia del eventual seguidor de este post por tanta letra del gran y hoy semiolvidado Pablo Milanés (el capitalismo del desastre cuadra mal con su fina sensibilidad de luchador por lo bello y justo), resta sólo ya invitar a cantar Yo me quedo junto a Russell, Judt y cuantos sabios -como Julian que siempre está dispuesto junto a su guitarra a todo lo que sea arte y ayudar a los demás- o aprendices de sabios quieran unirse al coro:
"Yo me quedo con todas esa cosas/ pequeñas, silenciosas/ con esas yo me quedo."


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