lunes, 28 de febrero de 2011

ELOGIO DE LOU: AMOR A LA VERDAD; AMOR DE VERDAD (I).

Con estampilla de “urgente” recibe hoy el viejo Dacio Gil una maravillosa postal en la que aparece reflejada en un cielo azul con algodones blancos la Perspectiva Nevski custodiada por las solemnes siluetas del Hermitage a un lado y del Prado al otro. Los cuatro kilómetros de la avenida aparecen plagados de “seiscientos” pilotados por cobradores del frac atascados entre señales de tráfico de 110. El conjunto del collage que aparece en el anverso de la postal es sencillamente espectacular e impresionante. Digno de la sensibilidad de la remitente. La postal –no es preciso esclarecérselo minuciosamente al ilustrado seguidor asiduo de este blog contenedor de deshilvanadas digresiones- procede de la no menos bella Lou. No podía ser de otra manera, dado que ahora tiene su morada en el cielo de San Petersburgo desde donde divisa el mundo entero.

Quiere saber Lou si no dejó de cumplir este viejo corresponsal su promesa bifurcada en dos de no hablar de ella hasta pasadas prudenciales jornadas de la fiesta comercial por excelencia, San Valentín, el eufónico día de los Enamorados. Lo que no sabe la dulce Lou es que el viejo Dacio Gil ha estado sumido estas dos semanas pasadas en un profundo desaliento, en una triste melancolía. Y acaso haya sido más esta última cuestión de ánimo la que ha hecho cumplir escrupulosamente y a rajatabla la promesa asumida y rubricada con un abrazo de los que sólo la petersburguesa sabe dar con ese matiz transitivo del que carecen hoy las manifestaciones de afecto líquido. Tal reconocimiento de desfallecimiento anímico no empece en lo más mínimo la voluntad cumplidora de todas las promesas, contratos y obligaciones varias en las que este viejo Gil pueda verse obligado a embarcarse. Se comprometió a que hablaría de la mujer excepcional pasado un tiempo prudencial y que comenzaría por el propio libro recomendado por ella y así va hacerlo el veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia.

En efecto, antes de deshacerse de la especie de “secuestro” al que le sometió este viejo Gil, la mujer excepcional a la que han amado TODOS los hombres animó a este su captor a que hablase en lo sucesivo del amor. Pero del amor con envergadura intelectual, pues sobre tan excelso –y contradictorio- sentimiento se han escrito auténticos tratados intrascendentes. Encareció con dulzura al viejo Gil que, para encuadrar el tema, empezase hablando del libro de Alain Badiou de 2009 que tanto ha impactado a la sociedad francesa. Una vez publicitado el pensamiento amoroso del filósofo ex comunista maoísta, apóstol del Mayo del 68, transformado hoy en desenmascarador de la socialdemocracia europea y reconocido filósofo amador, la universal amada no veía obstáculos para que hablase de ella reflejada en el espejo de Manuel Cruz.

Lou Salomé dio en el clavo como siempre al recomendar al filósofo preocupado por el sujeto. El viejo Dacio Gil siente una debilidad especial por dos filósofos franceses: Alain Badiou y Jacques Rancière. De Ranciére guarda como tesoro su parábola sobre el maestro ignorante y de Badiou su visión del siglo XX dentro de la teoría del sujeto. Don Alain Badiou ya no es un jovenzuelo enamoradizo, pero a sus 73 años ha conseguido con sus conversaciones sobre el amor (El Elogio del Amor. La esfera de los libros. 2011) una obra de arte, de la misma forma que un enólogo decanta de una uva determinada un gran vino. En apenas 100 páginas nos muestra la cara más noble del amor despojada de sus adherencias más interesadas y dañinas. Se nota que el filósofo nacido en Rabat habla por experiencia. Badiou hace girar su construcción amorosa sobre la frase de Fernando Pessoa el amor es un pensamiento, que le sirve para proclamar la raíz revolucionaria de su concepción del amor: “El mundo está lleno de novedades y el amor debe ser incluido en esa renovación. Hay que reinventar el riesgo y la aventura frente a la seguridad y el bienestar.”

El viejo Dacio Gil no quiere destripar el librito ni tampoco le mueve un afán publicitario o de agradecimiento por haber dispuesto de un ejemplar “de cortesía” remitido por la editorial, de esos que terminan adquiriéndose en un librero de antiguo a casi la mitad de su precio. Ante la observación de Lou, este viejo corrió raudo a hacerse con un ejemplar, previo depositar encima del mostrador de una buena librería los 19 euritos de precio por estas escasas 100 páginas Sin embargo el valor del libro es muy superior al de su precio venal. Preocupa a Badiou sobre todo el encuentro. El encuentro amoroso (“usted parte al asalto del otro con el fin de hacerlo existir con usted tal como es”) es el acontecimiento: el amor –dice el filósofo francés- es siempre la posibilidad de asistir al nacimiento del mundo (una construcción, una vida, desde el punto de vista no del Uno sino del Dos). El encuentro es a la vez el comienzo, el proceso, la construcción y la duración. Las cuatro cosas a la vez: el duro deseo de durar.

Las conversaciones de Badiou y Nicolás Truong merecen ser paladeadas con morosidad en busca de uno de los pocos sentimientos que verdaderamente merecen ser vividos plenamente. Al final, como apuntaba Lou antes de partir hacia su observatorio de San Petersburgo, amor es resistencia tal y como asimismo afirma Badiou.

Si algo no quiere jamás hacer el viejo Gil es defraudar a la inteligente Lou, por eso terminará este post con una confidencia del joven Badiou que, hecha a los 73 añitos, incitará de seguro a la lectura de sus otras lúcidas reflexiones al hilo de una conversación sobre el teatro, la política, el arte y la filosofía siempre en el marco de la verdad del amor, del amor de verdad. El reflejo de la imagen de Lou bajo el prisma de Manuel Cruz se hará en una siguiente entrega para que la envergadura apabullante de Lou no se termine difuminando con otras cuestiones colaterales.
Badiou reconoce y reflexiona del siguiente modo:
“Siendo muy joven me impresionó, casi me produjo asco, un pasaje de Simone de Beauvoir en el segundo sexo, donde describe, tras el acto sexual, la sensación que invade al hombre de que el cuerpo de la mujer es insulso y fofo, así como la paralela sensación de la mujer, considerando que el cuerpo del hombre, salvo el sexo en erección, es en general desagradable e incluso algo ridículo. En el teatro, la farsa y el vodevil nos hacen reír por el constante uso de estos tristes pensamientos. El deseo del hombre es el del Falo cómico, de gran barriga e impotente y la vieja sin dientes con los pechos caídos es el porvenir real de toda belleza. La ternura amorosa, cuando uno se duerme en los brazos del otro, sería como un manto de Noé echado sobre todas las consideraciones desagradables”.

Y por si quedasen aún algunas dudas sobre lo atinado de la recomendación de Lou, estas son las bases revolucionarias propuestas por Badiou: “Existe un trabajo del amor y no solamente un milagro. Hay que estar en la brecha, hay que vigilar, hay que reunirse con uno mismo y con el otro. Hay que pensar, actuar, transformar, y entonces, si, como recompensa al trabajo realizado, se encuentra la felicidad. Por supuesto, no es tan sencillo decir Te quiero.

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