No cabe duda, Mario Conde es un exponente de esa estirpe de ambles y agraciados jóvenes “reconocidos" por el Estado, como don Pablo Isla y el señor Ruíz Gallardón jr. Parece que miembro tambien de alguna organización secreta o semi-secreta. No en vano es reconocido como abogado del estado. La misma prestancia, la misma brillantez, la misma claridad de ideas y objetivos. Puede que traspasara el “sancta sanctorum” financiero y ello incomodara a los sumos sacerdotes y arquitectos principales del sistema económico prefranquista y del régimen político postfranquista (los gestores de aquellos). Tuvo que pagarlo pasando por la cárcel, tal como ha memorializado en sus libro de recuerdos presidiarios.
Conde es un hombre -como ha quedado dicho- listo y apoyado (no por todos, claro) y describe con meticulosidad la tremenda semejanza de la sociedad supuestamente libre y la sociedad carcelaria: no encuentra diferencias entre ambas; los muros y las rejas no son nada, contra lo que pensaba Michel Foucault. El mismo cinismo, la misma desvergüenza, la misma perversión del lenguaje y las conductas. Las arquitecturas de ambas se asemejan grandemente. Asevera el memorialista presidiario que nos equivocamos una vez más los hombres y la mujeres de bien pensando que el universo carcelario es una realidad hedionda diametralmente distinto a la aromática variedad de la sociedad allende las rejas. El viejo Dacio Gil recomienda la lectura de ese libro que se encuentra ya en las bibliotecas todavía públicas y sin desamortizar aún por las cuadrillas de Zapatero y Rajoy y sin malbaratar por los tercios de representación de un régimen intitulado democrático, como el socialdemócrata Túnez, el turístico, monumental y pivote de contención estadounidense Egipto, o la monárquica Jordania de la reina Rania, tan semejante a doña Letizia. Y si el curioso lector llegase a la biblioteca ya desamortizada por el régimen, siempre podría comprarlo en la barata edición de bolsillo para acrecentar el patrimonio del polifacético emprendedor señor Conde.
El aire, pues, en la cárcel no es más irrespirable que en la sociedad española sedicentemente libre y de orden. Otro máximo exponente del régimen, doña Rosa Aguilar (ejemplo sobresaliente de transfuguismo como la dorada pensionista Almeida o el archi-cátedro-letrado-diputado-secretario-de-estado López Garrido), con el lenguaje achaparrado que le caracteriza, de precisión de mercadillo, nos ha sembrado el desasosiego con la metáfora de la calidad del aire arrojada contra Gallardón o contra la señorita Aguirre (otro paradigma del régimen). Pero hay que reconocer que la metáfora de la señora Aguilar (recaudadora de votos para salvar los muebles del solar andaluz) es sumamente brillante: Denominan calidad del aire cuando quieren decir asfixia, de la misma forma que dicen “baja calidad democrática” para referirse al totalitarismo imperante. Mientras tanto, los españoles son conducidos a la asfixia para poder salvar a los bancos, a las instituciones financieras de chiringuito y salvarse a su vez los tercios de representación del régimen, con la participación hipócrita de la Conferencia Episcopal de Monseñor Cándido Méndez, la Prelatura curial de Mosén Fernández Toxo y la Congregación Empresarial del parvenú institucional Joan Rosell. Pero hay que reconocer que las invectivas de Saldos Arias de doña Rosa Aguilar, aunque no tiene la solidez de Séneca, tienen gracejo. Mira que hablar de trampas en el solitario…
Estos detentadores del poder son hábiles en las técnicas de distracción y en la violación del lenguaje. Con toda solemnidad nos hablan de “pacto de estado” similar a los Pactos de la Moncloa (¡válgame Dios!), cuando lo que en realidad es sólo un simulacro –ni siquiera llega a contubernio- contra los españoles para coludir, de consuno con esos fantasmales mandatarios ocultos financieros, a los segmentos más corrientes y desprotegidos de los españoles: a los de siempre.
¿Pacto de estado? ¿Verdaderamente lo dicen en serio? ¿Tan baja formación tienen? Un pacto de estado (¿hoy qué es el estado; qué queda del estado; los tercios de representación sólo?) en puridad es otra cosa más seria que involucra a toda la sociedad y debe de tener un amplio espectro y una visión panorámica sobre el devenir y no una mera visión de campanario para salir del atolladero inmaterial y las amenazas de los persuasores ocultos financieros. Ni siquiera con la participación tibia de las huestes de Rajoy podría hablarse de auténtico pacto de estado cuando la sociedad se encuentra asfixiada, si no puramente excluída. Los loros de los diarios repiten de manera acrítica sin cesar la cantilena del “pacto de estado” para insulto de los ciudadanos cabales e inteligentes.
El acuerdo estratégico del jefe de los empresarios que sacan tajada de las medidas, de los cabecillas de los sindicatos que también la sacan y los representantes de un gobierno que se mantiene en el garlito incumpliendo hasta el delirio el programa electoral con el que engañó a la ciudadanía en los últimos comicios ¿puede tildarse de pacto de estado sin ruborizarse ninguno de los signatarios? Esto es de locos.
Ciertamente, esta gente sin casi ningún escrúpulo, lo mismo es capaz de sacar la momia y las carrozas del escritor semi-soriano de ¿Qué es ser agnóstico? para legitimar al perenne dorado asalariado público Lissavetzki, reescribiendo la cabal historia que vender los recortes como pacto de estado. Designándose, para mas INRI, como legitimarios legitimistas del alcalde al que zancadilleaban, que nos cuelan de matute unas restricciones brutales de derechos adoptadas de consuno en cuasi-secreto bajo veste de pacto de estado. ¡Nada menos que de Pacto de Estado!
La verdad es que de los beneficiarios del régimen, como doña Rosa Aguilar (como el empleado del Metro Ángel Pérez, o la deportista Inés Sabanés) los ciudadanos corrientes habríamos de esperar más, antes que se nos jubilen doradamente como doña Cristina. Se han instalado en la comodidad del régimen y se olvidaron pronto del “¡compañero a luchar!” Se creen que con el lenguaje de mercadillo les reímos las gracias y tragamos todo. En su delirio terminarán hablándonos (con perdón) de trampas en las prácticas onanistas, en la pura masturbación. Y hasta pueden hacernos caer en las supuestas bondades de la automutilación genital o en el suicidio colectivo para aligerar las arcas del Estado o de la Seguridad Social. Siempre les saldrá un asesorcito (verbigracia el lechoncillo de doña Juana, hoy aspirante a Fiscal o Magistrado por turno oblicuo) que les dirá que eso es posible y legitimable, invocando el antecedente histórico de los 100.000 ciudadanos de Okinawa (Japón) que fueron inducidos al suicidio colectivo antes de la invasión norteamericana de la isla.
La verdad es que todo resulta sórdido y vergonzoso. Unos y otros nos toman por tontos y nos distraen mientras nos cuelan los recortes sin ni siquiera vaselina.
¿Acaso serán, andando el tiempo, Moratinos o Chencho Arias los futuros el ElBaradei de España? Si los medios de comunicación se lo proponen y los persuasores ocultos financieros-mercantiles se empeñan en ello, será posible. Claro que será posible. Todo parece ya posible.
Tan posible como las trampas en la masturbación, la automutilación genital o el suicidio colectivo inducido y asistido, tipo Okinawa. Este aire es de mala calidad y el viejo Dacio Gil se asfixia. ¿Los demás no? ¿Qué tipo de vacuna les han suministrado?
Que paren esta carroza que al viejo Dacio Gil le falta el aire. Prefiere debatir con el otro viejo, el profesor de la capa, el autor de Cabos sueltos. Aunque siquiera le vale poder departir tranquilamente con el honesto Gómez Llorente o con el ex-marido de doña Letizia, ambos profesores también, sobre el silencio. El atronador silencio institucional impuesto.
De estos campechanos de “Saldos Arias” ya no se fía este Gil. Ni un pelo. Ni siquiera de los pelos la calva de cualquier Pichelo o de Rubalcaba…
Acaso todo sea sólo consecuencia del delirium tremens que se viene apoderando del usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preeferencia.
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