La mayoría de las veces, las claves de los grandes problemas sociales y políticos se encuentran en las artes, como la literatura. En la buena literatura. En la escritura de don Miguel de Unamuno es difícil de discernir la frontera exacta que divide su literatura de los enunciados filosóficos. Otro destacado representante de este fenómeno es el profesor británico David Lodge que en todas sus obras, tras un humor fino e inteligente, refulgen con luz propia los contenidos sobre filosofía, en muchos casos, de filosofía de la cotidianidad. En La vida en sordina, su última obra publicada en España, Lodge perfila con apariencia tangencial un tema tan de actualidad como la Teoría General del Suicidio y su penetración en el campus universitario, siquiera solo desde la perspectiva lingüística epistolar. Envejecimiento, vida muelle-consumo, enredos embusteros y semiótica del suicidio se entrecruzan en un contexto de humor que, reposado, hace encajar todas las piezas del rompecabezas presentando el más próximo futuro. Se ha dicho que el escritor griego Petros Markaris, con las peripecias del detective Costas Jaritos, se adelantó al suicidio perfecto que se representa hoy en aquél país. Lo mismo ocurre con el séptimo arte, donde pueden encontrarse películas como la de Sion Sono, Sisatsu Saakuru, que comienza con la imagen de 54 uniformadas colegialas adolescentes que, de la mano, se abalanzan precipitándose juntas a la vía al paso del convoy del metro. La película es una crítica de la sociedad japonesa actual, que bien pudiera traspolarse a la sociedad europea. Lo mismo puede decirse del teatro, entre cuyas obras puede destacarse la argentina (Daniel Veronese y Ana Alvarado) El suicidio, metáfora pura del suicidio colectivo provocado por la desastrosa situación socio-política-financiera del default de 2001.
Ya en una anterior entrada se ha incidido en esta Tribuna Alta preferencia sobre alguna de las aristas de estas vidriosas cuestiones tan de actualidad: el desastre colectivo y la muerte. La voluntaria también. Forzoso es volver a hacerlo habida cuenta la vertiginosa propagación de la doctrina del shock que se viene practicando desde lo que con ironía se ha denominado “La maldita Trinidad” (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI). El suicidio general que parece en curso no será un suicidio asistido aunque presente todos los elementos caracterizadores, en especial el consentimiento y la pasividad de los ciudadanos europeos y la insistencia de las´sedicentes élites en conseguir el deterioro de la calidad de vida de seres humanos como ellos. Asimismo, aunque reuniría todos los componentes de un suicidio colectivo o, más aún, de un suicidio masivo, tampoco lo sería en puridad, al menos con los requisitos que apuntase Jenofonte en el Anábasis. No podrá ser un suicidio samurai pues faltarán los componentes idiosincrásicos propios de la cultura japonesa. No será tampoco un suicidio sectario pues no se limitará a los miembros de ese tipo de reducidas asociaciones de creencias. Yerra quien entienda que pudiera homologarse a los suicidios terroristas, aunque presente alguna de sus notas en virtud (execrable virtud) del terrorismo financiero que nos asola. Eso por detenernos sólo en compararlo con las más importantes manifestaciones del suicidio social, porque los escritores recientemente fallecidos Carlos Fuentes (que hablaba del suicidio ecológico por la toxicidad propia de los entornos creados por el hombre) y Antonio Tabucchi (aludiendo al suicidio total por las notas apocalípticas de las instrumentalidades humanas) mantuvieron otras caracterizaciones del fenómeno colectivo que estamos tratando. Hannah Arendt reflexionó sobre el sufrimiento humano colectivo y, con ciertas reservas, escribió que hay circunstancias en la humanidad “que no merecen vivirse”. Y, en fin, ya han sido comentados en esta Tribuna Alta Preferencia la oleada de ejemplarizantes suicidios de protesta que recorre el mundo. No son nuevos en la historia pero sí son significativos de la cesura social en la que nos encontramos.
En resumidas cuentas, para abreviar y poder entendernos en esta materia tabú: estamos al filo del suicidio financiero cósmico, por utilizar –debidamente manipulada- la cita de Albert Einstein en relación con la bomba atómica puesta a disposición de los señores de la guerra. Estamos en el “equivalente moral (y financiero) a la guerra” y parece apropiado lanzar un grito de alrma como el que puso Paul Crutzen, premio Nobel de química, sobre los peligros del agujero de la capa de ozono: “Si no reaccionamos a tiempo (contra el capitalismo del desastre) nos suicidaremos”.
Este largo introito viene a cuento porque intentando comprender el viejo Dacio Gil el colapso que presentan hoy las democracias en todo el mundo, la marca comercial “democracia”, se ha enfrascado en la lectura de libros recientes (Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos ; La buena democracia. Claves de su calidad; Los enemigos íntimos de la democracia) en los que intelectuales, periodistas y profesores de Ciencias Políticas intentan reflexionar sobre, no ya el déficit democrático, sino sobre las tendencias autodestructivas de ese sistema de convivencia que llamamos Democracia. Unos y otros se afanan en llegar a un público desafecto e indignado, cuando no pasivo, indolente y escéptico, para hacerles ver que es el sistema menos malo de los existentes y que en él cabe la labor auxiliar y didáctica de los expertos. Que los ciudadanos disconformes y hartos de pagar los platos rotos de las orgías de trileros (aunque todo apunta a que en realidad se trate de un macro sistema largamente diseñado y teledirigido) puedan aún encontrar claves en las Ciencias Políticas y en sus derivados las Políticas Públicas y la Gobernanza …
El viejo Dacio Gil, después de leer con atención las nuevas contribuciones sobre la atribulada democracia, ha recurrido, para intentar cerciorarse, al clásico Juan Linz (La quiebra de las democracias) y sigue encontrándolo sugerente si se le insertan factores propios de la globalización financiera: “(…) los gobiernos democráticos no pueden ignorar las (demandas) de los grupos de interés, de importancia clave y bien organizados, que, si retiran su confianza, pueden ser más decisivos que el apoyo del electorado. Para dar un ejemplo: una política que produce desconfianza en la comunidad empresarial y lleva a la evasión de capital, aun cuando cuente con el apoyo de una mayoría del electorado, puede suponer una amenaza para un régimen”. Si nos fijamos bien en esta reflexión, llevada a su máximo exponente, es la que viene padeciendo Europa desde que todo el mundo habla de la “crisis” mientras los sempiternos iniciados ponen a buen recaudo sus capitales para que se multipliquen. Y ese es, precisamente, el fantasma que se le viene agitando al electorado griego por parte de los medios de propaganda de la UE para que los votantes se inclinen por alguno de los partidos tradicionales, a pesar de que fueran ellos los que fraguaron (o facilitaron) la presente crisis helena. Ironías democráticas. Paradigma de la libre elección racional…tal como ahora se estila… sin injerencias externas... En suma, las consideraciones de ineficacia y falta de legitimidad expuestas por Linz se mantienen vigentes hoy. Lo mismo ocurre con la cuestión de la legalidad, a la que el profesor aludía como “abuso de derecho” y “no hay Estado”. O cuando reflexionaba sobre lo que pasa con la “falta de sincronización” de las decisiones, así como con los escándalos políticos y financieros. Una situación de ambigüedad en la que el ciudadano –a la sazón votante- es víctima de injusticias, de ataques a su dignidad o a su libertad, impotente éste para hacer prevalecer sus derechos trabajosamente adquiridos, burlado con promesas no cumplidas, confiscadas buena parte de sus retribuciones y constantemente bombardeado con la iconografía del miedo y el desastre.
Analizados con interés los argumentos de Juan Linz, las cinco pautas que marcan el final de las democracias parecen aplicables a la realidad actual:
1. Desplazamiento anticonstitucional del gobierno democráticamente elegido.
2. Combinación de estructuras antidemocráticas o alegales.
3. Aumento del autoritarismo y la exclusión.
4. Establecimiento de modos pretotalitarios.
5. Presiones sobre el gobierno democrático.
A pesar de que Linz, siguiendo a Pareto y a Hirchsman, hablaba de “reequilibrar la democracia” a base de técnicas empresariales, de recuperar a los clientes alerta (para restablecer su esfuerzo para empezar la recuperación) y los clientes inertes (que proporcionen un respiro de tiempo y de dinero para que el esfuerzo termine fructificando) el estado clínico de la democracia actual parece tender al colapso endógeno propiciado por sus propias instituciones, incapaces para encontrar equilibrios frente a presiones exógenas. La democracia contra sí misma. O, lo que es lo mismo, la democracia dependiente, asistida por sus enemigos íntimos (Todorov).
A Estados e Instituciones, en teoría vicarios de sus sociedades, de sus ciudadanos que sienten y padecen,después de haber dejado atrás la “borrachera democrática” (Minc) y el delirio especulador y edificatorio, parecen habérseles agravado los sentimientos depresivos y la pérdida de autoestima. Nos encontramos en plena resaca de la curda y del delirio de la ingeniería financiera. De estar en lo cierto el escritor serbio Danilo Kis, el mejor antídoto contra la resaca es el suicidio.
Parece, pues, actual aquella afirmación de Jean François Revel, contenida en El conocimiento inútil, de que ninguna democracia perece de muerte natural sino que las democracias terminan suicidándose. Eso les debió ocurrir a las llamadas demicracias populares, pero ¿puede acontecer un suicidio social de esa envergadura cuando todo quisque se autodenomina democrático, en una época en la que la democracia parece ser la imagen de marca de cualquier rincón de la tierra, por ínfimo y totalitario que sea? Es notoria la efectiva eliminación de derechos fundamentales costosamente conseguidos (al menos formalmente), la aniquilación económica del estrato social intermedio que servía de colchón a la convivencia (la llamada clase media) que ha terminado por no tener cabida en la impuesta división tripartita de clases: los muy ricos; los aspirantes a muy ricos; los excluidos. Clase intermedia pauperizada pero incongruentemente atónita, desmovilizada y escéptica que difícilmente podrá siquiera jugar el papel de clientes alerta o ciudadanos inertes a los que aludiera Linz.
En ese contexto sólo cabe concluir que el proceso de autodestrucción democrática al que asistimos entre narcotizados y paralizados por el miedo no es, ni más ni menos, que un suicidio por poderes. Una muerte colectiva voluntaria por mano ajena. La longa manu de los sedicentes representantes, depositarios y prestamistas. Si el amor, desgraciadamente, no llega nunca a ser eterno (amor que se da también en el matrimonio por poderes), ¿cómo va a serlo, desafiando toda cinética natural, emocional y social, este potaje que damos en llamar en la actualidad y en todo el mundo Democracia?.
Ya en una anterior entrada se ha incidido en esta Tribuna Alta preferencia sobre alguna de las aristas de estas vidriosas cuestiones tan de actualidad: el desastre colectivo y la muerte. La voluntaria también. Forzoso es volver a hacerlo habida cuenta la vertiginosa propagación de la doctrina del shock que se viene practicando desde lo que con ironía se ha denominado “La maldita Trinidad” (Comisión Europea, Banco Central Europeo y FMI). El suicidio general que parece en curso no será un suicidio asistido aunque presente todos los elementos caracterizadores, en especial el consentimiento y la pasividad de los ciudadanos europeos y la insistencia de las´sedicentes élites en conseguir el deterioro de la calidad de vida de seres humanos como ellos. Asimismo, aunque reuniría todos los componentes de un suicidio colectivo o, más aún, de un suicidio masivo, tampoco lo sería en puridad, al menos con los requisitos que apuntase Jenofonte en el Anábasis. No podrá ser un suicidio samurai pues faltarán los componentes idiosincrásicos propios de la cultura japonesa. No será tampoco un suicidio sectario pues no se limitará a los miembros de ese tipo de reducidas asociaciones de creencias. Yerra quien entienda que pudiera homologarse a los suicidios terroristas, aunque presente alguna de sus notas en virtud (execrable virtud) del terrorismo financiero que nos asola. Eso por detenernos sólo en compararlo con las más importantes manifestaciones del suicidio social, porque los escritores recientemente fallecidos Carlos Fuentes (que hablaba del suicidio ecológico por la toxicidad propia de los entornos creados por el hombre) y Antonio Tabucchi (aludiendo al suicidio total por las notas apocalípticas de las instrumentalidades humanas) mantuvieron otras caracterizaciones del fenómeno colectivo que estamos tratando. Hannah Arendt reflexionó sobre el sufrimiento humano colectivo y, con ciertas reservas, escribió que hay circunstancias en la humanidad “que no merecen vivirse”. Y, en fin, ya han sido comentados en esta Tribuna Alta Preferencia la oleada de ejemplarizantes suicidios de protesta que recorre el mundo. No son nuevos en la historia pero sí son significativos de la cesura social en la que nos encontramos.
En resumidas cuentas, para abreviar y poder entendernos en esta materia tabú: estamos al filo del suicidio financiero cósmico, por utilizar –debidamente manipulada- la cita de Albert Einstein en relación con la bomba atómica puesta a disposición de los señores de la guerra. Estamos en el “equivalente moral (y financiero) a la guerra” y parece apropiado lanzar un grito de alrma como el que puso Paul Crutzen, premio Nobel de química, sobre los peligros del agujero de la capa de ozono: “Si no reaccionamos a tiempo (contra el capitalismo del desastre) nos suicidaremos”.
Este largo introito viene a cuento porque intentando comprender el viejo Dacio Gil el colapso que presentan hoy las democracias en todo el mundo, la marca comercial “democracia”, se ha enfrascado en la lectura de libros recientes (Política para apolíticos. Contra la dimisión de los ciudadanos ; La buena democracia. Claves de su calidad; Los enemigos íntimos de la democracia) en los que intelectuales, periodistas y profesores de Ciencias Políticas intentan reflexionar sobre, no ya el déficit democrático, sino sobre las tendencias autodestructivas de ese sistema de convivencia que llamamos Democracia. Unos y otros se afanan en llegar a un público desafecto e indignado, cuando no pasivo, indolente y escéptico, para hacerles ver que es el sistema menos malo de los existentes y que en él cabe la labor auxiliar y didáctica de los expertos. Que los ciudadanos disconformes y hartos de pagar los platos rotos de las orgías de trileros (aunque todo apunta a que en realidad se trate de un macro sistema largamente diseñado y teledirigido) puedan aún encontrar claves en las Ciencias Políticas y en sus derivados las Políticas Públicas y la Gobernanza …
El viejo Dacio Gil, después de leer con atención las nuevas contribuciones sobre la atribulada democracia, ha recurrido, para intentar cerciorarse, al clásico Juan Linz (La quiebra de las democracias) y sigue encontrándolo sugerente si se le insertan factores propios de la globalización financiera: “(…) los gobiernos democráticos no pueden ignorar las (demandas) de los grupos de interés, de importancia clave y bien organizados, que, si retiran su confianza, pueden ser más decisivos que el apoyo del electorado. Para dar un ejemplo: una política que produce desconfianza en la comunidad empresarial y lleva a la evasión de capital, aun cuando cuente con el apoyo de una mayoría del electorado, puede suponer una amenaza para un régimen”. Si nos fijamos bien en esta reflexión, llevada a su máximo exponente, es la que viene padeciendo Europa desde que todo el mundo habla de la “crisis” mientras los sempiternos iniciados ponen a buen recaudo sus capitales para que se multipliquen. Y ese es, precisamente, el fantasma que se le viene agitando al electorado griego por parte de los medios de propaganda de la UE para que los votantes se inclinen por alguno de los partidos tradicionales, a pesar de que fueran ellos los que fraguaron (o facilitaron) la presente crisis helena. Ironías democráticas. Paradigma de la libre elección racional…tal como ahora se estila… sin injerencias externas... En suma, las consideraciones de ineficacia y falta de legitimidad expuestas por Linz se mantienen vigentes hoy. Lo mismo ocurre con la cuestión de la legalidad, a la que el profesor aludía como “abuso de derecho” y “no hay Estado”. O cuando reflexionaba sobre lo que pasa con la “falta de sincronización” de las decisiones, así como con los escándalos políticos y financieros. Una situación de ambigüedad en la que el ciudadano –a la sazón votante- es víctima de injusticias, de ataques a su dignidad o a su libertad, impotente éste para hacer prevalecer sus derechos trabajosamente adquiridos, burlado con promesas no cumplidas, confiscadas buena parte de sus retribuciones y constantemente bombardeado con la iconografía del miedo y el desastre.
Analizados con interés los argumentos de Juan Linz, las cinco pautas que marcan el final de las democracias parecen aplicables a la realidad actual:
1. Desplazamiento anticonstitucional del gobierno democráticamente elegido.
2. Combinación de estructuras antidemocráticas o alegales.
3. Aumento del autoritarismo y la exclusión.
4. Establecimiento de modos pretotalitarios.
5. Presiones sobre el gobierno democrático.
A pesar de que Linz, siguiendo a Pareto y a Hirchsman, hablaba de “reequilibrar la democracia” a base de técnicas empresariales, de recuperar a los clientes alerta (para restablecer su esfuerzo para empezar la recuperación) y los clientes inertes (que proporcionen un respiro de tiempo y de dinero para que el esfuerzo termine fructificando) el estado clínico de la democracia actual parece tender al colapso endógeno propiciado por sus propias instituciones, incapaces para encontrar equilibrios frente a presiones exógenas. La democracia contra sí misma. O, lo que es lo mismo, la democracia dependiente, asistida por sus enemigos íntimos (Todorov).
A Estados e Instituciones, en teoría vicarios de sus sociedades, de sus ciudadanos que sienten y padecen,después de haber dejado atrás la “borrachera democrática” (Minc) y el delirio especulador y edificatorio, parecen habérseles agravado los sentimientos depresivos y la pérdida de autoestima. Nos encontramos en plena resaca de la curda y del delirio de la ingeniería financiera. De estar en lo cierto el escritor serbio Danilo Kis, el mejor antídoto contra la resaca es el suicidio.
Parece, pues, actual aquella afirmación de Jean François Revel, contenida en El conocimiento inútil, de que ninguna democracia perece de muerte natural sino que las democracias terminan suicidándose. Eso les debió ocurrir a las llamadas demicracias populares, pero ¿puede acontecer un suicidio social de esa envergadura cuando todo quisque se autodenomina democrático, en una época en la que la democracia parece ser la imagen de marca de cualquier rincón de la tierra, por ínfimo y totalitario que sea? Es notoria la efectiva eliminación de derechos fundamentales costosamente conseguidos (al menos formalmente), la aniquilación económica del estrato social intermedio que servía de colchón a la convivencia (la llamada clase media) que ha terminado por no tener cabida en la impuesta división tripartita de clases: los muy ricos; los aspirantes a muy ricos; los excluidos. Clase intermedia pauperizada pero incongruentemente atónita, desmovilizada y escéptica que difícilmente podrá siquiera jugar el papel de clientes alerta o ciudadanos inertes a los que aludiera Linz.
En ese contexto sólo cabe concluir que el proceso de autodestrucción democrática al que asistimos entre narcotizados y paralizados por el miedo no es, ni más ni menos, que un suicidio por poderes. Una muerte colectiva voluntaria por mano ajena. La longa manu de los sedicentes representantes, depositarios y prestamistas. Si el amor, desgraciadamente, no llega nunca a ser eterno (amor que se da también en el matrimonio por poderes), ¿cómo va a serlo, desafiando toda cinética natural, emocional y social, este potaje que damos en llamar en la actualidad y en todo el mundo Democracia?.
No hay comentarios:
Publicar un comentario