lunes, 4 de junio de 2012

FALSEDAD BIEN ENSAYADA, ESTUDIADO SIMULACRO.


Si bien se mira, sin apasionamientos y sin nocivas persuasiones mediáticas, todo lo que está aconteciendo en el mundo al hilo de esas “guerras civiles frías” que damos en denominar, para desentendernos, crisis bancarias y financieras responde a un guión bien ensayado para cambiar el modelo productivo y pauperizar a la ciudadanía media y mediana hasta estadios de casi hace dos siglos. Especie de selectivas minas antipersonas que aparentasen ser incruentas aunque van dejando a ambos lados del camino innumerables bajas –todas del mismo bando-que tienen que recurrir a la beneficencia y a los bonos de comida para poder subsistir mientras las instituciones de la convivencia –ya no cabe decir de la solidaridad- van insuflando grandes cantidades de dinero a los intermediarios especuladores que se encargan de hacer un apartado contable (que solemos convenir en denominar, para desentendernos, retiros dorados o jubilaciones millonarias) para las cesantías de sus directivos que luego no son tales pues una vez liquidados sus bien retribuidos puestos (a ellos no se les pide su consentimiento para fraccionar la indemnización, como le viene ocurriendo a cualquier trabajador normal), se aprestan a pilotar otras naves especulativas más grandes si cabe. Es la cuestión de siempre: los banqueros y sus gestores no pierden nunca en las guerras civiles como la que padece el mundo en la actualidad. Se trata de negocios de suma cero: se lo llevan todo.

Como contara Irène Némirovski, en Suite francesa, en esos trances sólo cabe ya el poder sobrevivir. Es lo que ocurre en las guerras convencionales. Si todo lo que está pasando hoy en España lo ha contado Arianna Huffington en su libro Traición al sueño americano, ¿cómo es posible que los segmentos damnificados no se hayan levantado violentamente y  con rabia   contra los gobiernos que no son sino los managers de los especuladores, cuando no los mismos especuladores constituidos en colegio? La política es cosa de tahúres. Como dice Huffington “el sector de nuestra economía que se dedica a hacer cosas de valor se reduce, mientras que el sector dedicado a conferir valor a las cosas sin él (como los llamados productos financieros) se expande". Embriagada toda la clase política (toda, sin excepción de ningún tipo, no como tratan de hacernos creer IU, UPyD y otros) con el juego capitalista, han puesto en subasta la democracia y ya es patrimonio privativo de opulentos capitalistas. Aquellos Lobbies trajeron estos lodos.

Si Naomi Klein, Sheldon S. Wolin y Arianna Huffington, entre otros muchos, nos vienen contando con detalle que esto de la Gobernanza (Francisco Sosa, entre nosotros, y Guy Hermet en el ámbito francés han criticado con dureza esta “puerta giratoria” que es la Gobernanza con un restringido número de beneficiarios, que siempre ganan mientras una gran mayoría no deja de perder) ha contribuido al nuevo statu quo con el constante flujo de desastres que el mercado espera y fomenta, ¿qué nos ha faltado para no haber intentado reaccionar a tiempo? Si sabemos que a los actores y agentes políticos, sociales y económicos les interesa esto de las máquinas de creación de crisis y de que la inestabilidad sea la nueva estabilidad, ¿a qué se está esperando para decir ¡Basta! e incendiar las maquinarias financieras y los palacios que albergan a sus ingenieros y comerciales? Es evidente que se está decidiendo la destrucción de determinados países europeos para grantizarse el ulterior  negocio de la “reconstrucción”. ¿Acaso ya nadie recuerda que el concepto interés general (que tampoco era tan general, seamos honestos) fue devanado por la sospechosa teoría de la responsabilidad social corporativa que es ciertamente corporativa pero no social? A base de propaganda y miedo, de miedo y propaganda, nos hemos terminado convenciendo todos de que el moribundo debe morir: que ese conglomerado sin perfiles claros que llamábamos la clase media era la culpable. Que es necesaria la reconstrucción del escenario, bien sea a través de planes de estabilización o de planes Marshall. Y ese es hoy el núcleo del debate. Hoy las bases ya no son Torrejón ni Rota sino las sedes de los bancos quebrados que no quiebran. No interesa hablar del ingente número de excluidos que el sistema provoca. Es la nueva colonización. La historia se repite por otros medios.

En el fondo quien ha venido a tener razón ha sido la actriz y directora Blanca Portillo, reciente premio Max, que desde un principio destapó todas las responsabilidades de la clase política, sin excepción, tomando como ejemplo los desmanes del Festival de Mérida (EL PAIS 4.1.12). La Avería de la Justicia (ese divertimento de instalados) se ha extendido a todas las instituciones: todos inocentes-culpables y culpables-inocentes. En un mundo en el que ciudadanos y sociedades parecemos en estado catatónico, por más que se nos robe y nos roben desde las instituciones más estiradas, lo cómicos han tomado de nuevo conciencia de lo que está pasando, lo están denunciando, y tratan de hacer reaccionar a los ciudadanos-espectadores. Con los medios a su alcance, naturalmente; no cabe pedirles más. También  tiene razón el exitoso Miguel del Arco que tras Los veraneantes ha actualizado la fina sátira de Nocolas Gógol El inspector casi de una manera pornográfica: una denuncia explícita de la corrupción con una trabajada,  meticulosa y bien ensamblada puesta en escena. Se puede decir que es pornográfica porque su sexo es explícito a más no poder, con un fuerte impacto visual. En el bien entendido que la corrupción y el cohecho constantes son en este caso los culos, las tetas y las pollas.

Al viejo Dacio Gil le cuestan en un primer momento este tipo de adaptaciones, ya sean de Dürrenmatt o de Gógol; trata de ceñirse a la concepción clásica y le cuesta admitir las caretas que confieran edad, las canciones y los bailes; o los trajes regionales de valenciana y los imitadores de Joselito, pero reconoce que el mensaje da en la diana: son culos, tetas y pollas en acción. Así de descarnado, así de encarnado. Ese es el nudo y ese es el desnudo. Con unas obras clásicas con tanto contenido, concebidas para que la almendra del mensaje llegue al sistema intelectivo del espectador entre sonrisas amables, se corre el riesgo de perderse en la carcajada constante. Reconociendo los valores de la adaptación de del Arco, El inspector causó al usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia la sensación de haber retrocedido en el tiempo a los estertores del franquismo y a los albores de la incipiente transición política: risa fácil y excesiva repetición del esperpento. El resultado es que, en efecto, el espectador ríe y ríe casi constantemente sin tener tiempo para la reflexión, aunque la reflexión aparece mayestática al día siguiente cuando se impone, por decantación, que es el puro reflejo de los pecados de la carne desnuda: amaño, compadreo, tráficos de todo tipo, ambiciones…exclusión y sometimiento. Aceptación social de un sistema que sólo funciona “a cencerros tapados”. Y ya se sabe, tan tapados, tan tapados que confunden la realidad con las ilusiones del refocilarse en el goce instantáneo. Así es el  sinsentido del equívoco. El inspector imaginario como espectro del ente supervisor. La justicia averiada como divertimento de los veraneantes en Marbella. Presenciando la representación de El inspector, el viejo Dacio Gil creyó transportarse a la época de las comedias de enredo (semi-revistas) de los Zori, Santos y Codeso, representaciones hilarantes en las que era obligado hacer aparecer mujeres espectaculares e insinuantes. Pero no es muy estético que El Inspector y Cambalache, ambas en cartel en la actualidad, presenten casi idénticos componentes treatales.  Las brillantes adaptaciones teatrales actuales (entre las que no se pueden olvidar las del  precursor Ernesto Caballero) muestran el sino de la sociedad y los ciudadanos en el ámbito de las instituciones supervisoras y garantizadoras: el eterno retorno…de la nada. El todo es verdad y es mentira. Hoy en día, por lo general, en los teatros españoles abunda la calidad y la denuncia. Buen exponente de ello ha sido la breve representación en Madrid, en forma de monólogo, del relato  Tala, de Thomas Bernhard  en la sala Cuarta Pared.

En épocas de crisis como la actual, en la que los partidos políticos se aprestan a regularizar su financiación mediante una modificación soterrada de la ley de financiación de partidos, aprovechando la magnanimidad pública con los bancos a los que nunca devolvieron los dineros prestados para las campañas electorales, es más necesario que nunca el teatro de verdad, no el de ellos. En unas épocas en las que la censura se practica por autoliquidación la más acertada decisión es buscar las respuestas en el teatro, aun a sabiendas de que el esperpento gracioso necesita de un mayor esfuerzo del espectador para separar el grano de la paja. El espectador bien entrenado en el análisis comprobará cómo al día siguiente las risas y los gags  se han ordenado con facilidad en el particular andamiaje cognitivo de cada cual: nada es verdad ni es mentira; nadie es completamente culpable…ni inocente. Siga la fiesta...

En esto de la política y las finanzas todo es simulacro. Ese simulacro que destapase descarnadamente la arremangada cubana La Lupe en la más célebre canción de entre sus interpretaciones:

Igual que en un escenario
Finges tu dolor barato
Tu drama no es necesario
Yo conozco ese teatro
Fingiendo.
Que bien te queda el papel
Después de todo parece
Que esa es tu forma de ser.

Y quien dude de ese sentimiento sea cabal que acuda a la versión que hacen Miguel Poveda y Concha Buika de la canción de Tite Curet Alonso:

Teatro
Lo tuyo es puro teatro
Falsedad bien ensayada
Estudiado simulacro.
Fue tu mejor actuación
Destrozar mi corazón.
Y hoy que me lloras de veras
Recuerdo tu simulacro
Perdona que no te crea
Me parece que es teatro.

Ahora nos toca a los ciudadanos tomar medidas y dejar claro esa máxima que produce escalofríos en las desgarradoras voces de Concha Buika y Miguel Poveda:

Mentiste serenamente
Y el telón cayó por eso
Perdona que no te crea
Me parece que es teatro
Pero perdona que yo ya no te crea...
Me parece que es teatro.

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