Por mor del paso del tiempo, de la tendencia natural al ecumenismo y como consecuencia de la Primera Internacional Futbolista, parece que hemos tomado conciencia –al menos epidérmicamente- del componente horror como continuum humano. Y de sus contrapartidas el sufrimiento, el dolor y el daño en seres humanos también. Ha tenido que ser -¿acaso podría haber sido por otra causa?- por la proximidad de un campeonato de fútbol entre naciones -¿realmente entre naciones?- que las instituciones y los medios de comunicación han tenido a bien hacer un ejercicio de memoria. Como el campeonato de balompié es entre naciones (¿son realmente ejércitos nacionales los que compiten?) se celebra en Polonia y en Ucrania, los ejércitos de deportistas han ido acudiendo al museo del horror por excelencia: Auschwitz. Y se acude como acuden los modernos turistas coleccionistas de sensaciones, transformando el sufrimiento en objeto de consumo. Para ello ha tenido que transcurrir el tiempo necesario para que los jóvenes no puedan tener la certeza de qué sea Auschwitz. Ha sido el paso de un tiempo generoso ya y no el sentimiento de horror frente al horror humano mismo o el esfuerzo por empatizar con los que sufren o sufrieron, el que ha posibilitado exhibir la galería de los horrores con el ambiente festivo que acompaña los enfrentamientos peloteros en su dimensión mediática.
En el ya lejano Mundial de Argentina de 1978, en el de España de 1982 o en las Olimpiadas de Moscú de 1980 hubiera sido impensable que las selecciones desfilaran por la penitenciería de Ushuaia, los penales de Carabanchel, Córdoba o Chinchilla, o los gulags de Sharashka o Psijushka, pongamos por caso. Las heridas estaban aún demasiado tiernas, podían ofender la memoria de los victimarios. Si, de los victimarios, no de las víctimas como sería lógico. Con el paso del tiempo, el dolor humano, el inmenso sufrimiento padecido por tantos y tantos seres humanos queda diluido, reducido a museo para turistas.
Por casualidades temporales el inicio del campeonato no ha coincidido con el 50 aniversario del secuestro en Argentina de aquel "funcionario ejemplar" de las SS de nombre Karl Adolf Eichmann para el cual los seres humanos eran simples estadísticas, que posteriormente fue juzgado y condenado en Jurusalén. La lingua franca (¿o terminará siendo la Lingua Tertii Imperii?) que es hoy el fútbol permite recurrir a la anécdota de los edificios en los que puede leerse en su frontispicio aquel odioso Arbeit macht frei que parece el nuevo sino de los ciudadanos europeos ni no se toman medidas urgentes, y poder dejar en un punto casi indefinido a aquel funcionario de las SS que mantuvo ante sus juzgadores que se limitaba a cumplir órdenes y datos estadísticos: lo que en el lenguaje militar se ha denominado siempre “obediencia debida”. Ese funcionario-verdugo en el que la gran Hannah Arendt personificó la banalidad del mal.
Zigmunt Bauman, el padre de la modernidad líquida y de la teoría del mundo consumo, tiene un primoroso primer libro que supera con creces su producción intelectual posterior. Se trata de Modernidad y Holocausto, que debería ser obra de consulta obligada de todos los gestores públicos porque estremece constatar a los abismos a los que pueden conducir la racionalidad burocrática y los seres humanos tóxicos imbuidos de la idea de la banalidad del mal. El viejo Dacio Gil lo ha releído varias veces desde que se inició el constante e inhumano acoso contra él en el seno del CSIC. Le ha dejado una huella indeleble su descripción de los procedimientos de inhumana animalización que comporta cualquier maltrato modal institucional. Describe cómo una maquinaria con pretensiones científicas puede no sólo consentir sino auspiciar y ejecutar sin inmutarse tamaños desatinos de humillación humana y violación de la integridad personal. Tal es el manto de silencio de las burocracias que nadie en el exterior parece enterarse de lo que acontece en su seno. Para las atrocidades (un Mobbing colectivizado) los burócratas tuvieron que implicarse, haciendo cómplice también a la sociedad: un incontable ejército de verdugos voluntarios (Daniel Jonah Goldhagen) que al final del acoso pretenden cerrar los ojos –y esconder las manos manchadas- negándose a reconocer las cosas tal como acontecieron mientras duró el terror institucional: se deploran los crímenes sin aceptar su propia responsabilidad singular y colectiva.
El siglo XX ha sido el siglo de los horrores de los totalitarismos de diferente signo. Ese totalitarismo se ha transformado en la actualidad del siglo XXI –si creemos a Sheldon Wolin y a Dalmacio Negro, cada uno desde su óptica- en invertido. Una grave provocación en el seno de la democracia de mercado. Perversión del dolor y los excesos por toda Europa. Donald Rayfield, profesor de la universidad de Londres, ha dejado claro en su monumental Stalin y los verdugos que la impresionante y casi invulnerable maquinaria burocrática del estalinismo dejó constancia de su acoso institucional en libros y registros: listas de fusilados; instrucciones concretas para las detenciones; protocolos para el tiro en la nuca; fichas con todos los datos de las víctimas…
En este siglo del horror (y de su hijo natural el siglo XXI) no se salvaron ni los Aliados (y la OTAN en la antigua Yugoeslavia) con los bombardeos indiscriminados. Stalin, Hitler, Videla y tantos otros en diferentes ámbitos, eran psicópatas, incapaces de sentir el menor remordimiento. Pero la tiranía feroz de uno no se puede entender sin la crueldad extrema, la absoluta inmoralidad, el sadismo y la sumisión total de otros muchos. El líder fija los fines y los verdugos se ocupan de poner en práctica la represión en una cadena sin fin de acciones, omisiones e indiferencias (“Un único hombre al que le importe un bledo que peguen a un judío es más nocivo que los diez que lo apalean –sostenía certeramente Joseph Roth. Al judío, al gitano, al pelirrojo, al de los ojos verdes. De ahí que, comparada con la “neutralidad” de algunos, la bestialidad sea casi llevadera. El enemigo común, en resumidas cuentas, es el indiferente“). A la postre, fines y medios se condicionan mutuamente. También en el CSIC.
Acontece aquello en todas las burocracias en situaciones de acoso. El maltrato, la humillación, la aniquilación no sólo la produce un psicópata o manipulador, la propia organización genera sus genuinos Dzierzynskys, Menzhinskis, Yogodas, Yezhovs o Berias, además de sus Goebbels, Bormans, Höss, Keitels, Jodls, Hess o Himmlers. Y, por supuesto Eichmanns, muchos Eichmanns embutidos en su “banalidad maligna”. Como apunta el historiador Peter Padfield (Himmler, el líder de las SS y la Gestapo) la organización eficaz de la aniquilación y la erradicación necesita de otros seres humanos que consientan y ejecuten el hostigamiento sistemático, la mentira institucional, las agresiones selectivas, las muertes morales como inevitables. Son muchos quienes en las organizaciones –en el CSIC también- trabajan "en la dirección del Führer”.
La barbarie totalitaria no es privativa de Alemania y Rusia, de Hitler y de Stalin. El acoso físico y moral es una constante en todo tipo de organizaciones y sociedades. También en la gestión de las científicas. Lo que ocurre es que mientras se perpetra el maltrato selectivo se produce un pacto de silencio, una especie de Omertá, que trata de acallar la ignominia. Hirigoyen, Leymann, Piñuel, González de Rivera, Molina Navarrete y bastantes más –incluido el viejo Dacio Gil, en sus posibilidades- han documentado de manera cabal esta moderna manifestación de violencia totalitaria, del “Holocausto por otros medios” al que se asiste en la actualidad violentando el patrimonio moral, personal y familiar de sres humanos concretos. El viejo Dacio Gil lo ha sufrido, al igual que otros, en el CSIC, y tiene ya daños indelebles aunque resiste con los medios a su alcance, tal como demuestra este blog terapéutico.
En un pasado post se destacaba la tremenda analogía del hostigamiento institucional que sufren en la actualidad los ciudadanos de Europa con el Mobbing generalizado. Hostigamiento ante la literal indiferencia de las instancias sedicentemente garantizadoras. De seguir esta deriva europea, si nuestros principios éticos no lo impiden, terminaremos siendo a la vez víctimas y verdugos voluntarios. Será el fruto –parafraseando a W.G. Sebald- de la coventrización de Europa. Del surgimiento de un silencio cómplice sobre el pasado.
En las situaciones de acoso institucional actuales, lejos de producirse el “suicidio de los bárbaros”, éstos, una vez perpetradas sus humillaciones y aniquilaciones morales, encuentran plácido acomodo en la estructura de los organismos, cobijados en los reductos protegidos creados al efecto, conocidos como “cementerios de elefantes”.
Como hemos podido comprobar, el fútbol permite acceder asépticamente a uno de los mayores Museos del Horror del ser humano y de las organizaciones. Se lleva a cabo una visita turística desprovista de sentimiento. Como actividad turística, de poco sirve como elemento de concienciación social. En tales coordenadas, es difícil llegar a alcanzar la cabal representación mental del sufrimiento que albergan esos campos y esos muros. Mas parece una huida de la memoria. Ocurre,sin embargo, para seguir en el lenguaje de Sebald, que “si intentamos escapar de la memoria, ésta acaba disparándote por la espalda”.
Junto a Auschwitz, Eichmann también merece ser recordado al hilo de estos campeonatos. Su espectro devastador se proyecta por todas las organizaciones. El usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia ha venido sufriendo (es de esperar que todo tenga su fin) la más artera persecución que imaginarse quepa en la que debería ser sólo la Casa de la Ciencia. Eichmann hacía su función sin inmutarse por el sufrimiento que provocaba en seres humanos inocentes y ocupa un lugar de privilegio en la cámara de los horrores, aunque en Auschwitz no tuviese las mismas responsabilidades que Rudolf Höss. Pero Eichmanns hay muchos ocultos por ahí y en muchos sitios.
El viejo Dacio Gil podría concluir esta evocación futbolera y del dolor con unas palabras de Czeslaw Milosz (“ser un hombre y vivir entre hombres ya es un milagro; incluso si conocemos la vileza y los crímenes de los que somos capaces”) pero quiere terminar recordando que en el CSIC se desempeñan dos ilustres y laboriosos investigadores que vienen trabajando sobre la dimensión humana del dolor humano: Reyes Mate (Memoria de Auschwitz; Por los campos de exterminio; La herencia del olvido; Tratado de la Injusticia) y Javier Moscoso (Historia cultural del dolor). Excelente ocasión para que la gestión de la organización intente conciliar teoría con práctica ética.
En el caso del viejo Dacio Gil determinados gestores del CSIC han demostrado que desprecian las garantías jurídicas del raquítico Estado de derecho que nos queda. Que desprecian la lealtad procesal ante los tribunales. Que no reconocen la dignidad humana. Que utilizan la maquinaria institucional para provecho propio o para tapar profundas desvergüenzas. Bueno sería que, al hilo del campeonato de fútbol, esos gestores optasen por una concepción no ya ética de su comportamiento sino decente. Sólo decente.
Habrá que creer con esperanza que el ecumenismo futbolero proyecte el efecto Auschwitz en las organizaciones. Que las organizaciones humanas -tambien el CSIC- busquen ser decentes. Theodor Adorno dejó constancia en Minima moralia de sus profundas dudas de que cupiese la poesía después de la barbarie de Auschwitz. A duras penas ha ido siendo posible la poesia. Algo de poesía.
Habrá que intentar que sea posible ahora la decencia.
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