Dicen quienes lo han vivido que las llamadas élites acceden o defienden su régimen político por tierra, mar y aire, que esta acción concertada es la que posibilita “disuadir” o “condicionar” al enemigo, al oponente o a los siervos. En esos mismos elementos multifocales se basan los persuasores ocultos de la publicidad y la propaganda para conseguir colocar sus productos en los diferentes mercados de consumo.
Si uno se tiene por un curioso observador, sin necesidad de acreditar cualidades de semiólogo, habrá podido comprobar en estos días cuáles son las formas de manifestación del patriotismo futbolero en Rojiquistán: banderas, bufandas, gorros, escarapelas, camisetas y múltiples anuncios comerciales percutiendo el subconsciente de los ciudadanos exhibiendo el orgullo de pertenencia a la Roja. Alegría conductista. Proclamación del todos somos nosotros. En ese universo conceptual extremadamente simplificado no hay lugar para mixtificaciones identitarias. Una dinámica a la que no está permitido sustraerse ni siquiera a los foráneos. El viejo Dacio Gil pudo comprobar personalmente en días pasados en una capital de provincia del litoral mediterráneo cómo turistas inequívocamente no españoles no solo mostraban sus camisetas y pinturas cutáneas rojigualdas, sino que gran número de yates y embarcaciones de recreo de bandera extranjera, en tránsito o amarrados en su puerto deportivo, incorporaban distintivos de identificación con el tiki-taka patrio. Lo que no alcanzan a conseguir las sesudas técnicas de imagen y movilización de las democracias de mercado lo alcanzan un puñado de peloteros y un ingente ejército de “plumillas” cantando las alabanzas de la democracia futbolera. O acaso sea la perfecta simbiosis manipulatoria.
Uno de los muchos telepredicadores graciosos que peroliferan en las ondas, tal vez el más conocido (heredero directo de butanito) se explayaba hace unas noches sobre las bondades del fútbol para insuflar optimismo y esperanza en un país en el que ni siquiera han aflorado el 30 % de sus innumerables pufos. Trataba de hacer creer a los oyentes el graciosillo telepredicador radiofónico que largando su speech “esperancista” y “optimistador” podía ocultar que todo responde a una estrategia de mercado de su empresa comunicativa en la lucha particular por el share de parrilla y audiencia. Verdaderamente los medios de comunicación están contribuyendo en gran medida a la propagación de la estulticia dominante. Véase, si no, en diferido cualquier retransmisión de un partido por TV –la de ayer mismamente-, repleta de un forofismo forzado y estremecedor. Por no citar la retransmisión en directo de las ocupaciones del espacio público en cada localidad. En este caso es certera la calificación de monstruo amable. Los medios de comunicación aspirando a ser vulgares emotional intelligence coaches.
El usufructuario terapéutico de esta Tribuna Alta Preferencia no quiere terciar, al menos de momento, en el debate de si es sano o no, en la coyuntura de pauperización inducida actual, mantener posiciones de pesimismo informado. Sabido debe ser ya que, además de simpatizar por un equipo de fútbol humilde, se alinea entre los fieles seguidores de Alejandro Nieto García (un sabio sin escuela pero con múltiples seguidores) que desde hace más de 20 años ha venido exponiendo de manera metódica, clara y contundente que el sistema no sólo se sustentaba en bases de frágil barro sino que estaba carcomido en sus supuestos elementos basilares sobre astillas, corrupción, desgobierno y ausencia de garantías reales. Tan sagaz analista siempre fue tildado (generalmente por los que hoy se mantienen firmemente instalados, y junto a su prolija familia política, con los riñones bien cubiertos por las burocracias varias europeas) de pesimista. ¿Pesimista quien se adelantó a caracterizar anticipatoriamente la bancarrota de toda índole que nos asola hoy? Trágica, interesada y paradoxal ironía.
El viejo Dacio Gil, la verdad, no acierta a entender la oleada de pensamiento positivo en un momento tan negativo que se nos trata de inocular mediante los aristócratas peloteros (y a fe que la invocación nada tiene que ver con el Marquesado de Del Bosque) que cobrarán, en época de confiscaciones salariales funcionariales, sustanciosas compensaciones económicas y honoríficas, cual Laureados por la patria, por terminar metiéndola hasta el último día del ecumenismo en orden a que los voyeures terminen proclamando, narcotizados, su orgasmo colectivo. Orgasmo que no se quiere perder, cerquita, el presidente del gobierno ( necio institucional califican los iniciados a la figura) desatendiendo boicots políticos por un caso de acoso institucional flagrante en Ucrania. También Sus Altezas Reales quieren hacer suyo eso “del Rey abajo todos” y parece que han pedido una localidad entre los Hooligans y Supporters. ¿Será cierto? ¿Cómo unos barrabravas más?
Todo hoy –tras un partido malo y las penas máximas- parece una broma. Como aquella novela de Milan Kundera del mismo título en la que a uno de los personajes se le ocurre enviar una tarjeta postal en la que podía leerse “el optimismo es el opio del pueblo” y por esa frase es condenado a trabajos forzados en una mina de carbón (de las que ahora tienden a desaparecer) acusado de ser, precisamente, un enemigo… ¡del pueblo! A una mayoría de ciudadanos a la que se le viene infligiendo un palo ayer, otro hoy y el que vendrá mañana y tiene todos los visos de ser convertida, sin compasión alguna, en famélica legión de tristes y angustiados por medidas extremadamente onerosas y desproporcionadas a las mínimas responsabilidades contraídas, se pretende conducirla bovinamente hacia el clímax, a un paréntesis de felicidad en 90 minutos y sus sevicias y secuelas de ebriedad. Para quien dude si tiene cabida hoy el análisis realista de los negativo que nos asola, habrá que recomendarle que se haga con alguno de los libros de autores norteamericanos que culpan al pensamiento positivo inducido de la traición al sueño americano. Y para el que quiera ahondar en el debate podría leer el de Bárbara Ehrenreich, Sonrie o muere. La trampa del pensamiento positivo. No lo destripará el viejo Dacio Gil, pero si el inquieto lector tiene la tentación de hojearlo, que empiece por el final y encontrará la clave del realismo vigilante en busca de la felicidad: En las colas del paro y las de beneficencia (y en las celebraciones futboleras, añade Gil de su cosecha) hay tantas hormigas como cigarras, tantos optimistas habituales como depresivos crónicos. Cuando la economía se recupere, si es que lo hace, no debemos permitirnos olvidar lo vulnerables que somos, la facilidad con la que se puede caer en la indigencia.
Pero a lo que vamos, que la intención del viejo Dacio Gil era hacer una reflexión sobre el patriotismo futbolero que parece haberlo invadido todo sin distinción de género ni condición. Tras un extenso debate de fin de semana, una inquieta administradora civil ha hecho llegar al veterousufructuario de esta Tribuna Alta Preferencia un libro de su biblioteca privada, al parecer adquirido en Argentina hace 8 años, cuyo título es La democracia providencial (Dominique Schnapper). El libro traduce negro sobre blanco mucho de lo que acontece hoy en el mundo y de manera especial en España. La antigua integrante del Consejo Constitucional francés hace unas sugestivas revelaciones sobre la nueva modalidad de patriotismo instrumental, asimilándolo a las festividades religiosa en las que los hinchas montan sus altares y tenderetes, adquirieren reliquias y ofician rituales ceremoniales que parecen la antesala del sacrificio supremo: morir por la patria (futbolera).
Tal y como no se han cansado de mostrar los medios de comunicación españoles, que agitan interesadamente todos estos tinglados, tras el último penalti contra Portugal, es una euforia inducida, fomentada e instrumentalizada para dar la sensación de que la multitud muestra sus signos de pertenencia y participación de una manera que parezca espontánea pero que viene ordenada institucionalmente (espacios públicos al efecto, pancartas, alegría televisiva, becarios con la obligación de magnificar la alegría de los hinchas etc., etc., etc.).
Valgan dos perlas entresacadas del libro de Schnapper:
a) Solamente la victoria francesa en la copa mundial de fútbol, el 12 de julio de 1998, originó una manifestación nacional: fue la primera vez desde la Liberación que se escuchó sonar las campanas de las iglesias de París, para celebrar un acontecimiento nacional.
b) (…) el fútbol sigue siendo una religión menor que, a la inversa de las religiones tradicionales y de las religiones seculares no fomenta ninguna promesa de futuro radiante. No pretende revelar el sentido último de la existencia, ni asegurar nuestra salvación aquí abajo o en el más allá. Se constituye en la imagen y semejanza de la incertidumbre y la fragilidad de los valores y los desatinos de nuestras sociedades. Hasta ahora los muertos en los estadios, al menos en Europa, no fueron causados por la voluntad de sacrificio supremo, sino por el barrabravismo u hooliganismo y por errores de la policía de seguridad. Todavía no estamos listos para morir (por la Roja, Xabi Alonso, Casillas, Pedro, Cesc y compañía, desliza Gil de su peculio).
Tal parece ser el patriotismo futbolero y el éxtasis del pensamiento positivo en épocas de lacerante y oneroso empequeñecimiento como ciudadanos e incluso como personas.
La “modulación de la angustia” por parte de la política de la que ha hablado Zygmunt Bauman.
¿O será el opio del pueblo ironizado literariamente por Kundera?
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