Pasa lo mismo que a la pobre novicia María Rosario, a la que cortejaba el Marqués de Bradomín en Sonata de Primavera: Que termina trocando al amoroso aristócrata asediador por el mismísimo Satanás. Así pasa también desde la transición, que venimos cuidando la intangibilidad del texto constitucional para preservarlo de depravados malhechores y ahora, de golpe y porrazo y con una urgencia que nadie acierta a comprender, el supremo desmochador de instituciones más o menos sólidas se alíe con la otra casta del Régimen para violar el espíritu tan celosamente guardado en orden a defender la democracia. Para comprobar la auténtica faz de este Movimiento Nacional del siglo XXI no hay más que fijarse en don José Blanco: Se le han puesto el aspecto y los modales de aquellos falangistas de primera hora o de aquellos alféreces provisionales devenidos en generales, que a base de negocios turbios dentro de las instituciones llegan a hacer bastante dinerito y a aparentar orondos potentados cuasi mafiosos. Salvando las distancias, es el nuevo Martín Villa o el José Solís de turno. Regordete ya, con trajes a medida de sastre, remachado al coche oficial y a la visa institucional. Es la viva imagen del Régimen, como la de don Javier Arenas, ayer niño de la UCD y hoy abuelete del tercio “bien” del Movimiento.
Son todos iguales y por eso no han dudado en actuar de consuno para coludir el espíritu constitucional y, de paso, desvencijar todo el derecho constitucional que todos habíamos aprendido con esfuerzo y contribuido a respetar.
Esto de la reforma constitucional express es como aquella Novena Ley Fundamental que se preparó para continuar la reforma política potfranquista. Y han tenido que ser Zapatero y sus secuaces (¿Quiénes si no?) los que reduzcan la Constitución a mera Ley Fundamental del Reino tutelado por Franco. En el plano local, es franquismo del más rancio. En el internacional, puro remedo de aquel Tony Blair que no dudó pasar la apisonadora por las conquistas sociales para poder enriquecerse de manera privada.
La verdad es que los españoles no aprendemos ni de la historia ni de la semiótica. Parece que hubiéramos sido narcotizados por la constante ingesta de ensaladas de estramonio facilitadas de matute para restañar las continuas heridas inferidas por el proceder arbitrario y demagógico del tercio sindical del Movimiento Nacional (PSOE) junto con la Banca de siempre (March y compañía). Son las heridas, los callos aplastados por la bota de ese tercio sindical liderado por Zapatero y las almorranas secuela de tanta sodomización social violenta. Y, claro, tanto estramonio y tanto aprendiz de brujo han terminado por colocarnos a todos al borde del precipicio, pues existe un abismo entre la cualidad fácilmente perceptible del mal y los mecanismos intelectuales que hoy disponemos para enfrentarnos a él. Todos creíamos que no iba en serio, pero como advirtió el sabio Montaigne, en el capítulo IX de sus Ensayos (De los mentirosos) “el bien es cierto y limitado, el mal infinito e incierto. No me determino a asegurar que yo fuera capaz de salir de un duro aprieto o de un peligro evidente y extremo, de emplear una descarada y solemne mentira.”
Hay que reconocer, sin un ápice de broma, que esto de la crisis no es nada nuevo. Es una nueva manifestación de la maldad humana que se ha presentado recurrentemente a lo largo de la historia. Asistimos hoy a un auténtico cataclismo social, a una epidemia del miedo, a un institucionalidad moralmente fraudulenta. O, por decirlo en expresión afortunada, vivimos un fracaso intelectual y lingüístico frente al Mal. Asistimos hoy a una exacerbación del principio maligno mediante sucesivas crisis y epidemias que tan acertadamente describiera Ian Mc Ewan en su novela sobre Europa titulada Los perros negros: "un principio maligno, con una fuerza que avanza periódicamente para dominar y destruir las vidas de los individuos o los países, luego se retira y espera la siguiente ocasión".
Por así decirlo, el diablo, Satanás, se ha vuelto invisible e irresponsable. Nadie es capaz de identificar al promotor del Mal finaciero, pero es evidente que existe. Oculto e invisible pero existe y lleva a cabo su designio maligno sin la menor dilación y sin compasión alguna. No conocemos a esa minoría organizada (ahora financiera, antes de“heterodoxos”) que gusta de atentar contra la Soberanía de Dios y la Soberanía de los entes territoriales. Tal vez estemos necesitados de algún aparataje hermenéutico, tal como la Semiótica del Miedo que trabajosamente construyese Yuri Mihailovich Lotman, pues es fácil aceptar en estos momentos de crisis estructurales financieras aquella máxima suya de que no es la amenaza la que crea el miedo, sino el miedo el que crea la amenaza.
Más que miedo es pánico colectivo. Y ya se sabe que tras el pánico aparece indefectiblemente la Caza de Brujas, tan presente en la historia del hombre sobre la tierra y que tan susceptible es de analizar bajo perspectiva semiótica. A la violencia imaginaria suele suceder una insospechada persecución de humanos contra humanos. Y tiene todos los visos de ser cierta la afirmación de que el paroxismo que recorrió Europa en los siglos XVI y XVII con la incesante Caza de Brujas, con un miedo y una violencia injustificables, andando el tiempo contribuyó al éxito de la imprenta, al otorgar a la literatura demonológica una envergadura sin precedentes.
Exactamente lo mismo que le ocurre hoy a la vieja Europa-museo con eso de una crisis financiera que nadie acierta a comprender y describir, pero cada cual columbra que es para imponer, sea como sea, un nuevo modelo productivo. No en vano –apuntaba Lotman, en base a un documento del s. III d. C., cuyo autor sería Marco Municio Félix- es precisamente en una crisis similar sobre la que se construyó el predominio del cristianismo: todo empezó con las habladurías, los rumores y los chismes de la masa anónima (se hablaba de un malhechor que había sido crucificado, de una esclava y de un asno) que nacen en una atmósfera de miedo y sin los cuales dicha atmósfera no habría existido.
Para conseguir los objetivos ocultos del poder (también oculto), luego vendrá la persecución de brujas y brujos, y la atmósfera de sospecha creciente que terminará afectando también a los propios jueces, que ajustician inocentes sin temblarles el pulso, quienes reconocerán con el tiempo, buscando la absolución ciudadana, que también ellos fueron tentados por Satanás en la redacción de sus sentencias que trajeron la muerte a demasiados inocentes. Vamos, que son humanos, demasiado humanos. La eterna Fiesta de los jueces en torno al cántaro roto. Y como reza la tesis de Yuri M. Lotman en su ciclo de conferencias sobre el análisis semiótico del cataclismo social: Los horrores de varios siglos se desvanecen de tal modo en tres o cuatro décadas, que cuesta creer que hayan existido. Y es entonces cuando aparece el mito de que el miedo y el fanatismo son fruto de una época casi prehistórica.
El viejo Dacio Gil quiere trascender su evidente indignación con todo lo que está pasando. No quiere sentir vergüenza de no tener vergüenza y por ello ya ha empezado a hacer acopio de lecturas que le puedan orientar en su refugio anti-ortodoxos financieros, si es que tuviera que abandonar su casamata en la Tribuna Alta Preferencia:
1. Los demonios de Loudun, de Aldous Huxley.
2. Las brujas de Salem, de Arthur Miller,
3. Los perros negros, de Ian Mc Ewan.
4. Las brujas de Eastwick, de John Updike.
5. Inquisición española: poder político y control social, de Bartolomé Bannassar
6. Auto de Fe, de Elias Canetti.
7. Modernidad y Holocausto, de Zigmunt Bauman.
Recomendaba Ignacio de Loyola aquello de “en tiempo de tribulación no hacer mudanza”, pero una mudanza intelectual que nos desamodorre a todos parece tanto necesaria como imprescindible. Basta ya de estramonio servido en bandeja por las huestes del Movimiento Nacional.
¿Crisis? ¿Quién dijo Crisis?
¿Brujas? ¿Pero existen las brujas? ¿Y quién las caza?
¡Satanás! ¡Fue Satanás!
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario